Encuentros (El lado B del amor) (10 page)

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Authors: Gabriel Rolón

Tags: #Amor, Ensayo, Psicoanálisis

BOOK: Encuentros (El lado B del amor)
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Los celos, en cambio, están definidos por una relación triangular en la cual el temor que siente el celoso es que una persona, a la cual quiere mucho, le dé a algún otro lo que sólo debería darle a él. Aquí no sucede lo que ocurre en el caso de la envidia, donde el otro se guardaba la golosina para él, sino que se lo va a dar a otra persona en lugar de dárselo a él; se lo da otro porque lo quiere más y lo quiere más porque seguramente es mejor, porque vale más.

Como vemos, en este caso el objeto sí es algo valioso que puede ser dado a uno o a otro, y el celoso teme que le den a otro algo que él valora mucho y quiere para sí. En la envidia, el objeto (la golosina) no valía nada; en cambio en los celos, el objeto, sea el que fuere (el amor, la sexualidad, el puesto de trabajo) es muy importante para el sujeto. Por eso el celoso vive temiendo que su pareja, por ejemplo, se enamore de otro o se acueste con otro, porque ese amor y esa fidelidad sexual son algo muy valioso para él.

Remarquemos, entonces, las diferencias en la estructura de los celos y la de la envidia.

Decíamos que en los celos hay una relación triangular, hay también algo muy valorado y hay un temor enorme de que eso pueda ser dado a otro.

Generalmente, la persona celosa sufre mucho; vive en una eterna intranquilidad, está todo el tiempo pendiente y atemorizada ante la posibilidad de perder aquello que ama.

¿En cuál de las etapas que conducen a la construcción
del amor queda ubicada la persona celosa?

Dijimos anteriormente que en la construcción de un amor hay tres momentos:

  1. Enamoramiento.
  2. Desilusión.
  3. Aceptación de las diferencias y desarrollo del amor.

En el primer momento el amado es alguien maravilloso, no tiene defectos, nadie es mejor porque está terriblemente idealizado, casi endiosado. El amado se ve engrandecido en tanto que el enamorado se va empequeñeciendo hasta el punto tal de no poder entender, cómo alguien tan perfecto se ha fijado en él.

Por eso depende tanto de su objeto de amor, porque siente que lo completa, lo llena; en esta etapa el enamorado dice frases del tipo: «yo ya había perdido la esperanza de encontrar alguien como vos».

Dijimos también que era el tiempo de las ilusiones, en el sentido psicológico del término; es decir, pensada la ilusión como un trastorno de la percepción. Y rescatemos este concepto porque nos va a servir mucho para poder explicar algunos fenómenos que se dan en el sujeto celoso.

Bajo el influjo de estas ilusiones, el objeto de amor es percibido de un modo deformado, se lo ve más alto, sus ojos son más lindos, su voz es más dulce, incluso las actitudes son interpretadas de otra manera.

«No sabés lo dulce que es Roberto —me decía una paciente hablándome de un hombre con el que había comenzado a salir— me llamó a las cuatro de la mañana para ver cómo estaba y preguntarme si había llegado bien.»

Pero, como aclaramos también, esto pasa y viene la desilusión; por eso siete meses después la misma paciente protestaba: «¿Me tiene que llamar a las cuatro de la madrugada; no sabe que mañana trabajo?» O, «¿no confía en mí y me está vigilando?»

Nada dura para siempre.

Y este tipo de cosas se generan en ese segundo momento en el que comenzamos a percibir algunas imperfecciones en el ser amado, imperfecciones que ya existían, pero que el enamoramiento nos impedía percibir. Aparece algo del orden del defecto, de lo que no nos gusta tanto. ¿Y por qué aparece esto? Porque todo ese amor que dijimos se había volcado en el otro al punto tal de no querer hacer nada sin él, de no poder pensar en otra cosa que no sea él, es recuperado y vuelve al yo del enamorado.

Técnicamente diríamos que el yo recupera su
investidura libidinal
y que, entonces, ahora sí se puede pensar en otras cosas y actuar de un modo diferente.

Al principio el otro llamaba y el enamorado salía corriendo a su encuentro. En cambio, tiempo después, puede decir que ahora no, que está haciendo otra cosa, que va a pasar después. ¿Por qué ahora puede esperar para verlo y antes no? Porque ha recuperado ese afecto que estaba volcado en su totalidad en el otro y empieza a aparecer el valor propio y vuelve a sentir que es alguien más allá de estar o no con el otro.

Pues bien, si se superan estas dos etapas, dijimos, accedemos a un tercer momento de la relación, que puede con suerte transformarse en un amor maduro, o al menos, en una pareja viable.

Eternamente enamorados…
(no es tan bueno como parece)

Efectivamente hay personas que quedan capturadas en el enamoramiento, pero eso que parece ser una muy buena noticia, suele no serlo. Porque aunque pueda parecer algo maravilloso esto de ser amado de esa manera tan idealizada, de saber que la otra persona está siempre pendiente de nuestros deseos, es necesario poner el acento en lo difícil que puede llegar a ser para alguien tener que soportar el lugar del que siempre completa al otro, del que tiene todo lo que el otro necesita.

