Fuera de la ley (67 page)

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Authors: Kim Harrison

Tags: #Fantástico, Romántico

BOOK: Fuera de la ley
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Un hormigueo de siempre jamás atravesó mi aura y dejé la tarima en dirección al tipo más cercano. Estaban formando una red, que básicamente consistía en un círculo no dibujado y que requería un mínimo de tres brujos especialmente competentes. Estaba de rodillas, asustado y con los ojos muy abiertos, y cuando me vio acercarme alzó la voz y empezó a gritarme cosas en latín.

—¡Tu sintaxis apesta! —le espeté. Luego agarré la olla de cobre y se la tiré. Sí, estaba muy cabreada, pero si no lograba que dejaran de hablar, podrían capturarme.

El brujo se agachó, y apenas se distrajo un segundo, me dirigí a él.

Agarrándolo por la pechera, di un paso atrás para darle un mamporro y caí hacia delante cuando algo me golpeó desde atrás. Di un aullido, lo solté y me puse en pie intentando quitarme el abrigo. Estaba ardiendo y cubierto de un pringue verdoso.

—¡Eh! —grité—. ¡Este abrigo no es mío! —A continuación me giré y des­cubrí a Tom. Parecía que le habían dado cuerda otra vez.

El tipo al que había cogido en volandas miró hacia otro lado, y diciendo palabrotas, recordé la pistola y le pegué un tiro. El pobre diablo se desplomó como un saco de harina, y se puso a sollozar porque le había roto la nariz y la sangre estaba empapando la horrible alfombra. Pobre Betty. Iba a tener que pasar la aspiradora una vez más.

La mujer gritó y yo me di la vuelta hacia el lugar del que provenía el tre­mendo chillido. Mi doble había conseguido quitarse la mordaza y se encontraba hecha un ovillo con los pies y las manos todavía atados. Podía oír los ladridos de Sampson al otro lado, se moría de ganas de entrar. El sonido de su miedo se abrió paso hasta la parte más primitiva de mi cerebro y sentí una oleada de adrenalina.

—¡Por favor! ¡Dejadme ir! —sollozó intentando agarrar el pomo con las muñecas atadas—. ¡Que alguien me deje salir! —Entonces vio que la miraba y forcejeó aún más—. ¡No me mates! ¡Quiero vivir! ¡Por favor, quiero vivir!

Tenía ganas de vomitar, pero su miedo se transformó en sorpresa y sus ojos miraron detrás de mí. Me picaba la piel, y cuando se le abrió la boca formando una pequeña y redonda o, me arrojé al suelo.

Una pequeña explosión desplazó el aire, y los oídos me pitaron. Al levantar la vista de la alfombra mojada, descubrí otro charco verde que se desplazaba por los oscuros paneles, devorándolos. Maldita sea. ¿Qué les había estado enseñando Al?

Eché a rodar, porque la intuición me decía que estaba a punto de llegar otro.

—¡Idiota! —grité poniéndome en pie de un salto y maldiciendo mi costumbre de hablar sin parar durante las peleas y las relaciones sexuales—. ¿Quieres un trozo de mí? ¿Quieres un trozo de esto? ¡Pues yo misma te lo voy a meter a empujones por tu jodida garganta!

En un imperdonable acto de cobardía, Tom empujó hacia mí al último de sus acólitos. El hombre cayó a mis pies suplicando clemencia y yo le disparé una poción que lo dejó dormido. Era toda la clemencia de que disponía en aquel momento.

Cabreada, me giré hacia Tom.

—Y ahora te toca a ti —le espeté apuntándole con la pistola. A continua­ción apreté el gatillo y una capa de siempre jamás de color verdoso se alzó a su alrededor.

Salté hacia delante, pero me detuve en seco cuando me di cuenta de que era demasiado tarde. Tom había vuelto a alzar el círculo que habían utilizado para invocarme y se había colocado en el centro. Una de las velas se había volcado, y echó a rodar hasta caer de la tarima dejando un rastro de cera fundida y una delgada columna de humo.

El despreciable gusano jadeó, confundido, mientras apoyaba las manos en las rodillas para recobrar el aliento.

