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Authors: Noelia Amarillo

Tags: #Erótico

Falsas apariencias (14 page)

BOOK: Falsas apariencias
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El miraba asombrado el pelo fosforito de la mujer. ¿Pero qué había hecho? Su hermoso pelo, su melena sedosa, esas ondas largas y sinuosas que había soñado rodeándole el pene, ese castaño natural y divino había muerto, perecido, asesinado. Porque eso que brotaba de su cabeza era un asesinato al buen gusto. ¿Y qué narices la pasaba? No hacía más que moverse como si tuviera el baile de San Vito. ¿Y por qué se tapaba los pechos y el pubis? Lo que tenía que hacer era taparse el pelo, no privarle de su hermosura. Joder, ahora se había hecho un feto. No se veía de ella más que esa... esa... esa cosa naranja.

—Esto... ¿Y no tienes que ir al servicio? —preguntó esperanzada, por Dios que se largue para que pueda ir a por algo para taparme, rezó.

—Pues no, todavía no me han dado arcadas... pero no estoy seguro de que no me den —comentó irónico e irritado.

—¿Perdón? —La vergüenza acababa de dar paso al enfado. ¿Quién coño se creía él que era para soltarle esa bazofia? Ya había oído demasiado de esa mierda en su vida y no estaba dispuesta a oír más—. A lo mejor la que tiene que vomitar soy yo.

Luka se levantó con toda la dignidad que pudo reunir —la cual, todo hay que decirlo, era más bien escasa—, y con la cabeza bien alta se dirigió hacia la puerta, cogió su sudadera —grande, larga, ancha y que gracias a Dios le tapa todo lo que hacía falta tapar y en cuanto estuvo todo lo cubierta que podía estar, se dio la vuelta mirándolo airada. Se iba a enterar el colmillitos de las narices quién era ella.

Alex estaba de pie con los brazos cruzados esperando una explicación que era perfectamente consciente de no merecer, porque al fin y al cabo él no era nadie para opinar sobre su antaño hermosísimo cabello.

—Mira, "Draculín", si no te gusta lo que ves te puedes ir largando por esa puerta YA —dijo señalando la salida airadamente—. Ni tú ni nadie me va a insultar en MI casa.

—¿Cuándo te he insultado? Que yo sepa solo he preguntado qué cojones te has hecho en el pelo.

—¿En la cabeza? ¿A qué coño te refieres? — ¿No era su cuerpo? ¿Era su cabeza lo que no le gustaba? Joder, pues llevaba viéndola toda la santa noche.

—A eso que te has hecho en el pelo —dijo señalándola crispado.

—¿En el pelo? —Luka se llevó las manos a la cabeza. Ay, Dios, la gorra no estaba—. Ah... sí, el color del pelo. —Joder, joder, joder, se le había olvidado por completo, ¿y ahora qué?, pues ante todo dignidad, ya lo dijo Sir Oscar Wilde "las mujeres prefieren tener razón a ser razonables"—. Pues mira, me lo he cambiado.

—¿Por qué? —preguntó pesaroso.

—Porque estaba aburrida de llevarlo siempre igual —contestó orgullosa.

—Pues haberte hecho una coleta o un moño... pero eso... eso...

—¿Sí? —dijo alzando una ceja, segura de sí misma (más o menos) tras su enorme sudadera.

—Joder, es el color más ridículo que he visto en mi vida.

—¿Ri-dí-cu-lo? —movió el cuello subrayando cada sílaba—. ¿Me habla de ridículo un tío en bolas de pie en mitad de mi salón con los pantalones enrollados en los tobillos? Por favor...

—Joder —dijo al darse cuenta de su posición en esos momentos. De un tirón se subió los pantalones y volvió a cruzar los brazos arrogante—, ya está. Lo mío, como ves, tenía fácil solución. A ver cómo te las apañas para solucionar tu desastre.

—No es ningún desastre. Y no voy a solucionar nada sólo porque tus gustos difieran de los míos.

—Me parece perfecto.

—Y si no te gusta, ya sabes... —estaba embalada.

