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Authors: Jean-Christophe Grange

Tags: #Intriga, #Aventuras, #Policíaco

El vuelo de las cigüeñas (12 page)

BOOK: El vuelo de las cigüeñas
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—Lo escucho.

Le conté mi aventura: la misión original que Max Böhm me había confiado, la muerte del ornitólogo, el misterio que envolvía todo su pasado, los extraños sucesos que jalonaban mi camino: los dos búlgaros que también observaban a las cigüeñas, la presencia recurrente de Mundo Único…

Mientras yo hablaba, el enano ni siquiera pestañeaba. Finalmente, me preguntó:

—¿Dónde está la relación con la muerte de Rajko? Rajko era ornitólogo. Observaba el paso de las cigüeñas. Estoy convencido de que estos pájaros esconden un secreto. Secreto que Rajko, con sus observaciones, quizá hubiese descubierto, y que, quizá, le costó la vida. Me imagino, doctor Djuric, que mis presunciones pueden parecerle vagas. Pero usted realizó la autopsia del cuerpo y puede aportarme nuevas precisiones. En diez días he recorrido tres mil kilómetros, y me quedan, aproximadamente, otros diez mil por recorrer. Esta noche, a las once, cogeré el tren para Estambul. Únicamente usted, aquí en Sofía, puede decirme algo que yo no sepa.

Djuric me miró fijamente unos instantes, luego sacó un paquete de cigarrillos. Después de ofrecerme uno, que yo rechacé, encendió el suyo con un viejo mechero cromado que despedía un fuerte olor a gasolina. Una bocanada de humo azul nos separó un momento. Luego, me preguntó con tono neutro:

—¿Eso es todo?

Sentí que la cólera se apoderaba de mí.

—No, doctor Djuric. Hay en este asunto otra coincidencia, que poco tiene que ver con los pájaros, pero que no es menos turbadora: Max Böhm tenía un trasplante de corazón. Pero no tenía historial médico, ni ningún informe al respecto.

—Vamos a ver —dijo Djuric, mientras depositaba la ceniza en una copa ancha—. Sin duda le han hablado del robo del corazón de Rajko y usted ha deducido que había ahí tráfico de órganos o qué sé yo…

—Pues…

—Pamplinas. Escúcheme, señor Antioche. No quiero ayudarle. Jamás ayudaría a un
Gadjo
, pero ciertas explicaciones descargarán mi conciencia —Djuric abrió un cajón y puso sobre su mesa algunos folios sujetos por unas grapas—. Este es el informe que redacté el 23 de abril de 1991, en el gimnasio de Sliven, después de cuatro horas de trabajo y de observaciones sobre el cuerpo de Rajko Nicolitch. A mi edad, recuerdos como este cuentan el doble. Me esforcé en redactar este informe en búlgaro. Pude perfectamente haberlo escrito en romaní, o en esperanto. Nadie lo ha leído. ¿Usted no comprende el búlgaro, verdad? Le haré un resumen.

Cogió los folios y se quitó las gafas. Sus ojos, como por encantamiento, se redujeron a la mitad.

—Antes de nada, pongámonos en situación. El 23 de abril por la mañana, yo realizaba una visita de rutina en el gueto de Sliven. Costa y Mermet Nicolitch, dos recolectores a los que conocía bien, vinieron a buscarme. Acababan de descubrir el cuerpo de Rajko y estaban convencidos de que el cuerpo de su primo había sido atacado por un oso. Cuando vi el cuerpo, en el claro del bosque, comprendí que no se trataba de eso. Las atroces heridas que cubrían el cuerpo de Rajko eran de dos tipos distintos. Había mordeduras de animales, pero eran posteriores a otras heridas, efectuadas con la ayuda de instrumentos quirúrgicos. Además, había muy poca sangre alrededor. Viendo las heridas, Rajko debería haber estado bañado en chorros de hemoglobina. Y ese no era el caso. Además, el cuerpo estaba desnudo, y dudo mucho que un animal salvaje se tomase el trabajo de desvestir a su víctima. Les pedí a los Nicolitch que llevasen el cuerpo a Sliven, para proceder a la autopsia. Buscamos un hospital, pero fue en vano. Fuimos a parar a un gimnasio en el que pude trabajar, y reconstruir, a grandes líneas, las últimas horas de la vida de Rajko. Ponga atención:

