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Authors: Iain M. Banks

Tags: #Ciencia Ficción

El uso de las armas (50 page)

BOOK: El uso de las armas
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Dejó que Beychae recuperase el aliento y echó un vistazo al grupo. Los turistas estaban al otro extremo del observatorio y el guía les estaba enseñando uno de los viejos instrumentos iluminándolo con una linterna. Decidió que había llegado el momento y se puso en pie.

–Vamos –dijo volviéndose hacia el anciano.

Beychae se incorporó. Saltaron la balaustrada, fueron hacia la rampa y entraron en la aeronave con él detrás de Beychae observando lo que tenían a la espalda en la pantalla del visor, pero la imagen no era lo bastante nítida para que pudiera estar seguro de si algún turista se había dado cuenta de lo que estaba ocurriendo.

–Traje, sube la rampa –ordenó.

Entraron en el espacioso compartimento único de la aeronave, una gran estancia lujosamente adornada cuyas paredes estaban cubiertas de tapices. La gruesa alfombra que ocultaba el suelo estaba puntuada por sillones y sofás. A un extremo de la estancia había un bar automático, y la pared opuesta era una gigantesca pantalla ocupada por una imagen real que mostraba los últimos esplendores del crepúsculo.

La rampa fue subiendo con un leve siseo y se cerró con un tintineo de campanillas.

–Traje, oculta las patas –dijo subiéndose el visor.

Por suerte la inteligencia y las capacidades lingüísticas del traje eran lo bastante grandes para que comprendiera que se refería a los soportes de la aeronave, y no a sus piernas. Le acababa de pasar por la cabeza que alguien podía subirse a la balaustrada del observatorio y saltar agarrándose a uno de los soportes, y quería evitarlo.

–Traje, cambia la altitud de la aeronave. Arriba diez metros.

La calidad del zumbido casi inaudible que les envolvía cambió durante unos segundos y volvió a ser como antes. Observó como Beychae se quitaba su gruesa chaqueta y examinó el interior de la aeronave. El efector le había asegurado que estaban solos a bordo, pero quería asegurarse de ello.

–Averigüemos adonde tenía que ir este trasto cuando acabaran de visitar el observatorio –dijo mientras Beychae se dejaba caer sobre un sofá. El anciano suspiró y estiró las piernas–. Traje, ¿cuál es el próximo destino de la aeronave?

–Terminal Espacial de Gipline –dijo la seca voz metálica del traje.

–Perfecto. Traje, llévanos allí y procura que tengamos el aspecto más normal y legal posible.

–Trayecto iniciado –dijo el traje–. Tiempo de Llegada Aproximado, cuarenta minutos.

El sonido de fondo de la aeronave se alteró haciéndose un poco más agudo. El suelo tembló de forma casi imperceptible. La pantalla situada al final del compartimento mostró una imagen de la aeronave ascendiendo y deslizándose sobre los bosques que cubrían las colinas.

Dio un breve paseo por la aeronave para confirmar que no había nadie más a bordo y acabó sentándose junto a Beychae. Miró al anciano, se dio cuenta de lo cansado que estaba y pensó que el día había debido parecerle muy largo.

–¿Estás bien?

–No intentaré ocultar que me alegra mucho poder estar sentado.

Beychae se quitó las botas.

–Te traeré algo de beber, Tsoldrin –dijo. Se quitó el casco y fue hacia el bar automático–. Traje… –dijo. Acababa de tener una idea–. Conoces los números de Solotol que permiten ponerse en contacto con la Cultura, ¿verdad?

–Sí.

–Conecta con uno de ellos mediante los sistemas de la aeronave.

Se inclinó sobre el bar automático y empezó a inspeccionarlo.

–¿Y cómo funciona esto?

–El bar automático se activa mediante la vo…

–¡Zakalwe! –La voz de Sma se impuso a la del traje haciéndole dar un respingo–. ¿Dónde…? –Sma no llegó a terminar la pregunta y guardó silencio durante unos momentos–. Vaya, veo que has conseguido una aeronave, ¿eh?

