Authors: J. H. Marks
—Oh, Melissa, tienes unas tetas tan bonitas que me muero de ganas de restregar mi conejito por tus pezones —dijo Girl 39, muerta de risa por dentro.
Si Cliente 14 no hubiese estado tan entusiasmado con lo suyo habría notado el cambio de tono de voz.
Girl 6 ni siquiera se fijó en la divertida mueca de Girl 39. La había mirado pero sin verla. Estaba completamente concentrada en el papel de Melissa.
Girl 39 le dio unos golpecitos en el hombro para sacarla de su concentración. Girl 6 se sobresaltó y la miró, como si se sorprendiera de verse en la oficina.
Su compañera se encogió de hombros y volvió a hojear su catálogo de Avon. Su hermana le había hablado de un nuevo lápiz de ojos. Muy aburrida tenía que estar para prestar atención a las sugerencias de su hermana sobre cosmética —algo que a Girl 39 nunca le interesó.
La hermana de Girl 39 vivía en Nueva Jersey, con su esposo y cinco hijos. Decía que la indumentaria y los cosméticos eran muy importantes, así que había empezado a enviarle revistas y catálogos de Avon, Victorias Secret y Martha Stewart, confiando en que mejorase su imagen, sentase la cabeza y encontrase marido.
Por el momento, la hermana de Girl 39 no había tenido el menor éxito.
Girl 6 se distrajo un momento, sacó la hoja en la que anotaba los minutos que hablaba con cada cliente y empezó a sumar lo que había ganado hasta la fecha.
Tamborileaba con los dedos en la mesa mientras lo hacía. Al cabo de un momento reparó en que se equivocaba al contar. De nuevo estaba abstraída. Inconscientemente escribió algo en su hoja de control de minutos y enlazó con lo que Girl 39 le había dicho en su diálogo.
—Eres una cachonda, Cindy. Ponte encima de mí.
Girl 39 se notó las manos ásperas. Tendría que comprar crema hidratante de camino a casa.
—¡Qué tetazas tienes, Melissa! Me voy a correr.
A miles de kilómetros de allí, Cliente 14 les habló entonces en un tono de voz completamente distinto.
—¿Se puede saber que hacéis, chicas?
Girl 6 ya conocía esta clase de fantasía, muy del gusto de otro cliente.
—¡Cindy! ¡Soy Blue, el celador! —dijo Cliente 14—. Y ahora me desabrocho, y asoma mi obelisco —añadió en su tono de voz normal.
Ellas guardaron silencio unos instantes.
—¿Me lo veis bien, jovencitas? —añadió Cliente 14, de nuevo con voz de celador dispuesto a provocar a las alumnas más cachondas.
Girl 39 le pasó a Girl 6 una nota que decía: «¿El señor Blue?»
Girl 6 se encogió de hombros, aunque lo conocía de sobra.
—¡Así! ¡Como si fuese una piruleta! —les gritó Blue—. ¡Seguid, o le cuento al director lo que hacíais! ¡Así! ¡Así me gusta!
Girl 6 dejó el lápiz a un lado y se aplicó a la felación requerida por el celador. En la hoja de papel había escrito repetitivamente: Cindy y el celador-Cindy y el celador-Cindy y el celador-Cindy y el celador-Cindy y el celador-Cindy y el celador-Cindy y el celador.
Después, cuando Girl 6 llevaba catorce horas al pie del cañón, ella y Girl 39 fueron a sentarse al saloncito, completamente exhaustas.
Todas las demás se habían marchado a casa. No llamaba nadie. Girl 39 encendió una colilla y le pasó a Girl 6 una cásete.
—Alquílala durante una semana —le dijo—; por diez dólares. Estúdiala bien y te garantizo que, a los quince días, aumentará el número de clientes que quieran hablar contigo en un cincuenta por ciento.
Girl 6 miró la cásete con escaso interés.
—Ya. Y así seré como Brigitte Bardot —dijo Girl 6.
