–También es interna –intervino la nave de la Cultura.
–Es... –balbució el oficial de armas. Su traje se acercó más al casco de la nave de guerra, hasta que estuvieron casi en contacto–. ¡Tardaremos una eternidad en examinarlas! –dijo–. ¡Llega hasta el nivel atómico!
–¿El
qué?
–dijo el comandante con voz seca.
–Las naves han sido, usando el término técnico, barroquizadas –dijo la nave de la Cultura–. Siempre fue una posibilidad. –Emitió un sonido parecido a un siseo–. A cada una de las naves se le han inscrito diseños fractales semialeatorios e impredecibles utilizando menos del uno por ciento de su masa. Existe la posibilidad de que, ocultos en esta complejidad, haya nanomecanismos de seguridad independientes que se activarán al mismo tiempo que los sistemas principales de la nave y que requerirán de confirmaciones independientes de que todo marcha bien. De lo contrario, tratarán de desactivar o incluso destruir las naves. Habrá que encargarse de ellos. Tal como dice tu oficial de armamento, habrá que examinar cada nave al menos hasta el nivel de los átomos individuales. Emprenderé la tarea en el mismo instante en que haya terminado de reprogramar la Mente de la base. Nos retrasará un poco, eso es todo. En cualquier caso hubiéramos tenido que examinar las naves y además, nadie sabe que estamos aquí. Tendrás tu flota de guerra en cuestión de días en lugar de horas, comandante, pero la tendrás.
El traje del oficial de armamento se volvió hacia el del oficial. La luz que iluminaba los extravagantes diseños se apagó. De algún modo, por su forma de realizar estas acciones, el oficial de armas transmitió al comandante una sensación de escepticismo, e incluso de disgusto.
–¡Ka! –dijo el comandante despectivamente, antes de revolverse y encaminarse a las compuertas. Necesitaba destrozar algo. La sección de alojamiento debía de contener objetos poco importantes que resultarían satisfactorios. Su guardaespaldas personal fue tras él, con las armas a punto.
Al pasar sobre el cuerpo inmóvil y paralizado del humano –ni siquiera
esto
le había proporcionado diversión alguna–, Luna Creciente Parchestación IV, comandante de la tribu de la Visión Lejana y del acorazado
Xenoclasta
–trasladado temporalmente a la nave alienígena
Regulador de actitud
– desenfundó una de las armas externas de su traje y redujo la pequeña figura a un millar de pedazos, que se desperdigaron, helados, rosas y blancos, sobre el frío suelo del hangar como una pequeña y delicada nevada.
Las investigaciones requerían tiempo. Estaba el tiempo que hasta la información transmitida por el hiperespacio necesitaba para atravesar una porción significativa de la galaxia –había que organizar complicadas rutas, hablar con otras Mentes, a veces después de organizar un encuentro porque alguna de ellas estaba temporalmente ausente en el espacio de Diversión Infinita–. Luego había que conversar un rato, o intercambiar rumores o chistes o ideas antes de hacer una petición o sugerencia que desviaba u ocultaba una búsqueda de información. A veces estos desvíos implicaban también sus propios circunloquios, maniobras y desvíos, pues las Mentes implicadas decidían restarle importancia a su propia implicación o implicar a otros, lo que a menudo se traducía en enloquecidos caminos indirectos, que se subdividían y volvían a subdividirse hasta que al fin la pregunta relevante terminaba por recibir respuesta y la respuesta, asumiendo que fuera directa, emprendía el no menos tortuoso camino de regreso a quien originalmente la había formulado. Con frecuencia se enviaban programas buscadores o sumarios de estados mentales enteros en misiones aún más complicadas, con instrucciones detalladas sobre lo que debían buscar, dónde debían buscarlo, a quién debían preguntar y cómo debían ocultar sus huellas.
En su mayor parte se hacía así: a través de Mentes, memorias de núcleos de IA e innumerables sistemas públicos de almacenamiento, reservas de información y bases de datos llenas de listas, itinerarios, programas, planos, catálogos, registros, órdenes del día y proyectos.
Sin embargo, en ocasiones, cuando este camino –el camino relativamente sencillo, rápido y simple– estaba cerrado por alguna razón, relacionada normalmente con el secreto que envolvía la pregunta, había que hacer las cosas a la manera lenta, la manera tosca, la manera física. Algunas veces no había alternativa.
El dirigible de vacío se aproximaba a la isla flotante bajo un brillante y despejado cielo nocturno lleno de luna y luz de estrellas. El elemento principal de la aeronave era un disco gigantesco y grueso de medio kilómetro de longitud y con un acabado que parecía aluminio cepillado. Despedía un resplandor tan intenso bajo la luz azulada que era como si estuviera cubierto por una capa de escarcha, a pesar de que la noche era templada y agradable, y flotaba en ella el denso aroma de las viñas y las trepadoras de la sierra. Las dos góndolas de la nave –una superior y otra suspendida debajo de ella– eran discos más pequeños y delgados de solo tres pisos de altura, cada uno de las cuales giraba lentamente en direcciones diferentes y cuyos extremos despedían un resplandor luminoso.