–Sí –dijo él, y lanzó una rápida mirada de soslayo a Beychae. El anciano le estaba observando–. Vamos hacia Puerto Glipine. Bien, ¿qué ha ocurrido? ¿Dónde está ese módulo? Ah, Sma, estoy ofendidísimo. No has llamado, no has escrito, no has enviado flores…

–¿Y Beychae? –preguntó Sma con voz apremiante–. ¿Está bien?

–Tsoldrin se encuentra estupendamente –replicó él, y sonrió sin apartar los ojos del anciano–. Traje, haz que este bar automático nos prepare un par de bebidas refrescantes pero fuertes.

–Está bien… Magnífico. –Sma suspiró. El bar automático emitió una serie de chasquidos y gorgoteos–. No hemos llamado porque si lo hubiéramos hecho se habrían enterado de dónde estabais –siguió diciendo–. Perdimos el haz de comunicación protegido cuando la cápsula quedó averiada. Zakalwe, fue ridículo… Después de que la cápsula liquidara al camión en el Mercado de las Flores y tú derribaras ese caza todo se convirtió en un auténtico caos. Es una suerte que hayas conseguido escapar con vida. Bien, ¿dónde está la cápsula?

–En el observatorio de Srometren –replicó él. Bajó la mirada y vio abrirse una pequeña compuerta en un lado del bar automático. Cogió la bandeja con las dos bebidas, fue hasta el sofá y tomó asiento junto a Beychae–. Sma, saluda a Tsoldrin Beychae –dijo mientras le entregaba su copa al anciano.

–¿Señor Beychae? –dijo la voz de Sma desde el traje.

–¿Me oye? –replicó Beychae.

–Es un placer poder hablar con usted, señor Beychae. Espero que el señor Zakalwe le esté tratando bien. ¿Qué tal se encuentra?

–Cansado pero entero.

–Confío en que el señor Zakalwe haya tenido tiempo de explicarle lo seria que es la situación política actual del Sistema.

–Sí, lo ha hecho –dijo Beychae–. Estoy… Estoy tomando en consideración la posibilidad de acceder a sus peticiones y por el momento no deseo volver a Solotol.

–Comprendo –murmuró Sma–, y se lo agradezco. Estoy segura de que el señor Zakalwe hará cuanto pueda para asegurar su bienestar mientras decide qué debe hacer… ¿No es así, Cheradenine?

–Por supuesto, Diziet. Y ahora, ¿dónde está ese módulo?

–Debajo de las nubes de Soreraurth, donde estaba antes. Tu peculiar sistema de huida discreta categoría nova ha conseguido que toda la superficie se pusiera en estado de alerta máxima. No podemos mover nada sin que lo vean, y si se dan cuenta de que estamos interfiriendo en sus asuntos quizá acabemos ahorrándoles el trabajo de desencadenar la guerra global. Vuelve a explicarme con más exactitud dónde está esa cápsula. Tendremos que usar los sistemas de desplazamiento pasivo del micro-satélite y guiarla a distancia desde allí para eliminar las pruebas. Mierda, Zakalwe… Estamos metidos en un buen lío.

–Oh, disculpa –dijo él, y tomó un sorbo de su bebida–. La cápsula se encuentra debajo de un árbol de hojas amarillas bastante grandes que está a…, entre unos ochenta y unos ciento treinta metros del observatorio yendo en dirección noreste. Oh, y el rifle de plasma se encuentra… entre unos veinte y unos cuarenta metros de distancia en dirección oeste.

–¿Has perdido el rifle de plasma?

Sma parecía incapaz de creerlo.

–Pues sí –admitió él, y bostezó–. Me cabree tanto que lo arrojé lo más lejos posible. Quedó efectorizado, ¿sabes?

–Te advertí que era una antigüedad sacada de un museo –dijo otra voz.

–Cállate, Skaffen-Amtiskaw –dijo él–. Bien, Sma…, ¿y ahora qué hacemos?