«Extracto del informe de la autopsia del 23/04/91:

»Sujeto: Rajko Nicolitch, sexo masculino. Desnudo. Nacido hacia 1963, en Iskenderum, Turquía. Murió probablemente el 22/04/91, en el bosque llamado Aguas Claras, cerca de Sliven, Bulgaria, entre las 20 y las 23 horas, a consecuencia de una profunda herida en la región del corazón».

Djuric levantó la vista y luego comentó:

—Saltaré la presentación general del individuo. Escuche la descripción de las heridas:

«Parte superior del cuerpo. Rostro intacto, salvo señales de una mordaza alrededor de los labios. Lengua seccionada. La víctima probablemente se la mordió hasta el punto de cortársela limpiamente. Ninguna señal de equimosis en la nuca. El examen de la cara anterior del tórax revela una herida longitudinal, rectilínea, que parte de las clavículas y llega hasta el ombligo. Es una incisión perfecta, realizada con un instrumento cortante de tipo quirúrgico —quizá un bisturí eléctrico—, porque los bordes de la herida apenas presentan hemorragias. Se destacan igualmente múltiples incisiones, hechas con otro instrumento cortante, en el cuello, la cara anterior del tórax y los brazos. Amputación casi total del brazo derecho, a la altura del hombro. Numerosas marcas de uñas de un animal en el borde de la herida torácico-abdominal.
A priori
, parecen las uñas de un oso o de un lince. Múltiples mordeduras en el torso, los hombros, los costados y los brazos. Se cuentan veinticinco heridas ovales, que tienen todas en su periferia marcas de dientes, pero la carne está excesivamente deteriorada como para poder tomar muestras. Espalda intacta. Marcas de ligaduras en los hombros y en las muñecas».

Djuric se detuvo, dio otra calada a su cigarro, y luego siguió leyendo:

«El examen de la mitad superior de la cavidad torácica revela la ausencia del corazón. Las arterias y las venas contiguas fueron seccionadas con mucha precaución, lo más lejos posible del órgano extraído, método clásico para evitar todo traumatismo en el corazón. Otros órganos aparecen mutilados: pulmones, hígado, estómago, vesícula biliar. Están semidevorados, sin duda por animales salvajes. Los fragmentos de fibras orgánicas secas encontradas en el interior y exterior del cuerpo no permiten ninguna toma de muestras. Ningún signo de hemorragia en la cavidad torácica.

»Parte inferior del cuerpo. Heridas profundas en la región de la ingle derecha, que deja a la vista la arteria femoral. Múltiples laceraciones en el pene, los órganos genitales y la parte superior de los muslos. El instrumento cortante parece haberse ensañado en esta zona con insistencia. El sexo está unido al cuerpo solo por algunos fragmentos de tejido. Numerosas marcas de uñas de animal en los muslos. Marcas de mordeduras de animales en las dos piernas. Cara interna del muslo derecho desgarrada a dentelladas. Marcas de ligaduras en los muslos, las rodillas y los tobillos».

Djuric levantó la vista y dijo:

—Este es el examen
post mortem
, señor Antioche. Realicé algunas pruebas toxicológicas, y luego devolví el cuerpo a la familia, ya limpio. Ya sabía lo que tenía que saber de la muerte del gitano, que de todas formas no suscitaría ninguna investigación policial.

Yo tenía una sensación de frío por todo el cuerpo y respiraba con dificultad, entrecortadamente. Djuric se quitó las gafas y encendió otro pitillo. Su rostro lleno de arrugas parecía bailar detrás de la humareda.

