Authors: John Locke
—Donovan me ha mandado una carpeta llena de fotografías y documentos policiales que describen al detalle todas las palizas que le propinaste a tu ex mujer Kathleen.
—Mira, Janet, son todo mentiras. Puedo explicártelo.
—¿Ah, sí? Pues perfecto, porque me muero de ganas de escuchar tus explicaciones. Resulta que tengo delante más de treinta páginas de pruebas policiales documentadas. Las tengo ahora mismo aquí en el regazo, pruebas que abarcan más de ocho años de malos tratos.
Hubo un largo silencio al otro lado de la línea.
—No lo niego —dijo Chapman por fin con un hilo de voz—, pero de eso hace mucho tiempo. Tienes que entender que era bipolar. Sufría un desequilibrio químico. He tenido que medicarme durante años, pero ya está superado. Te lo juro por Dios. Mira, puedes llamar a mi ex mujer. Ella te lo contará.
«Pero ¿de qué va este tío?», pensó Janet.
—Ya, ya, Kenny, guapísimo, estoy segura de que Kathleen repetirá lo que tú le digas. Mira, tengo prisa. Se cancela la boda. Te mandaré el anillo por correo. No me llames. No vuelvas a acercarte a mí, ni a Kimberly, en la vida. Si tratas de ponerte en contacto conmigo por el medio que sea, por el motivo que sea, te soltaré a Donovan Creed. Y te aseguro que no te hará gracia. Te lo repito: si no me crees, pregunta por ahí.
A continuación, Janet hizo una tercera llamada, ésta a su mejor amiga, Amy. Entró en materia enseguida.
—¿Sabías lo de Ken?
—¿Que si sabía el qué, cariño?
—¿Lo sabías o no?
—Eh, te noto bastante rara, chica. ¿Que si sabía el qué?
—¿Lo-sa-bí-as-o-no?
Amy permaneció en silencio un instante.
—Ah, cariño —suspiró—, de eso hace siglos. Además, todas las historias tienen dos versiones, ¿no?
—¡Tengo una hija! ¿Cómo has podido no contármelo?
—Por favor, Janet, piénsalo bien, no te precipites. De verdad. No lo dejes.
—Ya es demasiado tarde.
—Vamos a vernos para hablar despacio.
—Vete a la mierda.
Habían pasado dos días desde lo de Cincinnati, cuando le había propuesto pagarle por darle una paliza y Lauren me había preguntado: «Sólo para hacerme una idea, ¿cuánto habrías pagado?» Cuando se lo dije decidió darme al menos la oportunidad de explicarme, así que le entregué el historial policial de Kathleen Chapman y esperé a que le echara un vistazo. Le dedicó su tiempo, estudió todas las fotos atentamente y leyó un fragmento de todos los informes. Cuando por fin terminó me miró a los ojos y me hizo una pregunta:
—Si sabes que le ha pasado todo esto y comprendes su dolor, ¿por qué quieres maltratarme a mí?
—No se trata de hacerte daño —respondí, encogiéndome de hombros—, si no de conseguir que mi ex mujer sea feliz. Bueno, feliz a largo plazo, al menos.
—Hijo mío, desde luego se te da fatal lo de explicarte ante las mujeres —comentó con una sonrisa.
—Soy un desastre, ¿no?
—Ni te imaginas hasta qué punto.
Me agarró las manos y me miró a los ojos. Daba la impresión de que buscaba en mi interior algo mejor que lo que le había mostrado hasta el momento.
—Vas a tener que explicarme por qué si me das una paliza de muerte puedes hacer feliz a tu ex —dijo—. Me da miedo pensar que hay por ahí una mujer a la que vaya a gustarle un gesto de ese tipo, y de paso me pregunto cómo puedes haber sentido algo por una persona así.
Asentí y luego le conté que quería mucho a Janet y Kimberly y que lo único que buscaba era lo mejor para ellas. Le aseguré que no me interesaba ocupar el lugar de Ken; sencillamente no quería que un hombre así viviera en la misma casa que ellas. Le dije que me había quedado horrorizado al enterarme de que Janet iba a casarse con un maltratador reincidente.
Una vez terminado ese preámbulo, le expliqué mi plan: Lauren se haría pasar por la ex esposa de Chapman, Kathleen, y simularía que él le había dado una paliza como advertencia para que no contara nada de los malos tratos. Le aseguré que estaba ante todo un profesional; es decir, que le pegaría con mucho cuidado y buscaría el máximo efecto infligiendo el mínimo dolor y daño real. Insistí en que no iba a disfrutar con ello y en que no me dedicaba a ir por ahí pegando a las mujeres, pero no se me ocurría otra forma de convencer a Janet de que no se casara con Ken Chapman.
A continuación le di un puñado de pastillas y le dije que si decidía seguir adelante debía tomarse dos en aquel momento y luego una cada cuatro horas durante dos días. Añadí que con esas pastillas se sentiría tan bien que seguramente me llamaría para darme las gracias por la paliza.
—¡Para el carro, vaquero! —exclamó—. Ya estamos otra vez.
La miré sin comprender y de repente se encendió una lucecita.
