Encuentros (El lado B del amor) (18 page)

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Authors: Gabriel Rolón

Tags: #Amor, Ensayo, Psicoanálisis

BOOK: Encuentros (El lado B del amor)
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—Señor, usted siempre nos dice que confía en nosotros. Pero ¿de verdad confía en mí?

El hombre lo mira sin entender bien a qué viene todo esto y le responde que sí.

—Entonces yo quiero pedirle un favor —le dice el joven—. Necesito que me deje salir un día de aquí.

El director le explica que eso es imposible, que está prohibido y que además él ha intentado escapar varias veces, lo cual vuelve a su pedido aún más difícil de complacer. Pero le pregunta por qué le está pidiendo algo que él sabe que no es lícito hacer y El Gallo le responde que su madre se está muriendo, y que a él le gustaría acompañarla y que ella pueda verlo antes de partir.

El hombre se ve en una encrucijada de la que sale apostando a la confianza. Acepta el pedido que el chico le hace con una condición, de que al otro día, con el primer tren que llega al pueblo, él debe estar de vuelta, y le ruega que por favor cumpla, que no lo defraude, porque si lo hace, eso significaría que tenían razón los que decían que no se podía confiar en ellos.

El Gallo se va. A la mañana siguiente, a la hora pautada, el joven no ha llegado al reformatorio y el director envía a su asistente a la estación de tren a ver qué ocurrió. A los minutos el hombre regresa con la información de que ese día, en el primer tren de la mañana, no vino nadie.

Apesadumbrado, el director se dirige a su cuarto y prepara su valija y su renuncia. Enterados de esto los chicos van a pedirle que no se vaya:

—Señor —le suplican— por favor, no se vaya. Porque si usted se va nos van a mandar a otro como los de antes… esos que piensan que nosotros no servimos para nada. Por favor, no nos deje.

Pero el director les dice que jamás les ha mentido y que siempre confió en ellos y que ahora no sabe si podrá volver a hacerlo.

Mientras hablan sobre esto, desde la puerta el asistente lo llama a los gritos. El se dirige rápidamente y al llegar ve a El Gallo que viene corriendo, como alma que lleva el diablo, por el camino de tierra que llevaba al pueblo. Cuando está frente a él, el joven cae de rodillas extenuado y con lágrimas en los ojos le dice:

—Señor, perdóneme. Yo quería cumplir, pero mi madre tardó un poco más en morir y no pude dejarla sola. Y cuando llegué a la estación el tren ya se había ido. Vine corriendo desde allí, pero aun así no llegué a tiempo. Sé que le fallé, pero por favor, no se vaya, no nos deje.

El hombre lo toma de los hombros conmovido, lo ayuda a levantarse y lo abraza. Y el chico duro y rebelde llora. Llora por la madre que ha muerto, pero también llora por gratitud a ese hombre que con su confianza le ha abierto la puerta de un destino diferente, y por haber podido cambiar un mandato siniestro que lo condenaba a la marginalidad y el delito por otro que le habilita un camino a lo largo del cual pueda llegar a ser alguien de quien él mismo se sienta orgulloso.

La palabra posibilita la educación, la transmisión del afecto y la comunicación, y eso es algo maravilloso. Pero en determinadas situaciones puede volverse un arma fatal. Por eso debemos tener cuidado con lo que decimos y no olvidar que, para la mente de un niño, frases que en la vida adulta no tienen ningún valor pueden adquirir una significación que marque para siempre su vida.

La influencia de la cultura

Pero dijimos que tres eran los factores que influían sobre la psiquis de una persona. Hablamos ya de la herencia y de la historia.

En cuanto a lo social, esbocemos apenas la idea de que la realidad en la que vivimos nos impacta y que debemos vérnosla con ella. Que no es lo mismo vivir en una época histórica que en otra, en una cultura que en otra o, incluso, en una clase social que en otra. Que son diferentes las dificultades y los estímulos que alguien recibe, a favor o en contra, y que lo llevan a desarrollar sus aptitudes y mecanismos de defensa.

Desconocer esto es caer en un psicologismo que lo único que hace es dificultar la comprensión de lo que nos pasa.

La importancia de la insatisfacción
(o un camino seguro hacia la depresión)

Dijimos ya que el ser humano, por carecer de instinto, carece también de la posibilidad de encontrar la satisfacción plena. Pero lejos de lo que pudiera pensarse, esto no es una desventaja. Por el contrario, esa falta instintiva es la que pone de manifiesto que, para nosotros, se hace necesaria una preparación y una construcción permanente y laboriosa durante toda la vida para poder ir asumiendo los distintos roles que nos esperan: hijo, amigo, pareja, empleado, jefe o madre. Todos y cada uno de los lugares a los que podamos vernos convocados a ocupar en la vida tienen que ser construidos, porque el ser humano no es un ser natural sino un ser social.

