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Authors: Mira Grant

Tags: #Intriga, Terror

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—Nosotros tampoco —replicó Shaun.

—Me da igual cómo te deshagas de los demás —espetó Tate—, pero hazlo. Si el CDC les da el alta, ya encontraremos otra manera de quitárnoslos de encima. ¿Me has entendido? ¡Hazlo! —Se oyó un golpetazo, como si Tate hubiera estampando el auricular del teléfono contra el aparato. A continuación se oyeron pisadas y durante unos segundos los mismos ruidos afilados del principio, hasta que la retransmisión se interrumpió con la misma brusquedad con la que se había iniciado.

—Los micrófonos se activan con el sonido para emitir y grabar —explicó Shaun sin que hubiera necesidad de ello, pues todos sabíamos cómo funcionaban los micrófonos de Buffy. Una vez instalados, se encendían cuando detectaban un sonido y almacenaban todo lo que captaban, pero en cuanto el silencio regresaba a su radio de acción, pasaban a un estado de letargo para ahorrar batería. Buffy no debía de escuchar los archivos que grababan sus micrófonos, y lo más seguro era que se limitara a grabar las escuchas y a enviar los archivos a sus superiores con la tranquilidad que le daba su convencimiento de que su bando era el bueno.

—Tate —gruñó Rick—. Ese cabrón.

—Tate —dije. Me ardían los ojos. Me puse las gafas de sol y miré sucesivamente a Shaun y a Rick—. Tenemos que hablar con el senador.

—¿Podemos estar seguros de que él no forma parte de todo esto? —inquirió mi hermano.

Vacilé un instante.

—¿Becks es buena?

—No tanto.

—Está bien. —Regresé a la pantalla de mi ordenador—. Chivatos para todos. Quiero a todo el equipo conectado. Me da igual que estén en el quinto pino; los quiero en línea.

—Georgia… —titubeó Rick.

Meneé la cabeza sin dejar de aporrear el teclado.

—Quiero que te calles, te sientes y te pongas manos a la obra. Tenemos trabajo.

En la vida a todos nos llega ese momento decisivo, ese instante en el que nos damos cuenta de que estamos a punto de tomar una decisión que repercutirá en todo lo que vendrá a continuación y de que si nuestra decisión no es la correcta, podemos acabar en un callejón sin salida. A veces, la decisión incorrecta es la única que nos permite enfrentarnos al final con dignidad y sabedores de que hemos hecho lo que debíamos.

No estoy segura de que podamos reconocer esos momentos decisivos hasta que ya han pasado. ¿Acaso el mío fue el día que decidí convertirme en periodista? ¿O el día que mi hermano y yo nos registramos en una feria de empleo y conocimos a una chica que quería que la llamaran Buffy? ¿O quizá el día que decidimos presentarnos al concurso para ser el equipo de blogueros que cubrirían la campaña de Ryman, el trabajo ansiado por cualquier periodista?

Tal vez fuera el día que nos dimos cuenta de que probablemente eso era lo último que haríamos… y decidimos que nos daba igual.

Me llamo Georgia Mason. Mi hermano me llama George.

Bienvenidos a mi momento decisivo.

Extraído de
Las imágenes pueden herir
tu sensibilidad
,

blog de Georgia Mason,

8 de abril de 2040

Veintidós

T

ardamos dos horas y diecisiete minutos en reunir a todos y cada uno de los blogueros del equipo, blogueros asociados y personal de administración, más al administrador del sistema y el coordinador de logística que formaban Tras el Final de los Tiempos en una improvisada sala de reuniones virtual. Nuestro sistema de conferencias dispone de once salas; la undécima siempre se ha mantenido inexpugnable para los piratas informáticos, pero Buffy fue quien se encargó de «diseñarlas» todas. El código era de su cosecha, de modo que merecía toda nuestra desconfianza. Nos hubiera gustado invitar también a los moderadores voluntarios (no parecía correcto dejarlos al margen), pero no teníamos manera de ponernos en contacto con ellos a través de canales seguros. Y en ese momento, lo último que estaba dispuesta a hacer era correr más riesgos.

Con Becks, Alaric y Dave (que por fin había regresado de Alaska con un buen número de horas de grabaciones y un leve caso de congelamiento) trabajando en equipo, prácticamente habíamos logrado un sustituto para Buffy. Alaric y Dave se encargaban del trabajo duro de la configuración de la sala, lo que dejaba libre a Becks para que siguiera indagando en los archivos de Buffy. Había un montón de material que revisar.

