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Authors: Lucía Solaz Frasquet

Tags: #Infantil y juvenil

Entre sombras (19 page)

BOOK: Entre sombras
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Acacia escuchó con sorpresa la inesperada declaración, dándose cuenta al mismo tiempo de que su tono no contenía ni un ápice de flirteo, que Eric no pretendía adularla.

—Y cuando estás con él, la conexión entre vosotros es tan fuerte, tan palpable. En cuanto aparece en la habitación, tu rostro se ilumina como si tuviera luz propia y cuando le sonríes tus rasgos se suavizan y adquieres una belleza y una serenidad de otro mundo que me recuerdan a los retratos de Leonardo da Vinci. Es como si Enstel potenciara lo mejor que hay en ti.

Acacia reflexionó sobre lo que acababa de escuchar.

—Me gustaría poder ser totalmente franca contigo… —comenzó.

—No puedo pretender que confíes plenamente en mí —la interrumpió Eric enrojeciendo— cuando sabes que yo te estoy ocultando información, pero quisiera que me creyeras cuando te aseguro que tengo motivos de importancia relacionados con nuestra propia seguridad y que estoy deseando que llegue el momento de poder sincerarme.

—Te creo —respondió Acacia sin dudar un segundo de la veracidad de sus palabras.

A pesar de todo, y entre el torbellino de emociones y deseos que le provocaba su proximidad, junto a él sentía también una gran sensación de familiaridad y seguridad que sabía genuina.

—Mi relación con Enstel es profunda y compleja —continuó Acacia hablando despacio— y jamás haría nada que pudiera comprometerla.

—Soy consciente de la devoción absoluta que sentís el uno por el otro y no creo que nadie pudiera interponerse entre vosotros incluso si se atreviera.

—A pesar de lo ocurrido con mis padres biológicos, me considero muy afortunada. Tengo una familia fantástica y amigos fabulosos. Sin embargo, el amor que comparto con Enstel es diferente, puro e incondicional. Resulta muy difícil describirlo y expresar libremente todo lo que experimentamos juntos pero, si quieres escuchar, estoy dispuesta a intentarlo.

—Sería un honor.

Acacia había decidido abrirle su corazón, cualesquiera que fueran las consecuencias, y desveló hasta qué punto Enstel la había protegido desde la infancia, el más dedicado ángel de la guarda, compartiendo su energía con ella sin tomar nada a cambio, curando sus golpes, cortes y moraduras, asegurándose de que era feliz; siempre paciente y complaciente compañero de juegos, cuidando de la granja y de su familia, compartiendo sus triunfos y enjugando sus lágrimas. Enstel había estado allí cada vez que lo necesitaba, cuando estuvo a punto de morir al caer de un árbol y cuando se despertaron sus deseos de experimentar con el sexo. Le confió todo lo que habían ido descubriendo a lo largo de los años sobre su naturaleza, su amor por la música y su enorme curiosidad por todo lo humano a pesar de las profundas huellas que habían dejado sus dueños anteriores. Intentó describir el intenso sentimiento de éxtasis que le proporcionaba intercambiar energía con él. Le relató el difícil periodo que habían atravesado los dos después de descubrir su adopción, cómo la había salvado del ataque de tres hombres y cómo su vínculo había ido reforzándose todavía más con el transcurrir del tiempo. Comentó algunos de los modos en que habían experimentado entre sí y con otras personas, cómo Enstel podía introducirse en el cuerpo de algunos de sus amantes y la increíble experiencia que suponía el fusionarse juntos.

Eric la escuchaba en silencio y a Acacia le resultó imposible leer otra emoción en su rostro aparte de concentrado interés, ni rastro de horror o condena.

—Al decirlo así, suena depravado, pero siempre hemos tenido cuidado de no dañar o perjudicar a nadie —concluyó—. Bueno, aparte de los tres borrachos y creo que convendrás conmigo en que se trató de un caso de defensa propia.

—Te agradezco muchísimo que hayas confiado en mí —pronunció Eric con solemnidad—, más de lo que las palabras pueden expresar.

Por un momento, Acacia creyó que Eric iba a decir algo más y, antes de que apartara la mirada, atisbó la lucha que se estaba desarrollando en su interior.

Habían alcanzado un puente y ambos contemplaron en silencio las claras aguas del río, deslizándose tranquilas en contraste con la turbulencia que se agitaba en ellos.

—Estos son objetos personales y fotografías de varias personas escogidas al azar —le explicó Eric con voz neutra—. Quiero que conectes con su energía y me digas a qué información puedes acceder. A esto lo llamamos leer un objeto o persona.

Cuando Acacia se aproximó a la mesa, Eric dio un paso atrás. Desde su conversación en el río, parecía haber redoblado sus precauciones y se mantenía alejado de ella con mayor rigor que nunca. Acacia no pudo evitar lanzarle una mirada atribulada. Percibía con claridad su incomodidad, la rigidez de su cuerpo y el muro que había levantado a su alrededor. Jamás le había supuesto esfuerzo alguno atraer a cualquier persona por la que sintiera interés y, con la creciente sospecha de que su presencia le causaba una secreta aversión y que solo las circunstancias obligaban a Eric a pasar tiempo con ella, cada vez le costaba más ocultar lo mucho que le afectaba su actitud.