Pero entonces, aparece una pregunta inquietante: ¿No nos deja esta carencia instintiva sin un arma fundamental, esa que impulsa a los animales a cazar, invernar, hacer largos recorridos para desovar o construir nidos?

Y la respuesta es que, ante la falta de instinto, los seres humanos hemos desarrollado una fuerza tanto o más movilizante aún: El Deseo. Esa energía que permanentemente nos impulsa a hacer cosas, armar proyectos laborales o sentimentales, estudiar o hacer un viaje. El deseo que, por ejemplo, toma la forma de la búsqueda del amor, del conocimiento o de la realización de los proyectos personales.

La «depresión», por ejemplo, término tan usado en estos tiempos, es una enfermedad que se caracteriza por la desaparición del deseo, lo cual provoca una ausencia de proyectos tan marcada que nos deja cara a cara con la muerte, destino final y conocido de todo sujeto humano. Y es ante esta situación que surge la angustia que nos invade dejándonos paralizados e impotentes.

Pero no es necesario llegar a ese extremo para sentir, muchas veces, una pesadumbre que ensombrece nuestra vida. Situaciones de pérdida de trabajo, de pareja o de dificultades cotidianas suelen angustiarnos y quitarnos, aunque no todo, gran parte de nuestro interés en las cosas que hacemos. Aquello que nos entusiasmaba pierde su atractivo y nos sentimos «sin energía para nada». Pues bien, esa energía que parece habernos abandonados es lo que llamamos Deseo. Y es en esas situaciones en las que se pone en juego la capacidad de seguir deseando de una persona, la cual está íntimamente ligada a la sanidad.

Porque el deseo, ese algo siempre insatisfecho, es el que nos impulsa a sobreponernos a estas dificultades, el que nos insta a buscar nuevos horizontes, a volver a empezar a pesar de los tropiezos e intentarlo siempre una vez más.

Y llegados a este punto, hago una aclaración que me parece fundamental. Decir que el deseo es siempre insatisfecho no es lo mismo que decir que alguien deba sentirse siempre insatisfecho y que no pueda disfrutar de los logros alcanzados. Simplemente significa que nadie puede tenerlo todo, que siempre podemos querer alcanzar un objetivo más.

Y he allí el desafío de la vida. Desear, luchar por conseguir esos anhelos, disfrutar de lo obtenido y comprender que aun así tenemos la posibilidad de inventar un nuevo sueño por el que valga la pena seguir viviendo.

Remito al lector a la película
El náufrago
, protagonizada por Tom Hanks.

En este film, a partir de un accidente aéreo, un ejecutivo de una famosa empresa de mensajería que nada sabía del contacto con la naturaleza y que no estaba capacitado para sobrevivir en condiciones límites, queda solo en una isla desierta. Y allí tiene que enfrentarse a desafíos que parecen enormes, casi imposibles.

Conseguir alimento, agua potable, comida, hacer fuego, encontrar un refugio y, sobre todo, no convertirse en un animal, es decir, seguir siendo un hombre.

Para eso apela, inconscientemente, a dos estrategias. La primera de ellas es la de colocar la foto de la mujer que ama siempre cerca de su vista. El Deseo de volver a verla será el incentivo que lo impulsará a no darse por vencido nunca, por difícil que parezca la tarea a realizar. La segunda es humanizar a un objeto, en este caso una pelota de voley, a la que bautiza con el nombre de su marca, en la que dibuja ojos, nariz y boca y con la cual habla todo el tiempo para no olvidarse de que es, antes que nada, un sujeto del lenguaje.

De ese modo, como decíamos al principio, el deseo y la palabra, lo acompañan todo el tiempo y lo mueven a intentar volver a su mundo, a pesar de los riesgos y de las dificultades que parecen infranqueables.

Recomiendo una visita por esa historia. Algunos han visto en ella solamente una película taquillera, la tonta historia de un hombre que le habla a una pelota, pero si la miramos bien, vamos a darnos cuenta de que apunta al hecho de que siempre existe la posibilidad de afrontar un desafío más mientras sigamos siendo sujetos atravesados por la palabra y, sobre todo, por el deseo.

Amor y erotismo

Hay quienes piensan que el amor y el erotismo son inseparables, cuando no una misma cosa. Pero ocurre que uno y otro caminan por caminos distintos que muchas veces tienen, incluso, direcciones contrarias.

Dijimos que para que el amor surgiera era inevitable la presencia de una cierta idealización de la persona amada. Como decía mi paciente Mariano, aquel al que hicimos referencia cuando hablamos de los actos fallidos, su mujer y su amante eran «dos cosas diferentes».

Débora, su esposa, era el ser más maravilloso que había sobre la Tierra, una persona extraordinaria, una madre increíble, la mejor compañera que un hombre podría haber encontrado.

Observemos cómo el proceso de idealización aparece claramente en el juicio que hace sobre ella. Débora no aparece en su discurso como una mujer, sino como algo superior. Y por eso la ama.

