Encuentros (El lado B del amor) (7 page)

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Authors: Gabriel Rolón

Tags: #Amor, Ensayo, Psicoanálisis

BOOK: Encuentros (El lado B del amor)
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Dolina dice que si miramos las fotos viejas después de muchos años, vamos a notar que han cambiado. Que la sonrisa de esa mujer tal vez no es tan bella como lo era antes, o que el abrazo de aquel amigo muestra ya el germen de la futura traición, que no estaba cuando tomamos la foto. Me gusta esa idea poética.

Pero, volviendo al libro de Wilde, hay en el comienzo una charla que Dorian mantiene con lord Henry Watton, un ser irónico, inteligente, muy seductor, pero un poco malvado que, obviamente, es el álter ego del autor. Ambos están hablando del impacto que les generó haberse conocido y Dorian le dice: «Esto que me pasa, seguramente debe ser el verdadero amor», y lord Henry lo mira y le responde: «Bueno, también podría tratarse simplemente de un capricho», ante lo cual Dorian le pregunta cuál es la diferencia que existe entre el amor y el capricho. «Bueno —le responde lord Henry— el capricho suele durar un poco más», y Dorian agrega: «Ojalá, entonces, que lo nuestro sea un capricho».

Maravilloso, ¿no creen?

Pero el tema es que, con ganas de visitar la tumba de Wilde pedí un plano y caminé hasta ella. Es una tumba enorme, con una escultura que parece un mascarón de proa; pero algo más me llamó la atención. Estaba toda pintada con pequeñas manchas de diferentes colores: rosa, rojo, azul, y no entendí de qué se trataba hasta que me acerqué y las miré con detenimiento. Entonces comprendí que eran besos. La gente que lo visita, en lugar de flores, se pinta los labios y le deja un beso en la tumba. No está nada mal para alguien que vivió el amor con tanta intensidad.

Me senté frente a su tumba unos segundos, después me levanté, dejé mi flor, posé mi mano y le agradecí en silencio por tantos momentos de placer.

Me han dicho que la familia de Wilde, para evitar esto, ha cercado su tumba para que la gente no pueda tocarla. Si esto es cierto, no dudo de que el amigo Oscar, se hubiera molestado bastante por esta decisión.

El enamoramiento no es más que un trastorno de la percepción
(no es lo mismo el enamoramiento que el amor)

Pero, dejando de lado mis recuerdos, me gustaría retomar algo que quedó apenas planteado en el capítulo anterior y que apareció nada más que como una visita fugaz: el concepto de «enamoramiento», idea que nos va a servir como comienzo de este recorrido. Y lo primero que hay que decir es que no es lo mismo el enamoramiento que el amor.

Cierta vez una paciente me dijo que me quería hacer una pregunta, pero que le daba un poco de vergüenza. Le pregunté por qué y me respondió que porque se trataba de una pregunta estúpida. Le dije, entonces, que si para ella era importante, independientemente de cuál fuera el contenido de esa pregunta, sería bueno que pudiera formularla. Ella hizo una pausa, como si tomara aire o coraje, y me dijo: «¿Vos creés en el amor a primera vista?»

No respondí, por supuesto, porque poco importa mi opinión al respecto e indagué en cambio, por qué le interesaba tanto el tema y me contó que hace unos días le habían presentado a alguien, que lo había visto tres veces y que, aunque su inteligencia le decía que no podía ser, ella sentía que estaba enamorada.

Mi paciente había estado haciendo una especie de sondeo sobre este tema del amor a primera vista entre sus amistades y me dijo que al parecer las opiniones estaban divididas.

No se lo dije a ella, pero mi impresión es que el amor a primera vista existe… pero cinco años después. ¿Cómo es esto?

Se los gráfico con un ejemplo.

Supongamos que un hombre está tomando algo en un bar y en un momento entra una mujer que lo conmueve por su belleza. La mira mientras se ubica en una mesa, comienza a dar vueltas en su cabeza la idea de acercarse, se pone nervioso, hasta que por fin se levanta y le habla. Se presenta, ella está sola, se ponen a hablar, después de un rato intercambian sus teléfonos, quedan en contacto, empiezan a verse y surge una relación. Pues bien, si esa relación perdura, dentro de cinco años él le va a decir que se enamoró de ella en el mismo instante en el que la vio entrar por primera vez. Y es verdad.

Pero supongamos que esa mujer que tanto le ha impresionado, cuando él se acerca le dice que está esperando a su esposo que es cinturón negro de taekwondo y que, si lo ve hablando con ella, no va a dudar en darle una terrible paliza.

Es obvio que, si ese hombre valora en algo su integridad física, se va a alejar de esa mesa más rápido que ligero y, lo más probable, es que dentro de cinco años ni recuerde nada de esa mujer que, al entrar en aquel bar, le generó exactamente lo mismo.

Con esto quiero decir que el amor es un sentimiento cuyo inicio se reconoce mirando hacia atrás e iluminando el pasado con la luz del presente. Es lo que llamamos resignificación. De donde podríamos concluir que el amor no es un punto de partida, sino un punto de llegada; un sentimiento que se construye con el tiempo.

