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Authors: Agatha Christie

En El Hotel Bertram (23 page)

BOOK: En El Hotel Bertram
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—Creo que esto es todo. ¿Está segura de que no tiene nada más que decirme? ¿Algún lugar donde su amiga pudo ir aquel día? ¿O el día anterior?

Una vez más, la visión de Mr. Bollard y la joyería de Bond Street pasó por la mente de la muchacha.

—No.

—Creo que hay algo que no me ha dicho —insistió el Abuelo.

Bridget recordó una cosa que la podía sacar del apuro.

—Ah, me olvidaba. Sí, creo que fue a ver a unos abogados. El bufete que administra su herencia para averiguar no sé qué.

—Así que fue a ver a unos abogados. ¿Por casualidad recuerda los nombres?

—Creo que el bufete se llama Egerton. Forbes, Egerton y no sé qué más. Tiene un nombre muy largo, pero es más o menos así.

—Comprendo. ¿Miss Elvira quería averiguar algo?

—Quería saber de cuánto dinero disponía.

El inspector enarcó las cejas.

—¡Vaya! Es interesante. ¿Cómo es que no lo sabía?

—Eso tiene fácil explicación. Ni su tutor ni los administradores le hablan nunca de dinero. Al parecer, creen que es malo para una joven saber cuánto dinero tiene.

—¿Ella estaba muy interesada en saberlo?

—Sí. Creo que lo consideraba muy importante.

—Bien, muchísimas gracias. Me ha ayudado usted mucho.

Capítulo XXIII

Richard Egerton miró una vez más la tarjeta que le habían entregado, y después miró el rostro del inspector Davy.

—Un asunto curioso —comentó.

—Sí, señor, es un asunto muy curioso.

—El hotel Bertram's envuelto en la niebla. Sí, hacía tiempo que no teníamos una niebla como la de anoche. Supongo que cuando hay niebla espesa deben usted recibir infinidad de denuncias, ¿no? Tirones de bolsos, carteristas, ese tipo de cosas.

—En este caso no fue así —le corrigió el Abuelo—. Nadie intentó robarle nada a miss Blake.

—¿De dónde hicieron el disparo?

—Debido a la niebla, no estamos seguros. Ni ella mismo lo sabía. Pero creemos, al menos parece lo más lógico, que el autor del disparo se apostara en la escalera de unos bajos.

—¿Dice que le disparó dos veces?

—Así es. Falló el primer tiro. El portero corrió desde su puesto delante de la puerta del hotel, y la escudó con su cuerpo justo antes del segundo disparo.

—¿Así que él recibió el balazo?

—Sí.

—Un tipo muy valiente.

—Sí, era un valiente. Tenía una hoja de servicios excelente. Un irlandés.

—¿Cómo se llamaba?

—Gorman. Michael Gorman.

—Michael Gorman —repitió el abogado, frunciendo el entrecejo—. No. Por un momento, creí que el nombre me resultaba conocido.

—Es un nombre muy común. En cualquier caso, le salvó la vida.

—¿Cuál es exactamente el motivo de su visita, inspector?

—Confiaba en que usted pudiera darme alguna información. Siempre nos gusta tener toda la información que podamos conseguir sobre la víctima de un atentado criminal.

—Naturalmente. Pero en realidad le puedo decir muy poca cosa. Sólo he visto a Elvira un par de veces desde que era una niña.

—Usted la vio cuando vino a visitarlo la semana pasada, ¿no?

—Sí, efectivamente. Dígame por favor qué desea saber. Si es algo sobre su carácter, quiénes eran sus amistades, sus novios o pretendientes y todo eso tipo de cosas, lo mejor sería que hablara usted con alguna de sus gobernantas. Una tal Mrs. Carpenter la acompañó de regreso de su viaje a Italia, y también Mrs. Melford. Elvira vive con ella en su casa de Kent.

—Ya he hablado con Mrs. Melford.

