En El Hotel Bertram (27 page)

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Authors: Agatha Christie

BOOK: En El Hotel Bertram
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El silencio se prolongó durante unos cuantos minutos. Luego Bess Sedgwick dejó la silla.

—Creo que está usted loco. —Cogió el teléfono.

—¿Va a llamar a su abogado? Es la cosa más sensata que puede hacer antes de que hable demasiado.

La mujer dejó el teléfono con un golpe brusco.

—La verdad es que detesto a los abogados. De acuerdo, como usted quiera. Sí, yo estoy al mando de toda la organización. Tenía toda la razón cuando dijo que era divertido. He disfrutado cada momento. Era divertido llevarse el dinero de los bancos, los trenes, las oficinas postales y los camiones blindados. Era divertido planear y decidir, divertidísimo, y me alegro de haberlo hecho. ¿El cántaro va tantas veces a la fuente? Eso acaba de decir, ¿no? Supongo que es verdad. ¡Bueno, por lo menos me lo he pasado en grande! Pero comete usted un error cuando dice que Ladislaus Malinowski mató a Michael Gorman. Él no lo hizo, fui yo. —Se echó a reír con una risa aguda—. No tiene ninguna importancia lo que hizo, ni las amenazas. Le dije que le mataría, miss Marple aquí presente me oyó decirlo, y lo maté. Mis movimientos concuerdan más o menos con los que usted le atribuyó a Ladislaus. Me escondí en la escalera de los bajos. Esperé a que pasara Elvira, disparé al aire y, cuando ella gritó y Micky se acercó corriendo, lo tuve donde quería y me lo cargué. Como podrá suponer, tengo todas las llaves de entrada al hotel. Entré por la puerta de los bajos y subí a mi habitación. Nunca se me ocurrió que ustedes seguirían el rastro de la pistola hasta Ladislaus, o que llegarían a considerarle sospechoso. Robé el arma de su coche sin que él lo supiera, pero no, se lo aseguro, con la intención de hacerle parecer sospechoso. —Se volvió hacia miss Marple—. Recuerde que es testigo de lo que acabo de decir. Yo maté a Gorman.

—Quizá lo dice porque está enamorada de Malinowski —señaló el inspector.

—No lo estoy. —La réplica fue tajante—. Soy una buena amiga, nada más. Sí, hemos sido amantes de una manera informal, pero no estoy enamorada de Ladislaus. He amado a un solo hombre en toda mi vida: John Sedgwick. —Su voz cambió y se hizo más suave al pronunciar el nombre.

—Ladislaus es mi amigo. No quiero que lo encierren por algo que no hizo. Yo maté a Michael Gorman. Lo dije antes y miss Marple es mi testigo. Bien, mi querido inspector Davy, ahora —la voz de Bess se elevó excitada y sonó su risa— atrápeme si puede.

Levantó el teléfono y, como quien arroja una pelota, lo lanzó contra el cristal de la ventana que se hizo añicos y, antes de que el Abuelo pudiera intentar levantarse, ella ya se había escabullido por la ventana y se deslizaba por la cornisa. Con una rapidez sorprendente para un hombre de su tamaño, Davy se había acercado a la otra ventana y, después de abrirla, tocó el silbato para dar la alarma.

Miss Marple, que tardó un poco más en levantarse de la silla, se unió al inspector. Juntos se asomaron a la ventana para mirar a la mujer que se movía por la fachada del Bertram's.

—Se caerá —exclamó miss Marple—. Está trepando por una cañería de desagüe. ¿Por qué hacia arriba?

—Se dirige a la azotea. Es su única oportunidad y lo sabe. ¡Dios bendito, mírela! Trepa como un gato. Parece una mosca enganchada a la pared. ¡No se amilana ante nada!

—Se caerá —repitió miss Marple, que casi no se atrevía a mirar—. No lo conseguirá.

Bess Sedgwick desapareció de la vista. El Abuelo se apartó de la ventana.

—¿No va usted a seguirla? —preguntó la anciana.

El inspector meneó la cabeza.