Todo amor tiene un comienzo
(cada cosa en su lugar)

¿Y en qué lugar de ese recorrido se ubica el enamoramiento? En el inicio. Es decir que podemos pensar al enamoramiento como el primer escalón en la construcción de un amor. ¿Y cuáles son sus características?

En primer lugar que el enamoramiento es un generador de ilusiones. De hecho así lo formulamos cuando empezamos una relación con alguien que nos importa. Decimos que estamos ilusionados con esa relación. Ahora bien, ¿qué es una ilusión?

Una ilusión es un trastorno de la percepción. Más exactamente, es la captación deformada de un objeto. Cuando, por ejemplo, en la oscuridad de la noche, un perchero en el que dejamos un abrigo nos genera la idea de que allí hay una persona, en ese caso se ha producido una ilusión. Hay un objeto, en nuestro caso el perchero, pero nuestra percepción capta algo diferente: un hombre. Y no debe confundirse esto con la
Alucinación
, ya que la alucinación es una percepción sin objeto. En ese caso, veríamos un hombre allí donde no hay nada. En la ilusión es necesario que haya un objeto: nuestro perchero, un velador, cualquier cosa. En la alucinación, en cambio, no hay ninguno. Los dos producen trastornos en la percepción, pero son fenómenos diferentes.

Pero, seguramente, muchos se estarán preguntando qué tiene que ver eso con el enamoramiento.

Bueno, es poco probable que el enamorado confunda un perchero con una persona, pero sí puede ser que perciba al objeto de su amor diferente de lo que es, que encuentre en él virtudes que en realidad no tiene.

Piensen en los amores de verano. Una amiga vuelve de las vacaciones y les cuenta que ha conocido a alguien. Una persona increíble, un hombre maravilloso, gentil, con estilo, delicado y con todas las virtudes que le quieran agregar. Pues bien, puede ocurrir que cuando unas semanas después se los presente, ustedes se miren en silencio y se pregunten: «¿Y éste era el príncipe azul?»

Y sí, es ése y, aunque para ustedes ni siquiera llegue a ser celeste, para ella, es azul marino. Por ahora.

¿Y por qué se da esa magnificación del otro?

Para explicar eso deberíamos pensar en el amor como en una cantidad, algo mensurable. Técnicamente no lo llamamos amor, sino libido. Pero pensémoslo así e imaginemos el siguiente ejemplo: tenemos una jarra, un vaso y el agua. La jarra es el amante, el vaso es el amado y el agua es el amor.

Es evidente que cuanto más agua se vuelque en el vaso, menos habrá en la jarra. Es decir que cuanto más amor se coloque sobre la figura del amado, menos afecto queda para el amante, y esto genera dos cosas. La primera, un engrandecimiento del ser amado que tiene todo el afecto puesto en él, y la segunda, un empequeñecimiento del enamorado que se va vaciando de libido, es decir, se va deslibidinizando. Por eso ve al amado brillante, hermoso, le resulta indispensable para su vida, en tanto que él se siente pequeño y vulnerable.

En uno de sus escritos más famosos, Freud compara al enamoramiento con la hipnosis y dice que el enamorado está ante el amado como el hipnotizado ante el hipnotizador. Es decir que, al igual que el hipnotizado, quien ama ha perdido su voluntad y acata la voluntad del otro; y ni siquiera es consciente de lo que desea porque el único deseo que le importa cumplir es el del hipnotizador.

En ese sentido se parece —dice Freud— el enamoramiento a la hipnosis; tanto uno como el otro dejan al sujeto en un estado de indefensión. Como dice un amigo poeta: «Siempre está en peligro el pasajero del amor».

Por suerte, en el tiempo que demanda la construcción de una pareja, el enamoramiento es algo que pasa, porque si no el sujeto quedaría eternamente con un déficit de amor para consigo mismo; podríamos decir, sin amor propio.

Piensen cuántas veces le han dicho a alguien que se «tendría» que querer un poco más. Muchas ¿no es cierto? Y lo que en realidad le están diciendo es que no se vacíe de libido, que no ponga todo el afecto en el otro, porque si lo hace va a estar en problemas.

Cierto es que, a pesar de lo que digo, quien está enamorado vive ese momento como si fuera algo maravilloso. Entonces ¿por qué plantearlo cómo si se tratara de un problema? Ni más ni menos que porque estamos denunciando la falacia del encuentro amoroso, la imposibilidad de que exista un otro tan maravilloso que nos complete, alguien que detenga nuestro deseo para siempre y pueda saciar nuestras ansias de eternidad. Porque ésa es la ilusión que genera el enamoramiento, pero como esa persona no existe y nadie puede sostenerse en ese lugar, es que en un tiempo más o menos largo, esa etapa cae y da paso al segundo momento en la construcción del amor; un momento al que me gusta llamar: «desilusión».

