Excesión (35 page)

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Authors: Iain M. Banks

Tags: #Ciencia Ficción

BOOK: Excesión
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El dron colgó el traje del hombre, cubierto todavía de escarcha reluciente, junto a las puertas de la cámara de descompresión.

Gestra se frotó las manos y aceptó los pantalones y la chaqueta que el dron le ofrecía. No apartó la mirada del pasillo.

–La nave ha sido verificada y autenticada con las necesarias referencias exteriores –le dijo el dron– así que todo está bien, ¿ves? –La máquina le ayudó a abotonarse la chaqueta y le acarició el fino y rubio cabello–. La tripulación quiere subir. Por curiosidad, más que nada.

Gestra se quedó mirando al dron, evidentemente inquieto, pero la máquina le dio unas palmaditas en el hombro con un campo de color rosado y dijo:

–No va a pasar nada, Gestra. Pensé que sería una muestra de buena educación decirles que sí pero si quieres puedes quedarte en tu cuarto. Presentarse para decir hola no estaría mal, pero no es obligatorio. –La Mente hizo que el dron estudiara al hombre durante un momento y comprobara su respiración, su ritmo cardiaco, la dilatación de sus pupilas, la respuesta de su piel, el nivel de feromonas y sus ondas cerebrales–. Ya sé –dijo con voz tranquilizadora–. Les diremos que has hecho un voto de silencio, ¿qué te parece? Puedes recibirlos formalmente, asentir o hacer lo que quieras y yo me encargaré de hablar. ¿Eso te parece bien?

Gestra trago saliva y dijo:

–¡S-s-sí! Sí. –Asintió vigorosamente–. Esa... esa... es una buena... buena idea. ¡Gra-gracias!

–Bien –dijo la máquina junto al hombro del humano mientras cruzaban el corredor en dirección a la zona de recepción principal–. Los Desplazarán aquí dentro de pocos minutos. Haz lo que te he dicho: limítate a asentir y deja que yo diga lo que haya que decir. Me excusaré por ti y tú puedes irte a tu cuarto si lo deseas. Estoy seguro de que no les importará que un dron les haga la visita de cortesía. Mientras tanto, yo estaré recibiendo los nuevos códigos y rutinas. Hay muchas comprobaciones y trabajo burocrático que hacer, pero a pesar de eso, no creo que la cosa dure más de una hora. No hace falta que les demos una fiesta. Con suerte, cogerán la indirecta y volverán a marcharse. Nos dejarán en paz, ¿eh?

Después de un momento, Gestra asintió vigorosamente. El dron se balanceaba en el aire frente al humano para mostrarle que lo estaba mirando.

–¿Te parece bien? Quiero decir: podría rechazarlos del todo, decirles que no son bienvenidos; pero sería una terrible falta de educación, ¿no crees?

–S-sí –dijo Gestra, frunciendo el ceño y poniendo cara de evidente incertidumbre–. Maleducados. Supongo que sí. Maleducados. No debemos ser maleducados. Lo más probable es que vengan de muy lejos, ¿no? –Una sonrisilla asomó por un instante a sus labios, como una pequeña llama bajo un vendaval.

–Creo que podemos estar bastante seguros de eso –dijo el dron con alegría. Utilizando el campo, le dio unas palmadas amistosas en la espalda.

Gestra sonrió con un poco más de confianza al dirigirse a la zona de recepción principal de la unidad de alojamiento.

La zona de recepción era una habitación de grandes dimensiones llena de sofás y sillas. Normalmente Gestra no le prestaba la menor atención. No era más que un gran espacio que tenía que atravesar para ir y volver desde los compartimientos de descompresión que conducían a los hangares de las naves. Ahora miraba cada uno de los asientos y sofás de aspecto confortable como si representaran una amenaza terrible. Sintió que su nerviosismo regresaba. Se limpió la frente mientras el dron se detenía junto a un sofá y le indicaba que tomara asiento.

–Vamos a echar un vistazo, ¿te parece? –dijo el dron mientras Gestra se sentaba. Al otro lado de la habitación apareció una pantalla en el aire. Empezó siendo un punto brillante y rápidamente se ensanchó hasta convertirse en una línea de ocho metros de longitud que, a continuación, pareció desplegarse hasta llenar los cuatro metros de espacio que había entre el suelo y el techo.

Negrura. Lucecillas. El espacio. De repente Gestra se dio cuenta del tiempo que había pasado desde la última vez que había visto algo así. Entonces, entrando poco a poco en la pantalla, apareció una forma grisácea, alargada y oscura, esbelta, asimétrica, con dos extremos, que recordó a Gestra el eje y los radios del cabrestante de una nave.

–La Unidad Limitada de Ofensiva de clase Asesino
Regulador de actitud
–dijo el dron con tono prosaico, casi aburrido–. Aquí no tenemos ninguna de ese tipo.

Gestra asintió.

–No –dijo, y entonces se detuvo para aclararse la garganta unas pocas veces–. No tiene... no tiene patrones... en el casco.

–Es cierto –dijo el dron.

La nave se había detenido y ocupaba casi toda la pantalla. Las estrellas rotaban lentamente tras ella.