—Ah, claro. Perdona. —Negué con la cabeza—. Era una forma de hablar, lo de darme las gracias por la paliza. Lo que quería decir es que estas pastillas van estupendamente. Está claro que me porto como un idiota con las mujeres.
—No es la primera vez que tomo analgésicos —replicó.
—Éstos son otra cosa. Llevan algo que te da sensación de euforia.
A continuación saqué de la bolsa de lona dos gruesos fajos de billetes atados con gomas elásticas. En cada uno había diez mil dólares. Se quedó mirándolos.
—No me hace ninguna gracia proponértelo, pero a ver si te ayudo a ahorrarte un dinero. ¿Por qué no llamas sencillamente a Janet y le cuentas lo de Chapman? O, mejor aún, le mandas esta carpeta y le dices que has investigado los antecedentes de su prometido y has descubierto esto.
—No me creería. Sabe que mi equipo puede falsificar documentos legales en cuestión de horas. Podemos modificarlos, crearlos de la nada, destruir registros judiciales o inventarnos testimonios de un día para otro. Y no nos olvidemos de que está enamorada de ese hijoputa cabrón, que además es muy convincente. Ally David, su anterior pareja, sigue creyendo que Kathleen se dio las palizas ella solita durante todos esos años para mantener el control de su matrimonio.
A Lauren se le acababan las ideas. Entendí muy bien cómo se sentía.
—¿Y si le mandas la información anónimamente? —propuso.
—Se daría cuenta de que había sido yo y, además, no se lo creería. Me odia con todas sus fuerzas.
—Pues de verdad, cariño, si no se te ocurre ningún plan mejor casi que no la culpo. —Lauren señaló las fotos, que estaban encima de la cama—. Reconozco que nos parecemos, pero no somos idénticas ni mucho menos. La verdad es que todo este asunto es una locura. Aunque aceptara, cuando Janet viera las fotografías se daría cuenta de que no soy Kathleen.
—Voy a hacerte fotos antes y después de la paliza y mi equipo modificará las de la policía para que encajen con tu cara y tu cuerpo. Incluso te rejuvenecerán para mostrar la evolución fisonómica a lo largo de varios años. Superpondrán las lesiones de Kathleen sobre tus fotos. El paquete actualizado te llegará a casa por mensajero en un plazo de ocho horas.
—Es imposible que sepas dónde vivo —repuso.
Recité de memoria su dirección y me escuchó horrorizada.
—En fin, la historia y los documentos serán reales —continué—. Sólo estarán manipuladas las fotografías.
—¿Y cómo sabes que Janet no conoce a Kathleen?
—Es imposible que Ken haya dejado que se vieran. No puede permitirse que Janet se entere de los malos tratos.
—¿Y por qué no voy sencillamente a su casa, me hago pasar por Kathleen y le cuento la verdad sobre Ken?
—Ya lo he pensado, pero tenemos que conseguir que Janet trate de proteger a Kathleen.
—¿Por qué?
—Pues porque si cree que Ken le ha dado una paliza de muerte a modo de advertencia, al prevenir a Janet estaría poniendo su vida en peligro.
—Quieres decir más adelante, cuando Janet cancele la boda —dijo Lauren.
—Exacto. Si Kathleen se presentara sin ningún moratón, Janet se lo contaría a Ken, que le diría o bien que su ex está chalada o que todo sucedió hace siglos y ya está curado. Recuerda que puede demostrar que ha hecho cursos de gestión de la rabia.
—Impuestos por el juez.
—Eso mismo, y además ha recibido asesoramiento psicológico.
—Otra condición para quedar en libertad condicional.
—Veo que conoces estos asuntos.
Asintió.
—Le dirá que era bipolar —pronostiqué— y que después de eso tomó toneladas de medicación para aliviar el desequilibrio químico que sufría.
—Y puede que todo sea verdad.
—Puede, pero no se trata de eso. No quiero que ese perturbado esté vinculado con mi mujer... ni con mi hija.
—Querrás decir tu ex mujer.
—Eso.
—En fin, si me hago pasar por Kathleen, aparezco con la cara hecha un mapa y le digo a Janet que me ha pegado para que no abriera la boca, ¿crees que colará?
—Seguro. Un hombre que te ha dejado así no puede argumentar que está curado. Pero tienes que hacerlo de una forma concreta. Habrá que ensayar.
—Mi tarifa mínima es de dos horas.
—Yo esperaba que veinte de los grandes bastaran —sonreí.
—Eso contribuirá a aliviar el dolor —respondió sin dejar de sonreír—, pero me has dicho que los veinte mil eran por la paliza. Cualquier otra cosa, como los ensayos, se cobra aparte. —Vio que no me hacía gracia—. No te me pongas rácano, Donovan. Está claro que soy tu única posibilidad, la única señorita de compañía que se parece lo suficiente a Kathleen como para que salga bien este plan marciano.
—De acuerdo —accedí, recordando que antes había dicho que era una puta—, pero si te pago quiero que me prestes toda tu atención.
—Por supuesto.
—Muy bien. Ah, Lauren, te prometo una cosa: si mi ex cancela la boda te deberé un favor.