De príncipe a mendigo
(el peligro de comerse un sapo)

Seguramente el término desilusión pueda generar una cierta impresión negativa, pero no es ésa la intención de este libro. Sólo lo utilizo siguiendo la misma lógica de razonamiento que venimos compartiendo, y lo llamo así porque es el momento en el que cae ese proceso ilusorio de ver al otro como alguien maravilloso capaz de completarnos; aunque en realidad lo que sucede es que aparece una ilusión nueva pero de signo contrario: dejamos de verlo mejor de lo que era para verlo peor de lo que es.

¿Y cómo se da el paso entre una etapa y la otra?

El tiempo pasa y el enamorado ve que la persona que ama tiene cosas que no le gustan, que no es el ser perfecto que creyó en un primer momento, que no puede llenar todos sus anhelos y se desilusiona. Y en esa desilusión, enojado porque el otro resultó ser nada más que un ser humano, lo juzga con crueldad y, así como antes multiplicaba sus virtudes, ahora multiplica sus falencias; aunque mejor sería decir, lo que él cree que son sus falencias.

Desde el punto de vista emocional, lo primero que suele aparecer es un sentimiento de enojo, el deseo de terminar con la relación que no resultó ser lo que se esperaba y reaparece la sensación de vacío e incompletud.

Dichas estas cosas, daría la impresión que es mejor el momento de enamoramiento al de desilusión. Y puede que así sea, aunque ambos sean igualmente ilusorios. Pero lo cierto es que las dos etapas conllevan un peligro latente.

Enamoramiento y desilusión
(dos momentos de cuidado)

El riesgo del enamoramiento es que la pareja se vaya a convivir en esta fase de la relación, y no es un peligro menor.

Hace un tiempo, una paciente me comentó que estaba pensando en irse a vivir con su novio, y como caí en la cuenta de que hacía muy poco que me hablaba de él, le pregunté cuánto tiempo hacía que estaban en pareja. «Dos meses y doce días», me respondió, y acentuó lo de los doce días. Y era esperable que lo hiciera ya que en las relaciones breves no se pueden regalar los momentos compartidos, porque aún carecen de historia. Entonces, cada segundo cuenta. De modo que no era lo mismo dos meses y doce días que si hubieran sido sólo dos meses. Y, después de decirme eso, soltó la frase esperable y fatal, aunque inevitable: «Pero pareciera que nos conociéramos de toda la vida».

Pero si esa paciente está entusiasmada, deseosa de concretar esa convivencia ¿por qué pensar que esa decisión es potencialmente peligrosa?

Porque la desilusión va a llegar tarde o temprano y los va a encontrar viviendo juntos. Entonces, ante las primeras discusiones, se van a ver ante la ridícula circunstancia de tener que decirle a alguien que conocen hace setenta y dos días: «vos ya no sos el de antes». ¿El de antes, cuándo? Si hace tres meses ni siquiera se conocían.

Pero dijimos que también la etapa de desilusión puede acarrear un peligro latente. ¿Y cuál es ese peligro? Interrumpir la relación sólo porque el otro resultó no ser perfecto. Tengamos en cuenta que si alguien fuera a pelearse cada vez que descubre que su pareja tiene alguna cosa que no le gusta, todo el mundo estaría solo. Y no es que la soledad esté mal. Por el contrario, hay veces que es elegida, deseada y entonces es lo mejor para ese sujeto en ese momento. Pero cuando es el efecto de la intolerancia a las diferencias, el asunto se vuelve patológico.

En los casos en los que la relación resiste los embates de la desilusión, se abre la posibilidad de pasar a una tercera etapa a la que sí podríamos llamar amor; una etapa en la cual vemos en el otro mucho de lo que nos enamoraba, aunque no todo, y también algunas de las cosas que no nos gustaban, aunque no todas. Y, si en esa captación del otro con virtudes y falencias aparece la sensación de que se está mejor con esa persona que sin ella, empieza a generarse una relación de otro orden de madurez y sustentabilidad. Porque aparece el deseo de estar juntos, ya no desde un ideal imposible, sino desde el reconocimiento de las diferencias subjetivas. Porque de eso se trata el amor sano. No de necesitar al otro, sino de desearlo. De saber que sin esa persona alguien podría vivir igual, pero que aun así, elije hacerlo con ella.

Hablábamos de la capacidad de elección; pues bien, estar o no con alguien tiene sentido, en tanto y en cuanto es una elección movida por el deseo y no una imposición de la necesidad.

El amor incondicional
(o el inicio de una tragedia)

Digamos entonces que para llegar al amor, siempre hay que luchar contra la desilusión, aunque cueste. Pero esto no implica que sea a cualquier precio.

Y para aclarar mejor por qué digo esto, volvamos a esa segunda etapa. Dijimos que para superarla, una persona debe aceptar que el otro tiene algunas cosas que no le gustan y que no la hacen feliz. Bueno, es ahí donde aparece el tema del costo.

Hay una palabra que suele acompañar la idea del amor y que tiene estatus de noble y desinteresada, pero no es así. Es la palabra
incondicional
.

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