Bajo la aeronave, el mar era casi todo negro, aunque en algunos sitios se veían gigantescas V iluminadas que se apagaban lentamente, los rastros dejados por las enormes criaturas marinas cuando emergían a la superficie a respirar o a cribar las aguas superficiales en busca de sus diminutas presas y al hacerlo perturbaban el plancton luminoso que flotaba en las proximidades de la superficie.
La isla, cuya base era un alargado pilar en forma de flauta que se hundía un kilómetro en las profundidades salinas del mar y cuyas afiladas montañas con forma de aguja se extendían una distancia similar hacia el despejado cielo, flotaba sobre las aguas sacudidas por la brisa. También ella estaba salpicada de lucecillas: de pequeñas aldeas, ciudades, casas individuales, linternas encendidas en las playas y en pequeñas aeronaves que habían salido para dar la bienvenida al dirigible de vacío.
Las dos góndolas de lento giro se detuvieron gradualmente, preparándose para atracar. En ambos segmentos se congregó gente en los lados más próximos a la isla para contemplar la vista. El sistema de la aeronave registró el desequilibrio y bombeó esferas de carboburbuja de uno de los tanques al otro para mantener la quilla en horizontal.
La ciudad principal de la isla, con su torre de atraque brillantemente iluminada, se acercaba flotando con lentitud. Los láseres, fuegos artificiales y focos competían por llamar la atención.
–En serio, Tish, debería ir –dijo el dron Gruda Aplam–. No es que lo prometiera, pero más o menos dije que probablemente me pasaría...
–Ah, puedes parar en el camino de vuelta –dijo Tishlin, moviendo su vaso–. Que te esperen.
Se encontraban en la terraza de uno de los bares del nivel intermedio de la góndola inferior. El dron –una máquina muy antigua, formada por dos cubos redondeados y montados el uno sobre el otro y casi tan grande como un ser humano– flotaba a su lado. Se habían conocido aquel día, el cuarto del crucero que recorría las islas flotantes del Orbital y habían congeniado al instante, como si se conocieran desde hace un siglo o más. El dron era mucho más viejo que el humano, pero había descubierto que compartían actitudes, creencias y un mismo sentido del humor. Y además, a los dos les encantaba contar historias. Tishlin tenía la impresión de que todavía no había llegado ni a arañar la superficie de los relatos del tiempo que la antigua máquina había pasado en Contacto, un milenio antes (cuando ya se le consideraba un viejo gruñón).
Le gustaba aquella máquina. Había venido al crucero buscando una historia de amor y seguía esperando encontrarla, pero se alegraba de haber encontrado a un compañero y anecdotista tan perfecto. El problema era que se suponía que el dron tenía que desembarcar e ir a visitar a unos viejos colegas drones que vivían en la isla antes de continuar el crucero en el siguiente dirigible que pasara, pocos días después. Un mes más tarde se marcharía en el VGS que lo había llevado allí.
–Pero eso sería como dejarlos tirados.
–Mira, quédate solo otro día –le sugirió el hombre–. No has terminado de contarme eso... ¿cómo se llamaba, Bhughrendi?
–Sí, Bhughrendi –dijo el viejo dron con una risilla.
–Exacto, Bhughrendi; las explosiones marinas y eso del efecto de interferencia o lo que sea.
–La peor manera imaginable de lanzar una nave –asintió el viejo dron, y emitió un sonido parecido a un siseo.
–¿Y qué paso?
–Como ya te dije, es una larga historia.
–Pues quédate hasta mañana. Cuéntamela. Eres un dron, demonios; puedes regresar flotando...
–Pero es que les dije que pasaría a verlos cuando llegara la astronave, Tish. Además, mis unidades AG necesitan una revisión; seguramente fallarían, y yo acabaría en el fondo del mar, pidiendo a gritos que me rescataran; una cosa muy embarazosa.
–¡Pues coge una nave! –dijo el hombre con la mirada fija en la costa de la isla, que en aquel momento pasaba flotando por debajo de ellos. En las playas había grupos de gente reunidos en fogatas, saludando al dirigible con la mano. La cálida brisa arrastraba música.
–Oh, no lo sé... seguro que se enfadan.
Tishlin bebió un trago de su vaso y frunció el ceño mientras contemplaba el romper de las olas contra la playa que precedía a las luces de la ciudad. Un fuego de artificio especialmente grande y vivido estalló en el aire, justo delante de la brillante torre de atraque. Por toda la abarrotada terraza se levantaron los esperables
Ooos
y
Aaahs.
El hombre chasqueó los dedos.
–Ya lo tengo –dijo–. Envía un sumario de estado mental.
El gran dron titubeó y entonces dijo:
–Oh, uno de esos. Hmm. Bueno. Sigue sin ser lo mismo. Además, nunca lo he hecho. No estoy seguro de aprobarlo realmente. O sea, eres tú pero no eres tú, ¿sabes?