—Ah.

—No sirvió de nada. Fue una total pérdida de tiempo, señor. Tampoco me interesa saber cosas personales de la muchacha. Después de todo, he conversado con ella y he escuchado todo lo que tenía que decirme, o mejor dicho lo que estaba dispuesta a decirme.

El Abuelo no pasó por alto el leve movimiento de las cejas de Egerton al escuchar la palabra «dispuesta».

—Me han dicho —prosiguió el inspector— que miss Blake estaba preocupada, inquieta, asustada por algo y convencida de que su vida corría peligro. ¿Es esa la impresión que le dio cuando vino a visitarle, Mr. Egerton?

—No —respondió el abogado, con una expresión pensativa—, yo no diría tanto, aunque sí mencionó un par de cosas que me resultaron cuando menos curiosas.

—¿Tales cómo?

—Verá, deseaba saber quién se beneficiaría de su fortuna en el caso de que muriera súbitamente.

—Ah, así que era eso lo que le rondaba por la cabeza. ¿Que podía morir súbitamente? Interesante.

—Se le ha metido algo en la cabeza, pero no sé qué es. También quería saber cuánto dinero tiene o tendrá cuando cumpla los veintiún años. Eso, quizás, es más comprensible.

—Tengo entendido que es una suma considerable.

—Es una gran fortuna, inspector.

—¿Por qué cree que quería saberlo?

—¿Lo del dinero?

—Sí, y quién lo heredaría.

—No lo sé —afirmó Egerton—. No tengo ni la menor idea. También sacó el tema del matrimonio.

—¿Le pareció que había un hombre mezclado en este asunto?

—No tengo ninguna prueba, pero me dio toda la impresión. Estaba seguro de que había un novio de por medio. ¡Siempre lo hay! Se lo dije a Luscombe, me refiero al coronel Luscombe, su tutor, pero él no sabía nada de ningún novio. Claro que el viejo Derek sería el último en enterarse. Se mostró muy inquieto cuando le sugerí que detrás de todo esto había algún novio y, sin ninguna duda, alguien indeseable.

—Es un indeseable —ratificó el inspector.

—Ah. Entonces, ¿usted le conoce?

—Creo saber quién es. Se llama Ladislaus Malinowski.

—¿El piloto de carreras? ¡Dios me libre! ¡Un demonio muy guapo! Las mujeres se vuelven locas en cuanto lo ven. Me pregunto cómo es que se cruzó con Elvira. Que yo sepa, no se mueven en los mismos ambientes excepto que, si mal no recuerdo, Malinowski estuvo en Roma hace un par de meses. Quizá se conocieron allí.

—Es más que posible, aunque cabe la posibilidad de que le conociera a través de su madre.

—¿Cómo? ¿A través de Bess? No me parece verosímil.

Davy carraspeó con discreción.

—Se dice que lady Sedgwick y Malinowski son íntimos amigos, señor.

—Sí, sí. Estoy al corriente de esos rumores. Quizá sea verdad, pero no lo sé. Son muy amigos, y los dos llevan vidas muy parecidas. Bess tiene sus amoríos, desde luego, aunque no es una de esas que la gente llama ninfómanas. Las malas lenguas siempre están dispuestas a colgarle ese apelativo a cualquier mujer, pero no es cierto en el caso de Bess. En cualquier caso, hasta donde yo sé, Bess y su hija apenas si se conocen.

—Eso mismo me dijo lady Sedgwick. ¿Está usted de acuerdo?

Egerton asintió en silencio.

—¿Miss Blake tiene más parientes?

—A efectos prácticos, ninguno. Los dos hermanos de su madre murieron en la guerra, y ella era la hija única del viejo Coniston. Mrs. Melford, aunque la muchacha la llama «prima Mildred», es en realidad prima del coronel Luscombe. Derek ha hecho todo lo posible por educar y criar a Elvira, si bien eso resulta especialmente difícil para un hombre, y más todavía cuando se está chapado a la antigua, como es su caso.

