En caída libre (34 page)

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Authors: Lois McMaster Bujold

Tags: #Ciencia-ficción, novela

BOOK: En caída libre
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La matriz de hielo, una vez terminada, alcanzaba más de tres metros de ancho y casi dos metros de espesor. La superficie exterior era irregular. Podría haber sido una porción de desechos espaciales provenientes del anillo de hielo de algún gigante gaseoso. Su secreto lado interno duplicaba con precisión la curva suave del espejo vórtice que había moldeado.

La cámara interna evacuada estaba dividida por capas. En primer lugar, la capa de titanio. A continuación, una capa de gasolina pura para un separador. Leo había descubierto un segundo uso para esa capa: a diferencia de otros líquidos posibles, éste no se congelaría a la temperatura actual del hielo. Luego el círculo divisor de plástico delgado. Después su precioso explosivo de gasolina y tetranitrometano. Luego una capa metálica de la cubierta del Hábitat. Luego las abrazaderas… Con todas esas capas, parecía una verdadera tarta de cumpleaños. Era hora de encender la velita y pedir que los deseos se hicieran realidad, antes de que el hielo comenzara a derretirse por la luz del sol.

Se dio la vuelta para ordenar a sus asistentes cuadrúmanos que se colocaran detrás de la barrera protectora de uno de los módulos abandonados del Hábitat que flotaban muy cerca. Otro cuadrúmano, según lo que pudo ver, salía de la remodelación de la D-620 y del Hábitat. Leo esperó un momento, para darle tiempo a que se acercara y se colocara detrás de la protección. No era un mensajero, seguro. Tenía intercomunicador en el traje…

—Hola, Leo —dijo Tony, en un tono de voz más grave por efecto del intercomunicador—. Lamento llegar tarde para trabajar. ¿Me has dejado algo?

—¡Tony!

Intentar abrazar a alguien con un traje de trabajo no era tarea fácil, pero Leo hizo todo lo que pudo.

—¡Hey, hey! Llegas justo a tiempo para lo mejor muchacho —dijo Leo excitado—. Vi la lanzadera que entraba en el desembarcadero hace apenas unos instantes. —Sí, y qué asustado estuvo durante un momento, pensando que tal vez se trataba finalmente de la temible fuerza de Seguridad de Van Atta, hasta que terminó identificándola como una de las suyas—. No pensé que el doctor Minchenko te permitiera ir a otra parte que no fuera la enfermería. Y Silver, ¿está bien? ¿No deberías estar descansando?

—Ella está muy bien. El doctor Minchenko tenía muchas cosas por hacer y Claire y Andy están durmiendo. Miré al interior, pero no quise despertar al bebé.

—¿Estás seguro de que te sientes bien, hijo? Tu voz suena muy graciosa.

—Me lastimaron la boca. Ahora está bien.

—Ah. —En pocas palabras, Leo explicó la tarea en curso—. Has llegado a tiempo justo para la gran final.

Leo se desplazó con su traje de trabajo hasta que pudo ver por encima del módulo abandonado.

—Lo que tenemos ahí fuera, en esa caja allí arriba es un condensador de carga que almacena un par de miles de voltios. Conduce hacia un filamento de bombilla incandescente sin la cubierta. Eso que está allí es un ojo eléctrico extraído del control de una puerta. Cuando lo tocamos con este láser óptico, cierra el contacto…

—¿Y la electricidad activa el explosivo?

—No exactamente. El alto voltaje que sale del filamento hace explotar literalmente el cable y es la onda expansiva del cable que explota lo que activa el TNM y la gasolina. Lo cual hace estallar la masa de titanio hasta que toca la matriz de hielo y le transfiere su cantidad de movimiento, entonces el titanio se detiene y el hielo absorbe esa cantidad de movimiento. Es algo bastante espectacular. Es por eso que estamos detrás de este módulo… —se giró para controlar la posición del grupo de cuadrúmanos—. ¿Estáis listos?