—¿Qué podría hacer con lo que peso? Tengo a mis hombres apostados para impedirle la fuga. Ellos saben lo que tienen que hacer. En unos minutos tendremos noticias, aunque no me extrañaría que ella acabara por dejarles con un palmo de narices. Es una mujer entre un millón. —Exhaló un suspiro—. Una de las indomables. Siempre hay algunas en todas las generaciones. No hay quien pueda dominarlas. Es imposible integrarlas en la comunidad y conseguir que respeten la ley y el orden. Tienen que seguir su propio camino. Si salen santas, atienden a los leprosos o cosas así, o acaban siendo martirizadas en alguna selva. Si salen malas, cometen atrocidades que es preferible no mencionar y, a veces, sencillamente salen indómitas. Supongo que lo suyo hubiera sido haber nacido en otra época, cuando todo el mundo tenía que cuidar de sí mismo y todos luchaban si querían seguir vivos. Emboscadas a cada paso, rodeados de peligros, y ellos representando una amenaza para los demás. Ese mundo hubiese sido el adecuado, se hubiera sentido como en su casa. En éste no.

—¿Sabía usted lo que iba a hacer?

—En realidad no. Ése era uno de sus dones. Lo inesperado. Sin duda sabía que en algún momento acabarían descubriéndola. Así que sentada mirándonos, manteniendo la pelota en juego, mientras pensaba cómo salir del apuro, supongo que... —Se interrumpió al oír el rugido de un motor acelerando a fondo y el chirrido de los neumáticos. Volvió a sacar la cabeza por la ventana—. Lo ha conseguido. Ha llegado al coche.

Se oyeron más chirridos a medida que el coche daba la vuelta a la esquina sobre dos ruedas. Otro rugido y el coche enfiló la calle como una exhalación.

—Matará a alguien —anunció el Abuelo—. Matará a un montón de gente y acabará matándose ella también.

Escucharon el ruido del motor y de la bocina que se alejaban, los gritos de los transeúntes, los chirridos de los frenazos, las bocinas de otros coches y, finalmente, otro tremendo frenazo y un terrible estrépito.

—Se ha estrellado —afirmó el inspector.

Permaneció junto a la ventana en silencio, esperando con la paciencia que le era natural. Miss Marple tampoco abrió la boca. Luego, como en una carrera de postas, llegó el mensaje desde la calle. Un hombre en la acera opuesta miró hacia la ventana donde se encontraba el inspector y le transmitió el mensaje por señas.

—¡Se acabó! —dijo el Abuelo con pesar—. ¡Ha muerto! Se estrelló a ciento cincuenta contra la verja del parque. No hay más heridos. Sólo algunos cuantos coches abollados. Una magnífica conductora. Sí, está muerta. —Se apartó de la ventana—. Bueno, tuvo tiempo de confesar. Usted la escuchó.

—Sí, la escuché. —Miss Marple hizo una pausa antes de añadir en voz baja—: Mintió, por supuesto.

—¿Usted no la creyó?

—¿Usted sí?

—No. La historia que nos contó no era correcta. Se la inventó de manera que encajara con los hechos, pero no era verdad. Ella no asesinó a Michael Gorman. ¿Sabe usted quién lo hizo?

—Claro que lo sé. La muchacha.

—¡Ah! ¿Cuándo sospechó de Elvira?

—Desde el principio.

—Yo también. Aquella noche estaba asustadísima y las mentiras que nos contó no se aguantaban. Sin embargo, al principio no se me ocurrió cuál podía ser el motivo.

—A mí también me despistó. Había descubierto que su madre era bígama, pero ¿mataría una muchacha por eso? Imposible en estos tiempos. Supongo que por alguna parte saldrá el tema del dinero.

—Sí, fue por dinero. Su padre le dejó una fortuna inmensa. Cuando descubrió que su madre estaba casada con Michael Gorman se dio cuenta de que el matrimonio con Coniston no tenía ninguna validez legal. Creyó que no recibiría el dinero porque, aunque ella era su hija, no era legítima. Estaba en un error, ¿sabe usted? Una vez tuvimos un caso parecido. Todo depende de los términos del testamento. Coniston se lo dejó todo a ella, la citó por su nombre. Nadie podría arrebatárselo, pero ella no lo sabía. No estaba dispuesta a que la dejaran sin el dinero.

