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Authors: Agatha Christie

En El Hotel Bertram (13 page)

BOOK: En El Hotel Bertram
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El inspector jefe Fred Davy, con su corpachón que recordaba vagamente al de un abejorro gigante, se paseaba por los confines del Departamento de Investigación Criminal, canturreando suavemente. Era uno de sus hábitos más conocidos, y a nadie le llamó la atención excepto para dar lugar al comentario de que «el Abuelo andaba husmeando».

Su paseo le llevó finalmente hasta el despacho donde el inspector Campbell estaba sentado detrás de su escritorio, con una expresión aburrida. El inspector Campbell era un joven ambicioso al que la mayoría de sus ocupaciones le resultaban terriblemente monótonas. Sin embargo, se ocupaba aplicadamente de todas sus obligaciones y había conseguido bastantes éxitos en el cumplimiento del deber. Los jefes consideraban que prometía y, de vez en cuando, le hacían llegar alguna palabra de felicitación.

—Buenos días, señor —saludó el inspector Campbell respetuosamente, cuando el Abuelo entró en sus dominios. Naturalmente, él sólo llamaba «Abuelo» a Davy como todos los demás cuando no estaba presente, porque aún no tenía el rango ni la antigüedad necesaria para llamarle directamente por su apodo.

—¿Puedo hacer algo por usted, señor?


La, la, bum, bum
—canturreó el inspector jefe, desafinando un poco—.
«¿Por qué me llaman Mary cuando mi nombre es miss Gibbs?»
— Después de esta inesperada resurrección de una viejísima comedia musical, acercó una silla y se sentó.

—¿Ocupado? —le preguntó al joven.

—Más o menos.

—Tiene por ahí un caso de desaparición que tiene que ver con un hotel, ¿no es así? ¿Cómo se llamaba? ¿Bertram's, no?

—Sí, así es, señor. El hotel Bertram's.

—¿Alguna infracción en la venta de bebidas alcohólicas? ¿Mujeres?

—No, señor —exclamó el inspector Campbell, un tanto sorprendido al escuchar que alguien se refiriera al Bertram's, como vinculado a algo ilícito—. Es un lugar al estilo antiguo, muy bonito y refinado.

—¿Lo es? —replicó el Abuelo—. ¿De veras lo es? Vaya, eso es muy interesante.

Campbell se preguntó por qué era interesante. Prefería no preguntarlo porque los ánimos de las altas jerarquías estaban un tanto exaltados desde el asalto al tren correo, pues había representado un gran éxito para los malhechores. Miró el rostro grande y la expresión vacua del Abuelo, y se preguntó, como había hecho otras veces, cómo había hecho el jefe inspector Davy para alcanzar su actual rango y por qué se le valoraba tanto en el departamento. «Habrá sido muy capaz en su época», pensó, «pero hay muchos jóvenes muy capaces que se merecen un ascenso en cuanto jubilen a todos estos carcamales». Pero el carcamal había comenzado a entonar otra canción, salpicando el canturreo con una palabra aquí y otra más allá.


«Dime, bella desconocida, ¿hay alguien más como tú en la casa?»
—entonó el Abuelo y, después, con una inesperada voz de falsete, añadió—:
«Algunas, amable señor, y las más hermosas que pudierais imaginar»
. Un momento, creo que las he mezclado.
Floradora
. Ésa sí fue una gran comedia.

—Creo que he oído hablar de ella, señor.

—Supongo que su madre se la cantaría cuando usted estaba en la cuna —señaló Davy—. Muy bien, ¿qué ha pasado en el hotel Bertram’s? ¿Quién, cómo y por qué ha desaparecido?

—Un viejo clérigo. Alguien llamado Pennyfather.

—Un caso aburrido, ¿no?

El inspector Campbell sonrió.

—Sí, señor, no se puede decir que sea algo excitante.

—¿Qué aspecto tenía?

—¿El padre Pennyfather?