—Si puedes asomar la cabeza y mirar, ¿por qué no podemos, hacerlo nosotros? —protestó Pramod.

—Yo necesito tener una línea de visión para el láser —dijo Leo.

Apuntó el láser óptico con sumo cuidado y se detuvo un instante, ante un arrebato de ansiedad. Tantas cosas podían salir mal… Había verificado y vuelto a verificar… pero siempre hay un momento en el que hay que dejar que las dudas se vayan y entregarse a la acción. Se puso en las manos de Dios y apretó el botón.

Un destello brillante e insonoro, una nube de va por hirviente y la explosión de la matriz de hielo. Volaban fragmentos por todas partes. El efecto era completamente fascinante. Con toda dificultad, Leo desvió la mirada y se refugió rápidamente detrás del módulo. La última imagen seguía danzando en su retina. Verde y magenta. La mano que tenía apoyada sobre la cubierta del módulo transmitía vibraciones intensas, mientras que unos cuantos cubos de hielo se estrellaban a toda velocidad contra el otro lado y rebotaban en el espacio.

Leo permaneció agachado durante un instante, con la vista más bien perdida en Rodeo.


Ahora
tengo miedo de mirar.

Pramod se abalanzó por el módulo.

—Está todo en una pieza. Se está tambaleando. Cuesta ver cuál es la forma exacta.

Leo tomó aire.

—Vayamos a atraparlo, chicos. Y veamos qué es lo que tenemos.

Tardaron varios minutos en capturar la pieza. Leo se negaba a llamarla «el espejo vórtice» todavía… Todavía podía resultar ser un pedazo de metal. Los cuadrúmanos recorrieron con sus visores la superficie gris.

—No encuentro ninguna fisura, Leo —dijo Pramod, sin aliento—. En algunos lugares tiene unos milímetros de espesor de más, pero en ningún lado es más delgado.

—Nos podemos encargar del exceso de espesor durante el último retoque con el láser. Si era demasiado delgado, no podíamos solucionarlo. Prefiero que esté demasiado espeso —dijo Leo.

Bobbi sacudía su láser óptico de un lado a otro de la superficie curvada. Varios números aparecían en el lector digital.

—¡Son los números correctos, Leo! ¡Lo logramos!.

Leo parecía derretirse por dentro. Respiró profundamente y exhaló un cansado suspiro de felicidad.

—Muy bien, chicos, llevémoslo al interior. De vuelta al… ¡Maldición! No podemos seguir llamándola «Remodelación de la D-620 y el Hábitat».

—Claro que no —acordó Tony.

—Así que, ¿cómo vamos a llamarla? —Una serie de posibilidades revolotearon por la mente de Leo.
El arca. Estrella de Libertad. La Locura de Graf

—Hogar —dijo Tony, con toda sencillez, después de un momento—. Vayamos a nuestro hogar, Leo.

—Hogar… —Leo saboreó el nombre en la boca. Sabía bien. Sabía muy bien.

Pramod asintió y una de las manos superiores de Bobbi tocó su casco en señal de aprobación de la elección.

Leo pestañeó. Algún vapor irritante en el aire de su traje le estaba haciendo llorar los ojos, sin ninguna duda, y le comprimía el pecho.

—Sí. Llevemos nuestro espejo vórtice a casa, compañeros.

Bruce Van Atta se detuvo en el corredor, fuera de la oficina de Chalopin en la Estación de Lanzaderas número Tres, para recuperar el aliento y controlar su temblor. También sentía una punzada en un costado. No estaría en absoluto sorprendido si terminaba con una úlcera después de todo esto. El fracaso en el lecho seco del lago había sido exasperante. Preparar el terreno para que después unos torpes subordinados le fueran completamente desleales era algo verdaderamente exasperante.

