—Suponiendo que se pueda detonar —señaló Gus—, ¿cómo podemos hacer que coincidan partes rusas y americanas?
—Trabaja por implosión. El plutonio es proyectado hacia el núcleo como si fueran balas. Todo está ahí. Lo que necesitamos es algo para iniciar la onda de choque.
—Algo con un temporizador —anotó Nora.
—Exactamente —confirmó Fet.
—Y tendrás que hacerlo sobre la marcha. No tenemos mucho tiempo —observó Nora, y se volvió hacia Gus—. ¿Puedes conseguir otro vehículo? ¿Tal vez dos?
—Conectad esta bomba nuclear mientras yo consigo algunos coches —afirmó Gus.
—Así solo nos queda una cosa más —dijo Nora.
Se acercó a Eph y se quitó la mochila. Se la entregó a él. El
Lumen
estaba dentro.
—Exacto —aprobó Eph, intimidado ahora que había llegado el momento. Fet ya estaba buscando entre los dispositivos abandonados. El señor Quinlan no se despegaba de Creem. Eph encontró una puerta que daba a un pasillo de oficinas y se decidió por una que carecía de efectos personales: un escritorio, una silla, un archivador y una pizarra blanca del tamaño de la pared.
Sacó el
Lumen
de la bolsa de Nora y lo puso sobre el escritorio astillado. Respiró hondo, intentó despejar su mente y abrió las primeras páginas. El libro le pareció bastante normal cuando lo tuvo en sus manos, nada parecido al objeto mágico de su sueño. Pasó las páginas lentamente, conservando la calma a pesar de no descubrir nada, de no tener chispazos de inspiración ni revelaciones. Los hilos de plata en las páginas miniadas no le decían nada a sus ojos; el texto parecía insulso y sin vida debajo de las lámparas fluorescentes del techo. Examinó los símbolos, tocando las páginas con las yemas de los dedos.
Nada. ¿Cómo puede ser? Tal vez estaba demasiado nervioso o disperso. Nora apareció en la puerta, acompañada por el señor Quinlan. Eph se cubrió los ojos con las manos para tapárselos, tratando de dejar a un lado todo lo demás, y lo más importante, sus propias dudas. Cerró el libro y los ojos, obligándose a relajarse. Los demás podrían pensar lo que quisieran. Se adentró en sí mismo. Dirigió sus pensamientos a Zack. A liberar a su hijo de las garras del Amo. A poner fin a esta oscuridad sobre la Tierra. A los ángeles superiores volando dentro de su cabeza.
Abrió los ojos y se sentó. Abrió el libro con plena confianza.
Se tomó su tiempo buscando en el texto. Examinó las mismas ilustraciones que había estudiado cien veces antes. «No fue solo un sueño», se dijo. Él lo creía así. Pero lo cierto era que no pasaba nada. Algo iba mal, algo estaba desconectado. El
Lumen
estaba escondiendo todos sus secretos.
—Tal vez si intentas dormir… —sugirió Nora—. Aborda el libro con tu inconsciente.
Eph sonrió, apreciando sus palabras de aliento cuando se esperaba una burla. Los otros querían que él tuviera éxito. Necesitaban que lo tuviera. No podía defraudarlos.
Eph miró al señor Quinlan, esperando que el Nacido tuviera alguna sugerencia o idea.
Llegará
.
Estas palabras hicieron dudar a Eph de sí mismo más que nunca. El señor Quinlan no tenía ninguna idea; únicamente fe, fe en él, mientras que su propia fe se estaba desvaneciendo. «¿Qué he hecho? —pensó—. ¿Qué haremos ahora?».
—Te dejaremos en paz —dijo Nora, retrocediendo y cerrando la puerta.
Eph intentó sacudirse su desesperación. Se sentó en la silla, descansó sus manos sobre el libro y cerró los ojos, esperando que sucediera algo.
S
e dormía a veces, pero se despertaba al no tener suerte en dirigir sus sueños. Nada acudía a él. Intentó leer el texto dos veces más antes de renunciar, y cerró el libro con fuerza, temiendo que los demás regresaran.
Fet y Nora giraron la cabeza y leyeron su expresión y su postura, sus expectativas frustradas. Eph no tenía palabras para expresarles su agradecimiento. Sabía que ellos entendían su dolor y frustración, pero eso no hacía que el fracaso fuera más aceptable.
Entró Gus, sacudiendo la lluvia de su chaqueta. Pasó junto a Creem, que estaba sentado en el suelo, cerca del señor Quinlan y del arma nuclear.
—He conseguido dos coches —dijo Gus—. Un gran jeep del ejército con cabina y un Explorer. —Miró al señor Quinlan—. Podemos ponerle el guardabarros de plata al jeep, si quieres ayudarme. Los coches funcionan, pero no hay garantías. Tendremos que echar más combustible en el camino, o encontrar una gasolinera que funcione.
Luego se volvió hacia Fet.
—En cuanto al detonador —dijo el exterminador, levantando la bomba—, todo lo que sé es que esto es un fusible resistente a la intemperie que puedes configurar manualmente. En modo inmediato o retardado. Solo tienes que mover este interruptor.