—Sí. Supongo que tendrá una descripción.

—Desde luego. —Campbell buscó entre los papeles que tenía en el escritorio—. Altura mediana, pelo blanco abundante, encorvado...

—¿Cuándo desapareció del Bertram's?

—Hará cosa de una semana, el 19 de noviembre.

—¿Y lo acaban de denunciar? Se han tomado su tiempo, ¿no le parece?

—Creo que todos creían que acabaría por aparecer.

—¿Alguna idea de lo que hay detrás? ¿Un hombre decente y temeroso de Dios se fuga de buenas a primeras con la esposa de un sacristán? ¿Bebía en secreto o había malversado los fondos de la iglesia? ¿O es de esos viejos desmemoriados que suelen hacer este tipo de cosas?

—Por lo que me han dicho, señor, creo que se trata de lo último. Ya lo ha hecho en otras ocasiones.

—¿Qué? ¿Desaparecer de un respetable hotel del West End?

—No, no es eso exactamente, pero en ocasiones no ha regresado a su casa cuando le esperaban. Algunas veces, se ha presentado para quedarse en casa de algún amigo cuando no le habían invitado, o no se presentó cuando sí le habían invitado. Esa clase de cosas.

—Sí. Todo eso suena muy bonito, natural y de acuerdo a lo esperado —manifestó el Abuelo—. ¿Cuándo dice que desapareció exactamente?

—El jueves 19 de noviembre. Había asegurado su asistencia a un congreso. —Consultó los papeles—. Ah, sí, en Lucerna. La Sociedad de Estudios Históricos de la Biblia. Ése es el nombre traducido. Creo que en realidad es una sociedad alemana.

—¿Iba a celebrarse en Lucerna? El viejo... es viejo, ¿no?

—Sesenta y tres años, señor.

—¿El viejo no se presentó en el congreso, o me equivoco?

Una vez más, el inspector Campbell cogió los papeles y le leyó todos los hechos que habían podido ser comprobados.

—No parece como si se hubiera escapado con un niño del coro —comentó Davy.

—Supongo que no tardará en aparecer —replicó Campbell—, pero continuamos investigando. ¿Tiene usted algún interés especial en el caso, señor? —El joven apenas si podía reprimir la curiosidad.

—No —respondió Davy pensativo—. No, no estoy interesado en el caso. No veo nada que pueda interesarme.

Se produjo una pausa que contenía claramente la pregunta «¿Y entonces?» que el inspector Campbell sabía muy bien que no podía formular en voz alta.

—Lo que a mí me interesa de verdad —señaló el Abuelo— es la fecha y, por supuesto, el hotel Bertram’s.

—Es un lugar muy bien llevado, señor. Allí nunca hay problemas de ninguna clase.

—No me cabe ninguna duda de que eso está muy bien llevado —afirmó Davy—, pero preferiría echarle un vistazo.

—Desde luego, señor, cuando usted quiera. Precisamente pensaba darme una vuelta por allí.

—En ese caso aprovecharé para ir con usted. No para entrometerme, ni nada por el estilo, pero me gustaría echarle una ojeada al lugar, y la desaparición de ese archidiácono, o lo que sea, es una buena excusa. No hace falta que me llame «señor» cuando estemos allí. Usted es el que manda y yo seré el subalterno.

Al inspector Campbell volvió a picarle la curiosidad.

—¿Usted cree que allí podría haber una conexión, señor, algo que estuviera vinculado con alguna otra cosa?

—Hasta este momento, no hay ninguna razón para creer nada semejante. Pero ya sabe usted como es. Uno tiene, no sé bien cómo llamarlos, ¿pálpitos, quizás? El hotel Bertram's suena como algo demasiado bueno para ser cierto.

Volvió a su imitación de un abejorro con su versión de
«¡Vayamos todos a pasear por el Strand!»