Había sido pura casualidad que, después de regresar a casa para tomar una ansiada ducha y dormir un poco, se hubiera despertado para orinar y hubiera llamado a la Estación número Tres para averiguar si había alguna novedad. De otra manera, ni siquiera le habrían informado sobre el aterrizaje de la nave. Anticipándose a la próxima maniobra de Graf, se vistió con toda rapidez y salió para el hospital. Si hubiera llegado unos segundos antes, habría atrapado a Minchenko en el interior.

Ya había hecho despedir al piloto del helicóptero por su cobardía al no conseguir hacer descender la nave y por no haber llegado al lecho del lago mucho antes. El piloto de tez colorada había apretado la mandíbula y los puños y sin decir nada. Sin ninguna duda, avergonzado de sí mismo. Pero el verdadero fracaso estaba mucho más arriba, al otro lado de esas puertas de oficina. Operó el control y las puertas se abrieron.

Chalopin, su capitán de seguridad Bannerji y la doctora Yei estaban congregados alrededor de la pantalla del ordenador de Chalopin. El capitán Bannerji tenía un dedo apoyado en la pantalla y le estaba diciendo a Yei:

—Podemos entrar aquí. Pero, ¿cuánta resistencia cree usted que encontraremos?

—Seguramente los asustará mucho —dijo Yei.

—Uhm. No estoy tan loco como para pedirle a mis hombres que vayan allí arriba con armas de perdigones, a luchar contra gente desesperada con armas mucho más mortales. ¿Cual es la situación real de esas personas llamadas rehenes?

—Gracias a usted —irrumpió Van Atta—, la proporción de rehenes es de cinco a cero. Se llevaron a Tony, maldita sea. ¿Por qué no puso una guardia de veintisiete horas que vigilara a ese cuadrúmano como le dije? También tendríamos que haber puesto una guardia que vigilara a la señora Minchenko.

Chalopin levantó la cabeza. Su mirada era completamente inexpresiva.

—Señor Van Atta, usted parece estar trabajando sobre algunos cálculos erróneos respecto del tamaño de mis fuerzas de seguridad. Sólo tengo diez hombres para cubrir tres turnos, los siete días de la semana.

—Además de diez de cada una de las otros dos Estaciones de Lanzadera. Eso suma treinta. Adecuadamente armados, serían una fuerza de ataque sustancial.

—Ya solicité prestados seis hombres de las otras dos estaciones para cubrir nuestra propia rutina, mientras que toda mi fuerza está dedicada a esta emergencia.

—¿Por qué no los solicitó a todos?

—Señor Van Atta, Operaciones en Rodeo es una compañía grande, pero un ciudad muy pequeña. En total, los empleados no llegan a sumar diez mil, además de un número igual de dependientes no empleados por GalacTech. Mi seguridad es una fuerza policial, no una fuerza militar. Tienen que desempeñar sus propias funciones, duplicar sus esfuerzos en caso de búsqueda y rescate y estar listos para ayudar a Control de Incendios.

—¡Maldita sea! Les di una solución cuando les propuse lo de Tony. ¿Por qué no siguieron mi consejo de inmediato y atacaron el Hábitat?

—Yo tenía una fuerza de ochenta hombre listos para subir en órbita —dijo Chalopin ásperamente—, bajo palabra de que sus cuadrúmanos iban a cooperar. Sin embargo, no pudimos conseguir ninguna confirmación de esa cooperación por parte del Hábitat. Lo primero que hicieron fue mantener un silencio absoluto en las comunicaciones. Luego percibimos que nuestra lanzadera de carga regresaba, así que desviamos las fuerzas para capturarla. En primer lugar, un vehículo terrestre, y luego, cuando usted mismo apareció aquí, hace dos horas exigiéndolo a gritos, un helicóptero de propulsión a chorro.

—Muy bien. Reúna sus fuerzas nuevamente y póngalas en órbita. Maldita sea.

