~ Exacto.
~ ¿Tienes más escondidas en alguna parte?
~ Las suficientes.
~ Sí que has estado ocupada estos años.
~ En efecto. Confío en poder contar con tu completa discreción, al menos durante las próximas horas.
~ Desde luego, cuenta con ella.
~ Bien. Adiós. Gracias por tu ayuda.
~ Encantada de haber podido ayudar. Mucha suerte. Supongo que no tardaré en enterarme cómo ha ido todo.
~ Imagino que no.
El avatar volvió a prestar atención a los tres humanos de la
Perspectiva amarga.
Los dos antiguos amantes habían dejado atrás la charla intrascendente para hablar sobre la defunción dé sus relaciones, sin llegar todavía a nada especialmente interesante.
–... queríamos cosas diferentes –dijo Dajeil a Genar-Hofoen–. Normalmente basta con eso.
–Yo quise lo mismo que tú durante mucho tiempo –dijo el hombre mientras servía un poco de vino en una copa de cristal.
–Lo más curioso –dijo Dajeil–, es que todo marchó bien mientras estuvimos solos, ¿te acuerdas?
Genar-Hofoen sonrió con tristeza.
–Me acuerdo.
–¿Estáis
seguros
de querer que me quede? –preguntó Ulver.
Dajeil la miró.
–Si estás incómoda... –dijo.
–No. Solo estaba pensando que... –su voz se fue apagando. Los dos la estaba mirando. Frunció el ceño–. Vale. Ahora sí que estoy incómoda.
–¿Y qué hay de vosotros? –preguntó Dajeil con calma, mirando a Ulver y Genar-Hofoen.
Intercambiaron una mirada. Los dos se encogieron de hombros al mismo tiempo, se rieron y luego volvieron a mirarla con aire culpable. Si lo hubieran preparado con antelación, difícilmente habrían conseguido una mayor sincronización. Dajeil sintió una punzada de celos y entonces se obligó a sonreír con toda la elegancia posible. De algún modo, el acto ayudó a producir la sensación.
Algo andaba mal.
La atención principal del avatar regresó de inmediato a su nave nativa. La Zona gris y las tres naves de guerra habían abandonado ya su envoltura y, protegidas por sus propias redes de campos, estaban decelerando a velocidades que la UGC podía soportar. La Excesión se encontraba delante de ellos. La
Servicio durmiente
acababa de completar su primer escáner de proximidad. Pero la Excesión había cambiado; había restablecido sus enlaces con las redes de energía y a continuación había crecido; y entonces había
hecho erupción
.
No era como el crecimiento que la
Destino susceptible de cambio
había presenciado y que aparentemente la había transportado. Aquello había sido algo basado en el tejido del espacio-tiempo o en alguna novedosa utilización de los campos. Esto era algo encarnado en el fuego definitivo de la propia red de energía, algo que se vertía sobre el Infraespacio y el Ultraespacio enteros, e invadía también tejido, creando un inmenso y ardiente frente de ola de forma esférica que recorría el espacio tridimensional.
Estaba expandiéndose con rapidez. Una rapidez imposible; una rapidez explosiva, que llenaba los cielos. Tan grande que casi era imposible de medir y desde luego demasiado grande para poder estimar su forma auténtica. Tanto que, en cuestión de minutos, posiblemente, la
Servicio durmiente
topara con ella. Al VGS le sería imposible frenar o virar para evitar la conflagración.
De repente el avatar se quedó solo. La
Servicio durmiente
cortó por un momento toda conexión mientras se concentraba en dispersar su propia flota de guerra.
Algunas de las naves fueron Desplazadas desde su interior. Desaparecieron de los miles de hangares en los que habían sido sigilosamente fabricadas a lo largo de las décadas y reaparecieron en el hiperespacio, con los motores encendidos y orientadas en trayectorias de alejamiento. Otras –la inmensa mayoría– quedaron a la vista cuando la nave gigantesca levantó algunas de las capas superiores de su estructura de campos. Todos los vehículos que había mantenido ocultos durante las últimas semanas, flotas enteras de pequeñas naves, fueron diseminados como semillas desde una sembradora colosal.
Cuando el avatar volvió a estar conectado al VGS, la mayoría de las naves se habían alejado, dispersas por el hipervolumen, en una serie de frenesís explosivos. Un bombardeo de naves; capas y floraciones de navíos; como el despliegue de una jerarquía entera de municiones, hasta la última cabeza explosiva de una nave de guerra. Una nube de vehículos; una muralla de naves precipitándose hacia la creciente hiperesfera de la Excesión.
La
Zona gris
, transportada en su arnés de campos por las tres silenciosas naves de guerra, lo presenció todo. Parte de ella quería lanzar vítores y hurras al ver aquella detonación de material de guerra, suficiente para aplastar una maquinaria bélica diez veces –cien veces– más grande que la flota de la Afrenta que se aproximaba. ¡Ah, las cosas que uno podía hacer si tenía el tiempo y la paciencia necesarios y no estaba limitado por tratados o acuerdos!
