El viaje al amor (16 page)

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Authors: Eduardo Punset

BOOK: El viaje al amor
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Las caras que destacan por acercarse más a los rasgos promedio son las menos singulares. Si una cara promedio indicara también buena calidad genética, constituiría una buena candidata para ser un marcador biológico de preferencias. Los especialistas han sugerido, por lo demás, que los rasgos promedio denotan cierta estabilidad en el crecimiento, así como capacidades para soportar el estrés. Por eso son atractivas y se ha podido comprobar que a medida que se acercan al promedio todavía lo son más, y en menor medida cuando se alejan.

En cuanto al dimorfismo sexual -el conjunto de rasgos específicos que diferencian a los hombres y las mujeres-, es sabido que aumenta en la pubertad, que constituye un claro indicador de que se está alcanzando la madurez sexual y, por lo tanto, el potencial reproductor. Aquí lo curioso es que los rasgos exageradamente femeninos resultan netamente más atractivos que los rasgos marcadamente masculinos; en otras palabras, una feminidad acentuada es una señal de salud y competencia inmunitaria en mayor medida que los rasgos exageradamente masculinos.

«Un nivel de mutaciones lesivas inferior al promedio.» La modelo británica Kate Moss, paradigma de la belleza.

Algunos autores sugieren que esta diferencia entre los géneros puede ser, simplemente, el resultado de asignar a la personalidad femenina atributos como mayor calidez, menos ánimo de dominio, mayores dotes de cooperación, honestidad o cierto sentido de la maternidad. Aparentemente, lo anterior se contradice con el hecho comprobado de que durante el ciclo menstrual, al alcanzar la fase de fertilidad, las mujeres cambian sus preferencias a favor de rasgos marcadamente masculinos. En esta fase las mujeres los prefieren morenos, tal vez porque los rasgos más masculinos indican, a pesar de todo, salud y esto aportaría, indirectamente, ventajas genéticas.

A medida que se profundiza en el conocimiento de las asimetrías biológicas se hace más patente la importancia trascendental de la heterocigosis en los individuos. Cuanta mayor es la heterogeneidad genética, mayores son las posibilidades de que virus e insectos se enfrenten a genes insospechados para ellos. Hay muchas pruebas en el planeta referidas tanto a poblaciones aisladas como a estirpes aristocráticas de los efectos perversos de la consanguinidad. En este sentido, es fácil vaticinar, aunque parezca sorprendente, que la creciente mezcla de poblaciones y culturas diferentes redundará en un planeta cada vez más simétrico y por lo tanto más bello y por lo mismo más sano. Nada impediría que esta bonanza afectara también a las características mentales.

En animales no humanos el nivel de fluctuaciones asimétricas refleja defectos de inestabilidad en el crecimiento que, además, aumentan con la endogamia, la homocigosis, la carga parasitaria, las dietas insuficientes y la contaminación. También en los humanos las fluctuaciones asimétricas aumentan con la endogamia, los nacimientos prematuros y los retrasos mentales.

En cuanto a la cara, en lugar del cuerpo, las pruebas son menos concluyentes. También en los humanos las asimetrías del rostro van asociadas a determinadas anomalías cromosómicas, pero no hay pruebas generalizadas de que la simetría facial sea un indicador de salud. Lo más probable es que así fuera en el pasado y que, justamente, debido a ese antiguo vínculo entre la simetría facial y la salud -que la medicina moderna ha trancado- se hubiera desarrollado la preferencia sexual por no sólo los cuerpos, sino también las caras simétricas. El hecho de que en entornos duros y atrasados subsista el vínculo entre la simetría facial y la salud apoyaría esta tesis.

La relación entre una buena forma física y el grado de asimetría fluctuante parece innegable. De ahí que los estudios realizados sobre la relación entre la simetría, la supervivencia y la selección sexual se hayan centrado en una multitud de rasgos genéticos o en aquellos pocos que son vitales para conservar una buena forma física, sobrevivir y reproducirse. Las hembras de las golondrinas Hirundo rustica -las mismas que solían anidar, durante mi infancia, en la habitación desocupada que llamábamos del monje, situada en los bajos delanteros de la masía familiar en el Ampurdán- prefieren a los machos con colas bien simétricas y desdeñan a los que las tienen desaliñadas. Ahora bien, el enamoramiento fácil de las golondrinas por los machos con la cola simétrica no es caprichoso, en el sentido de que no responde a un solo rasgo genético de carácter ornamental. Está claro que la perfección de la cola garantiza una mayor capacidad de maniobra durante el vuelo, y las golondrinas pasan la mayor parte de su vida volando.