—Exacto —dijo su compañera—. ¿Rentable, no?
—Me había hecho ilusiones de dejarlo en unos meses —dijo Girl 6 bostezando—. Pero no llevo camino de poder irme de aquí nunca. Esto me agota, aunque no me quejo. Ese Bob de Tucson quiere conocerme y le he dado mi número de teléfono.
Girl 39 aspiró profundamente el humo de su colilla. No quería hacerse pesada, ni ser entrometida, pero creía que Girl 6 estaba a punto de «engancharse». Aunque no le hiciese caso, como ocurrió la última vez, se creía en la obligación de advertirla.
Inhalar el humo parecía surtir el efecto de animarla a hacer de hermana mayor. Puede que, inconscientemente, Girl 39 pretendiera así conservar la imagen que tenía de sí misma de ser una mujer serena, sensata, con experiencia. Quizá lo hiciese, también, para exteriorizar lo mucho que le preocupaba el mundillo en el que vivían.
—Ten cuidado. Puedes engancharte.
Meses atrás, Girl 6 habría estado por completo de acuerdo. Ahora era distinto.
—Tiene una voz excepcional —dijo Girl 6, que esperaba siempre con impaciencia la llamada de Bob.
Bob no era grosero, como la mayoría de sus clientes. No quería llegar sólo al orgasmo. Bob la necesitaba. Se hacían mutuas confidencias, conocía sus gustos, se mostraba siempre comprensivo, siempre considerado, si la notaba de mal humor o cansada.
Girl 6 le estaba agradecida a Bob, porque un día él notó que estaba agotada y le dijo que no hablase. Pero siguió en la línea, para que ella no perdiese dinero, y se
limitó a contarle él cosas personales. Sabía más de Bob que de su ex marido. Bob de Tucson no era una calamidad.
Girl 39 se fijó en la expresión de Girl 6 y pensó que todo iba a ser inútil con ella.
—¿Te he contado alguna vez lo de la chica que se enganchó a la línea?
Antes de que Girl 39 pudiera empezar a contárselo, un parpadeante «6» apareció en la pantalla del monitor conectado al televisor del salón.
Girl 6 sintió un profundo alivio. Estaba harta de que su compañera se empeñase en darle lecciones. Sabía afrontar sola lo que fuese.
Se levantó y enfiló alegremente hacia su consola.
—Sí... Soy yo. Me gusta que me mires mientras me quito el sostén...
Girl 6 aprovechó su día libre para pasarlo con su vecino Jimmy.
Como últimamente ganaba bastante dinero, invitó a Jimmy a almorzar en un restaurante cubano de la calle Ciento veintidós.
En cuanto llegaron al local, empezó a sonar una rítmica música de fondo que armonizaba con el estado de ánimo de Girl 6, casi exultante por no tener que hablar por teléfono hasta la noche siguiente.
Hacía mucho que no tenía un día de fiesta. Estaba harta de comer a base de bocadillos y pidió la especialidad de la casa: cerdo a la brasa con plátano; y un flan de postre. El flan estaba buenísimo. Su dulce sabor fue como un bálsamo para su castigada garganta.
Al salir del restaurante fueron a pie hacia el centro. De vez en cuando se detenían a ver escaparates y, aunque a regañadientes, Jimmy la siguió al interior de una tienda de pelucas.
Jimmy se quedó boquiabierto. Parecía imposible que pudiese haber pelucas de estilos tan diferentes. Pensó en todas las mujeres que había conocido. ¿Cuántas recurrían a transformar tan radicalmente su imagen, con vestidos y pelucas? ¿Cuántas se habrían mostrado ante él como no eran?
Girl 6 y Jimmy vieron una colección de pelucas con estilos de peinados de los años sesenta, muy alejados de su generación. Les resultó más familiar la sección de pelucas de los setenta.
Pasaron a la sección
punk,
con sus pelucas azul neón, verde, rosa y combinaciones de los tres colores. Girl 6 pensó en comprarle una a Girl 39 para gastarle una broma.