–Supongo que lo mejor será utilizar la Terminal Espacial de Gipline –replicó la mujer–. Intentaremos conseguiros pasaje en algún vuelo hacia Impren o un sitio cercano. En el peor de los casos tendréis que aguantar un viaje civil que durará varias semanas como mínimo: si tenemos suerte acabarán anulando el estado de alerta y el módulo podrá venir a rescataros. En cualquiera de los dos casos lo que ha ocurrido hoy en Solotol quizá haya hecho que la guerra esté más próxima. Piensa en eso, Zakalwe.

El canal de transmisión se desactivó.

–Parece enfadada contigo, Cheradenine –dijo Beychae.

Miró al anciano y se encogió de hombros.

–Eso no es ninguna novedad –suspiró.

–Lo siento muchísimo, gentilespersonas; esto no había ocurrido nunca, se lo aseguro, y les repito que lo lamento de veras. Lo siento, créanme… No consigo entenderlo… Yo… Hum… Intentaré… –El joven pulsó los botones de su terminal de bolsillo–. ¿Oiga? ¡Oiga!
¡OIGA!
–Sacudió la terminal y la golpeó con el canto de la mano–. Esto es…, es…, no había ocurrido nunca, nunca; realmente no entiendo qué…

Contempló a los turistas agrupados a su alrededor como pidiéndoles disculpas. La mayoría de miembros del grupo estaban mirándole fijamente. Algunos intentaban activar sus terminales con tan poca suerte como él, y un par observaba el cielo como si el último manchón de luz rojiza que se estaba desvaneciendo hacia el oeste pudiera devolverles mágicamente la aeronave que parecía haber tomado la inexplicable decisión de largarse dejándoles abandonados.

–¿Oiga? ¿Oiga? ¿Me están escuchando? Por favor, conteste si hay alguien escuchándome…

El joven guía parecía encontrarse al borde del llanto. El último atisbo de luz se esfumó del cielo y el pálido brillo de la luna arrancó reflejos a las delgadas hilachas de una nube. El haz de la linterna estaba empezando a debilitarse.

–¡Por favor, contesten! ¡Oh, por favor…!

Skaffen-Amtiskaw volvió a ponerse en contacto unos minutos después para decirles que él y Beychae tenían camarotes reservados a bordo del clíper Osom Emananish que no tardaría en partir para el Sistema de Breskial, a sólo tres años luz de Impren, aunque aún no habían perdido la esperanza de que el módulo pudiera llegar hasta ellos antes. La unidad opinaba que probablemente no tendría más remedio que hacerlo, pues estaban casi seguros de que no tardarían en dar con sus huellas.

–Quizá fuese buena idea que el señor Beychae alterara su apariencia física –les dijo la unidad con su voz impasible de costumbre.

Lanzó una rápida mirada de soslayo al anciano y contempló los tapices que cubrían las paredes.

–Supongo que podríamos intentar hacerle un traje con lo que hay por aquí –dijo en un tono de voz más bien dubitativo.

–El equipaje que hay a bordo de la aeronave quizá sea una fuente de atuendos más útil –ronroneó la unidad, y le explicó cómo podía abrir la compuerta del suelo que daba acceso al compartimento de carga.

Siguió sus instrucciones, emergió del compartimento con dos maletas y las forzó.

–¡Ropas! –exclamó.

Sacó unas cuantas prendas y vio que su aspecto era lo suficientemente unisex.

–Y tendrás que librarte del traje y de tu armamento –dijo la unidad.

–¿Qué?

–Zakalwe, no podrás subir a bordo de una nave con todo eso ni aun contando con nuestra ayuda. Tendrás que ocultarlo en algún sitio –una de las maletas sería el escondite perfecto– y dejarlo en la terminal. Intentaremos recogerlo cuando la situación se haya enfriado un poco.

–¡Pero…!