Por último, sería muy difícil precisar cómo sienten o imaginan las plantas y los animales las peculiaridades de su entorno, pero, en cambio, sí podemos deducirlo indirectamente midiendo sus niveles de asimetría. La asimetría -como señalan A. Richard Palmer, de la Universidad de Alberta, Canadá, y Thérèse Ann Markow, de la Universidad del Estado de Arizona, entre otros investigadores- integra de forma coherente las consecuencias de los efectos disruptivos del entorno. Dado que el fenotipo óptimo es simétrico porque mejora el rendimiento, cualquier desviación de un patrón perfectamente simétrico puede considerarse como una solución imperfecta a un problema de diseño, solución que dará problemas de rendimiento en el futuro.

Los bailarines con menos fluctuaciones asimétricas son mejores

Si a un humano prehistórico le resultaba complicado poder escapar de las garras de un león, más difícil sería su intento por sobrevivir si sus piernas tuviesen una longitud desigual. Prueba de ello son los esqueletos de los indios prehistóricos que demuestran que los individuos más viejos tenían huesos más simétricos que los que morían más jóvenes. Esto es particularmente revelador porque el modelado permanente de los huesos durante la vida, generalmente, causa una asimetría cada vez más acusada en los humanos más viejos.

De acuerdo con Steve Gangestad, psicólogo evolutivo de la Universidad de Nuevo México, en todas las culturas humanas se ha valorado la belleza femenina por encima de cualquier otro atributo, pero la importancia otorgada a la belleza es todavía mayor en aquellas civilizaciones que sufren el impacto de los parásitos, como es el caso de la malaria, la esquistosomiasis u otros parásitos violentos.

La selección constante contra la asimetría empieza ya entre el espermatozoide y los óvulos en las hembras de las especies que se reproducen por fecundación interna. Tan sólo una pequeña parte de los gametos sobrevive y, en general, los excluidos son aquellos con fenotipos desviados. Esta selección es, aparentemente, un fenómeno muy extendido. Los huéspedes pueden evitar de forma segura los efectos debilitantes de los parásitos si desarrollan un sistema inmunitario eficiente, siendo el funcionamiento del sistema inmunitario de los humanos una de las actividades fisiológicas más costosas, sólo comparable al funcionamiento del cerebro.

Existen indicios claros -como apuntaron Ivar Folstad y Andrew John Karter, de la Universidad de Tromso, Noruega, en 1992- de que en las aves el sistema inmunitario está implicado directamente en la señalización sexual y de que, en términos más generales, las defensas inmunitarias desempeñan un papel en la selección sexual puesto que, como se vio, algunos rasgos sexuales secundarios como la simetría reflejan la competencia inmunitaria de los individuos.

Una de las variantes más novedosas a la hora de aquilatar el nivel de asimetría fluctuante es la utilización de la expresión corporal en la danza como símbolo de ese nivel. El experimento fue dirigido por Robert Trivers, actualmente catedrático de antropología en la Rutgers University, New Brunswick, Nueva Jersey, en el curso de sus largas estancias en la isla de Jamaica.

Hasta ahora se desconocía qué revelaba la danza sobre las características del genotipo del que bailaba, suponiendo que significara algo. Para empezar, se dividió a los participantes en el ejercicio en dos grupos en función de sus asimetrías fluctuantes medidas por las particularidades de los codos, las muñecas, el tercer, cuarto y quinto dedos, los pies y las orejas. El objetivo era contestar a las dos preguntas siguientes: ¿reflejan las dotes para la danza una asimetría fluctuante reducida? ¿Es el efecto mayor en los varones que en las hembras?

Las conclusiones dieron respuestas afirmativas a las dos preguntas planteadas en términos casi inequívocos. En primer lugar, la investigación arrojó una correlación clara entre la simetría y la capacidad para la danza. En segundo lugar, dado que los varones asumen en promedio una menor inversión parental que las hembras, era lógico que en el primer caso prevalecieran los ademanes característicos del cortejo, mientras que en el caso de las hembras prevalecieran los afanes discriminatorios a la hora de elegir pareja. Era la manera de contestar, también afirmativamente, al segundo objetivo de la investigación.