Me decía una paciente que le resultaba agobiante sentirse tan necesitada por su novio. Se quejaba de que él no podía hacer nada si ella no lo aprobaba, que le consultaba ante cada cosa y terminó esa sesión diciendo: «por favor, que baje un cambio… soy simplemente una mujer».

Fíjense que lo que estaba planteando en realidad es que la idealización extrema, sostenida todo el tiempo, le resultaba muy agobiante; y lo que esto marca es que cuando ese deslumbramiento inicial se prolonga más de lo debido, ya no es grato para ninguno de los dos.

Lo que ocurre es que hay quienes no están en condiciones psicológicas para emprender una relación sana y, entonces, cuando se les termina la novela rosa, se les termina el amor. Porque, en definitiva, la relación de amor tiene que ver con eso de poder discriminar lo que el otro tiene para dar, de lo que no tiene; y es más, a lo mejor lo tiene pero no lo quiere dar, y es su derecho.

Por eso se hace necesaria una cuota de madurez para tener ese respeto por la voluntad del otro e intentar ser feliz a pesar de esto que no puede o no quiere dar.

Cuando alguien no es respetuoso de esta dinámica, la relación se vuelve patológica. ¿Por qué? Porque va a buscar de cualquier modo lo que no obtiene y va a atormentar al otro, lo va a presionar y esto va a hacer que su pareja se sienta mal, cuestionada y exigida todo el tiempo.

Ahora utilicemos todo esto que estuvimos viendo y apliquémoslo a los celos. Recuerdo algunos versos de un poema de Eliseo Jiménez, que se llama, justamente, «Celos», y me parece que pueden servir para graficar lo que siente el sujeto celoso. Dice el poema en una de sus partes: «Tú sabes que en los ojos de los hombres / hay miradas impuras».

Pues bien, el celoso es antes que nada un sujeto que vive con la sensación de estar permanentemente en peligro; torturado por el temor de que venga otro a robarle lo que ama, y entonces, fíjense cuando dice, «en los ojos de los hombres hay miradas impuras», podríamos preguntar ¿de qué hombres? Y la respuesta es: de todos los hombres. Por eso, cada vez que su pareja sale a la calle o va a hacer alguna compra, el celoso teme que los otros (hombres en este caso) le vayan a dirigir miradas impuras, y esto se vuelve un tormento.

Otro verso dice: «Cuando te envuelve una mirada de esas,/ y sientes que resbala por tu cuerpo / ¿qué es lo que piensas? di, ¿qué es lo que piensas?»

Y está muy bien la repetición de la pregunta, porque así le sucede en realidad, ya que es lo que le pasa en la cabeza todo el día: «¿Qué estás pensando? ¿De quién te acordaste?»

El celoso vive abrumado por esos cuestionamientos que dirige, a veces en silencio, a su pareja: ¿qué es lo que piensa, qué es lo que mira, qué es lo que siente? Tiene la necesidad de tener bajo control todos los aspectos de la persona que quiere, por el temor a que se vaya con alguien mejor. Como decíamos al comienzo del encuentro, de que le dé a otro lo que él quiere para sí.

Si ustedes leyeran todo el poema, se darían cuenta de que a ese hombre en realidad, no le alcanza con nada. Ni la sonrisa, ni el cuerpo, ni la mirada que se le entrega a él. Es como si quisiera tener hasta la exclusividad de su pensamiento y aún más. Querría tenerlo todo.

Pero, recordemos algo que dijimos en el primer encuentro: todo no se puede.

Y ésta es la tortura del celoso; o la celosa. Que no le alcanza con nada, porque lo que busca es otra cosa; lo que busca no se lo puede dar la persona que ama porque siempre querrá más. ¿Recuerdan lo del deseo que se desplaza permanentemente?

Bien, así actúa la dinámica de los celos: si le da su cuerpo, quiere su amor, si le da su amor, quiere sus pensamientos, si le da sus pensamientos, querrá también sus recuerdos y seguirá, hasta que en algún momento, la pareja no va a poder darle todo, porque lo que está pidiendo es otra cosa. Algo que ni él mismo sabe qué es. Para encontrar una respuesta a esos interrogantes, entre otras cosas, está el psicoanálisis.

Pero me gustaría compartir con ustedes otra poesía, que esta vez sí la voy a presentar en su totalidad, porque es un regalo que quiero hacerles. Es una de mis preferidas. Se llama «El amenazado», es de Jorge Luis Borges y está en su libro
El oro de los tigres
. Dice así:

Es el amor. Tendré que ocultarme o que huir.

Crecen los muros de su cárcel, como en un sueño atroz.

La hermosa máscara ha cambiado,

pero como siempre es la única.

¿De qué me servirán mis talismanes:

el ejercicio de las letras,

la vaga erudición, el aprendizaje de las palabras

que usó el áspero Norte para

cantar sus mares y sus espadas,

la serena amistad, las galerías de la biblioteca,

las cosas comunes,

los hábitos, el joven amor de mi madre,

la sombra militar de mis muertos,

la noche intemporal, el sabor del sueño?