Obviamente, le pregunté acerca de su amante, Valentina. Y allí su gesto, su voz, su postura cambiaron. Me dijo que a ella en la cama le podía pedir cualquier cosa, que era una máquina, que sus pechos, sus caderas, sus labios, le resultaban irresistibles y delataban cuánto le gustaba a ella el sexo.

Reparemos en la manera diferente en la que describe a ambas mujeres. Su esposa era una
mujer
maravillosa, una
madre
increíble, la mejor
persona
del mundo. En cambio su amante era una
máquina
, y sus
labios
, sus
pechos
, sus
caderas
la delataban como un puro objeto sexual.

¿Y cuál es la diferencia entre una descripción y la otra?

Que cuando habla de su esposa, se refiere a una mujer totalizada, a una madre, a una persona, en cambio cuando habla de su amante la degrada, la divide en partes. No es una mujer, es unas caderas o unos pechos, no es una madre o una compañera, es una máquina.

Pero esto que Mariano hace, no es más que dejar en evidencia la diferencia entre los mecanismos con los que funcionan el amor y el deseo.

Dijimos que el amor requiere de una cierta idealización del otro, pues bien, el deseo en cambio necesita degradar al objeto para poder erotizarse. Que no sea una mujer sino unos pechos, que no sea una buena compañera sino una máquina sexual. ¿Cuántas veces algún amigo, hablando de una mujer que lo excita, dice que es
una bestia
, o
una perra
?

Observen cómo, hasta en el discurso cotidiano, hay una aceptación de que esto funciona así.

¿Y cuál es la dificultad mayor que se le presenta a una pareja? La de poder sostener el amor y el deseo en una misma relación, es decir, idealizar y degradar, según sea el momento, a la misma persona, lo cual propone un desafío para ambos.

Recuerdo a un paciente que después de treinta años de casado seguía muy enamorado de su esposa y a la vez la deseaba enormemente. Sentía que era la mujer de su vida, pero también, cuando la miraba, veía sus pechos, sus caderas y se excitaba.

Pero ¿cuál era la dificultad que tenía? Que ella no se dejaba degradar, no quería ser tratada como una cosa, como un objeto sexual. Entonces, cuando él se acercaba desde atrás y la abrazaba y comenzaba a tocarla, ella se enojaba y le decía que no era una cualquiera, que era su esposa, que necesitaba antes de hacer el amor que él la acariciara suavemente, que la mirara, que le dijera que la amaba… y él me decía que mientras hacía todo eso que ella le pedía, se deserotizaba. ¿Por qué? Porque ella le volvía tierna una situación que debía ser sexual, y en esa ternura, se diluía su deseo.

¿Se puede desear a otra persona aun estando enamorado?
(Sí)

La respuesta a esta pregunta, aunque hiera la idea romántica del amor, es que sí. Como vimos, los mecanismos del amor y el deseo transitan por senderos tan distintos que no es raro que puedan dirigirse a personas diferentes. Esta comprobación es tremendamente dolorosa porque rompe con una de las ilusiones que genera el amor: completarse el uno al otro.

Obviamente, si el otro nos completara, no habría deseo y por lo tanto, no habría necesidad de ir a buscar nada a ningún otro lado. Pero dado que no es así, el tema de la fidelidad se impone como algo que no está dado por el solo hecho de estar en pareja y que requiere de una decisión y un esfuerzo personal. Pero hablaremos de esto en el capítulo siguiente.

Para concluir, digamos que el deseo es, en definitiva, la única arma que tenemos para enfrentar a la muerte. Porque si no tuviéramos deseos, al mirar hacia adelante, sin proyectos que nos movilicen, veríamos solamente en el final del recorrido el destino que nos espera y no podríamos evitar pensar todo el tiempo que nos vamos a morir.

Movidos por la fuerza del deseo emprendemos epopeyas, escribimos libros, nos enamoramos, estudiamos o simplemente transitamos la vida de la mano de aquellos que, con su reconocimiento, nos hacen renovar permanentemente las ganas de crecer y nos invitan a inventar, siempre, un proyecto más.

Séptimo encuentro
LA INFIDELIDAD

«Hoy en día la fidelidad sólo se ve en los equipos de sonido.»

WOODY ALLEN

Del lado del infiel

Los puentes de Madison
, una de las historias de amor que más han conmovido a lectores y espectadores, es también una historia de infidelidad. Esta novela de Robert James Waller fue llevada al cine por Clint Eastwood, quien la protagonizó junto a Meryl Streep.

El relato de la película transcurre en dos épocas, ya que va todo el tiempo del presente al pasado, y cuenta la historia de amor de Francesca y Robert. De un modo resumido, ésta es la historia.

Francesca ha muerto y sus hijos se encuentran con que ella ha dejado por escrito su voluntad de ser cremada y de que sus cenizas sean esparcidas sobre el Puente Roseman, uno de los puentes techados de Madison.

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