Jimmy intentó que ella se detuviese en la sección de «pelo auténtico». Cogió una de las pelucas, pero en seguida la soltó con una mueca de desagrado. No le gustaba la idea de tocar el pelo de una persona de carne y hueso. ¿A quién debía de pertenecer? ¿Cómo la había conseguido el dueño de la tienda?
Salieron de aquella sección, siguieron por un pasillo y Jimmy se detuvo en la sección clásica. Allí vieron recreaciones de pelucas de los siglos XVII al XIX. Luego pasaron a la de pelucas «afro».
Girl 6 se probó una y Jimmy la miró complacido.
—Retócatela un poco con el peine —dijo él.
Girl 6 se la retocó.
—¡Te sienta estupendamente! —exclamó Jimmy—. ¡Estás fantástica!
Girl 6 rió sin ganas. Tenía la cabeza en otra parte. No pensaba precisamente en Jimmy.
—Hace dos noches que no me llama. ¿Qué le habrá ocurrido?
El inesperado comentario le sentó a Jimmy como un tiro. Pero no lo exteriorizó.
—Puede que haya muerto su madre —aventuró Jimmy con la idea de no entrar a hablar del asunto.
Fue en vano. Girl 6 lo miró visiblemente nerviosa.
—Si su madre hubiese muerto, me habría llamado. Él ha estado a su lado últimamente. ¿Y quién ha estado al lado de Bob? Lovely Brown.
Jimmy y Girl 6 salieron de la tienda y fueron a pie hacia Broadway. Ambos se sentían violentos. Jimmy esperaba pasar el día con ella y no le hizo ninguna gracia que le hablase de otro, y más tratándose de un tipo al que ni siquiera había visto nunca y con quien, sin embargo, parecía intimar bastante.
Aunque por dentro estuviese furioso, Jimmy optó
por tomarlo a broma. Intentó dominarse y se le ocurrió decirle que acaso Bob se hubiese casado.
—Pero..., ¡qué dices! ¿Casarse? —exclamó ella de muy mal talante.
Jimmy casi no podía creer que Girl 6 reaccionase visiblemente celosa por un soplagaitas que le pagaba por hablar con ella.
—Bueno, mujer, no ha sido más que un comentario —se excusó él, aunque cansado de la conversación.
Jimmy se dio cuenta de que ella se había enfadado de verdad y no quiso dejar correr el asunto.
—Estoy empezando a hartarme de que me dejes con la palabra en la boca siempre que te hablo de él.
A Jimmy le resultaba inconcebible que aquel condenado Bob pudiera ser un rival a tener en cuenta. ¿Qué puñeta le ocurría a Girl 6?
Aunque Jimmy dijese que no quería hablar del asunto, no era cierto.
—Lo que pasa es que te tiene intrigada. Y no haces más que pensar en él. Siempre sacas tú el tema. Con hablar de otra cosa, listo.
Girl 6 no podía evitarlo. Estaba que trinaba y necesitaba desahogarse.
—No me da la gana hablar de otra cosa. Porque, además, no hay nada de lo que insinúas.
—¡Vamos! —exclamó Jimmy, a quien no cabía en la cabeza que pretendiese negarlo.
—Cree lo que te dé la gana.
Jimmy estaba hasta el gorro. Girl 6 no era la misma. Había cambiado mucho.
—Pues, mira..., te estás calladita un rato.
Girl 6 estaba harta de que le diesen órdenes por teléfono y no iba a consentir que se las quisieran dar también en su día de fiesta.
—Pues, por lo pronto, hablemos del dinero que me debes.
Aunque Jimmy notó que lo único que quería era cabrearlo, se cabreó. Estaba ciega, pensó. Me tiene aquí a mí, que soy una persona decente, y está más interesada en un imbécil de Tucson que se masturba al compás de su voz. ¡Tiene narices la cosa!