—Dice usted que miss Blake mencionó el tema del matrimonio. Supongo que no hay ninguna posibilidad de que ya se haya casado.

—Le faltan años para cumplir los veintiuno. Necesita el consentimiento del tutor y de los administradores del fideicomiso.

—Sí, desde el punto de vista técnico. Pero cuando se les mete en la cabeza la idea de casarse, no paran mientes.

—Lo sé. Es de lo más lamentable. Pero tendrían que pasar por el trámite de pedir la tutela de un tribunal, y eso plantea muchas dificultades.

—Por otra parte, una vez casadas, ya es demasiado tarde. Supongo que, en el caso de estar casada y morir repentinamente, el marido heredaría su fortuna, ¿me equivoco?

—La hipótesis del casamiento me parece improbable. Siempre ha estado muy protegida y sus... —Egerton se interrumpió al ver la sonrisa cínica en el rostro del policía.

Por muy bien que hubieran vigilado a Elvira, la joven había conseguido trabar amistad con un tipejo como Ladislaus Malinowski sin que nadie sospechase absolutamente nada.

—Su madre se fugó cuando era mucho más joven —admitió el abogado sin muchos ánimos.

—Sí, su madre se fugó, es algo muy propio de ella, pero miss Blake tiene un carácter distinto. Está dispuesta a salirse con la suya, pero prefiere conseguirlo de una manera menos directa.

—No creerá que...

—No creo absolutamente nada... todavía —manifestó Davy.

Capítulo XXIV

Ladislaus Malinowski miró alternativamente a los dos policías y acabó echando la cabeza hacia atrás al tiempo que soltaba una sonora carcajada.

—¡Esto es divertidísimo! —exclamó—. ¡Tienen toda la pinta de un par de búhos! Es ridículo que se les haya ocurrido pedirme que venga aquí y encima pretender que responda a sus preguntas. No tienen ustedes nada en mi contra, absolutamente nada.

—Consideramos que quizá pueda usted ayudarnos en nuestras investigaciones, Mr. Malinowski. —El inspector Davy utilizaba su tono oficial—. Es usted el propietario de un Mercedes-Otto, con la matrícula FAN 2266.

—¿Existe alguna razón para que no pueda ser el propietario de ese coche?

—Ninguna en absoluto, señor. Sólo hay alguna leve duda en cuanto a si el número de matrícula es correcto. Su coche fue visto en la carretera M7 y, en esa ocasión, la matrícula era otra.

—Tonterías. Sin duda se trataba de otro coche.

—No hay tantos de esa marca. Los hemos comprobado todos.

—¡Me parece que usted se cree todo lo que le cuenta la policía de tráfico! ¡Qué idea más peregrina! ¿Dónde ocurrió si es que se puede saber?

—El lugar donde la policía le detuvo y le pidió ver su carné no está muy lejos de Bedhampton. En cuanto a la hora, fue la noche en que asaltaron el Irish Mail.

—La verdad es que resulta usted muy gracioso.

—¿Tiene un revólver?

—Desde luego, tengo un revólver, una pistola automática y las licencias respectivas.

—No lo dudo. ¿Las dos armas continúan en su posesión?

—Por supuesto.

—Ya le he advertido, Mr. Malinowski.

—¡La famosa advertencia policial! Cualquier cosa que usted diga será anotada y utilizada en su contra en el juicio.

—Esas no son las palabras exactas —manifestó el inspector, con un tono amable—. Utilizadas, sí. En su contra, no. ¿No quiere hacer ninguna corrección a la afirmación anterior?

—No, no es necesaria.

—¿Está usted seguro de que no desea la presencia de un abogado en esta entrevista?

—No me gustan los abogados.

—A muchas personas les pasa lo mismo. ¿Dónde están las armas?