—¿Por qué lo necesitaba con tanta desesperación?

—Para comprar a Ladislaus Malinowski —respondió el inspector con una expresión grave—. Él estaba dispuesto a casarse por dinero. Ni se le hubiera pasado por la cabeza casarse sin dinero de por medio. Esa muchacha no es ninguna tonta. Lo sabía, pero le daba lo mismo. Estaba locamente enamorada.

—Lo sé —afirmó miss Marple—. Lo vi en su rostro aquella tarde en Battersea Park.

—Tenía muy claro que el dinero tenia que ser suyo; de lo contrario, le perdería. Por lo tanto, planeó un asesinato a sangre fría. No se escondió en las escaleras de los bajos. No había nadie en las escaleras. Sencillamente permaneció junto a la barandilla, disparó un tiro al aire y gritó. En el momento en que Michael Gorman se acercó corriendo desde el hotel, le disparó a quemarropa y después continuó gritando. Es despiadada. No tenía la intención de incriminar al joven Ladislaus. Le robó la pistola porque era el camino más fácil de hacerse con un arma. En ningún momento se le pasó por la cabeza que pudieran sospechar de Malinowski, o que él se encontraría aquella noche por la zona. Creyó que culparían a algún maleante que se hubiera aprovechado de la niebla. Sí, es despiadada. Pero después tuvo miedo y su madre tuvo miedo por ella.

—¿Qué piensa hacer usted ahora?

—Sé que ella lo hizo —afirmó el Abuelo—, pero no tengo ninguna prueba. Quizás ella tenga la suerte de los principiantes. Incluso las leyes parecen considerar ahora que incluso los perros tienen derecho a un primer mordisco, aplicado a términos humanos. Cualquier abogado con experiencia puede convertir el caso en un auténtico y conmovedor melodrama; una muchacha que apenas es poco más que una adolescente, una infancia desgraciada y, además, es hermosa.

—Sí, los hijos de Satanás a menudo acostumbran a ser hermosos. Y, como usted y yo sabemos, florecen como las setas.

—Pero como le digo, probablemente ni siquiera se llegue a plantear una acusación. No hay ninguna prueba. Fíjese en usted misma. La llamarían como testigo, la testigo de lo que dijo su madre, la confesión de su crimen.

—Lo sé. Insistió mucho para que no lo olvidara. Escogió la muerte a cambio de salvar a su hija. Me hizo depositaria de su última voluntad.

Se abrió la puerta que comunicaba con el dormitorio. Elvira Blake entró en la sala. Llevaba un sencillo vestido recto azul claro. El pelo le enmarcaba el rostro. Parecía un ángel de una pintura de los primitivos italianos. Miró a miss Marple y después al inspector.

—Oí algo parecido a un choque y gente que gritaba. ¿Ha ocurrido un accidente?

—Lamento informarle, miss Blake —dijo el inspector con un circunspecto tono oficial—, que su madre ha muerto.

Elvira soltó una leve exclamación.

—Oh no. —No parecía una protesta muy decidida.

—Antes de intentar fugarse —añadió Davy—, porque pretendía fugarse, se confesó autora del asesinato de Michael Gorman.

—¿Quiere usted decir que... que fue ella?

—Sí. Eso fue lo que declaró. ¿Tiene usted algo que añadir?

La muchacha le miró durante un buen rato. Meneó la cabeza con un movimiento apenas perceptible.

—No, no tengo nada que añadir.

Dio media vuelta y salió de la habitación.

—Bien —dijo miss Marple—. ¿Permitirá usted que se salga con la suya?

La respuesta del inspector fue un violento puñetazo contra la mesa.

—No —rugió—. ¡De ningún modo!

Miss Marple asintió lentamente y con expresión grave.

—Que Dios se apiade de su alma.

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