—¿Qué?

—O cierras los ojos o te acostumbras o te largas —caminó hacia él—. Nunca, jamás, nadie, y menos un Vinagres va a decidir lo que me pongo o no me pongo, lo que hago o no hago, lo que pienso o no pienso —recalcaba furiosa cada palabra apretando el índice contra su pecho—, ¿lo captas? Nadie, jamás, va a volver a tener ese derecho sobre mí. ¿Ha quedado claro?

—Transparente —algo oculto en su mirada le hizo claudicar, había más de lo que se mostraba.

—Bien. Voy a ducharme. Tú haz lo que quieras.

Y se largó al baño sin mirar si él se quedaba o se iba.

Manda huevos discutir por tan tremenda chorrada, pensó cuando el chorro de agua caliente cayó sobre su cara. Un mechón de pelo naranja del flequillo le cubrió los ojos cuando se inclino a coger el gel. Vale, no es que su pelo fuera divino de la muerte, pero tampoco era para ponerse así, y sí que tenía fácil solución, de hecho mañana mismo se lo pensaba teñir de su color por mucho que hubiera dicho; nunca se quedaría con el pelo de "ese" color.

Lo que la fastidiaba, lo que verdaderamente le jodía, hablando en plata, era que por culpa de cuatro palabras ella hubiera vuelto al pasado, a cuando se encogía por no tener la apariencia perfecta que el Vinagres quería. Mierda, mierda, mierda. Se le había ido de las manos. Si no hubiese estado medio dormida no habría reaccionado así pero despertarse con un grito la había trasportado a otra época, a otra persona. Sacudió la cabeza, respiró profundamente y se empezó a acariciar la tripita en un mantra que llevaba años practicando. Suave y redondita, perfecta. Luego subió a los pechos sosteniéndolos con las manos pegadas al abdomen, no llegáis al ombligo ni de coña, no estáis caídos, sois notables y bonitos. Se dejó caer pegada a la pared hasta quedar sentada en el suelo de la ducha y se abrazó las piernas, largas y bien proporcionadas, sí, señoritas, sois preciosas.

Listo.

Se irguió y sacudió los hombros. Volvía a ser la de siempre.

Alex se daría de cabezazos contra la pared si encontrara alguna desocupada contra la que darse. Pero entre el cuadro de las fotos y las estanterías no había hueco para partirse esa estúpida calabaza que tenía por cabeza así que decidió fumarse un cigarro. No había visto ningún cenicero en la casa, así que no sabía si sería bienvenido el humo del pitillo por lo que abrió una ventana y sacó todo su torso fuera mientras fumaba. La discusión había sido desproporcionada y eso era culpa suya. No tenía ninguna razón de peso para opinar sobre nada de Luka. Y lo sabía de sobra. Pero había soñado con esa melena toda la semana y verla en ese estado le había puesto de mal humor. Y como ella bien había dicho, nadie tenía derecho a decidir en su lugar... o para ser más exactos, nadie iba a "volver" a tener ese derecho. Esa palabra lo cambiaba todo. En fin, no era asunto suyo. Esperó paciente a que saliera del baño para disculparse, si no tenía razón, no la tenía. Y punto.

Cuando la vio aparecer, con el pelo húmedo —no quería pensar en el color—, el albornoz bien abrochado y esa expresión de determinación en la cara casi se dio por vencido. Casi. Se separó de la ventana abierta y se encaró a ella.

—Siento haber dicho lo que dije —ya está, ¿para que dar rodeos?

—No pasa nada —contestó Luka.

—Y de todas maneras —tragó saliva—, no te queda mal del todo.

—Cierto.

—Es un color original —continuó Alex al ver que no lo mandaba a hacer puñetas.

—¿Sí? — ¿Se estaba disculpando? ¡Caramba!, eso sí que no le había pasado nunca a Luka.

—Sí. Muy natural —según lo dijo se dio cuenta de que ese tono era todo menos natural.

—¿Natural? — ¿Le estaba tomando el pelo o es que era daltónico?