Estuvieron hablando de cómo disfrazarle y fue el mismo Beychae quien tuvo la idea de afeitarse la cabeza. El último servicio rendido por aquel traje de combate maravillosamente sofisticado fue el de navaja. Se despojó del traje en cuando hubo terminado de afeitar la cabeza de Beychae y los dos se disfrazaron con aquellas prendas bastante chillonas pero, por suerte, también bastante holgadas.

La aeronave tomó tierra. La Terminal Espacial era un desierto de cemento convertido en una especie de tablero de juegos por los ascensores que transportaban las naves a las zonas de mantenimiento y almacenaje o las sacaban de ellas.

Establecieron conexión con el haz protegido, y el pendiente-terminal pudo volver a hablarle en susurros indicándole dónde debían ir.

Pero se sentía desnudo sin el traje.

Salieron de la aeronave y se encontraron en el hangar. Una música agradablemente fácil de olvidar brotaba de los altavoces. Nadie fue a recibirles. Si escuchaban con atención podían oír el estrépito de una alarma sonando a lo lejos.

El pendiente-terminal les indicó hacia qué puerta debían dirigirse. Avanzaron por un pasillo de uso reservado a los trabajadores de la terminal, cruzaron dos puertas de seguridad que se abrieron para dejarles pasar un poco antes de que llegaran a ellas y acabaron entrando en un recinto de grandes dimensiones lleno de gente, pantallas, kioscos y asientos. Una acera móvil acababa de frenar en seco haciendo que docenas de personas cayeran unas sobre otras, por lo que nadie se fijó en ellos.

Una cámara de seguridad del área izquierda de equipajes giró sobre sí misma y enfiló su objetivo hacia el techo durante el minuto escaso que necesitaron para dejar la maleta que contenía el traje. En cuanto se hubieron ido la cámara reanudó sus lentos barridos de la zona.

Cuando fueron a recoger sus billetes al mostrador correspondiente ocurrió más o menos lo mismo. Se metieron en otro pasillo y llevaban unos momentos caminando por él cuando vieron aparecer a un grupo de guardias de seguridad al otro extremo.

Siguió caminando sin perder la calma y captó la leve vacilación de Beychae. Se volvió hacia él, le dirigió una sonrisa tranquilizadora y cuando volvió la mirada hacia los guardias vio que éstos se habían detenido. El que parecía su jefe acababa de llevarse una mano a la oreja y estaba contemplando el suelo. Le vio asentir con la cabeza, girar sobre sí mismo y alzar una mano señalando hacia un pasillo lateral. Los guardias de seguridad se alejaron por él.

–Supongo que esto es algo más que un simple caso de suerte increíble, ¿verdad? –murmuró Beychae.

–Desde luego –replicó él meneando la cabeza–, a menos que consideres como suerte increíble el que contemos con un efector electromagnético de potencia casi militar controlado por la Mente de una nave estelar hiperveloz que está manejando todo esta terminal como si fuera un videojuego desde algo así como un año luz de distancia.

Un pasillo reservado a Gente Muy Importante les condujo hasta la pequeña lanzadera que les llevaría a la estación en órbita. El último control de seguridad era el único del que la nave no podía librarles. Se trataba de un hombre cuya forma de moverse y mirar indicaba que tenía una considerable experiencia en su trabajo, y que pareció alegrarse al comprobar que no llevaban encima nada peligroso. Entraron en otro pasillo y llevaban unos momentos caminando por él cuando el pendiente que llevaba en la oreja le pinchó el lóbulo con un campo para avisarle de que estaban siendo sometidos a un nuevo examen mediante rayos X y un fuerte campo magnético, ambos controlados manualmente.

El vuelo en la lanzadera transcurrió sin ningún acontecimiento digno de mención. Llegaron a la estación, atravesaron una zona de espera –un hombre que llevaba un implante neural directo había caído al suelo y parecía estar sufriendo una especie de ataque epiléptico, por lo que la zona de espera se hallaba sumida en una considerable agitación–, y pasaron el último control de seguridad.

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