Los dos inspectores salieron juntos. Campbell, muy elegante con su traje oscuro (tenía un tipo excelente), y Davy, con el aire de un paleto que acaba de llegar del campo. Formaban buena pareja. Sólo el ojo experto de miss Gorringe los clasificó en cuanto entraron en el vestíbulo y comprendió quienes eran. Se esperaba una visita de este tipo desde el momento en que había informado de la desaparición del padre Pennyfather, y que tendría que mantener una entrevista de rutina con un agente.

Una discreta llamada a la joven que la secundaba en la recepción hizo que ésta se adelantara para ocuparse de las consultas ordinarias de los clientes, mientras miss Gorringe se apartaba hacia un lateral del mostrador y miraba a los dos hombres. El inspector Campbell dejó su tarjeta sobre el mostrador y ella asintió, al tiempo que miraba al hombretón con la chaqueta de tweed. Observó que se había vuelto ligeramente para contemplar el vestíbulo y sus ocupantes, con un placer un tanto infantil ante el espectáculo de la clase alta moviéndose a su alrededor.

—¿Quieren ustedes pasar a la oficina? —preguntó miss Gorringe—. Allí podremos hablar con más tranquilidad.

—Sí, creo que será lo mejor.

—Tienen ustedes un lugar muy bonito —comentó el hombre mayor con su expresión de paleto—. Muy cómodo —añadió, mirando complacido el fuego que ardía en la chimenea—. La comodidad de antaño.

Miss Gorringe sonrió satisfecha.

—Sí, desde luego. Estamos orgullosos de las comodidades que ofrecemos a nuestros clientes. —Se volvió hacia su ayudante—. ¿Quieres hacerte cargo, Alice? Aquí está el registro. Lady Jocelyn no tardará en llegar. Seguramente querrá cambiar de habitación en cuanto la vea, pero debes explicarle que el hotel está al completo. Si es necesario, puedes mostrarle la 340, que está en el tercer piso, y ofrecérsela. No es una habitación muy agradable y estoy segura de que se conformará con la que tiene en cuanto vea la otra.

—Sí, miss Gorringe.

—Ah, y recuérdale al coronel Mortimer que sus prismáticos están aquí. Esta mañana me pidió que se los guardara. No permitas que se marche sin recogerlos.

—No, miss Gorringe.

Resueltos estos detalles menores, miss Gorringe miró a los dos policías, salió de la recepción y se dirigió hacia una puerta que no tenía rótulo alguno. La abrió y entraron en una pequeña oficina de aspecto un tanto lóbrego. Los tres se sentaron.

—De acuerdo con los informes —manifestó el inspector Campbell, consultando sus notas—, el hombre desaparecido es el padre Pennyfather. Aquí tengo el informe del sargento Wadell. Quizá pueda usted explicarme exactamente con sus propias palabras qué ocurrió.

—No creo que el padre Pennyfather haya desaparecido realmente en el sentido que normalmente le damos a la palabra —respondió miss Gorringe—. A mí me parece que debió encontrarse con un amigo en alguna parte, un viejo amigo o algo así, y que se marchó con él a alguna reunión de eruditos aquí o en el continente. Siempre es muy vago en sus explicaciones.

—¿Hace mucho tiempo que le conoce?

—Es cliente del hotel desde hace, déjeme pensar, sí, desde hace unos cinco o seis años como mínimo.

—Usted también lleva mucho tiempo aquí, ¿no es así? —preguntó Davy, interviniendo súbitamente en la conversación.

—Llevo aquí catorce años.

—Es un bonito lugar —repitió Davy—. ¿El padre Pennyfather siempre se alojaba aquí cuando venía a Londres?

—Sí. Era un cliente habitual. Siempre escribe con bastante anticipación para hacer la reserva. Es mucho menos parco cuando escribe que en la vida real. Pidió una habitación desde el 17 al 21. Durante esos días esperaba estar ausente durante una o dos noches, y explicó que deseaba mantener la habitación mientras estaba de viaje. Era algo que hacía a menudo.