—Sí, del color de las zanahorias... —joder, lo estaba arreglando, pero lo cierto es que sí parecía una zanahoria. Intentó evitar sonreír.

—¿Zanahorias? —repitió ella sintiendo cómo se curvaban sus labios en una risita.

—Sí... Frescas, zanahorias frescas...

—Más bien zanahorias radiactivas —acabó Luka en una carcajada.

—¡Dios! —Alex estalló también, las carcajadas de ambos podían oírse en la Patagonia, lo malo es que también se oían en el piso de abajo.

—¡¡¡Hostia, que la gente DECENTE duerme a estas horas!!!

—Uis, esa es la Marquesa, cierra la ventana rápido, antes de que nos lance una maldición —logro decir Luka entre risas.

—¡Mejor marquesa que puta! —se oyó amortiguado al cerrar el cristal.

—¡Será posible! Se va a enterar esa arpía —se revolvió Alex abriendo de nuevo la ventana.

—Deja, no pasa nada, nos pasamos así toda la vida. Tranquilo, no merece la pena —dijo Luka agarrándole del brazo y cerrando la ventana.

—¿Que no merece la pena? Te acaba de llamar puta. ¿Cómo se atreve?

—Vamos, vamos, no hay que hacer uso de palabras malsonantes —dijo muy calmada, demasiado, mientras le llevaba hacia la cocina—, hay que tener cabeza.

—Joder, ¿cómo puedes no enfadarte?

—Shh, calla. Esta mañana la Marquesa tendió su ropa y a estas alturas ya debe de estar seca —dijo susurrando.

—¿Y? —Qué importaba eso, no comprendía nada.

—Shh, no hables alto. Mejor estate callado —abrió la ventana de la cocina, miró hacia abajo y volvió a cerrarla—, shh... No la ha recogido...

Recorrió la cocina de puntillas y cogió una regadera mientras Alex la miraba alucinando; la llenó de leche, abrió la ventana... y regó la ropa tendida de la vecina de abajo.

—Son las dos de la mañana y hace un frío que pela, mañana por la mañana la ropa estará llena de manchas blancas congeladas, todo el mundo pensará que son cagadas de pájaros...

—Dios, eres retorcida —dijo a la vez que la abrazaba—; recuérdame que de ningún modo te tenga como enemiga.

—No me tengas como enemiga —dijo arqueando las cejas muy seria.

—Jamás —contestó besándola.

Capítulo 10

Sábado 8 de noviembre de 2008, 10.30h

Alex estaba de pie al lado de la cama, se había puesto los pantalones y la chaqueta de cuero para irse. La camisa estaba hecha trizas en el cubo de la basura, y los calcetines estaban usados... Sería sibarita, pero era incapaz de ponerse unos calcetines sucios.

Tras el incidente con la Marquesa habían recogido el salón, sacado los pantalones de Luka de las fauces de las tortugas y tirado su camisa. Lo habían hecho entre risas y puede que se hubieran "chocado" con las paredes un par de veces porque al cabo de media hora la vecina de abajo había llamado por teléfono gritándoles improperios y lo cierto es que no le faltaba razón, no eran horas de andar haciendo ruidos... Pero es que tampoco habían montado tanto escándalo, así que Luka se había disculpado ingeniándoselas para parecer arrepentida y acto seguido había desconectado el cable del teléfono, solo por si acaso. Luego él se había duchado. Solo. Era físicamente imposible que dos personas entraran en la ducha del "jacuzzi enano". Mientras, Luka se ponía algo de ropa. Y no es que él se la hubiera quitado, es que el albornoz por desgracia siguió el mismo camino que los pantalones vaqueros, es decir, acabó en el fondo del acuario con las tortugas. Sonrió al recordarlo. La próxima vez intentaría tener más puntería y acertar al terrario de la iguana, juraría que cuando se besaban ese bicho no le quitaba el ojo de encima.

