El violín del diablo (28 page)

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Authors: Joseph Gelinek

Tags: #Histórico, Intriga, Policíaco

BOOK: El violín del diablo
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Gregorio tardó menos de treinta segundos en aprenderse el ciclo de acordes con los que tenía que acompañar a Rescaglio, y una vez que ambos hubieron rasgueado el
ostinato
tres veces, el italiano expuso con gracia y energía la melodía del
Quintettino.
Al volver al
ostinato
, y sin dejar de rasguear, Rescaglio dijo, elevando un poco la voz para que fuera audible sobre la música:

—¿Te atreves a coger tú ahora la melodía?

Para su sorpresa, el muchacho se lanzó, sin pensárselo dos veces, a tocar la compleja melodía de Boccherini, plagada de síncopas, tresillos y apoyaturas, y aunque es cierto que no la interpretó al pie de la letra, salió del paso como si estuviera leyendo la partitura por primera vez, en lugar de estar tocando de memoria. Rescaglio no podía dar crédito a la habilidad del chico:

—¡Qué buen oído tienes,
mascalzone
!

Niño y adulto estuvieron intercambiándose la melodía durante varios minutos, y a cada compás el grado de compenetración entre ellos iba creciendo. Una vez que se aproximaron al final, el italiano advirtió:

—¡Ojo,
ritardando
!

Y los dos músicos cayeron al unísono sobre el acorde de tónica con la precisión del bisturí de un neurocirujano.

—Tenemos buena química —admitió Rescaglio mientras comenzaba a destensar el arco—. A ver si tenemos oportunidad de volver sobre esta pieza en otra ocasión, pero ya con partitura.

—¿Ya te tienes que ir?

—Sí, he quedado con unos amigos —respondió el italiano, y esta vez le estaba diciendo la verdad—. A ver si encuentro unos arreglos para cuerda de canciones de los Beatles que compré hace años en Tokio, porque es mejor que te acostumbres a aprenderte las piezas con el pentagrama delante.

—¿Sabes que a mi padre también le encantan los Beatles?

—Entonces tu padre es un sabio —manifestó Rescaglio—. Los Beatles son músicos clásicos. ¡Músicos clásicos que tocan con instrumentos eléctricos!

El italiano levantó el chelo y aflojó la rosca que bloquea la espiga del instrumento, para introducirla dentro de la caja armónica. Una vez que la pica desapareció en las entrañas del violonchelo, Rescaglio volvió a apretar la rosca, pero no lo suficiente, porque la espiga se deslizó bruscamente hacia fuera, como la hoja de una navaja automática, y a punto estuvo de entrar en contacto con el párpado derecho de Gregorio, que echó bruscamente la cabeza hacia atrás para evitar el impacto.

—¡Lo siento! ¡Por poco te dejo tuerto! —se lamentó Rescaglio.

Visiblemente turbado, el chelista volvió a meter la pica dentro del chelo y esta vez la aseguró con fuerza con la rosca correspondiente, para evitar que se repitiera el accidente.

—Esta punta metálica es un peligro —se recriminó a sí mismo el italiano—. Tengo que ponerle ya el taco de goma. Lo llevo en la funda, pero se lo quito siempre, porque en mi casa la espiga resbala contra el parquet y así es incomodísimo tocar.

Rescaglio guardó por fin el chelo en su estuche y tras despedirse del muchacho se perdió en la noche madrileña.

36

Vitoria, al día siguiente

El Conservatorio de Música Jesús Guridi era un moderno edificio de ladrillo gris, de mediados de los ochenta, construido a tres alturas de manera que cada una fuera más extensa que la inferior y volase por encima de ésta cerca de un par de metros. El tercer piso estaba sustentado sobre pilares de color claro que llegaban hasta el suelo y conferían a toda la estructura un aire primitivo, como de palafito.

Perdomo y Villanueva llegaron con diez minutos de retraso debido a la costumbre del segundo de acicalarse antes de salir, casi como si fuera una mujer. Se identificaron ante el conserje de la entrada como inspectores de Homicidios y éste les hizo pasar al Aula Magna del Conservatorio, en la que algunos alumnos de los grados superiores estaban ensayando lo que parecía un concierto barroco. Se trataba en realidad de una versión para orquesta de cámara de la famosísima sonata para violín y bajo continuo
El trino del diablo
, del compositor italiano Giuseppe Tartini. En un escrito de puño y letra del músico que fue encontrado en Asís, Tartini decía:

Una noche soñé que cerraba un pacto con el diablo. A cambio de mi alma, el diablo me juraba estar siempre a mi lado cuando lo necesitase.

Como ocurrencia, le entregué en mi sueño mi violín, para ver si el diablo era músico, y para mi asombro, la música que empezó a tocar fue tan exquisita, tan inconmensurablemente inspirada y hermosa, que no pude ni moverme durante la ejecución. Se me detuvo el pulso, y me quedé sin aliento hasta que, por fin, desperté. Inmediatamente, cogí mi violín y empecé a tocar, tratando de recordar lo que había escuchado en el sueño. En un estado casi febril, decidí pasar las notas a papel pautado, y aunque la sonata resultante ha sido lo mejor que he compuesto en mi vida, no se puede ni comparar con lo que tocó el demonio en mi sueño.