—En mi opinión, lo que ocurrió fue lo siguiente: atacaron a Rajko la noche del 22 de abril, en pleno bosque. Luego lo ataron y lo amordazaron para hacerle callar. Rápidamente le practicaron una larga incisión en el tórax. La extracción del corazón se efectuó de forma perfecta, por un cirujano con oficio. Diría que esta fue la primera fase del asesinato. Rajko murió en ese momento, sin duda alguna. En esa fase todo se hizo muy lentamente, con profesionalidad. El asesino sacó el órgano con paciencia, pero con energía. Después, todo se precipitó. El asesino, o algún otro provisto de instrumental quirúrgico, se ensañó con el cadáver, cortando la carne de parte a parte, deteniéndose en la región del pubis, hurgando con su cuchilla, recorriendo el pene como si trabajase con una sierra. Esta es la segunda fase, la de la carnicería. Finalmente, fueron los animales salvajes los que acabaron el trabajo. A pesar de todo, el cuerpo estaba relativamente en buen estado, habida cuenta de la noche pasada entre los predadores. Me explico esto por el baño antiséptico que el o los asesinos dieron al tórax antes de la operación. Su olor alejó, sin duda, a los animales durante varias horas.

»Este es el resumen de los hechos, señor Antioche. En cuanto al lugar del crimen, diría que todo ocurrió en el mismo sitio en que se encontró el cuerpo, sobre una lona o algo por estilo. La ausencia de huellas alrededor del claro del bosque confirma esta hipótesis. Es inútil que le diga que se trata del crimen más atroz que he visto jamás. Le dije la verdad a los Nicolitch; era necesario que la supieran. Esta atrocidad se extendió como un reguero de pólvora por todo el país, y acabó en los cotilleos que usted ha debido de leer en la prensa local. Por mi parte, no tengo ningún otro comentario que hacer. Simplemente intento olvidar esta pesadilla.

Sonó un portazo. De nuevo se oyeron las voces gitanas, la algarabía y el olor a ajo. Entró la mujer vestida de turquesa. Traía una bandeja con una botella de vodka y sodas. Los zarcillos de sus orejas tintinearon pesadamente cuando dejó la bandeja sobre un velador, cerca del sillón. Rechacé el alcohol. Ella me sirvió un líquido amarillento, que tenía el color de la orina. Djuric se llenó un pequeño vaso de vodka. Tenía la boca seca como el esparto. Me bebí de un trago la bebida gaseosa. Esperé a que la mujer cerrara la puerta y le dije al doctor:

—A pesar de la barbaridad del crimen, ¿conviene usted en que se podría tratar de una operación quirúrgica para extraer el corazón de Rajko?

—Sí y no. Sí, porque parece haberse respetado la técnica quirúrgica y una relativa asepsia. No, porque algunos detalles no encajan. Todo ocurrió en el bosque. Ahora bien, una ablación de corazón exige condiciones de asepsia de extremo rigor. Imposibles de respetar en plena naturaleza. Pero, sobre todo, sería preciso que el «paciente» estuviese bajo el efecto de la anestesia. Y, por el contrario, Rajko estaba consciente.

—¿Qué quiere usted decir?

—Tomé una muestra de sangre y no hay en ella ningún rastro de sedantes. La esternotomía fue practicada en vivo. Rajko murió a causa del sufrimiento.

Sentí que un sudor frío me resbalaba por la espalda. Los ojos saltones de Djuric me miraron fijamente por detrás de las gafas. Él parecía saborear los efectos de su última frase.

—Se lo ruego, doctor, ¡explíquese!