—¿Quieres decir como en esas pelis de la mafia? ¿Que si te pidiera que mataras a alguien, lo harías?
—El contenido del favor dependerá de ti —contesté, encogiéndome de hombros.
—Jo, eres un tío muy retorcido, no sé si te lo ha comentado alguien.
—Pues la verdad es que me lo dicen a menudo.
Se quedó mirándome.
—Bueno, pues pienso cobrármelo porque yo también tengo a un Ken Chapman en mi vida —aseguró, y acto seguido trató de devolverme uno de los sobres—. ¿No prefieres darme una mitad ahora y la otra después?
—Confío en ti.
—Ya. Claro que si estás dispuesto a pegarme una paliza y a matar a mi ex, no debes de ser de los que se dejan engañar. Vamos, digo yo.
—¿Crees que puedes hacer este trabajito convincentemente?
—¿Me lo preguntas en serio? —Y añadió que con su amplia experiencia como chica de compañía durante tantos años era mejor actriz que Meryl Streep—. Para que me entiendas: hay un anciano de ochenta años que todas las semanas cree que me provoca un orgasmo que me hace pegar gritos, ¿vale? O sea, que esto de Janet está chupado. —Y agregó—: En fin, tienes que estar preparado para una cosa.
—¿Qué cosa?
—No volverá contigo en la vida.
—No quiero que vuelva.
—Pues entonces te lo digo de otra forma: no te perdonará en la vida.
—¿No crees que acabará agradeciéndomelo?
—Ni de coña.
—Pues vale —respondí tras pensarlo un poco—. Aun así vale la pena.
En total, Lauren y yo pasamos seis horas trabajando juntos. Durante la primera ensayamos lo que iba a decir, una y otra vez. Luego pedí comida al servicio de habitaciones. Ensayamos treinta minutos más mientras esperábamos al camarero. Llegó el almuerzo, lo tomamos y charlamos sobre la vida en general.
Me costaba no pensar en lo mucho que Lauren se parecía a Kathleen Gray. Por descontado, no tenía la misma chispa, ni el mismo pico de oro ni la misma capacidad para resultar adorable, pero aun así tenía una gracia especial que recordaba a la de Kathleen.
Después de comer, y ya que le pagaba por horas y se parecía tanto a Kathleen Gray, nos acostamos sin darle más vueltas.
Luego le propiné una soberana paliza y la dejé hecha una piltrafa.
A continuación repasamos otra vez lo que iba a decirle a Janet mientras esperaba que le salieran los moratones. Después le hice fotos, le pedí los datos de su ex y le pregunté si tenía alguna preferencia para el encargo en cuestión.
—Tengo dos condiciones. Primero, quiero que sufra.
—Eso está hecho.
—Oye, vas a hacerlo de verdad, ¿no? —preguntó.
—¿Y lo segundo? —sonreí.
—Quiero verlo morir.
—Eso está hecho —repetí, sin dejar de sonreír.
—¿Soy mala persona?
—No sé, mujer, algún día tiene que morir, digo yo. No le des muchas vueltas. Será entretenido. Ya verás.
Fue echar un simple vistazo y olvidarme por completo de Joe DeMeo.
Era sábado, un par de horas después del episodio del cementerio. Me encontraba en mi habitación de un hotel de lujo situado en la playa de Santa Mónica cuando llamó a la puerta.
Jenine.
Nada más entrar se fijó en el sobre henchido de dinero que había dejado en el borde de la mesita de centro. Lo cogió y puso los ojos como platos al hojear el fajo de billetes de cien. Se volvió hacia mí para ver si aquello iba en serio.
Asentí.
Se anunciaba en Aspirantes a Actrices, una página de internet para buscar chicas de compañía, y había adquirido espacio suficiente para mostrar tres sensuales fotografías y una biografía que recogía sus datos más destacados y su limitada experiencia en el campo de la actuación.
En los correos electrónicos que habíamos intercambiado había reconocido que necesitaba dinero desesperadamente, ante lo cual yo había accedido a entregarle algo del mío a cambio de lo que pudiera suceder cuando nos conociéramos personalmente.
Al recibir su llamada desde el vestíbulo le había dado mi número de habitación y me había quedado pensando (por haber sufrido decepciones en encuentros del mismo estilo) si la chica que iba a presentarse se parecería en algo a las fotografías que había visto.
No tendría que haberme preocupado. Si acaso, resultó más guapa de lo anunciado, y eso ya era mucho. Vestida de modo informal, con vaqueros y un top sin mangas que se ataba en la nuca y dejaba la espalda al descubierto, llevaba auriculares iridiscentes conectados a un reproductor de MP3 sorprendentemente voluminoso. De la cabeza a los pies parecía una estudiante universitaria por la que un distinguido catedrático sacrificaría encantado su carrera profesional.
Se quitó los auriculares y dejó el MP3 en la mesita de centro antes de guardar el sobre en el fondo del bolso. Se prestó a la charla informal obligatoria en esos casos sin mucho afán pero con eficiencia, hasta que la informé de que había llegado el momento de pasar a otra cosa.