—Creo que usted sabe perfectamente bien dónde están, inspector. La pistola está en el bolsillo de la puerta de mi coche, el Mercedes-Otto con el número de matrícula FAN 2266, como le he dicho antes. El revólver está en un cajón de mi apartamento.

—Acierta usted en lo del revólver —afirmó el Abuelo—, pero en cuanto a la pistola, no está en el coche.

—Sí que lo está. Está en el bolsillo izquierdo.

El inspector Davy meneó la cabeza.

—No niego que pudo estar allí, pero ahora no lo está. ¿Es ésta, Mr. Malinowski?

Puso una pequeña pistola automática sobre el escritorio y la empujó hacia el piloto. Malinowski cogió el arma con una expresión de profundo asombro.

—Sí, es ésta. ¿Así que fue usted quién la sacó de mi coche?

—No, nosotros no la sacamos de su coche. No estaba en el Mercedes. La encontramos en otro lugar.

—¿Dónde la encontraron?

—La encontramos en Pond Street que, como usted sin duda sabrá, es una calle cerca de Park Lane. Quizá se le cayó a una persona que paseaba por allí, o tal vez iba corriendo.

Malinowski se encogió de hombros.

—Eso no tiene nada que ver conmigo. Puede estar seguro de que a mí no se me cayó. Estaba en mi coche hace un par de días. Uno no tiene por qué estar mirando continuamente si una cosa que ha dejado en un lugar sigue allí. Se da por hecho que está.

—¿Sabe usted, Mr. Malinowski, que ésta es la pistola que se utilizó para matar a Michael Gorman la noche del 26 de noviembre?

—¿Michael Gorman? No conozco a ningún Michael Gorman.

—El portero del hotel Bertram's.

—Ah, sí, el que mataron de un tiro. Lo leí en el periódico. ¿Dice usted que lo mataron con mi pistola? ¡Tonterías!

—No es ninguna tontería. Los expertos en balística la examinaron. Conoce usted lo suficiente de armas de fuego como para saber que sus análisis son fiables.

—Está usted intentando cargarme el muerto. ¡Ya sé como actúa la policía!

—Creo que usted conoce a la policía de nuestro país bastante mejor que eso, Mr. Malinowski.

—¿Está usted sugiriendo que disparé contra Michael Gorman?

—Hasta ahora, lo único que le pedimos es una declaración. No se ha formulado ningún cargo.

—Pero eso es lo que cree, que disparé contra ese tipo ridículo vestido de mariscal. ¿Por qué iba a dispararle? No le debía dinero. No le tenía ningún rencor.

—Dispararon contra una joven. Gorman corrió a protegerla y recibió la segunda bala en mitad del pecho.

—¿Una joven?

—Una joven que, si no me equivoco, usted conoce. Miss Elvira Blake.

—¿Dice usted que alguien intentó asesinar a Elvira con mi pistola?

Su voz no podía sonar más incrédula.

—Quizá tuvieron ustedes una discusión.

—¿Insinúa que tuve una pelea con Elvira y por eso disparé contra ella? ¡Qué locura! ¿Por qué iba a disparar contra la muchacha con la que voy a casarme?

—¿Eso es parte de su declaración? ¿Que se casará con miss Elvira Blake?

Ladislaus vaciló durante un momento. Luego volvió a encoger los hombros.

—Ella es todavía muy joven. Es un tema a discutir.

—Quizás ella prometió casarse con usted y después cambió de opinión. La joven tenía miedo de alguien. ¿Era usted la persona a quien temía, Mr. Malinowski?

—¿Por qué iba yo a desear que muriera? Estoy enamorado y quiero casarme con ella o bien no quiero casarme. No necesito casarme con ella. Es así de sencillo. Entonces, ¿por qué iba a querer matarla?

—No hay muchas personas que tengan una relación con ella que puedan desear matarla —señaló Davy. Esperó un momento y después añadió como si fuera algo de menor importancia—: Claro que también está la madre.

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