—¡Has faltado a tu palabra! —dijo resollando con sus ojos marrones brillando con fiereza—. ¡No puedes hacer algo así! ¡Eres mío! —Seguidamente esbozó una sonrisa y añadió—: Para siempre.

Con los brazos en jarras, me enfrenté a él.

—Cuando uno se dedica a invocar demonios, apestoso pedazo de mierda, antes de liberarlo, le conviene asegurarse de que se ha presentado el correcto.

Con el rostro demudado, se giró hacia la tarima.

—Tú no eres Al.

—¡Riiiiiing! ¡Premio para el caballero! —me burlé. En mi interior estaba temblando, pero ver cómo Tom descubría que su vida se veía reducida a un montón de mierda demoníaca del tamaño de Manhattan, me producía un pla­cer infinito—. Tienes derecho a permanecer en silencio —añadí—. Cualquier cosa que digas aparecerá en un jodido informe que contribuirá a que te frían mucho más deprisa.

El rostro de Tom adquirió un precioso color verde.

—Tienes derecho a un abogado, pero a menos que tengas muchísima más pasta de lo que demuestra este sótano, lo tienes realmente crudo.

Su boca se abrió y se cerró, y dirigió una rápida ojeada a la mujer de la puerta.

—¿Quién eres? Yo invoqué a Algaliarept —dijo en un susurro.

En ese momento cogí aire con los dientes apretados emitiendo un siseo.

—¡Cierra la boca! —le grité propinando una patada lateral a su burbuja—. ¡No pronuncies ese nombre!

De pronto caí en la cuenta de que ahora ese nombre era el mío. ¡Oh, Dios! Era mi nombre, y todo el que lo conociera tenía la capacidad de encerrarme en un círculo. No quería imaginar lo que sucedería cuando saliera el sol.

Tom se me quedó mirando fijamente.

—¿Morgan? ¿Cómo has…? ¡Has matado a Algaliarept! ¡Has matado a un demonio y te has apoderado de su nombre!

No exactamente
, pensé. Me he apoderado del nombre de un demonio y me he matado a mí misma. Quizás Ivy tenía razón y debería haberme limitado a intentar dejarlo KO. De ese modo, mi muerte hubiera sido más rápida. No hubiera tenido que enfrentarme a todo aquel caos que parecía no acabar nunca.

—Sin la varita no eres tan gallito, ¿eh? —dije escuchando el zumbido de un intercomunicador, que apenas se oía por culpa de los sollozos de la mujer que estaba en la puerta. Tom se había puesto derecho. Presioné su burbuja y descubrí que no me quemaba—. Genial —dije.

A continuación, frustrada, volví a golpear la barrera con el pie. El hombre se tambaleó y estuvo a punto de golpear el círculo y hacerlo descender. Yo comencé a caminar alrededor de él, con paso renqueante, mientras el intercomunicador seguía zumbando.

—Vete acostumbrando, Tom. Te vas a pasar mucho tiempo en una jaula.

No obstante, la mirada de Tom se tornó picara, recordándome que sabía cómo viajar por las líneas. Me quedé mirándolo y su sonrisa se hizo más evidente. No lo haría. Al era su contacto demoníaco, ¿no? No se arriesgaría. Al podría sentirlo y abalanzarse sobre él en un abrir y cerrar de ojos. Pero Al estaba en la cárcel, así que, tal vez no importaba.

—¡No! —grité desesperada por evitar que saltara. Armándome de valor, apoyé la mano en la barrera y empujé. Sabía lo que era ahora. Había cogido su círculo antes, y al faltar una vela, este estaba comprometido. Podía hacerlo. ¿
Cómo voy a hacer esto
?

Mi aura se prendió y, con la mandíbula apretada, me quedé mirándolo fija­mente a través de los lacios mechones de mi pelo, jadeando mientras intentaba absorber su energía. Controlar la línea que había contactado. Toda ella.

Sentí que algo se cambiaba, como si todo el campo se hubiera vuelto transpa­rente. Miré a Tom. Tenía los ojos muy abiertos. Él también lo había sentido. Y entonces desapareció. El escudo de siempre jamás ligado a su aura se desvaneció y caí hacia delante.