Tishlin asintió.
–Por supuesto. Yo tampoco sé muy bien si creo que la cosa es tan inocua como dicen. O sea, se supone que deben
actuar
como seres vivos sin
serlo,
de modo que, ¿no son
realmente
seres vivos? ¿Qué les pasa cuando los apagan? No estoy seguro de que no haya una cierta inmoralidad en todo ello. Pero yo mismo he creado alguno. Y he hablado con él. Tengo mis reservas, como tú dices, pero... –Miró a su alrededor y a continuación se inclinó para acercarse un poco más a la carcasa marrón de la máquina–. En realidad fue por un asunto de Contacto...
–¿De veras? –dijo la vieja máquina. Apartó un instante el cuerpo entero y a continuación volvió a acercarlo y se inclinó hacia Tishlin. Extendió un campo redondo alrededor de los dos. Los sonidos del exterior se apagaron. Cuando volvió a hablar, lo hizo con un eco distante que indicaba que el campo estaba manteniendo lo que decían en privado–. ¿Qué fue lo que...? Espera, si no puedes contárselo a nadie...
Tishlin hizo un ademán.
–Bueno, oficialmente no –dijo mientras se recogía el pelo cano detrás de una oreja–, pero tú eres un veterano de Contacto y ya sabes que a Circunstancias Especiales le gusta dramatizar las cosas.
–¡Circunstancias Especiales! –dijo el dron alzando la voz–. ¡No me habías dicho que fuera cosa de ellos! No estoy seguro de querer oír esto –dijo con una risilla.
–Bueno, me pidieron... un favor –dijo el hombre, complacido en su fuero interno de haber podido impresionar por fin al viejo dron–. Fue un asunto familiar. Tuve que grabar una de esas malditas cosas para que pudiera ir a ver a un sobrino mío y tratar de convencerlo de que debía poner su granito de arena por la causa. Lo último que he oído es que el chico hizo lo que debía y se embarcó en un VGS Excéntrico. –Observó cómo pasaban debajo de ellos las afueras de la ciudad. En una terraza llena de flores se veía un grupo de gente bailando. No costaba imaginarse los gritos de alegría y la desbocada y salvaje música. El aroma de la carne asada ascendió lentamente sobre el parapeto del balcón y atravesó el campo de silencio.
»Después de aquello, me preguntaron si quería que lo reincorporaran –le contó al dron–. Me dijeron que podían llamarlo de regreso y volver a metérmelo en la cabeza, más o menos, pero les dije que no. Solo con pensarlo me daban escalofríos. ¿Y si había cambiado mientras había estado fuera? Podía terminar con ganas de ingresar en alguna orden exiliante o autoeutanásica o algo por el estilo. –Sacudió la cabeza y vació el vaso–. No; les dije que no. Confío en que la maldita cosa no estuviera realmente viva pero si lo estaba o lo está, no va a volver a mi cabeza. No, gracias. Lo siento mucho.
–Bueno, si lo que te dijeron es cierto, puedes hacer con él lo que quieras, ¿no?
–Exacto.
–Bueno, no creo que yo lo haga –dijo el dron. Parecía pensativo. Giró hacia él. El campo a su alrededor desapareció. El sonido de los fuegos artificiales regresó–. A ver qué te parece esto –dijo el viejo dron–. Bajaré a ver a esos amigos, pero me reuniré contigo dentro de un par de días, ¿de acuerdo? Lo más probable es que no esté allí más que un día o dos. Francamente, son unos viejos gruñones. Cogeré una nave o trataré de venir volando yo solo si me siento con ganas de aventura. ¿De acuerdo? –Extendió un campo.
–De acuerdo –dijo Tishlin y le estrechó el campo con la mano.
El dron Gruda Aplam ya había contactado con su viejo amigo de la UGC
Forma el carácter
, alojado actualmente en el VGS
Gravitas cero
, que en aquel momento se encontraba atracado en una plataforma lejana del Orbital Seddun. La UGC se comunicó con el Núcleo Orbital Tsikiliepre, que a su vez se puso en contacto con la Entidad Ulterior
Punto elevado
, que envió una señal a la VSL
Misofista,
que pasó el mensaje a la Mente Universitaria de Oara, en la plataforma Khasli del sistema Juboal, que a su vez retransmitió la señal, junto con una interesante serie de glifos rimados, poemas ordinarios y juegos de palabras, basados todos ellos en la señal original, a su protegido favorito, el VSL
Solo llamadas serias
.
[punto estrecho intermitente, M32, tra. @4.28.866.2083]
º º VSL
Solo llamadas serias
ª ª Excéntrica
Liquídalos más tarde
ºº
Es Genar-Hofoen. Ahora estoy convencida. No sé por qué es tan importante para la conspiración, pero estoy segura de que lo es. He elaborado un plan para interceptarlo en Grada. El plan implica la Roca Phage. ¿Me apoyarás si solicito su ayuda?