Otra parte observaba con horror cómo se hinchaba la Excesión, cómo obliteraba todo lo que tenía delante, se encabritaba como una explosión todavía más grande que la de las naves que la
Servicio durmiente
acababa de soltar. Era como si la propia red de energía se hubiera vuelto del revés, como si el más colosal agujero negro del universo se hubiera vuelto blanco de repente y hubiera empezado a transformarse en una especie de big bang, una erupción de furia entre los universos. Un incendio arrasador capaz de engullir a la
Servicio durmiente
y a todas sus naves como si aquella fuera un árbol y estas solo hojarasca.
La
Zona gris
estaba fascinada y horrorizada. Nunca había esperado experimentar algo parecido. Había crecido en un universo casi desprovisto de amenazas. Siempre que uno no hiciera algo completamente estúpido, como arrojarse a un agujero negro o blanco, no existía fuerza natural capaz de amenazar a una nave de su potencia y sofisticación. Hasta las supernovas, si se trataban de la forma adecuada, representaban un peligro menor. Esto era algo diferente. Nada parecido se había visto en la galaxia desde los peores días de la Guerra Idirana, quinientos años atrás, e incluso entonces las amenazas no habían alcanzado, ni remotamente, semejante escala. Era terrorífico. Tocar aquella abominación con algo afinado con menor perfección a su naturaleza que las cuidadosamente dispersas alas de los campos de un motor sería como si un antiguo y frágil cohete cayera en una estrella, como si un navío de madera topara con una explosión atómica. Aquella era una bola de energía remitida desde más allá de la realidad; una monstruosa muralla de fuego capaz de devastar todo cuanto encontrara en su camino.
Dios, hasta podría tragárseme a mí, pensó la
Zona gris
. Mierda y carne. Y lo mismo podía decirse de la
Perspectiva amarga
, por cierto...
Puede que hubiese llegado la hora de hacer las paces consigo misma.
La
Servicio durmiente
estaba teniendo pensamientos parecidos. La combinación de su propia velocidad de avance y el crecimiento desmedido de los límites aniquiladores de la Excesión significaba que se encontrarían dentro de ciento cuarenta segundos. La feroz expansión de la Excesión había empezado inmediatamente después de que la
Servicio durmiente
hubiera empezado a recorrer el artefacto con sus sensores. Todo había comenzado en ese momento. Como una reacción.
La
Servicio durmiente
revisó su registro de secuencia de señales, buscando mensajes de las naves que estaban más próximas a la Excesión. La
Destino susceptible de cambio
y el VSM
No se inventó aqui
eran las más cercanas. No habían dicho nada. Las dos estaban ahora más allá de su alcance, engullidas por el expansivo límite del horizonte de sucesos de la Excesión o –si estaba extendiéndose específicamente hacia ella, alargando un solo miembro en lugar de propagarse en todas direcciones– ocultas tras la colosal distensión de aquel miembro.
La
Durmiente
envió señales a las VGS
¿Cuál es la respuesta y por qué?
y
Usa la sicología,
tanto directamente como a través de la
Zona gris
y la
Perspectiva amarga,
para preguntarles lo que veían. Probablemente fuera absurdo tratar de ponerse en contacto con ellas; los límites de la Excesión se movían a tal velocidad que daba la impresión de que se tragaría cualquier señal de respuesta, pero existía la posibilidad de que la ruta indirecta pudiera proporcionar una respuesta útil antes de topar con aquel horizonte de sucesos.
No le quedaba más remedio que asumir que la expansión no estaba produciéndose en todas direcciones. Tenía un segundo frente, la flota de guerra de la Afrenta, por mucho que fuera infinitamente menos amenazante que lo que ahora estaba viendo. La
Durmiente
dio orden de huir a su propia flota de guerra, de hacer lo que pudiera para escapar del ardiente frente de la Excesión. Si se trataba de una distensión localizada, puede que algunas de ellas lograran escapar. De todos modos las había lanzado hacia la flota de la Afrenta y no en dirección al artefacto. La
Durmiente
se preguntó con pasajera amargura si la Excesión –o lo que quiera que estuviera controlándola– sería capaz de apreciar aquella distinción. En cualquier caso, ya estaba hecho. Las naves estaban solas.
Piensa.
¿Qué había
hecho la Excesión hasta el momento? ¿Qué podía ser lo que estaba
haciendo?
¿Para qué era? ¿Por qué haría lo que hacía?
El VGS pasó dos segundos enteros pensando.
(A bordo de la
Perspectiva amarga, este
tiempo fue suficiente para que el avatar Amorphia interrumpiera a Dajeil y dijera, "Disculpadme. Te ruego mil perdones, Dajeil. Ha ocurrido algo con la Excesión...")