—¿Cuándo comenzó a preocuparse por su ausencia? —preguntó Campbell.

—La verdad es que no me preocupé. Desde luego, fue un tanto incómodo. Verá, estaba reservada su habitación para otro huésped que llegaba el 23 y fue entonces cuando advertí, antes no me había dado cuenta, de que no había regresado de Lugano.

—En mis notas aparece Lucerna —señaló Campbell.

—Sí, sí, creo que era Lucerna. Un congreso de arqueología o algo así. En cualquier caso, cuando me di cuenta de que no había regresado y que su equipaje continuaba en la habitación, se planteó una situación bastante incómoda. En esta época del año tenemos el hotel siempre lleno, y había un cliente a quien le habíamos dado la habitación del padre: la honorable Mrs. Saunders, de Lyme Regis. Ella siempre ocupa esa habitación. Entonces fue cuando llamó el ama de llaves. Estaba preocupada.

—Según dijo el archidiácono Simmons, el ama de llaves es Mrs. McCrae. ¿La conoce?

—No personalmente, pero he hablado con ella por teléfono en un par de ocasiones. Creo que es una persona sensata y de mucha confianza, que lleva muchos años al servicio del padre Pennyfather. Estaba preocupada como es natural. Creo que ella y el archidiácono se pusieron en contacto con los amigos más cercanos y los familiares, pero ninguno sabía nada de los movimientos del padre. A la vista de que esperaba la visita del archidiácono, no deja de ser extraño que el padre no regresara a casa para recibir a su amigo.

—¿El padre es siempre tan desmemoriado? —preguntó el Abuelo.

Miss Gorringe no le hizo caso. Le parecía que el hombretón, a quien atribuía como mucho la condición de sargento, intervenía en la conversación más de la cuenta.

—Ahora, para colmo —añadió miss Gorringe con un tono irritado—, me acabo de enterar por boca del archidiácono Simmons de que el padre ni siquiera asistió al congreso en Lucerna.

—¿Envió algún telegrama para avisar que no iría?

—No lo creo, al menos no desde aquí. Ningún telegrama ni llamada. La verdad es que no sé nada de Lucerna, sólo me preocupa nuestra intervención en el asunto. La noticia de su desaparición se ha publicado en los periódicos, aunque no han mencionado que estaba alojado aquí. Espero que no lo hagan. No queremos a los reporteros por aquí, a nuestros huéspedes no les gustaría. Le estaríamos muy agradecidos, inspector Campbell, si evita que aparezcan. Después de todo, no desapareció en el hotel.

—¿Sus maletas siguen aquí?

—Sí, en el cuarto de equipajes. Si no viajó a Lucerna, ¿han considerado ustedes la posibilidad de que le atropellara un coche o algo así?

—El padre Pennyfather no ha sido víctima de ningún accidente —respondió el policía.

—En realidad no deja de ser curioso, muy curioso —opinó miss Gorringe. El enfado había sido reemplazado por un leve interés—. Me refiero a que una se pregunta adonde ha podido ir y porqué.

El Abuelo le dirigió una mirada comprensiva.

—Desde luego, usted sólo considera este asunto desde el punto de vista del hotel. Algo muy natural.

—Tengo entendido —intervino el inspector Campbell, consultando sus notas una vez más—, que el padre Pennyfather se marchó de aquí alrededor de las seis y media de la tarde del jueves, día 19. Llevaba una bolsa de viaje y cogió un taxi. Le dijo al portero que el taxi debía llevarle al club Athenaeum.

Miss Gorringe asintió.

—Sí. Cenó en el Athenaeum. El archidiácono Simmons me dijo que fue allí donde le vieron por última vez.

El tono de firmeza en la voz de miss Gorringe sonó muy claro mientras traspasaba la responsabilidad de ver al padre por última vez desde el hotel Bertram's al club Athenaeum.

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