El Aula Magna del Conservatorio de Vitoria es un gran auditorio, con capacidad para seiscientas cincuenta personas y espacio para cerca de doscientos músicos sobre el escenario, por lo que el reducido conjunto de cámara con el que se encontraron los dos policías al descender por la platea, y que se había colocado en semicírculo, les pareció aún más pequeño de lo que era. Don Íñigo Larrazábal no sólo era profesor de violín, sino que dirigía todo el departamento de cuerda del Conservatorio. Los detectives lo encontraron sentado en la primera fila, desde donde impartía indicaciones al concertino, que estaba sentado el primero por la izquierda en el escenario.

Si Perdomo hubiera tenido ocasión de contemplar alguna fotografía de Jesús Guridi, el compositor que daba nombre al Conservatorio, autor de las famosas
Diez melodías vascas
, se habría tenido que rendir a la evidencia de que don Íñigo era su vivo retrato: bajito, medio calvo, un bigote canoso en forma de triangulo isósceles, grandes orejas, nariz prominente y, por en cima de todo, una anticuada pajarita que le confería cierto aire decimonónico, aunque francamente distinguido.

Nada más ver a los policías, se puso en pie y ordenó a los músicos un descanso de media hora, no sin antes decirle al primer violín:

—Acuérdate:
crescendo
no es
accellerando.
Es un error que cometen hasta los grandes directores. Tenéis que conseguir que aumente poco a poco el volumen sin que varíe el tempo que habéis elegido. Ya sabes, como si fuera el
Bolero
de Ravel.

El interpelado hizo una anotación en la partitura y luego desapareció entre cajas junto a los otros músicos, de modo que los policías pudieron mantener en mitad del aula, con total discreción, la charla con don Íñigo.

—¿Cómo es que no le veo hoy con el violín en la mano? —dijo Perdomo para romper el hielo—. Estuve en el funeral de su hija y nos conmovió a todos hasta el tuétano con la pieza de Bach.

Don Íñigo cerró por un momento los ojos, como si quisiera revivir aquel instante tan emotivo y luego dijo:

—Muchas gracias. El aria de la
Pasión según San Mateo
iba a un tempo que todavía puedo abordar, a pesar de mi provecta edad.
El
trino del diablo
, para un parkinsoniano en ciernes como yo, es harina de otro costal. Afortunadamente, tengo alumnos que pueden abordar la pieza con absoluta solvencia, así que me limito a darles alguna orientación desde aquí abajo. Y ahora, denme alguna buena noticia con la que pueda alegrar el día a la madre de Ane, en cuanto llegue a casa.

—La investigación no ha hecho más que comenzar y ya hemos dado un paso de gigante —dijo Perdomo. Villanueva permanecía en un discreto segundo plano, tal como le había solicitado su jefe al salir del hotel.

—La inscripción en árabe, lo he visto en la prensa. Pensar que ese canalla le sacó sangre a mi hija después de haberla estrangulado ¡me revuelve las tripas!

El inspector pensó lo espantoso que hubiera sido de haber ocurrido al revés, pero no era aquél, obviamente, el momento para expresar una ocurrencia semejante.

—Señor Larrazábal, hay una hipótesis que no hemos manejado hasta ahora, pero que no debemos descartar. Me refiero a la posibilidad de que el asesino encubriera el homicidio con el robo.

—¿A qué se refiere?

—La persona que acabó con la vida de su hija pudo cometer el crimen exclusivamente para llevarse el violín, porque se trataba de un instrumento muy valioso. Pero ¿y si ese desalmado acudió al Auditorio con el único propósito de asesinar a su hija, y lo hubiera hecho aunque no hubiera habido violín de por medio?

—Pero eso es ridículo, ¿quién podría querer matar a mi niña, que lo único que hizo en la vida fue llevar la música a todos los rincones del mundo?

—Para tratar de dilucidar esta cuestión es para lo que estamos hoy aquí. Me gustaría que habláramos del círculo más íntimo de Ane, empezando por su prometido, el señor Rescaglio.

—Un chaval majísimo, y muy buen chelista. Por cierto, que viene a Vitoria hoy por la tarde, porque la última vez que estuvo con mi hija se dejó olvidadas algunas cosas, creyendo que no tardaría en regresar.

—¿Algunas cosas? ¿Puede ser más específico?

—Partituras y libros. A veces él y Ane se traían los instrumentos e improvisaban duetos en casa.

Perdomo recordó las palabras de Galdón del día anterior, insistiendo en la teoría del crimen pasional, y se lanzó a degüello a por el italiano.

—Señor Larrazábal, ¿está seguro de que la relación entre su hija y el señor Rescaglio no tenía ninguna arista, ningún doblez misterioso?

