Por fin, pensó Silver. He hecho todo lo que podía, el resto depende de vosotros. Buena suerte. Ojalá yo también pudiera irme.
—¡Uf! Mira qué hora es. —Ti rompió el abrazo—. Tengo que terminar esta lista antes de que vuelva el capitán Durrance. Creo que tienes razón sobre lo de la blusa —dijo, mientras la volvía a guardar en su maleta de viaje—. ¿Qué quieres que te traiga la próxima vez?
—Siggy, de Mantenimiento de Sistemas Aéreos, me preguntó si había más películas de la serie
Ninja de las Estrellas Gemelas
—dijo Silver—. Va por la número siete, pero le faltan los números cuatro y cinco.
—Bueno —dijo Ti—, eso sí que es entretenimiento decente. ¿Tú las has visto?
—Sí —Silver frunció la nariz—, pero no creo que… Ahí la gente se hace cosas tan horribles entre sí… Es ficción, ¿verdad?
—Sí, claro.
—Es un alivio.
—Sí, pero, ¿qué es lo que quieres para ti? —insistió—. No me voy a arriesgar a una reprimenda por satisfacer a Siggy. Siggy no tiene —suspiró Ti al recordar— esas adorables caderas que tienes tú.
—Más de éstos, por favor, señor.
—Si esta basura te gusta —tomó sus manos, una por una, y las besó—, es la basura que tendrás. Ahí viene mi capitán. —Se ajustó el uniforme de piloto de lanzadera, encendió la luz y recogió su panel de informes mientras se abría una puerta hermética, en el extremo opuesto de la bahía de carga—. Odia que lo asignen con pilotos jóvenes. Renacuajos, nos llama. Creo que está incómodo porque en mi nave de Salto, tendría más rango que él. De todas maneras, es mejor no darle la oportunidad a este tipo de que descubra nada…
Silver hizo desaparecer los libros en su bolsa de trabajo y adoptó la pose de un observador ocioso cuando el capitán Durrance, el comandante de la lanzadera, entró a la cabina de control.
—Date prisa. Ti, hemos recibido un cambio de itinerario —dijo el capitán Durrance.
—Sí, señor. ¿Qué sucede?
—Nos quieren en el planeta.
—¡Mierda! ¡Qué lastima! Tenía una cita… —miró a Silver—, tenía una cita con un amigo esta noche en la Estación de Transferencia.
—Muy bien —dijo el capitán Durrance, irónicamente—. Haz una queja ante Relaciones Laborales. Diles que tu programa de trabajo está interfiriendo con tu vida amorosa. Tal vez puedan hacer algo para que no tengas programa de trabajo.
Ti se apresuró a continuar con sus obligaciones cuando llegó un técnico del Hábitat para hacerse cargo de la cabina de control del dique de carga.
Silver se escondió en un rincón, paralizada de miedo y de confusión. En la Estación de Transferencia, Tony y Claire habían planeado partir en una nave de Salto en dirección a Orient IV, salir del alcance de GalacTech, encontrar trabajo cuando llegaran allí. Para Silver, era un plan extremadamente arriesgado, producto de su desesperación. Claire había estado aterrada, pero el plan de Tony, con todas las etapas cuidadosamente pensadas, finalmente la había persuadido. Por lo menos, las primeras etapas habían sido cuidadosamente pensadas. Parecían ser más vagas a medida que se alejaban de Rodeo y de su hogar. En ninguna de las versiones, habían planeado descender al planeta.
Tony y Claire seguramente ya se habrían escondido en el compartimento de carga de la lanzadera. Silver no tenía manera de advertirles… ¿Debería traicionarles para salvarlos? Seguramente la conmoción que eso produciría sería muy desagradable. Su desesperación la envolvía como si fuera una banda de acero alrededor del pecho, que le cortaba la respiración y le impedía hablar.
Llegó a ver por la pantalla de la cabina de control, con una parálisis aterradora, cómo la lanzadera se desprendía del Hábitat y comenzaba a perderse en la atmósfera de Rodeo
Claire sintió crujir el compartimento de carga a su alrededor, cuando la desaceleración afectó su estructura. Unos golpes, acompañados de un silbido, vibraron en toda la estructura metálica de la lanzadera.
—¿Qué sucede? —preguntó Claire. Soltó una mano de la caja de plástico detrás de la cual se habían escondido para aferrarse a Andy y sostenerlo más cerca—. ¿Estamos esquivando algo? ¿Qué es ese ruido tan curioso?
Tony rápidamente se lamió un dedo y lo extendió.
—No hay corriente de aire. —Tragó, para probar la presión en el tímpano—. Tampoco perdemos presión.
Sin embargo, el silbido aumentaba.
Dos sonidos mecánicos, uno después de otro, que no tenían nada que ver con el ruido familiar de una escotilla, aterrorizaron a Claire. La desaceleración seguía, durante demasiado tiempo, confundida por un nuevo vector de propulsión que parecía provenir del lado ventral de la lanzadera. El costado del compartimento de carga, al que estaban aferradas las cajas, parecía empujarla. Nerviosa, Claire apoyó la espalda y colocó a Andy sobre su vientre.