Al principio, entre los asistentes a la reunión virtual el ambiente era animado, si bien flotaba en el aire una inevitable melancolía. Buffy había muerto y nosotros no, y parecía que todo aquel que accedía a la sala de reuniones se veía en la obligación de comentar ambos hechos, de modo que nos felicitaba por estar vivos y a continuación nos daba el pésame por el fallecimiento de Buffy. Los ficcionistas eran los más afectados; lo que no suponía ninguna sorpresa. Sin embargo, comprobé con satisfacción que Magdalene se apresuraba a consolar a los más consternados. No menos de cuatro de las conexiones a la red de los ficcionistas procedían de casa de Magdalene. Los ficcionistas suelen ser el colectivo más sociable y paranoico con el que puede toparse uno en el mundo de los blogueros pero Maggie, en su casa de la vieja granja familiar compuesta por multitud de edificios levantados sin orden ni concierto y con un sistema de seguridad equiparable al de un complejo militar, tiene el don de ocultar el segundo rasgo en favor del primero. Si hubiera querido, podría haber sido una bloguera alfa y montar su propia página, pero disfrutaba trabajando con Buffy. Pero eso había dejado de ser una opción. Envié un mensaje instantáneo a Rick para recordarle que debía preguntar a Magdalene si estaba dispuesta a hacerse cargo del departamento informático; si estaba sobrellevando tan bien estos momentos de luto, sin duda era la persona idónea para sustituir a Buffy.

Se oyeron las primeras quejas después de una hora de espera en la sala de reuniones virtual, cuando las felicitaciones por nuestra buena suerte empezaron a decaer y se hizo evidente que, aunque conectados, algunos seguíamos trabajando en algún tipo de proyecto secreto y que no entraba en nuestros planes explicar a nadie lo que estaba sucediendo hasta que todos se hubieran conectado; sin excepciones ni tratos de favor. Esta vez no.

La última persona en conectarse fue una ficcionista de Canadá llamada Andrea, que estaba mascullando algo sobre partidos de hockey y novelas románticas ambientadas en lugares gélidos cuando su conexión se estabilizó y su rostro apareció nítidamente en la pantalla. Yo no presté atención a lo que decía; el motivo de la reunión era otro muy distinto.

—¿Todos disponéis de una conexión estable y segura? —pregunté. Tecleé una secuencia predeterminada de caracteres en mi teclado, y los marcos de color amarillo de docenas de ventanas diminutas empezaron a parpadear—. Si la respuesta es afirmativa, por favor, introducid el código de seguridad que acaba de aparecer en la parte inferior de vuestra pantalla. En el caso de que la respuesta sea negativa, presionad «Intro». Esta reunión se dará por concluida de manera inmediata si no se puede confirmar su total seguridad.

Las quejas acabaron. En un primer momento, los compañeros habían reaccionado a nuestra llamada con alivio por vernos vivos; luego se habían mostrado confusos porque les había obligado a permanecer conectados, y finalmente se habían molestado porque nos habíamos negado en bloque a explicarles lo que estaba ocurriendo. Si a eso añadíamos unas precauciones draconianas, la conclusión obvia era que algo gordo estaba pasando. De uno en uno, los marcos de las ventanitas con las imágenes de nuestros colaboradores se volvieron blancos por un momento y a continuación verdes, según iban confirmando su nivel de seguridad. La ventanita de Shaun fue la última en cambiar de color; mi hermano y yo habíamos acordado de antemano que fuera él quien cerrara el círculo.

—Excelente. —Cogí mi PDA, que había mantenido conectada a mi correo electrónico desde el comienzo de la conferencia y apreté «Enviar»—. Por favor, revisad vuestro correo electrónico. Encontraréis vuestra notificación de baja junto con un resguardo del ingreso de la última nómina en vuestra cuenta bancaria. Dado que la legislación laboral de California contempla el despido libre y que todos vuestros contratos contienen cláusulas sobre el riesgo para vuestras vidas, me temo que no estábamos obligados a daros un preaviso. Lo siento.

La sala de reuniones virtual se convirtió en un gallinero cuando los interesados se lanzaron a hablar a la vez y sus gritos se convirtieron en un estruendo ininteligible. No todos reaccionaron igual; Mahir, Becks, Alaric y Dave guardaron silencio, pues ya habían comprendido, mientras preparaban las conexiones de la conferencia para que todo transcurriera sin incidentes, que algo gordo estaba pasando.

Shaun, Rick y yo esperamos, no poco rato, a que el arrebato inicial se calmara. Los irwins eran los que más gritaban, mientras que en el otro extremo se situaban los reporteros, pues me conocían lo suficiente como para saber que si yo tomaba una postura tan contundente, y ésta era contundente, debía de tener un motivo, y confiaban lo suficiente en mí para esperar pacientemente mi explicación. Eran un buen equipo, y demostraban que no me había equivocado al contratarlos.

Solté la PDA cuando el griterío empezó a perder fuerza.