—Les he visto discutir, como hacen todas las parejas, pero también yo me peleo con mi mujer después de más de cuarenta años de matrimonio, porque no hay mujer que no saque a su hombre de quicio de vez en cuando.

—Y estas riñas que asegura que se producían a veces, ¿notó si habían ido a más en los últimos meses?

—Si he de serle sincero, más bien tendría que decirle que al revés, y lo comenté con mi mujer: nunca había visto a Andrea tan atento y tan pendiente de mi hija como en los últimos tiempos.

—Eso es interesante. ¿Se le ocurre alguna razón que lo explique?

—Probablemente se debía a que por fin habían conseguido fijar la fecha de la boda. Pensaban casarse a finales de septiembre.

Villanueva hizo un gesto a Perdomo para indicarle que quería apartarse momentáneamente de la conversación para hacer una llamada telefónica. Había decidido comunicar a Galdón de inmediato la presencia de Rescaglio en Vitoria. El inspector movió de forma casi imperceptible la cabeza para concederle el permiso y luego continuó con el interrogatorio:

—¿En qué circunstancias se conocieron su hija y Rescaglio y desde cuándo eran novios?

—¡Uuuh! Yo creo que llevaban juntos desde los catorce años. Mi mujer se lo podría contar mejor, pero yo creo que se conocieron en la consulta de un médico de aquí, de Vitoria, porque los dos padecían mononucleosis. Es una enfermedad muy desagradable y los dos empezaron a intercambiar información sobre cómo sobrellevarla.

Perdomo había sacado una libreta en la que solía apuntar cosas con tanto apresuramiento que luego él mismo no entendía su propia letra. Pero el simple hecho de hacer garabatos en ella de vez en cuando le ayudaba a concentrarse más en la conversación.

—El señor Rescaglio vivió en Japón muchos años, ¿no es cierto?

El padre de Ane asintió con la cabeza.

—¿Y eso fue antes o después de conocer a su hija?

—Antes. Andrea llegó a Japón con tres años, porque a su padre, que era directivo de Alitalia, lo destinaron a Osaka. Se matriculó en el conservatorio y en pocos años hizo unos progresos increíbles con el chelo. ¿Sabe por qué tuvo que regresar a Europa? Es una triste historia. Entre los chicos que hacían música de cámara con Andrea estaba Kitajima Masaharu, hijo del consejero delegado de la famosa empresa de coches todoterreno del mismo nombre. Tocaba el violín y era el amigo íntimo de Rescaglio en Japón. Una noche en la que el novio de mi hija se había quedado a dormir en casa de Kitajima, los dos chicos oyeron ruido en el piso de abajo a altas horas de la madrugada y se asustaron. Despertaron a la madre, bajaron a ver qué ocurría y al descorrer la delicada puerta
shoji
que separaba el salón del recibidor, encontraron el cuerpo decapitado del señor Masaharu. Se había practicado el
seppuku.

—¿Qué es el
seppuku
?

—Aquí lo lo conocemos como
harakiri
, pero es una expresión vulgar para muchos japoneses, que prefieren no emplearla. El término correcto es
seppuku.

—Hay algo que no entiendo —objetó Rescaglio—. Si el señor Masaharu se hizo el
seppuku
, ¿por qué apareció decapitado? ¿El suicidio japonés no consiste en…?

Perdomo completó la frase con el gesto de clavarse un imaginario cuchillo en el abdomen.

—El
seppuku
es un rito muy elaborado, inspector. Para evitar que el sufrimiento sea atroz, la persona que va a morir solicita la asistencia de una persona de su confianza, que tiene la misión de ayudarle a morir, cortándole la cabeza con una
katana.
En el caso de Masaharu, la policía de Osaka nunca llegó a averiguar la identidad de esa persona, aunque fue, probablemente, algún amigo íntimo de la familia. El caso es que después de aquella experiencia, devastadora para ambos niños, el padre de Andrea decidió, con buen criterio, abandonar Japón lo antes posible. Así fue como Andrea llegó a España.

Perdomo anotó hechos y nombre en la libreta y luego preguntó:

—¿Su esposa también tiene el mismo buen concepto de Rescaglio que usted?

Don Íñigo, que tenía la cabeza gacha, ocupado como estaba en subirse un calcetín que había dejado al descubierto una pierna lechosa y con tan poco vello que parecía de mujer, pareció sobresaltarse ante la pregunta y miró al inspector con desconfianza.

—¿Qué sabe usted exactamente?

—Le aseguro que nada en absoluto.

—Es que mi mujer, al principio de la relación, sentía muchísimos recelos hacia Andrea. Hizo lo imposible por boicotear la relación, cosas que a mí jamás se me habría ocurrido hacer, como borrarle mensajes del contestador u ocultarle la correspondencia. Se lo hizo pasar muy mal a ambos, y por supuesto también a mí, que veía cómo el enfrentamiento de mi esposa con Andrea estaba causando que mi hija se distanciara cada vez más de nosotros.

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