Acacia se obligó a recobrar la compostura y estudió los objetos. A menudo había experimentado algo similar de forma espontánea, pero no se le había ocurrido practicarlo de modo consciente. Siempre le había parecido curioso cómo podía percibir el estado físico, mental y emocional de algunas personas con tan solo pensar en ellas o tocarlas. En ocasiones le desconcertaba la claridad y carácter íntimo de los datos e impresiones que le llegaban.

Tomó un colgante en forma de media luna y, venciendo su resistencia a inmiscuirse en la privacidad de otra persona, se concentró y se dio permiso para recibir información. Una multitud de imágenes, sonidos y sensaciones la asaltaron al instante y tuvo que contenerlas con el fin de lograr expresarlas en palabras. Eric la escuchó en silencio mientras describía las diferentes impresiones con tanto detalle como era capaz.

—¡Fantástico! —dijo con una sonrisa apreciativa—. ¿Qué me dices del reloj?

Continuaron practicando con el resto de los objetos, asombrados por los aspectos tan específicos que era capaz de percibir, su precisión y claridad.

—El desarrollo de tus habilidades psíquicas es lo más notable que he visto nunca —declaró Eric cuando Acacia terminó su última lectura.

—Creo que mi interacción con la energía de Enstel tiene bastante que ver.

Eric asintió, pensativo. A lo largo del ejercicio, sin siquiera percatarse, se había ido acercando más a ella. Acacia depositó en la mesa la fotografía que sostenía y, al levantar la mirada hacia él, no pudo evitar el impulso.

—¿Puedo probar contigo? —preguntó tomándolo de las manos con fuerza.

—¡No! —gritó Eric echándose hacia atrás e intentando desasirse.

Su reacción la sobrecogió y, al ver el horror en su expresión, lo dejó marchar.

Eric se dirigió con rapidez a la otra punta de la estancia, dándole la espalda y claramente tratando de recobrar el control sobre sí mismo.

—¿Tienes miedo de lo que pueda descubrir? —murmuró Acacia bajando la mirada hacia sus manos trémulas.

O que sepa sin lugar a dudas lo mucho que te repugno
, pensó saliendo de la habitación con el corazón pesaroso.

21

La improvisada fiesta de cumpleaños que había dado comienzo en su cuarto se había acabado por trasladar a la sala común con el fin de acomodar a los agregados espontáneos.

El día anterior había recibido un paquete de sus padres con mermelada casera, un par de novelas que estaba deseando leer y un vale para una de sus tiendas de ropa favoritas. Su habitación estaba cubierta de postales de felicitación, entre ellas las procedentes de Millie y James, y regalos de todo tipo.

Lucía el precioso pañuelo de seda y los pendientes de plata que le habían enviado Andy y Lorraine y se sentía feliz, rodeada de sus amigos, pretendiendo por unas horas ser una joven normal y corriente. Ahora que ya no tenía tiempo de cantar en Jericho Tavern cada semana, sus seguidores se tenían que conformar con una actuación mensual y tratar de convencerla para que cantara cada vez que se presentaba la más mínima oportunidad.

Un aplauso atronador celebró el final de su última canción, una de las que había compuesto hacía apenas una semana, y al alzar la vista se encontró con Eric mirándola fijamente desde el fondo de la sala. Le cedió la guitarra a Jenna y se dirigió hacia él, intentando ocultar su incomodidad pero incapaz de forzar una sonrisa. No habían vuelto a hablar desde el incidente de la semana anterior y, aunque por su propia salud mental había decidido apartar el asunto de su cabeza, no estaba resultando una tarea nada fácil.

Eric apenas hizo un gesto en su dirección e incluso desde la distancia Acacia percibió sus nervios y malestar. Estaba tan acostumbrada a verlo dueño de sí mismo, siempre con las emociones bajo control, que pensó que quizás se encontraba enfermo. Escaneó su campo energético y, efectivamente, su vibración había descendido y los colores presentaban un tono mucho más apagado de lo habitual. Al tenerlo en frente le sorprendió la profunda vergüenza y arrepentimiento que reflejaba su rostro.

—Perdóname, por favor, por mi reacción de la semana pasada —pronunció con evidente contrición—. Lo último que deseo es que te sientas dolida por mi culpa y no tengo excusa.

Acacia lo observó con curiosidad, intentando discernir la confusa mezcla de sentimientos que Eric estaba transmitiendo al tiempo que lidiaba con sus propias emociones. Era consciente de la sinceridad de sus palabras, pero todavía se sentía molesta y frustrada por su falta de transparencia. Entonces percibió un destello mucho más claro de la magnitud del sufrimiento y del conflicto interno a los que Eric se estaba enfrentando. Se preguntó si le había permitido vislumbrarlo o si había sido algo involuntario por su parte, pero sobre todo hubiera querido averiguar por qué se sentía tan avergonzado consigo mismo. ¿Cuáles eran las causas de su tormento? ¿Tenía únicamente que ver con la Orden o escondía algo más?