Los ojos del bebé eran redondos y su boca parecía una «o» de sorpresa.
No por favor
,
no comiences a llorar
. No se atrevió a soltar el llanto contenido en su propia garganta, haría que Andy comenzara a llorar como una sirena.
—Tortita, tortita, panadero —canturreó Claire—. Cocina una torta tan pronto como puedas. —Tocó la mejilla de Tony y le guiñó un ojo, en una seducción silenciosa.
Tony estaba pálido.
—Claire, me temo que esta lanzadera va al planeta. Apuesto a que esos ruidos se han producido al desplegar los alerones.
—¡Oh, no! No puede ser. Silver comprobó el programa…
—Parece que Silver cometió un gran error.
—Yo también lo controlé. Se suponía que esta nave iba a recoger una carga a la Estación de Transferencia, y
después
iría hacia el planeta.
—Entonces las dos cometisteis un grave error —la voz de Tony era áspera y temblorosa. Su furia se disimulaba detrás de una máscara de miedo.
Oh, ayúdame, no me grites. Si no me tranquilizo, tampoco se tranquilizará Andy,… Después de todo no fue idea mía…
Tony rodó sobre su estómago y levantó el cuerpo de la superficie del… del suelo. Así era como los de los planetas llamaban a la dirección de donde provenía el vector de la fuerza gravitacional. Se arrastró hasta la ventana más cercana. La luz que penetraba por la ventana estaba adquiriendo una calidad difusa extraña, cada vez menos intensa.
—Todo está blanco… ¡Claire, creo que debemos de estar entrando en una nube!
Claire había observado las nubes desde el espacio durante horas, mientras volaban lentamente en la convección de la atmósfera de Rodeo. Siempre le habían parecido tan matizas como la luna. Se moría de ganas de ir a ver.
Andy estaba aferrado a su camiseta azul. También se desplazó, como lo había hecho Tony, con las palmas de la mano contra la superficie, y se levantó. Andy, que miraba a su padre, extendió las manos superiores e intentó desprender las inferiores del cuerpo de Claire. El suelo se levantó y le golpeó.
Durante un instante, estuvo demasiado sorprendido como para llorar. Luego, abrió la boca bien grande y emitió un grito vibrante de verdadero dolor. El sonido repercutió en cada nervio del cuerpo de Claire.
Tony también se estremeció por el ruido. Se alejó de la ventana y se acercó a ellos.
—¿Por qué lo has dejado caer? ¿Qué crees que estás haciendo? Por favor, haz que se tranquilice, rápido.
Claire volvió a rodar sobre su espalda. Llevaba a Andy apoyado en la suavidad elástica de su abdomen, mientras lo besaba y acariciaba con ternura. El tono de sus gritos pasó de un alarido atemorizante de dolor a quejidos agudos de indignación, pero el volumen seguía siendo el mismo.
—¡Van a oírlo hasta en el compartimento del piloto! —gritó Tony con angustia—. ¡Haz algo!
—Lo intento —le contestó Claire. Le temblaban las manos. Intentó acercar la cabeza de Andy a su pecho, pero él lo rechazó y gritó con más fuerza. Afortunadamente, el sonido de la atmósfera alrededor de la cápsula espacial parecía Un trueno ensordecedor. Cuando el ruido hubo desaparecido, los gritos de Andy se habían reducido a un lloriqueo. Se limpió la cara, llena de lágrimas y de mocos, en la camiseta de Claire. Su peso en el estómago y diafragma de Claire le cortaba la respiración, pero no se atrevía a acostarlo.
Se volvieron a oír otros ruidos fuertes en la nave. Las vibraciones de los motores cambiaron el tono. Claire iba de un lado para otro, por el cambio de los vectores de aceleración. Ninguno era tan fuerte como el que provenía del suelo. Sostuvo a Andy con dos manos solamente, para poder agarrarse a las cajas de plástico.
Tony estaba acostado a su lado. Se mordía los labios por la ansiedad.
—Debemos de estar descendiendo para aterrizar en la superficie.
Claire asintió.
—En una de las pistas para lanzaderas. Habrá gente allí, terrestres. Tal vez podríamos decirles que quedamos atrapados en esta lanzadera por accidente. Tal vez —agregó en un tono esperanzado— nos vuelvan a enviar a casa.
Tony cerró la mano superior derecha.
—¡No! No podemos rendirnos en este momento. Nunca tendremos otra oportunidad.
—Pero, ¿qué otra cosa podemos hacer?
—Nos escabulliremos de esta lanzadera y nos esconderemos, hasta que consigamos otra, una que vaya a la Estación de Transferencia. —Su voz se volvió más grave, como si fuera una súplica, cuando Claire abrió la boca, dando señas de desesperación—. Lo hemos hecho una vez, y lo conseguiremos de nuevo.