—¡Maldita sea! —grité mientras recuperaba el equilibrio. Me giré y vi que aquella pobre mujer me estaba mirando y sus sollozos se pararon temporalmente. El intercomunicador seguía zumbando. Me puse en pie con la cadera ladeada y la mano buena en la frente. Habría podido cogerlo, pero me habría puesto a hablar sin ton ni son. ¡Joder! No pensaba volver a hacer aquello nunca más.

Pero la mujer seguía agazapada en la puerta y, esforzándome por sonreír, me dirigí hacia ella agarrando de pasada el cuchillo más pequeño para cortarle las tiras de cinta aislante. Finalmente el intercomunicador dejó de zumbar, lo que supuso un gran alivio.

La mujer abrió mucho los ojos presa del pánico.

—¡No te acerques! —gritó reculando. Desde el otro lado de la puerta, Sampson ladraba furiosamente.

El intenso terror de su voz hizo que me detuviera de golpe, y pasé la mira­da del cuchillo que tenía en la mano a los cuerpos que yacían a mi alrededor. El aire estaba cargado con un intenso olor a ozono, mezclado con el hedor a sangre. A través de la cinta aislante, sus muñecas estaban sangrando. ¿Qué le habían hecho?

—No pasa nada —dije soltando el cuchillo y agachándome para ponerme a su altura—. Soy de los buenos. Lo soy. Realmente lo soy. Déjame quitarte la cinta.

—No me toques —gritó con los ojos verdes muy abiertos cuando estiré el brazo.

Yo bajé la mano y la puse en mi regazo. Me sentí sucia.

—¡Sampson! —grité en dirección a la puerta—. ¡Cállate de una puñetera vez!

El perro dejó de ladrar, y mi tensión se liberó con la nueva tranquilidad. Las pupilas de la mujer se volvieron enormes.

—De acuerdo —dije retrocediendo mientras las lágrimas seguían recorriendo sus mejillas—. No te tocaré. Simplemente… quédate ahí. Yo solucionaré esto.

Dejándole el cuchillo a su alcance, busqué un teléfono para pedir re­fuerzos. Alguien había liberado sus intestinos y estaba empezando a oler realmente mal. El intercomunicador empezó a zumbar de nuevo, y aproveché para dirigirme directamente hacia él. Era uno de esos sistemas de comunicación de telefonía interna y, cabreada, apreté el botón.

—¿Eres tú, Betty? —grité en el auricular liberando un poco de tensión.

—¿Va todo bien ahí abajo? —preguntó ella con voz preocupada. Por encima de la música, pude oír que tenía la televisión encendida—. He oído gritos.

—Está despedazando a la mujer —dije intentando bajar la voz y guiñándole el ojo a la chica. Ella dejó de gimotear y sus preciosos ojos verdes estaban húmedos—. ¡Cuelga de una vez el maldito teléfono y haz el favor de bajar la música!

—¡Oh! Lo siento —farfulló—. Creí que teníais problemas.

Se escucharon el clic y el zumbido que indicaban que la línea había quedado libre. Entonces dirigí la mirada hacia la mujer, que se estaba sorbiendo la nariz sonoramente. Tenía una mirada esperanzada, y seguía sujetando el cuchillo con las manos atadas.

—Y ahora, ¿me dejas que te desate? —le pregunté.

Ella negó con la cabeza. Pero, al menos, había dejado de llorar. Temblando, marqué el número de la AFI y la extensión de Glenn.

—Aquí Glenn —le oí decir casi de inmediato. A pesar de que su voz sonaba preocupada, jamás me había alegrado tanto de oírla. Me sorbí la nariz para contener una lágrima preguntándome de dónde habría salido. No recordaba haberme puesto a llorar.

—¡Hola, Glenn! Soy yo —dije—. He conseguido que Tom reconozca que estaba liberando a Al para que me matara. Incluso tenía un motivo. ¿Podrías venir a recogerme?

