No es una coincidencia que el Invierno Nuclear (el oscurecimiento de la Tierra durante 23 horas al día) haya creado un ambiente casi perfecto para los vampiros. Ellos han ganado, tienen el control del planeta y los humanos han sido dominados y encerrados en campos de concentración donde, criados como animales, son alimentados y «cosechados» para el mantenimiento y placer del Master. Una red desorganizada de humanos libres, entre ellos Eph, Zack, Vassily y Gus, continúa una desesperada resistencia, interrumpiendo el nuevo orden del mundo y batallando contra los Señores Vampiros en todas las ocasiones posibles. Para ganar, tendrán que confiar en la intervención de una inesperada raza de seres (quienes otorgan un nuevo sentido a la frase «ángeles y ministros de la gracia, defiéndannos»), que organizarán a los humanos para la última batalla: la que recupere y rehabilite el planeta para toda la humanidad.
Guillermo del Toro & Chuck Hogan
Eterna
Trilogía de la oscuridad 3
ePUB v1.1
Eibisi08.07.12
Título original:
The Night Eternal
Traducción: Santiago Ochoa
A mis padres. Ahora sé el trabajo tan difícil que tuvieron…
GDT
Para Charlotte, eternamente.
CH
E
n el segundo día de la oscuridad hicieron una redada. Se llevaron a los mejores y los más brillantes. A todos los que estaban en el poder, a los millonarios y los influyentes.
Los legisladores y presidentes ejecutivos, los magnates e intelectuales, los rebeldes y las figuras de alta estima popular. Ni uno solo fue convertido: todos fueron destruidos. Su ejecución fue rápida, pública; brutal.
A excepción de unos pocos expertos en cada disciplina, todos los líderes fueron eliminados. Los condenados salieron de los edificios River House, Dakota, Beresford y otros similares. Fueron detenidos y conducidos a los principales centros de reunión en las metrópolis de todo el mundo: el National Mall de Washington DC, Nanjing Road en Shanghái, la Plaza Roja de Moscú, el estadio de Ciudad del Cabo o Central Park en Nueva York. Allí fueron eliminados en medio de una carnicería horrenda.
Se dijo que más de mil strigoi corrieron enloquecidos por Lexington e invadieron contra todos los edificios que rodeaban Gramercy Park. Ni los ofrecimientos de dinero ni las súplicas fueron atendidos. Manos suaves y manicuradas gesticulaban implorando auxilio. Sus cuerpos temblaban, colgando de las farolas a lo largo de Madison Avenue. En Times Square, pilas funerarias de siete metros de altura calcinaban los cuerpos bronceados y acostumbrados al lujo. Despidiendo un olor similar al de la carne asándose en una parrilla, la élite de Manhattan iluminaba las calles vacías, las tiendas cerradas — «Liquidación total»— y las megapantallas LED, ahora silenciosas y oscuras.
Aparentemente, el Amo había calculado el número preciso, el equilibrio exacto de vampiros para imponer su dominio sin comprometer el suministro de sangre; su enfoque tenía un rigor matemático. Los viejos y los enfermos también fueron capturados y eliminados. Fue una purga y a la vez un golpe de Estado. Aproximadamente un tercio de la población humana fue exterminada durante ese periodo de setenta y dos horas, conocido desde entonces como la Noche Cero.
Las hordas tomaron el control de las calles. La policía antidisturbios, los comandos SWAT, el ejército de los Estados Unidos: la marea de monstruos los dominó a todos. Los que se rindieron y entregaron sus armas se convirtieron en guardianes y esbirros.
El plan del Amo tuvo un éxito rotundo. Con un método brutalmente darwiniano, el Amo eligió a los supervivientes según su sumisión y maleabilidad. Su creciente poder era poco menos que aterrador. Con los Ancianos destruidos, su control sobre la horda — y a través de esta, del mundo— se había ampliado, volviéndose cada vez más eficaz. Los strigoi ya no vagaban por las calles como zombis delirantes, asaltando y alimentándose aleatoriamente. Sus movimientos ahora eran sistemáticos. Como abejas en una colmena u hormigas en un hormiguero, cada uno parecía tener un rol y responsabilidades claramente definidas. Eran los ojos del Amo en las calles.
En un principio, la luz del día desapareció por completo. Cuando el sol estaba en su cénit, podía vislumbrarse una exigua luz durante unos cuantos segundos; aparte de eso, la oscuridad nunca cesaba. Ahora, dos años después, la luz del sol brilla un par de horas a través de la atmósfera enrarecida, pero su luminosidad apenas puede compararse con la que en otro tiempo iluminó la Tierra.