—En primer lugar, usted dejó a tres de ellos en el lecho del lago —señaló el capitán Bannerji—. El sargento Fors acaba de informar que su vehículo estaba inutilizado. Regresan en el Land Rover que abandonó el doctor Minchenko. No pasará menos de una hora antes de que lleguen. En segundo lugar, como ya ha señalado varias veces la doctora Yei, aún no hemos recibido autorización para usar ningún tipo de fuerza mortal.

—Seguro que tienen algún tipo de cláusula de emergencia —argumentó Van Atta—. Eso —dijo, mientras señalaba hacia arriba y refiriéndose a los acontecimientos que se estaban desarrollando en la órbita de Rodeo— es un robo a gran escala. Y no se olvide de que ya le han disparado a un empleado de GalacTech.

—No lo he olvidado —murmuró Bannerji.

—Sin embargo —interrumpió la doctora Yei—, al haber pedido autorización a las oficinas centrales para usar esa fuerza, nos vemos obligados a esperar su respuesta. Después de todo, ¿qué pasa si rechazan nuestra petición?

Van Atta frunció el ceño y cerró los ojos.

—Ya sabía que nunca teníamos que haber solicitado autorización. Usted fue la que nos indujo a todo eso, maldita sea. Siempre aceptaron todo hecho consumado que les presentamos y siempre estuvieron satisfechos. Ahora… —sacudió la cabeza con frustración—. De todas maneras, no están teniendo en cuenta otras fuentes de personal. Se podría utilizar al personal del Hábitat para respaldar la entrada de las fuerzas de Seguridad en el Hábitat.

—A esta altura, ya están desparramados por todo Rodeo —comentó la doctora Yei—. La mayoría de ellos ha regresado a sus lugares de permiso en los planetas.

—¿Y tiene usted una idea del tipo de situación legal que esos acontecimientos le presentarían a Seguridad? —Bannerji se encogió visiblemente.

La consola del escritorio de Chalopin interrumpió la conversación. El rostro de un técnico de comunicaciones apareció en la pantalla.

—¿Administradora Chalopin? Aquí Centro de Comunicaciones. Usted solicitó que la mantuviéramos informada sobre cualquier cambio en la situación del Hábitat o de la nave D-620. Ellos… aparentemente se están preparando para salir de su órbita.

—Transmítelo por aquí —ordenó Chalopin. El técnico de comunicaciones les proporcionó una visión plana del satélite. Aumentó la toma y la remodelación del Hábitat y de la nave D-620 ocupó la mitad de la pantalla. Los dos brazos propulsadores de la D-620 se habían multiplicado, al haberles sido incorporadas las grandes unidades de propulsión que los cuadrúmanos utilizaban para desplazar bultos de carga en órbita. Van Atta observaba la pantalla, horrorizado. Los motores parecían cobrar vida. El enorme vehículo comenzaba a desplazarse.

La doctora Yei miraba la pantalla, boquiabierta. Tenía las manos juntas sobre el pecho y un brillo extraño en los ojos. Van Atta sentía ganas de llorar de furia.

—Observen… —señaló la pantalla; su voz se resquebrajaba—. ¿Ven cuál es el resultado de todas esas vacilaciones? ¡Se están escapando!

—Oh, no. Todavía no —exclamó la doctora Yei—. Pasarán por lo menos un par de días antes de que puedan llegar al agujero de gusano. No hay razón para desesperarse. —Miró a Van Atta, pestañeó y continuó con un tono de voz casi de hastío—. Usted está extremadamente fatigado, por supuesto, como todos nosotros. La fatiga conduce a cometer errores de apreciación. Debería descansar… dormir un poco…

A Van Atta le temblaban las manos. Sentía una necesidad profunda de estrangularla en ese preciso instante. La administradora de la Estación y ese idiota de Bannerji estaban de acuerdo con ella y asentían. La garganta de Van Atta emitió un gruñido entrecortado.

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