—¿Cuánto tiempo tarda? —preguntó Gus.
—No estoy seguro. Llegados a este punto, tendremos que quedarnos con lo que podamos conseguir. Las conexiones de cable parecen corresponderse. —Fet se encogió de hombros, indicándole que había hecho todo lo que estaba a su alcance—. Lo único que necesitamos ahora es saber dónde ponerla.
—Debo de estar haciendo algo mal. O algo que olvidamos o… algo que simplemente desconozco —afirmó Eph.
—Ya ha transcurrido la mayor parte de la luz del día —dijo Fet—. Cuando caiga la noche, vendrán a por nosotros. Tenemos que salir de aquí, sin que importe nada más.
Eph asintió y rápidamente cogió el libro.
—No sé. No sé qué deciros.
—Que estamos acabados —anotó Gus—. Eso es lo que nos estás diciendo.
—¿No has conseguido nada del libro? ¿Ni siquiera…? —dijo Nora.
Eph negó con la cabeza.
—¿Qué ha pasado con la visión? Dijiste que era una isla.
—Una isla entre decenas. Hay más de doce solo en el Bronx, ocho más o menos en Manhattan, una media docena en Staten Island… En mi visión también aparecía un lago gigante. —Eph escudriñó en su mente fatigada—. Eso es todo lo que sé.
—Tal vez podamos encontrar mapas militares en algún lugar por aquí —sugirió Nora.
Gus se echó a reír.
—Debo de estar loco por haber accedido a participar en esto, por confiar en un traidor cobarde y demente. Por no matarte y ahorrarme esta miseria.
Eph notó que el señor Quinlan observaba con su silencio habitual, de pie con los brazos cruzados, esperando con paciencia a que sucediera algo. Eph quería acercarse al Nacido, decirle que su fe era infundada.
Fet intervino antes de que Eph pudiera hacerlo:
—Mira —dijo—, después de todo lo que hemos pasado, de todo lo que estamos atravesando, no hay nada que pueda decirte que no sepas ya. Solo quiero que recuerdes un segundo al viejo. Él murió por eso que tienes en tus manos, recuérdalo. Se sacrificó a sí mismo para que nosotros lo tuviéramos. No estoy diciendo esto para presionarte más, sino para aliviar la presión. La presión se ha ido, por lo que puedo ver. Estamos en el final. No tenemos nada más; solo a ti. Estamos contigo en lo bueno y en lo malo. Sé que estás pensando en tu chico, sé que eso te carcome. Pero piensa solo un momento en el viejo. Llega a lo más profundo. Y si hay algo ahí, lo encontrarás; lo encontrarás ahora.
Eph procuró imaginar al profesor Setrakian allí con él, vestido con su traje de tweed, apoyado en su gran bastón con cabeza de lobo que ocultaba la afilada hoja de plata. El estudioso y asesino de vampiros. Eph abrió el libro. Recordó el momento en que Setrakian logró tocar y leer esas páginas que había buscado durante décadas, justo después de la subasta. Buscó la ilustración que el anciano les había mostrado, una doble página con un mandala intrincado negro, rojo y plateado. Sobre la ilustración, en papel de calco, Setrakian había esbozado el contorno de un arcángel de seis extremidades.
El
Occido lumen
era un libro sobre vampiros; no, se corrigió Eph: era un libro pensado para los vampiros. Con cubierta y bordes de plata con el fin de mantenerlo fuera de las manos del abominable
strigoi
. Cuidadosamente diseñado para estar a salvo de vampiros.
Eph pensó en su visión…, el libro sobre la cama al aire libre…
Era de día…
Eph se dirigió a la puerta. La abrió y salió al aparcamiento, donde contempló las nubes oscuras y arremolinadas que comenzaban a borrar el orbe pálido del sol.
Fet y Nora lo siguieron afuera, en el crepúsculo, mientras el señor Quinlan, Creem y Gus se quedaban en la puerta.
Eph los ignoró, volviendo la mirada hacia el libro en sus manos. La luz del sol. Aunque los vampiros podían eludir de alguna manera la protección de plata del
Lumen
, nunca podrían leerlo a la luz natural, debido a las propiedades letales para el virus que tiene la gama ultravioleta C.
Abrió el libro, inclinando las páginas hacia el sol menguante como si fuera un rostro vuelto al sol en el último calor del día. El texto cobró vida, como si danzara entre las líneas del pergamino. Eph pasó a la primera ilustración, las hebras de plata con incrustaciones chispeantes, la imagen brillando con una nueva vida.
Buscó en el texto con rapidez. Aparecieron palabras detrás de las palabras, como escritas con tinta invisible. Las marcas de agua cambiaron la naturaleza misma de las ilustraciones, y unos dibujos detallados surgieron detrás de lo que a primera vista eran páginas manuscritas con textos sencillos. Una nueva capa de tinta reaccionó a la luz ultravioleta…
El mandala de dos páginas, visto bajo la luz solar directa, puso de manifiesto la imagen delicada del arcángel, de un color decididamente plateado, sobre el pergamino.