Estar contigo o no estar contigo es

la medida de mi tiempo.

Ya el cántaro se quiebra sobre la fuente, ya el hombre se

levanta a la voz del ave, ya se han oscurecido

los que miran por las ventanas, pero la sombra

no ha traído la paz.

Es, ya lo sé, el amor: la ansiedad y el alivio

de oír tu voz, la espera y la memoria,

el horror de vivir en lo sucesivo.

Es el amor con sus mitologías,

con sus pequeñas magias inútiles.

Hay una esquina por la que no me atrevo a pasar.

Ya los ejércitos me cercan, las hordas.

(Esta habitación es irreal; ella no la ha visto.)

El nombre de una mujer me delata.

Me duele una mujer en todo el cuerpo.

Como verán, esta poesía tiene un lenguaje mucho más lunar que la anterior, pero de todas maneras, aparecen también estas cuestiones que venimos trabajando. Por ejemplo, cuando habla de «el horror de vivir en lo sucesivo», lo que está diciendo es que el tiempo va a seguir pasando y, probablemente, él quisiera detenerlo ahora, porque está con ella y no quiere que nada cambie esto.

Recuerdo un verso de una canción francesa que dice: «deberíamos morir cuando estamos siendo felices», y Borges lo dice de esta manera: «el horror de vivir en lo sucesivo». Como si alguien pudiera decir: «basta para mí, aquí me quiero quedar», que es lo que ocurre en los momentos de felicidad; el deseo de eternizar ese momento, pero como a esta altura ya sabemos, todo no se puede.

Pero veamos dos cosas más que aparecen en el poema de Borges. Una de ellas es esa frase que dice: «estar contigo o no estar contigo es la medida de mi tiempo». Es decir que la presencia o ausencia del amado marca el tiempo, el ritmo del deseo del enamorado. Como si el pulso de la vida misma dependiera de esa presencia o ausencia.

Y una línea más que me parece maravillosa, es ésta: «el nombre de una mujer me delata, me duele una mujer en todo el cuerpo».

Porque aquí hizo su aparición la idea del dolor; que es algo inseparable del amor. Y es una genialidad de Borges el modo en el que dice que desde este lugar sólo se puede sufrir. Esta es la trampa en la que a veces nos hace caer el amor. Por eso el poema se llama «El amenazado».

Dice Freud que nunca estamos menos protegidos contra el dolor que cuando amamos. Porque es imposible no ser un enamorado en peligro ya que, todo el que ama, corre un riesgo.

El celoso, y llegamos por fin a una primera definición, es aquel al que ese riesgo se le vuelve una tortura.

¿Los celos son una forma de demostrar amor?
(el que no cela no ama… pero el que cela es un gil)

Hay una canción popular que dice: «el que cela molesta, pero el que no, irrita». Es decir que, en definitiva, algo se tendría que celar porque es una manera de demostrar que se quiere; porque si no se cela ni un poco es como si no se amara.

Estimo que esta idea ronda en la cabeza de no pocas personas, pero pienso que la frase es falaz porque parte de un supuesto erróneo.

Veamos: dice que el que cela molesta pero el que no, irrita. Así formulada, la frase es un axioma; es decir, una verdad que hay que aceptar y dar por verdadera sin cuestionarla. Pero resistamos esa trampa y analicémosla un poco a ver qué pasa.

En primer lugar, eso de que el que cela molesta es al menos dudoso, dependerá de quién estemos hablando. Porque a algunas personas les encanta que las celen, que les estén encima. Porque si no, es como si no recibieran el reconocimiento del otro.

Recuerdo una paciente muy enojada que hablando de su marido protestaba: «Claro… salgo toda arreglada y él no es capaz de preguntarme adonde voy. ¿Ves que ya no le gusto? ¿Qué ya no le importa si yo me voy con otro?».

Y la pareja, que a lo mejor pensó que estaba muy linda pero no dijo nada para que no le cayera mal, para que no se sintiera perseguida, termina teniendo que dar explicaciones.

Es cierto que hay quienes, como esa paciente, se irritan si no son celadas; pero eso es porque confunden los celos con el amor, porque no tienen incorporada la importancia que en la pareja juegan la confianza y la libertad. Pero hay que tener cuidado con no llevar también esto a una máxima errónea.

Otra canción dice en una de sus estrofas: «Si amas a un pájaro déjalo libre; si vuelve a ti es tuyo, sino nunca lo fue».

Por supuesto que no es del todo lícito analizar una frase que tiene aspiración poética desde una mirada científica o psicológica. Pero utilicémosla solamente como un disparador de ideas y veremos que, como la anterior, esta frase también es falaz. A lo cual el autor tiene derecho, porque es una canción y no un postulado científico. Pero decir: «dejala que se vaya que si es tuya va a volver y, si no lo hace, es que nunca lo fue», es creer que las cosas son eternas y no pueden perderse, y no es así como funciona el mundo.

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