–Bien, yo... –dijo el dron, y se detuvo. Al otro lado de la habitación, la pantalla parpadeó.

El aura del dron se apagó. Cayó, rebotó en el asiento que Gestra tenía al lado y chocó pesadamente, sin vida, contra el suelo.

Gestra se lo quedó mirando. Una voz que parecía un suspiro dijo:

–... sssssálvatttteeeee...

Y entonces las luces se apagaron, hubo un zumbido alrededor de Gestra y salió un diminuto zarcillo de humo de la parte superior de la carcasa del dron.

Gestra se levantó de un salto, miró a su alrededor como un poseso y a continuación volvió a sentarse y se acurrucó allí, mirando al dron. El pequeño zarcillo de humo estaba disipándose. El zumbido perdía intensidad con rapidez. Gestra se agarró las rodillas con las dos manos y miró en todas direcciones. El zumbido cesó.

La pantalla quedó reducida a una línea que flotaba en el aire, luego menguó hasta convertirse en un punto y por fin se apagó. Al cabo de un momento, Gestra alargó una mano y empujó el cuerpo del dron. Parecía sólido y caliente. No se movió.

Al otro lado de la habitación, una secuencia de impactos sacudió el aire. Detrás de donde había aparecido la pantalla en el aire brotaron de pronto cuatro diminutas esferas reflectantes, que crecieron casi al instante hasta alcanzar los tres metros de diámetro y se quedaron allí, flotando sobre el suelo. Gestra se puso en pie de un salto y empezó a apartarse. Frotándose las manos, lanzó una mirada hacia el pasillo de las cámaras de descompresión. Las esferas desaparecieron como globos reventados y en su lugar aparecieron unas cosas complicadas que parecían naves espaciales en miniatura, no mucho menores que los reflectantes orbes.

Una de ellas se dirigió hacia Gestra, que dio media vuelta y echó a correr.

Corrió lo más deprisa que pudo por el pasillo, con los ojos muy abiertos, el rostro distorsionado por el miedo y los puños apretados.

Algo que lo seguía a toda velocidad chocó con él y lo derribó sobre el suelo alfombrado. Tras dar varias vueltas, se detuvo. Se había rozado el rostro con la alfombra y le dolía. Levantó la mirada, con el corazón palpitando salvajemente en el pecho y el cuerpo entero temblando. Dos de las cosas que parecían naves lo habían seguido por el pasillo. Flotaban a un par de metros de distancia, una a cada lado. Olían a algo extraño. Cada una de ellas tenía un poco de escarcha encima. La más cercana extendió una cosa parecida a una manguera alargada y trató de sujetarlo por el cuello. Gestra se agachó y se hizo un ovillo en el suelo, tendido de costado sobre la alfombra, con la cara a la altura de las rodillas y aferrándose los talones con las manos.

Algo lo tocó en los hombros y la espalda. Oyó los ruidos apagados que hacían las dos máquinas. Empezó a lloriquear.

Entonces, una enorme fuerza lo golpeó en el costado; escuchó un crujido y sintió un dolor ardiente en el brazo. Lanzó un grito, pero no separó el rostro de las rodillas. Sintió que sus intestinos se relajaban. Se mojó los pantalones. Fue consciente de que algo en su cabeza eliminaba el furioso dolor del brazo pero nada hubiera podido desactivar el calor de la vergüenza y el azoramiento. Los ojos se le llenaron de lágrimas.

Hubo un ruido como "¡Ka!", seguido por un sonido de succión y una brisa empezó a acariciarle el rostro y las manos. Después de un momento levantó la cara y vio que las dos máquinas se habían dirigido a las compuertas de la cámara de descompresión. Algo se movió en la zona de recepción y a continuación otra de las máquinas apareció por el pasillo. Frenó su marcha mientras se le acercaba. Volvió a agachar la cabeza. Otro sonido de succión y otra brisa.

Volvió a levantar la mirada. Las tres máquinas estaban moviéndose alrededor de las compuertas. Gestra sorbió por la nariz. Las tres máquinas se apartaron de las puertas y a continuación se posaron en el suelo. Gestra esperó para ver qué ocurría a continuación.

Hubo un destello y una explosión. La compuerta central estalló en una bocanada de humo que se extendió por el pasillo y a continuación retrocedió, como si algo estuviera tragándose la explosión y devolviéndola a donde habían estado las puertas. Estas habían desaparecido, dejando tras de sí una cavidad oscura.

Gestra sintió el tirón de una corriente y entonces la corriente se convirtió en un viento y el viento se convirtió en una tormenta que aulló y luego atronó sobre él y por fin empezó a arrastrarlo por el suelo. Lanzó un grito de terror y trató de sujetarse a la alfombra con el brazo sano. Resbaló por el corredor en medio del rugido del aire y sus dedos arañaron el suelo tratando de encontrar asidero. Clavó las uñas, su mano se cerró alrededor de las fibras, y se detuvo.