—¿Rachel? —preguntó como si no diera crédito—. ¿Dónde estás? Ivy y Jenks te creen muerta. Todo el departamento lo piensa.

Yo cerré los ojos y di gracias a Dios. Jenks estaba con Ivy. Sano y salvo. Los dos estaban bien. Me mordí el labio y contuve la respiración para no ponerme a llorar. Las cazarrecompensas no lloraban. Aunque hubieran descubierto que eran demonios.

—Estoy en el sótano de Betty —dije intentando no alzar la voz para no soltar un gallo y no dar a entender mi turbación—. Aquí abajo hay cinco brujos de líneas luminosas echando una siestecita. Vas a necesitar una buena cantidad de agua salada para despertarlos. ¿Sabes? Intentó utilizar a una pobre chica para sacrificarla como un chivo expiatorio —dije mientras las lágrimas comenzaban a fluir—. Se parece a mí, Glenn. La eligieron a ella porque se parece a mí.

—¿Te encuentras bien? —preguntó. Yo me obligué a mí misma a parar.

—No lo sé —respondí sintiendo que mi vida había acabado—. Siento mu­cho endilgarte este asunto, pero no puedo recurrir a la SI. Sospecho que Tom está haciendo esto con su beneplácito. —Seguidamente miré al lugar en el que lo había visto por última vez y, por un momento, el odio se impuso sobre las lágrimas causadas por el brusco descenso de adrenalina.

—Está viva —dijo Glenn apartándose del teléfono—. No. Estoy hablando con ella. ¿Tienes el número de la casa? —A continuación se quedó en silencio por unos segundos y volvió a dirigirse a mí—. Estaremos allí en cinco minutos —dijo suavizando el tono áspero de su voz—. Siéntate y no te muevas a menos que sea absolutamente necesario.

Me dejé caer bruscamente con el teléfono apoyado en la oreja. Me sentía aún peor que la mujer, que estaba intentando romperla cinta aislante con los dientes.

—Vale —dije lánguidamente—, pero Tom ha logrado escapar. Tened cuidado con Betty. Puede parecer tonta, pero probablemente conoce muchos trucos su­cios. —En ese momento sentí un leve mareo—. Nos podemos esperar cualquier cosa de una persona capaz de patear a su perro.

Glenn suspiró por el cansancio y la frustración.

—Voy para allá. Maldita sea. Voy a tener que dejar el teléfono. Habla con Rose hasta que llegue, ¿de acuerdo?

Yo sacudí la cabeza y encogí las piernas.

—No. Tengo que llamar a Ivy.

—Rachel… —me advirtió—. Ni se te ocurra colgar.

Pero lo hice. Las lágrimas descendieron por mis mejillas, limpiando los restos de arenilla de siempre jamás. Sin embargo, no había nada que pudiera limpiar mi mente de la vergüenza que sentía. Un demonio. ¿El padre de Trent me había convertido en un maldito demonio?

Hundida, me quedé allí sentada, con las rodillas a la altura de la barbilla. Entonces, tras sentir un ligero toque en el hombro, levanté la cabeza de golpe provocando que la chica diera un salto hacia atrás. Tenía los ojos muy abiertos y no paraba de temblar.

—Creía que los habías matado —dijo dirigiendo la mirada al caos—. ¿Están dormidos?

Yo asentí, y por primera vez me di cuenta de la impresión que había causado mi ataque. Ella respiró aliviada y se dejó caer delante de mí. Parecía que nece­sitara un hombro sobre el que llorar, pero tuviera miedo de volver a tocarme.

—Gracias —dijo con un escalofrío—. Te pareces a mí.

Yo me sorbí las lágrimas y me pasé la mano por la cara.

—Esa es la razón por la que te secuestraron.

Ella inclinó la cabeza.

—Pero tú eres más fuerte —añadió con una sonrisa mientras doblaba el brazo para mostrar sus bíceps. Luego se puso seria de nuevo y se llevó las piernas hacia el pecho—. ¿Cómo hiciste para entrar en ese círculo? Tienes que ser una bruja muy poderosa. —Vaciló unos instantes y concluyó—: Porque eres una bruja, ¿verdad?

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