—Aparte de la ausencia de anestésicos en la sangre, hay otras señales muy elocuentes. He hablado de marcas de ligaduras en los hombros, en la muñecas, en los muslos y en los tobillos. Se trata de cinchas o de correas de caucho. Tan apretadas que llegaron a entrar en la carne a medida que el cuerpo se retorcía de dolor. La mordaza también era particular. Era un adhesivo muy potente. Cuando hice la autopsia, dieciocho horas aproximadamente después de la muerte de Rajko, su barba había vuelto a crecer, el sistema piloso continúa creciendo durante tres días aproximadamente después de la muerte, salvo en la zona de alrededor de los labios, donde no había barba. ¿Por qué? Porque, al arrancar el adhesivo, los asesinos depilaron brutalmente esta parte de la cara. El cuerpo fue reducido a una inmovilidad perfecta y a un silencio total. Como si los asesinos hubiesen querido gozar con este sufrimiento con sus propias manos y hurgar a sus anchas en la carne palpitante. Finalmente, puedo hablarle de la boca de Rajko. Por la intensidad del dolor, se mordió la lengua hasta el punto de cortársela de cuajo. Se ahogó con los trozos de carne y con la sangre que manaba de su garganta obstruida. Esa es la verdad, señor Antioche. Esta operación es una aberración, una monstruosidad, que únicamente pudo ser concebida en cerebros enfermos, ebrios de locura o de racismo. —

Insistí:

—¿El hecho de que el donante estuviese consciente hace que el corazón sea inutilizable? Lo que quiero decir es esto: ¿los espasmos del sufrimiento pudieron anular las funciones del órgano?

—Es usted tenaz, Antioche. Paradójicamente, no. El dolor, por extremo que sea, no anula el corazón. En este caso, el órgano late muy aprisa, enloquece y ya no irriga el cuerpo. Sin embargo, permanece en buen estado. Aquí, aparte del sadismo del acto, lo incomprensible es lo absurdo de la técnica. ¿Por qué operar un cuerpo que se agita, sobresaltado, cuando una anestesia aporta la inmovilidad requerida?

Le di un giro a la conversación y pregunté:

—¿Piensa usted que un crimen tal pudo haberlo cometido un búlgaro?

—De ninguna manera.

—¿Y la hipótesis de un ajuste de cuentas entre gitanos, como he leído en los periódicos?

Djuric se encogió de hombros. El humo del tabaco nos envolvía.

—Ridícula. Demasiado refinado para un gitano. Créame, en toda Bulgaria soy su único médico. Además, no hay ningún móvil. Conocía a Rajko, vivía en la más estricta pureza.

—¿Pureza?

—Vivía «a lo rom», de la manera exacta en que debe vivir un gitano. En nuestra cultura, la vida cotidiana está regida por un conjunto de leyes, un código de comportamiento muy estricto. En ese entramado de reglas y prohibiciones, la pureza es una noción central. Rajko era fiel a nuestras leyes.

—¿No había, pues, ningún motivo para matar a Rajko?

—Ninguno.

—¿No podía haber descubierto algo peligroso?

—¿Qué habría podido descubrir? Rajko no se ocupaba más que de las plantas y los pájaros.

—Justamente por eso.

—¿Me habla usted de las cigüeñas? Tonterías. En ningún país se mataría a alguien solo por unos pájaros. Y menos de esta manera.

Djuric tenía razón. Esta insólita violencia no cuadraba con las cigüeñas. Cuadraba mejor con la violencia que mostraban las fotografías de Max Böhm o con el misterio de su corazón trasplantado. El enano se pasó la mano por el pelo. Sus mechones plateados se parecían a los cabellos sintéticos de una muñeca. Las sienes le brillaban con el sudor. Vació el vaso y luego lo golpeó con fuerza en la mesa en señal de conclusión. Le hice una última pregunta:

—¿Los equipos de Mundo Único estaban en la región en el mes de abril?

—Creo que sí.

—Estos hombres disponían del material del que usted me habla.

—Va mal encaminado, Antioche. Los de Mundo Único son buenos tipos. No comprenden en absoluto a los gitanos, pero tienen buena voluntad. No vaya usted por ahí propagando rumores y sospechas. No conseguirá nada.

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