Los strigoi estaban por todas partes, como las arañas o las hormigas, asegurándose de que quienes quedaban con vida estuvieran en condiciones de reemprender una rutina…
Y sin embargo, lo más sorprendente de todo era… lo poco que había cambiado la vida realmente. El Amo aprovechó el caos social de los primeros meses. La escasez de alimentos, de agua potable, de saneamiento y de la aplicación de la ley aterrorizaron a la población de tal forma que, cuando la infraestructura básica fue restaurada, y se emprendió un programa de racionamiento de alimentos y la red eléctrica reconstruida expulsó la oscuridad de la noche eterna, ésta respondió con gratitud y obediencia. El ganado necesita la recompensa del orden y la rutina — de la arbitraria disposición del poder— para someterse.
En menos de dos semanas, la mayoría de los sistemas públicos volvieron a ponerse en funcionamiento. El agua, la energía eléctrica… La televisión por cable empezó a retransmitir antiguas series sin anuncios. Los deportes, las noticias: todo era repetido. No se producía nada nuevo y… la gente se sentía a gusto.
El tráfico fluido era una prioridad en el Nuevo Mundo porque los vehículos privados eran sumamente escasos. Los coches eran bombas potenciales, y como tales no tenían cabida en el nuevo estado policial. Todos fueron confiscados y destruidos. Los pocos vehículos que se veían en las calles pertenecían a las agencias oficiales: a la policía, al departamento de bomberos, a los cuerpos sanitarios. Todos cumplían funciones oficiales conducidos por esclavos humanos.
Los aviones corrieron la misma suerte. La única flota activa estaba en manos de Stoneheart, la empresa multinacional cuyo control de la distribución de alimentos, la energía y las industrias militares había explotado el Amo al tomar posesión del planeta. Su flota constituía casi el siete por ciento de los aviones que en otro tiempo habían surcado los cielos terrestres.
La plata fue prohibida y se convirtió en la moneda de intercambio, altamente codiciada y canjeable por cupones o bonos de alimentos. Una buena cantidad incluso te permitía comprar, a ti o a un ser querido, un salvoconducto para escapar de las granjas.
Las granjas eran lo único realmente distinto en este Nuevo Mundo. Eso, y el hecho de que ya no existía un sistema educativo. No había educación ni lectura ni se pensaba en nada noble o elevado.
Los corrales y los mataderos funcionaban veinticuatro horas al día, siete días a la semana. Los guardias entrenados y los encargados de transportar el ganado suministraban a los strigoi el alimento que necesitaban. No tardó en implantarse un nuevo sistema de clases: las castas biológicas. Los strigoi favorecían el tipo de sangre B positivo. Servía de cualquier tipo, pero el B positivo ofrecía beneficios adicionales — como ocurre con los diferentes tipos de leche— , o quizá mantenía mejor sus propiedades o el sabor fuera del cuerpo. Además, era más fácil de conservar y almacenar. Los obreros, los agricultores — «los de abajo»— no tenían este tipo de sangre; solo los kobe: el corte de carne más selecto. Eran mimados, y recibían beneficios y nutrientes. Tenían incluso el privilegio de doble exposición de rayos ultravioleta, para asegurar que su vitamina D prosperara. Su rutina diaria, su equilibrio hormonal e incluso su sistema reproductivo eran regulados de manera sistemática para satisfacer la demanda.
Y así transcurrían las cosas. La gente iba a trabajar, veía la televisión, comía y se iba a la cama. Pero en la oscuridad y en el silencio, gemía y se agitaba, sabiendo muy bien que los que estaban junto a ellos — incluso quien compartía su misma cama— podían desaparecer súbitamente, devorados por la mole de hormigón de la granja más cercana. Se mordían los labios y sollozaban, porque no tenían más alternativa que someterse. Siempre había alguien (padres, hermanos o hijos) que dependía de ellos. Siempre había alguien que les daba licencia para tener miedo, que les daba la bendición de la cobardía.
Quién habría imaginado que habríamos de mirar con tanta nostalgia hacia atrás, a la tumultuosa década de los noventa y los primeros años del siglo XXI; los tiempos de crisis, de mezquindad política y de fraude financiero que precedieron al colapso del orden mundial… En comparación, había sido una época dorada. Todo lo que éramos había desaparecido: todas las formas sociales y el orden tal como nuestros padres y antepasados lo entendieron. Nos convertimos en un rebaño. Nos convertimos en ganado.
Aquellos de nosotros que aún estamos vivos pero que no nos hemos integrado en el sistema nos hemos convertido en la anomalía… Somos las alimañas, los carroñeros, las presas furtivas.
Y no hay manera de oponer resistencia…