—Un momento, un momento... No te debo tanto. Además, me preocupo por ti. En cierto modo, te protejo —dijo él sin faltar mucho a la verdad.
Pero Girl 6 no lo veía así.
—Sí, sí. Ay del que me proteja... a tocateja.
Jimmy no replicó y regresaron a casa a pie y en silencio. Cuando llegaron al New Amsterdam Royal vieron que el ladrón de fruta aguardaba en la entrada con un paquete en la mano.
Jimmy subió al apartamento sin despedirse de Girl 6, que reaccionó con absoluta indiferencia.
Girl 6 miró entristecida al ladrón, que le devolvió la mirada.
¿Qué querría? ¿Qué hacía allí con aquel paquete? Estaba segura de que era algo que había robado para ella. ¡Menuda joya estaba hecho el guaperas!
—Antes de que me diga nada —la abordó el ladrón muy decidido—, quiero darle una cosa. No es robada. Aunque parezca mentira, me lo ha regalado un viejo.
Girl 6 lo dejó hablar pero no lo creyó. Ya. Así, por las buenas, va un viejo por la calle y le da un paquete. Debía de tomarla por imbécil o por una ingenua, y, sin duda, había dejado de serlo hacía mucho tiempo.
El ladrón, que se la comía con los ojos, no se arredró y prosiguió con su historia.
—Era un tipo raro. Me ha dicho que una vez soñó que cuando llegase a ser un actor famoso tendría que casarse con una hermosa estrella de cine. Y me ha contado que si uno deseaba de verdad una cosa tenía que fotografiarla, pegarla en la pared y mirarla todos los días.
Girl 6 no sabía si le tomaba el pelo o si hablaba en serio. A lo mejor estaba chiflado y se creía sus propias patrañas. Y, por otra parte, no andaba muy desencaminado al hablar de un aspirante a actor que cree que verá colmados todos sus sueños cuando logre serlo.
Lo de las fotografías pegadas en la pared, que miraba uno todos los días... tampoco le era precisamente ajeno. Quizá fuese pura intuición, o una casualidad.
Girl 6 estaba a punto de decirle que se largase. Entonces, él abrió el paquete, que contenía varias revistas, y le dio un ejemplar, increíblemente bien conservado, de un número de
Look
de 1941. En la portada había una fotografía de Dorothy Dandridge, más bonita que nunca. Era un Rita Hayworth negra, una Marilyn Monroe.
Muchos hombres habrían sido capaces de dejarse matar por ella. Al lado de la Dandridge, mujeres como Cindy, Elle y Linda parecían peponas.
La Dandridge poseía lo que Girl 6 quería tener. Todo lo que debía hacer era perseverar en su vocación.
El ladrón acababa de hacerle un maravilloso regalo, quizá uno de los mejores que le hubiesen hecho jamás. Por lo menos había una parte de ella que aquel ladrón comprendía muy bien.
Girl 6 no sólo agradeció el regalo sino que se entusiasmó y casi se emocionó.
—He pensado que como usted es actriz, a lo mejor esto le será útil —dijo el ladrón—. Como nadie me ha dado nunca nada, me he pasado la vida robando. Espero que le guste.
—Me encanta —dijo ella.
—¿Puedo subir? —le preguntó entonces el ladrón tendiéndole la mano.
Debió haberlo imaginado. Tenía que haberse dado cuenta de que el ladrón quería quedarse con ella cuando le había dicho que nadie le había regalado nunca nada. Seguro que no era verdad. Tan seguro como que lo de la revista no era más que un pretexto para intentar tirársela.
Ni hablar.
—Tengo muchas cosas que hacer —dijo ella.
El ladrón reaccionó como si no fuese algo premeditado, como si hubiese pensado en acostarse con ella sobre la marcha.
—No sé... Se me ha ocurrido así, de pronto.
Girl 6 se mostró educada pero fría, convencida de que el ladrón debía de tener aquella idea en la cabeza desde hacía tiempo.