Ella sacudió la cabeza, dudosa. La conversación fue interrumpida por una serie asombrosa de golpes que sacudían toda la nave y luego se convirtieron en un rugido continuo. La luz que penetraba por la ventana giró su orientación por todo el compartimento de carga, mientras la nave aterrizaba, rodaba por el suelo y giraba. Luego desapareció, el compartimento de carga se oscureció y los motores se callaron, en un silencio igualmente aterrador.
Claire se soltó lentamente. De todos los vectores de aceleración, sólo quedaba uno. Aislado, era el más abrumador.
La gravedad, silenciosa e implacable, hacia fuerza contra su espalda. Por un momento, se le ocurrió pensar que podría cesar de repente y que el empuje la propulsaría hasta el techo, estrellándolos a ella y a Andy. También por efecto de una ilusión óptica, todo el compartimento de carga parecía traquetear a su alrededor. Cerró los ojos, como una autodefensa.
Tony se aferró a la muñeca inferior izquierda de Claire. Ella lo miró y quedó paralizada cuando se abrió la puerta externa del compartimento de carga en el otro extremo.
Entraron un par de terrestres, con uniformes de mantenimiento de la compañía. La puerta de acceso en el centro del fuselaje de la lanzadera se dilató y Ti, el copiloto, asomó la cabeza.
—Hola, muchachos. ¿Qué es todo este ruido?
—Se supone que tenemos que descargar este pájaro y volverlo a cargar en una hora. Eso es todo —contestó el hombre de mantenimiento—. Tú sí que tienes tiempo de mear y de comer.
—¿Cuál es la carga? No había visto tantos bultos desde la última emergencia médica.
—Equipos y suministros para algún tipo de espectáculo que supuestamente van a organizar allá arriba, en el Hábitat, para la vicepresidente de Operaciones.
—Pero eso será la próxima semana.
El hombre de mantenimiento se rió disimuladamente.
—Es lo que todos creen. La vicepresidenta voló ton una semana de anticipación en su transportador privado, con un pequeño ejército de contables. Parece que le gustan las inspecciones sorpresa. Los directivos, obviamente, están sumamente contentos.
—No te rías demasiado pronto —le previno Ti—. Los directivos siempre tienen maneras de disfrutar su alegría con el resto de nosotros.
—Ya lo sé —dijo el hombre de mantenimiento—. Vamos, vamos, estás obstaculizando la puerta…
Los tres hombres siguieron conversando.
—Ahora —susurró Tony, con un gesto que señalaba la puerta abierta del compartimento de carga.
Claire rodó hacia un costado y puso a Andy cuidadosamente sobre la cubierta. El bebé comenzaba a fruncir la cara, como si estuviera a punto de llorar. Claire inmediatamente se deslizó sobre las palmas de las manos y probó su equilibrio. Su brazo inferior derecho parecía ser el que más dominaba. Tomó a Andy con otra mano y se lo acercó al torso.
Sin poder despegarse del suelo del compartimento de carga, debido a la aterradora gravedad, comenzó a deslizarse con tres manos hacia la puerta. Andy le pesaba mucho debajo del brazo, como si un resorte lo atrajera al suelo. Tenía la cabeza inclinada hacia un lado, en un ángulo que le daba miedo. Claire levantó apenas la palma de la mano para sujetarla, pero esto le producía un dolor extraño en el brazo.
A su lado, Tony también logró sostenerse con tres manos. Con la cuarta mano tiraba del bolso de pertenencias. El bolso estaba pegado a la superficie como por succión. Ni se movía.
—Mierda —dijo Tony, entre dientes. Se acercó al bulto, lo tomó y lo levantó, pero era demasiado grande como para llevarlo debajo de su abdomen—. ¡Mierda!
—¿Todavía podemos arrepentimos? —preguntó Claire, con voz débil. Conocía la respuesta.
—¡No!
Tony se puso el bulto sobre los dos hombros con las manos superiores y se balanceó hacia adelante con violencia. Lo sostuvo con la mano superior izquierda y se inclinó hacia la derecha. Las palmas inferiores se arrastraban con dificultad.
—¡Lo tengo! ¡Vamos, vamos!
La lanzadera estaba estacionada en un hangar muy amplio, una gran extensión oscura con un techo de vigas. Las vigas detrás de las luces podrían haber sido un excelente escondite, si fuera posible subir hasta allí. Pero todo lo que no estaba debidamente sujeto estaba destinado a ir a parar al único lado posible de la habitación, el suelo, y a quedarse allí hasta que alguien lo sacara. Era algo fascinante…
—¡Mira! —exclamó Claire. Desde la escotilla hasta el suelo del hangar había una especie de rampa ondulada. Parecía destinada a atenuar la peligrosa caída debida a la gravedad omnipotente. La caída sería en etapas pequeñas.
Escaleras
. Claire se detuvo, con la cabeza gacha. La sangre parecía venirle de golpe a la cara. Tragó en seco.
—No te detengas —murmuró Tony. Ahora fue él el que tragó en seco detrás de Claire.
En un momento de inspiración, Claire se dio vuelta y comenzó a bajar. Su palma inferior libre golpeaba los escalones de metal con cada salto. Seguía siendo incómodo, pero por lo menos era posible. Tony la imitó.