—Ninguno de vosotros trabaja ya para nosotros ni tiene ningún vínculo legal que lo obligue a permanecer conectado. Si alguno decide cerrar la sesión y marcharse durante los próximos cinco minutos me encargaré de facilitarle una carta de recomendación que empiece alabando su valía incuestionable como periodista. Nunca os será más fácil conseguir otro trabajo; moveré los hilos para que os contraten, me aseguraré de que estéis a gusto y os borraré de mis listas. Es el momento de tomarlo o dejarlo, chicos. Si queréis marcharos tenéis la puerta abierta, pero si os vais no habrá vuelta atrás.

Se produjo un silencio prolongado que finalmente rompió Andrea.

—¿Puedes decirnos a qué viene todo esto?

—Primero muere Buffy y acto seguido nos despiden —señaló Alaric—. ¿No has pensado que ambas cosas deben de estar relacionadas?

—Yo sólo…

—Muy mal. No lo has pensado.

—¿Queréis hacer el favor, queridos míos, de cerrar el pico y dejar hablar a nuestra antigua jefa? —suspiró Magdalene—. Me estáis dando dolor de cabeza.

—Gracias, Maggie. —Paseé la mirada por la pantalla examinando una a una las ventanitas de mis colaboradores—. Andrea, la respuesta a por qué estamos haciendo esto es bien simple: no queremos que ninguno de vosotros se sienta obligado a continuar vinculado a la página. Estoy segura de que todos habréis oído ya lo de la llamada que el Centro para el Control de Enfermedades recibió alertándoles de nuestro fallecimiento. —La oleada de respuestas afirmativas se fundieron en un murmullo—. La llamada se realizó antes de que nosotros nos pusiéramos en contacto con ellos para informarles de que seguíamos vivos. Alguien disparó a las ruedas de los vehículos. No había nadie más en aquel tramo de carretera, y sin embargo, alguien avisó al CDC de que habíamos muerto.

—¿Tenéis registros de las horas de las llamadas? —preguntó Alaric, repentinamente alarmado.

—Así es —afirmé, hice un gesto con la cabeza en dirección a Shaun, que empezó a aporrear su teclado. Alaric desvió la mirada de su cámara, lo que significaba que había recibido los archivos correspondientes; pareció tranquilizarse—. La muerte de Buffy no fue consecuencia de un accidente; fue asesinada, y sus asesinos creyeron que nos habían matado a todos. Están ocurriendo muchas otras cosas, pero ahora mismo lo que importa es esto: Buffy fue asesinada y sus asesinos se habrían alegrado de que nosotros tres hubiéramos acabado igual; lo cual significa que no puedo descartar que lo intenten con cualquiera de vosotros. Ha llegado el momento de que aprovechéis la honrosa salida que os he ofrecido antes de que os cuente por qué nos quieren muertos. —Cogí de nuevo la PDA—. Si revisáis vuestro correo electrónico, encontraréis una nueva oferta de trabajo, todos menos tú, Magdalene, y tú, Mahir. Con vosotros tenemos que hablar en privado. El gesto afirmativo de Magdalene revelaba que ya esperaba esa petición o al menos una similar. Mahir, por el contrario, se quedó paralizado. Ya había previsto ambas reacciones—. Os repito que si queréis abandonar no os detendré. Tenéis cinco minutos para meditar vuestra decisión. Si transcurrido ese tiempo no habéis tomado una decisión os desconectaré de la conferencia. En el caso de que resolváis abandonar el equipo se os concederán doce horas para que eliminéis vuestros archivos personales de nuestro servidor. Cuando se cumpla ese plazo, se os negará el acceso al servidor y necesitaréis poneros en contacto con un miembro de la dirección para recuperar todo lo que no os hayáis descargado previamente.

Guardé silencio para ceder la palabra a los demás, pero nadie abrió la boca.

—Muy bien. Por favor revisad vuestros contratos. Si estáis de acuerdo con lo que dicen, introducid el código de seguridad que aparece debajo del espacio para vuestro número de licencia. A los que lo rechacéis, quiero deciros que ha sido un placer trabajar con vosotros y que os deseo lo mejor en las aventuras que emprendáis en el futuro.

De nuevo se hizo el silencio en la reunión mientras la gente abría y leía sus nuevos contratos. En realidad no diferían en nada de los contratos anteriores; las tarifas se mantenían igual y se les ofrecían los mismos porcentajes de ventas de las diferentes líneas de productos de promoción; además se les exigían las mismas condiciones de entrega de sus trabajos y que se ciñeran al mismo código ético. Sin embargo, en otro sentido, se trataba de contratos completamente diferentes de los anteriores, ya que cuando firmaron los primeros, nadie estaba intentando matarlos. No estábamos ofreciéndoles un aumento por el riesgo ni garantizándoles unos índices de audiencia; lo único que les ofrecíamos era un trabajo muy peligroso cuya única recompensa era la oportunidad de formar parte de un grupo de personas que, juntas, contarían una verdad que cada uno por su cuenta nunca podría abarcar.

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