Más allá de todo el listado de detalles concretos que demuestran la relación entre las fluctuaciones asimétricas y la selección sexual está el argumento arrollador de lo que yo considero una de las grandes paradojas de la evolución. En cierto modo, el sistema inmunitario fue el primer cerebro de los organismos vivos. Algunos de ellos, a diferencia de los homínidos, no sintieron nunca la necesidad de desarrollar un sistema cerebral, menos impreciso y más sofisticado que el sistema inmunitario. Pero tanto en un caso como en el otro, en el complicado y gran consumidor de energía que es el sistema inmunitario, como en el todavía más sofisticado y acaparador de la energía total disponible -más de un 20%- que es el sistema nervioso y cerebral, recurrieron a las fluctuaciones asimétricas para decidir cuestiones de selección sexual.

Causas no metabólicas del amor

¿Qué otros elementos conocemos que nos condicionen a la hora de elegir pareja? ¿Por qué nos enamoramos, más allá de los poderosos condicionantes físicos que a través de la simetría hacen particularmente deseables a ciertos individuos? En otras palabras, nos gustaría elaborar una tabla explicativa de las excepciones que también se dan, por supuesto, en los arrebatos de amor. Lo que es verdad en millones de organismos durante millones de años puede no serlo en un individuo. Hay quien se enamora por Internet sin haber vislumbrado siquiera la imagen impresa por el sistema inmunitario ni las feromonas que la transmitan.

Ahora bien, en el ámbito de las excepciones o causas distintas al impacto del sistema inmunitario o de los mecanismos químicos, nos movemos en un campo mucho menos trillado por las pruebas científicas. Causas excepcionales del enamoramiento que se dan por satisfactorias en un momento dado han sido cuestionadas por las últimas pruebas efectuadas en los laboratorios. Y a la inversa, verdades que lo parecen sólo a medias resultan tener mayores visos de realidad de lo que se anticipaba al comienzo. Algunos ejemplos bastarán para poner de manifiesto la fragilidad de esa búsqueda.

Uno de esos elementos poco cuestionable es la proximidad: tendemos a enamorarnos de personas cercanas, con las que tenemos relación diaria. Y ambos sexos se enamoran, generalmente, de aquellos con valores y orígenes similares. No resulta demasiado sorprendente que la gente se sienta atraída hacia aquellos individuos con los que comparten actitudes y valores. Así lo confirmó la psicóloga Eva Clonen, de la Universidad de Iowa, en 2005, estudiando a parejas de recién casados. Este tipo de rasgos son muy visibles en los demás, y pueden desempeñar un papel destacado en la atracción inicial.

El sentido del humor también puede facilitar una relación de pareja, aunque los hombres y las mujeres otorgan un valor diferente al humor, según Eric Bressler, del Westfield State College, en Massachusetts, y Sigal Balshine, de la Universidad de McMaster en Hamilton, Ontario, Canadá. En una investigación de 2005, Bressler y Balshine detectaron que las mujeres tienden a sentirse atraídas por los hombres que las hacen reír, mientras que a los hombres les gustan las mujeres que les ríen las gracias.

¿Cuál de todas las posibles motivaciones ejerce una influencia real? Stephen Emlen y sus colegas de la Universidad de Cornell, en el estado de Nueva York, pidieron a casi mil personas entre dieciocho y veinticuatro años que estableciesen un rango de prioridades de una serie de atributos, que incluían el atractivo físico, la salud, el estatus social, la ambición y la lealtad, en una escala que reflejase lo deseable que consideraban cada atributo. Las más exigentes eran las personas que se consideraban a sí mismas buenos compañeros estables. Valoraban en primer lugar la fidelidad, a la que seguía el atractivo físico, el compromiso para formar una familia, la riqueza y el estatus social. Emlen recalcaba así que «lo que la gente busca en una relación estable es el compromiso para formar familia, la afectividad y la fidelidad sexual».

Sin abandonar las arenas movedizas de las causas no metabólicas del amor se ha sugerido, también, el papel de nuestras propias experiencias emocionales. Esas experiencias afectarían profundamente y condicionarían lo que se considera atractivo o deseable, lo que se espera del amor. En el capítulo anterior vimos la importancia decisiva de la memoria con la que se confrontaba cada nueva experiencia. Por un lado, la búsqueda en el archivo de la memoria de algo comparable al estímulo amoroso en curso crea una dinámica de excelencia progresiva; la línea de tendencia sólo se rompería en el caso de que experiencias emocionales traumáticas del pasado incidieran negativamente en la elección de pareja aquí y ahora.

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