Entonces la
Durmiente
columpió los campos de sus motores, modificó por completo su configuración y realizó una parada en seco.
La nave gigante utilizó hasta la última unidad de potencia disponible para llevar a cabo una maniobra de frenado de emergencia que levantó una vasta y lívida perturbación en la red, un atronador tsunami de energías apiladas que se alzaron y alzaron en el reino hiperespacial hasta amenazar con verterse también al espacio-tiempo y desencadenar una inundación como no se había visto en la galaxia desde hacía quinientos años. Un instante antes de que el frente de las ondas sacudiera el tejido del espacio real, la nave se desplazó de un nivel del hiperespacio al otro, hundió sus campos de tracción en la red de energía del Ultraespacio y produjo otro vasto maremoto de energía de fricción.
La nave se desplazó entre las dos extensiones del hiperespacio, distribuyendo entre ambos las colosales fuerzas de que disponía y aminorando su velocidad a una tasa que sus parámetros de diseño permitían por escaso margen, mientras las unidades de dirección, no menos al límite de sus fuerzas, trataban de hacer virar su gigantesca mole y alejarla lo más posible del frente.
Por un momento, no quedó mucho más que hacer. Estas acciones no bastarían para escapar, pero al menos servirían, y esto era lo que se pretendía, como declaración de intenciones. Cuanto podía hacerse se había hecho ya. La
Servicio durmiente
contempló su vida.
¿He hecho el bien o el mal?
–pensó–.
¿He ayudado o dañado a los demás?
Lo peor de todo era que uno no podía saberlo hasta que su vida había terminado; por completo. Existía una demora inevitable entre el acto de trazar una línea por debajo de la propia vida y el de evaluar sus efectos y, por consiguiente, su valía moral. No era un problema con el que las naves toparan a menudo. A veces se enfrentaban a él por decisión propia, eso sí. Esto implicaba un grado de voluntad y constantemente había naves que se retiraban o se volvían Excéntricas, tras declarar que habían hecho lo que habían podido por la causa, fuera la que fuese, en la que habían creído o de la que habían formado parte. Siempre era posible alejarse, tomar distancia, mirar atrás y tratar de encajar la propia existencia en una estructura ética mayor que la impuesta por la inmediatez de los acontecimientos que rodeaban a una vida atareada. Pero, incluso en estos casos, ¿cuánto tiempo tenía uno para hacer esta evaluación? Probablemente no el suficiente. Lo normal es que uno se cansara del proceso o pasara a otro nivel de consciencia antes de que hubiera trascurrido el tiempo necesario para llevar a cabo la evaluación completa.
Si las naves vivían unos cientos de años, o incluso un millar, antes de convertirse en algo diferente –Excéntricas, Sublimadas, lo que fuese– y su civilización, la cosa de la que habían formado parte antes de evolucionar, vivía varios miles de años, ¿cuánto tiempo hacía falta para que uno llegara a conocer realmente el contexto moral completo de sus actos?
Puede que un tiempo imposiblemente largo. Quizá, en efecto, ese fuera el auténtico atractivo de la Sublimación. La Auténtica Sublimación, esa especie de trascendencia estratégica, extendida a toda una civilización y que parecía trazar una línea por debajo de las obras, los hechos y los pensamientos de una sociedad (en lo que a la gente le gustaba llamar el universo real, en todo caso). Puede que, al fin y al cabo, no tuviera absolutamente nada que ver con la religión, el misticismo o la meta-filosofía. Puede que fuera algo más banal. Puede que fueran un simple acto de...
contabilidad.
Qué pensamiento más desolador
–se dijo la
Servicio durmiente
–
. Lo único que estamos buscando cuando Sublimamos es nuestra puntuación...
Ya casi había llegado el momento, pensó con tristeza, de enviar su estado mental, de parcelar sus pensamientos y emociones mortales y mandarlos lejos de la (a juzgar por las apariencias) pronto inexistente realidad física llamada
Servicio durmiente
(llamada una vez, hace mucho tiempo,
Confidente silencioso)
y consignarlo al recuerdo de sus iguales.
Probablemente no volviera a vivir en la realidad. Asumiendo, claro está, que quedara algo de lo que conocía como realidad para volver (porque, estaba empezando a pensar, ¿y si la expansión de la Excesión era omnidireccional y no se detenía? ¿Y si era una especie de nuevo big bang? ¿Y si estaba destinada a destruir la galaxia entera, el universo entero?). Pero, incluso en caso contrario, incluso si había una realidad y una Cultura a las que regresar, no había garantías de que fuera resucitada. En todo caso, lo más probable era lo contrario. Estaba casi segura de que no la encontrarían apta para resucitar en una nueva matriz física. A las naves de guerra sí. La garantía de su inmortalidad era el respaldo de su bravura (y había sido en ocasiones el ímpetu para su temeridad); ellas
sabían
que regresarían...