Escuchó unos ruidos sordos y, jadeando y con los ojos llenos de lágrimas y azotados por el viento, levantó la mirada hacia la zona de recepción. Algo se movía a saltos en el iluminado umbral de la sala circular. Vio que la vaga y redonda forma de un sofá rebotaba con estrépito contra el suelo a veinte metros de distancia y se precipitaba hacia él sobre el aullante chorro de aire. Se oyó a sí mismo gritar algo. El sofá chocó contra el suelo a diez metros de distancia, girando como una peonza.

Pensó que no iba a golpearlo, pero uno de sus extremos le alcanzó en el pie y se lo llevó consigo. La tormenta de aire lo levantó en vilo y, mientras caía entre las formas de las tres máquinas, empezó a gritar. Una de sus piernas chocó con los bordes destrozados de la brecha de las compuertas y le desgarró la carne a la altura de la rodilla. Salió flotando al enorme espacio del hangar y, primero su grito y luego el vacío del propio hangar, le arrancaron el aire de los pulmones.

Se detuvo sobre el frío y duro suelo del hangar a cincuenta metros de las destrozadas compuertas. La sangre que brotaba de sus heridas se congelaba al instante. El frío y un completo silencio se cernieron sobre él. Sintió que sus pulmones se colapsaban y algo burbujeaba en su garganta. Le dolía la cabeza tanto como si estuviera a punto de salírsele el cerebro por la nariz, los ojos y los oídos, y hasta el último de sus tejidos y sus huesos parecieron tintinear con una fugaz y aturdidora agonía antes de entumecerse.

Dirigió la mirada a la oscuridad que lo envolvía y las colosales alturas de las naves de extraños dibujos que lo rodeaban.

Entonces los cristales de hielo que estaban formándose en sus ojos fracturaron su visión y la astillaron y multiplicaron como si estuviera mirando por un prisma, antes de que todo se apagara y se volviera negro. Estaba tratando de gritar, de aullar, pero no sentía más que un terrible y asfixiante frío en la garganta. Al cabo de un momento no pudo ni siquiera moverse y se quedó paralizado en el suelo del vasto espacio, inmóvil en su miedo y su confusión.

El frío lo mató, finalmente, y su cerebro se apagó en fases concéntricas, congelando primero las funciones cognitivas, luego el cerebro mamífero inferior y por fin el casi reptiliano centro primitivo. Sus últimos pensamientos fueron que no volvería a ver sus modelos de naves en miniatura, ni sabría por qué las naves de guerra de las frías y oscuras salas tenían aquellos dibujos.

¡Victoria! El comandante Luna Creciente Parchestación IV, de la tribu de la Visión Lejana ordenó al traje que avanzara, atravesó las destrozadas puertas de la sala de descompresión y entró en la zona de los hangares. Las naves estaban allí. Clase Gángster. Su mirada recorrió sus filas. Sesenta y cuatro en total. En privado había temido que fuera todo un engaño, un truco de la Cultura.

Junto a él, el traje del oficial de armas avanzaba sobre el suelo –sobre el cuerpo del humano– en dirección a la más cercana de las naves. La otra figura, el guardaespaldas personal del comandante Afrentador, rotaba, vigilando.

–Si hubierais esperado otro minuto –dijo con tono cansado la voz de la nave de la Cultura por el comunicador del traje–, podría haberos abierto la compuerta.

–No me cabe duda –dijo el comandante–. ¿Está la Mente bajo control?

–Del todo. Al final ha sido tan ingenua que ha resultado conmovedor.

–¿Y las naves?

–Inactivas. Imperturbables. Dormidas. Creerán lo que se les diga.

–Bien –dijo el comandante–. Da comienzo al proceso de despertarlas.

–Ya está en marcha.

–Aquí no hay nadie más –dijo el oficial de seguridad por el comunicador. Se había dirigido a la zona de alojamiento humano mientras ellos se encaminaban a las compuertas.

–¿Algo de interés? –preguntó el comandante, mientras seguía a su oficial de armas hacia la más cercana de las naves de guerra. Trató de impedir que su excitación se transmitiera a su voz. ¡Las tenían! ¡Las tenían! Tuvo que pisar a fondo el freno del traje. En su entusiasmo había estado a punto de colisionar con su oficial de armas.

En la zona en ruinas que había sido el lugar en el que vivían los humanos, el oficial de seguridad se balanceaba en el vacío, examinando el caos provocado por el remolino de aire. Cosas humanas: ropa, muebles, algunas estructuras complicadas, maquetas o algo así.

–No –dijo–. Nada de interés.

–Hmmm –dijo la nave. Había algo en su tono que provocó cierta inquietud en el comandante. Al mismo tiempo, su oficial de armas volvió su traje hacia él.

–Señor –dijo. Una luz se encendió e iluminó un círculo de un metro de diámetro en el casco de la nave. Su superficie estaba decorada y marcada con desenfreno, cubierta de extraños y sinuosos diseños. El oficial de armas pasó la luz por otras secciones próximas del casco curvo de la nave. Era todo igual, todo estaba cubierto de aquellos curiosos y ensortijados patrones y motivos.

–¿Qué? –preguntó el comandante, a estas alturas bastante preocupado.

–Esta... complejidad –dijo el oficial de armas, con voz perpleja.

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