—Vamos a olvidarlo —decidió. Sabía que era inútil intentar seguir indagando en ese momento.

Eric sonrió con tanto alivio y gratitud que, muy a su pesar, Acacia tuvo que recurrir a todo su autocontrol para no abrazarlo.

—¿Has estado fuera? —preguntó cambiando de tema.

—Sí, acabo de regresar. No sabía que era tu cumpleaños. Felicidades.

—Gracias. Ahora soy una anciana de veinte años —replicó Acacia con una mueca.

Estaba claro que iba a ser el único en no darle un beso el día de su cumpleaños y trató de ignorar la dolorosa punzada que sentía en el pecho.

—Pareces agotado —comentó.

—Lo estoy. Mañana vuelvo marcharme, así que será mejor que trate de dormir un poco.

La joven asintió. Sabía que, por razones de seguridad, no podía hablarle de ninguno de esos viajes.

—¿Estarás de regreso para la cena con el doctor Bowles?

—Eso espero.

—La tendencia mística forma parte de la naturaleza humana y existen pruebas antropológicas que sugieren que los hombres de las cavernas convocaban a los espíritus de los muertos. Nuestra conciencia parece incapaz de comprender su propia extinción, quizás por eso es inevitable que los humanos empezaran a verse en términos de cuerpo y alma, el primero corruptible y efímero, la segunda eterna y sin límites. Otra de las características que define a la raza humana es la curiosidad. ¿Qué ocurre cuando morimos? La civilización, originada en Mesopotamia seis mil años antes de Cristo, trajo consigo miedo y fe, dos de los componentes esenciales de la brujería. Durante siglos, nuestra actual distinción entre creencia y conocimiento, religión y magia, religión y ciencia o ciencia y superstición simplemente no estaba nada clara. Astronomía y Astrología eran intercambiables. Al fin y al cabo, ¿qué es la ciencia sino una forma respetable de magia?

Acacia pensó en la provocativa pregunta de Michael Bowles, el joven y prestigioso catedrático de Historia, autor de uno de los libros,
Brujería en la Europa moderna temprana (1450-1750)
, que había leído el curso anterior.

—Las brujas resisten la simplificación y son tan diversas y complicadas como los contextos económicos, políticos, religiosos y familiares a los que pertenecen. Encarnan la ambigüedad emocional, a horcajadas en las fronteras entre la vida y la muerte, la noche y el día, manifestaciones subconscientes de relaciones complejas y a menudo en conflicto. La brujería resulta difícil de definir porque pone de manifiesto partes de nosotros que no queremos ver. La parte oscura que todos poseemos, que Jung denominó «la sombra», es una versión escondida y reprimida de nosotros mismos que no concuerda con la idealización de nuestra imagen pública y las normas sociales. Las brujas son arquetipos que nos ayudan a descubrir quiénes somos en realidad.

Acacia escuchó cautivada el recorrido del profesor por las diversas acepciones y cambiantes nociones de las brujas en las culturas egipcia, griega y romana, el judaísmo, la cristiandad, la Edad Media, el escepticismo de la Ilustración, el neopaganismo y la continuación de la superstición en distintos lugares del mundo en la era postmoderna. Concluyó con una nota ligera, mencionando la figura y el simbolismo de la bruja en la cultura popular, desde series de televisión a las novelas de Philip Pullman y J. K. Rowling.

Tras la conferencia, Acacia había sido invitada a una cena en honor al doctor Bowles con el rector y un grupo de profesores y alumnos escogidos. No se trataba de una reunión de la Orden y, de hecho, Michael Bowles no era miembro, pero aún así Acacia no podía evitar sentirse nerviosa. Le tranquilizó ver que Eric se dirigía a ella desde el fondo de la sala.

—¿Ha ido bien el viaje?

—Sí, gracias —respondió con una sonrisa—. Mejor de lo que esperaba.

Tenía mejor aspecto que la última vez que lo había visto, pero Acacia lo conocía lo suficientemente bien para saber que algo le inquietaba.

—Ven, te presentaré al rector —le susurró Eric—. Acuérdate de lo que hablamos, sobre todo con Weber.

Acacia asintió. Habían practicado mucho en todo tipo de circunstancias y ya le resultaba fácil mantener sus pensamientos bajo control sin que Eric pudiera determinar cuándo lo hacía.

—Lord Crosswell, permíteme que te presente a Acacia Corrigan.

—Ah, he oído hablar muy bien de ti —respondió el rector estrechando su mano con energía—. Por favor, llámame Alexander.

Tenía alrededor de la cincuentena y un rostro afable, pero algo en ella se resistía a emplear un tratamiento relajado e informal con él. Aunque lo había visto en fotos y de lejos en alguna ocasión, era la primera vez que se encontraba con él cara a cara, el poderoso Gran Maestro de la Orden en Europa.

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