Cuando por fin acabaron de ducharse por segunda vez, y cada uno por su cuenta —había que solucionar el tema de la ducha, era imprescindible tener más espacio—, se encontraron con que pasaban de las cinco de la mañana y a él sinceramente no le apetecía nada irse a su hotel. Por lo tanto, cuando ella propuso que durmieran juntitos —y mucho, la cama era diminuta—, aceptó encantado. Desconectaron cada uno su móvil por si acaso a alguien se le pasaba por la cabeza llamar por la mañana y dar por culo, se desnudaron, se acurrucaron, hicieron un poco más de ruido al hacer el amor sobre la cama —crujía, pobre vecina— y se quedaron dormidos. Y aquí estaba él, cuatro horas más tarde al pie del lecho, muerto de sueño, vestido a medias, con dos condones sin usar y planeando una venganza que llevaba esperando una semana.

Sacó del bolsillo los útiles necesarios para su desagravio, se acercó muy despacito a la cama y quitó cuidadosamente el edredón que cubría el cuerpo desnudo de Luka. Era preciosa, divina. Estaba tumbada boca arriba totalmente relajada, sus brazos caídos a ambos lados del cuerpo, sus pechos pidiendo atención, las piernas ligeramente dobladas, increíble. Parpadeó, no podía dejarse llevar por el deseo en este momento, tenía una misión que cumplir.

Luka soñaba que estaba en la playa, el mar acariciaba su cuerpo, la arena cálida rozaba sus nalgas en una sensación muy sensual. Al ex se acercaba a ella seductoramente y le pasaba las yemas de los dedos por sus pechos escribiendo círculos de fuego sobre sus pezones para luego bajar lentamente por su estómago en dirección a su pubis, enredando los dedos en sus rizos, haciendo que llamaradas de placer recorrieran su cuerpo, sintió su boca tibia besándola y susurrando...

—Shh, sigue dormida, preciosa.

Y eso pensaba hacer, seguir dormida soñando con aquel paraíso. Sus piernas se cerraron buscando algún consuelo, su espalda se arqueó alzando sus senos en espera de más caricias, pero éstas no llegaron. Entre las brumas del sueño sintió abrir y cerrar una puerta... ¿En la playa? No existían puertas en la playa.

Abrió los ojos, tenues rayos de luz se filtraban por los huecos de las persianas, extendió los brazos buscando el cuerpo masculino, no lo encontró, se levantó atontada y se echó una manta sobre los hombros. Recorrió la casa buscándolo, no había nadie. Se había ido. En fin... qué se le iba a hacer.

Se dirigió desilusionada al cuarto de baño, abrió los grifos, soltó la manta, se lavó la cara y cuando se miró al espejo para ver si podía manejar de alguna manera su pelo, lo vio. ¡DIOS SANTO! Se quedó paralizada de la impresión. ¿Qué demonios era eso? Se acercó más al espejo, y luego decidió mirarse el pecho.

Sobre sus tetas y su estómago en letras grandes y rojas, había escritas unas palabras.

VOY POR CONDONES

La "O" de "voy" enmarcaba su pezón derecho, la "O" de "por" hacía lo mismo con su homólogo izquierdo y "condones" recorría su estómago empezando justo entre sus pechos, con la segunda "O" rodeando su ombligo y la "S" acabando en el pubis. Recordando el sueño erótico de la playa se fijó atentamente en los rizos de su entrepierna y sí, allí estaba, una flecha que acababa justo un poco antes de sus labios vaginales ¿Y esto a cuento de qué venía? Cogió una toalla la mojó con agua y jabón y comenzó a limpiarse o más bien a intentarlo, porque las dichosas letras no salían ni con estropajo. Lo intentó con alcohol, nada. Con quitaesmaltes, ni de coña. Después de varios intentos infructuosos se dio por vencida. No había nada que hacer.

—Quien me lo vendió me aseguró que se quitaría en un par de días lavándolo a menudo.

Luka pegó un bote al oír la voz de Alex. Joder. Estaba ahí, tan tranquilo, apoyado en el quicio de la puerta como si no pasara nada, como si ella no tuviera tatuado "condones" en la tripa. Estaba tan alucinada, que no sabía ni por dónde empezar.

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