El texto en latín no se tradujo por arte de magia, tal como sucedía en su sueño, pero su significado se hizo evidente. Lo más nítido era un diagrama que tenía la forma de un símbolo de riesgo biológico, con puntos dentro de la flor dispuestos como los de un mapa.
En otra página aparecieron algunas letras, que, al juntarse, formaron una palabra extraña y no obstante familiar:
A H S U D A G U—W A H.
Eph leyó con rapidez, las ideas saltaban en su cerebro a través de sus ojos. La luz pálida del sol se desvaneció finalmente, y lo mismo sucedió con las partes resaltadas del libro. Había mucho que leer y aprender. Sin embargo, Eph había visto suficiente por ahora. Sus manos siguieron temblando. El
Lumen
le había mostrado el camino.
E
ph entró de nuevo en el pabellón, pasando junto a Fet y Nora. No sentía alivio ni alegría, y seguía vibrando como un diapasón.
Miró al señor Quinlan, que lo vio en su rostro.
La luz del sol. Por supuesto.
Los otros sabían que algo había sucedido. A excepción de Gus, que seguía escéptico.
—¿Y bien? —preguntó Nora.
—Ya estoy listo —reveló Eph.
—¿Listo para qué? —preguntó Fet—. ¿Listo para ir?
Eph miró a Nora.
—Necesito un mapa.
Ella salió corriendo hacia las oficinas. Oyeron el golpeteo de los cajones.
Eph se quedó allí, como alguien que se recupera de una descarga eléctrica.
—Fue por el sol —explicó—. Leer el
Lumen
a la luz natural del sol. Fue como si las páginas se abrieran para mí. Lo vi todo…, o lo habría hecho si hubiera tenido más tiempo. El nombre original de los nativos americanos para este lugar era Tierra Quemada. Sin embargo, su palabra para «quemar» es la misma que para «negro».
Oscura.
—Chernóbil, el intento fallido; la simulación —observó Fet—. Apaciguó a los Ancianos, porque Chernóbil significa Tierra Negra. Y vi a un equipo de Stoneheart excavando alrededor de una zona geológicamente activa en unas aguas termales en las afueras de Reikiavik, conocida como Estanque Negro.
—Pero no hay coordenadas en el libro —replicó Nora.
—Porque estaba debajo del agua —señaló Eph—. Ese sitio estaba bajo el agua cuando los restos de Oziriel fueron desperdigados. El Amo no surgió sino cientos de años más tarde.
El más joven. El último.
Un grito triunfal, y Nora volvió corriendo con un fajo de grandes mapas topográficos del noreste de los Estados Unidos, superpuestos con planos de calles en papel de celofán.
Eph pasó las páginas hasta llegar al estado de Nueva York. La parte superior del mapa incluía la región del sur de Ontario, Canadá.
—El lago Ontario —dijo—. Hacia el este.
En el nacimiento del río San Lorenzo, al este de la isla Wolfe, había un grupo de pequeñas islas sin nombre, denominadas como Mil Islas.
—Está ahí. Es una de ellas. Justo al lado de la costa de Nueva York.
—¿El lugar de enterramiento? —preguntó Fet.
—No sé cuál es su nombre actual. El nombre original de la isla era
Ahsudagu-wah
en la lengua nativa americana. Su traducción aproximada es «Lugar Oscuro» o «Lugar Negro», en dialecto onondaga.
Fet se acercó el mapa de carreteras, que estaba debajo de las manos de Eph, y miró el de Nueva Jersey.
—¿Cómo podemos encontrar la isla? —preguntó Nora.
—Tiene una forma semejante a la del símbolo de riesgo biológico, como una flor de tres pétalos —dijo Eph.
Fet trazó rápidamente la ruta desde Nueva Jersey a Pensilvania, y luego en dirección norte hasta la parte superior del Estado de Nueva York. Arrancó las páginas.
—Interestatal 80 Oeste a la interestatal 81 Norte. Nos lleva directos al río San Lorenzo.
—¿A qué distancia? —preguntó Nora.
—Alrededor de cuatrocientos ochenta kilómetros. Podemos cubrir ese trayecto en cinco o seis horas.
—Tal vez, si la carretera estuviera despejada —observó Nora—. Algo me dice que no será así de fácil.
—El Amo averiguará en qué dirección nos dirigimos y tratará de neutralizarnos —advirtió Fet.
—Tenemos que seguir adelante —repuso Nora—. Hemos tenido un buen comienzo, tal como pintan las cosas. —Se volvió hacia el Nacido—. Puedes cargar la bomba en el…
Nora interrumpió sus palabras bruscamente, y los otros la miraron alarmados.
El señor Quinlan estaba de pie junto a la bomba, pero Creem había desaparecido.
Gus corrió hacia la puerta.
—¿Qué…? —Se acercó al Nacido—. ¿Has dejado que se fuera? Lo he traído para esto, y ahora iba a liquidarlo.
No lo necesitamos. Sin embargo, todavía puede ser de utilidad para nosotros.
Gus lo miró, estupefacto.
—¿Cómo? Esa puta rata no merece vivir.
—¿Qué pasa si lo atrapan? —dijo Nora—. Él sabe demasiado.
Solo sabe lo suficiente. Confía en mí.