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Authors: Iain M. Banks

Tags: #Ciencia Ficción

El uso de las armas (23 page)

BOOK: El uso de las armas
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Ella sonrió, y sus ojos se encontraron con los de él.

Y el silencio duró mucho rato.

Seis

S
e rascó la cabeza y apoyó la culata del arma en el suelo de la minibodega. Cogió el arma por el cañón y pegó un ojo al agujero para observar su interior mientras se balanceaba ligeramente de un lado a otro.

–Zakalwe –dijo Diziet Sma–, hemos desviado de su curso dos meses a veintiocho millones de personas y un trillón de toneladas de nave espacial para que llegues a tiempo a Voerenhutz. Te agradecería que esperaras a terminar el trabajo antes de volarte la cabeza.

Sus palabras le hicieron girar rápidamente sobre sí mismo. Sma y la unidad acababan de entrar en la minibodega. Una cápsula de viajes se estaba alejando velozmente por el tubo que tenían detrás.

–¿Eh? –exclamó, y les saludó con la mano–. Oh… Hola.

Se había puesto una camisa blanca con las mangas subidas y unos pantalones negros, y llevaba los pies descalzos. Cogió el rifle de plasma, lo sacudió, le dio unos golpecitos en uno de los lados con la mano libre y lo alzó apuntando el cañón hacia el otro extremo de la minibodega. Tomó puntería y tiró del gatillo.

Hubo un estallido luminoso que se desvaneció casi enseguida, el arma saltó hacia atrás chocando contra su hombro y una especie de chasquido creó ecos que bailotearon por el espacio de la minibodega. Clavó los ojos en la pared situada a unos doscientos metros de distancia que marcaba el final del recinto y en el reluciente cubo negro de unos quince metros de arista inmóvil bajo las luces del techo. Examinó atentamente el distante objeto negro, volvió a alzar el arma y contempló la imagen aumentada que aparecía en una de las pantallas del rifle de plasma.

–Qué extraño… –murmuró, y se rascó la cabeza.

Una bandejita que sostenía una jarra metálica y un vaso de cristal tallado flotaba junto a él. Se volvió hacia ella, cogió el vaso y tomó un sorbo sin apartar los ojos del arma.

–Zakalwe… –dijo Sma–. ¿Se puede saber qué estás haciendo?

–Prácticas de tiro –replicó él, y volvió a tomar un sorbo del vaso–. ¿Quieres beber algo, Sma? Pediré otro…

–No, gracias. –Sma se volvió hacia el otro extremo de la minibodega y contempló el cubo negro con cara de perplejidad–. ¿Qué es eso?

–Hielo –dijo Skaffen-Amtiskaw.

–Exacto. –Asintió con la cabeza y dejó el vaso en el suelo para manipular los controles del arma–. Hielo.

–Hielo coloreado de negro –dijo la unidad.

–Hielo –dijo Sma asintiendo con la cabeza sin entender nada–. Y.. ¿Por qué hielo?

–Porque –dijo él con un cierto tono de irritación–, esta…, esta nave de nombre tan increíblemente estúpido y los veintiocho trillones de personas que van a bordo de ella y su hipermontillón de tonelaje no han podido proporcionarme ni un miserable gramo de basura decente, solamente por eso. –Alteró la posición de dos indicadores incrustados en un lado del arma y volvió a tomar puntería–. Un jodido trillón de toneladas y no hay ni un átomo de basura…, aparte de su cerebro, supongo. –Volvió a tirar del gatillo. Su hombro y su brazo fueron impulsados hacia atrás, y el destello luminoso brotó del cañón del arma acompañado por el mismo chasquido de antes–. ¡Esto es ridículo! –exclamó.

–Pero ¿por qué disparas contra ese cubo de hielo? –insistió Sma.

–Sma, ¿estás sorda o qué? –casi gritó él–. Porque este parsimonioso montón de sistemas inservibles afirma no disponer de ningún objeto inútil o desperdicio mínimamente decente con el que pueda hacer prácticas de tiro.

Meneó la cabeza y abrió un panel de inspección disimulado en la culata del arma.

–¿Y por qué no utilizas hologramas como hace todo el mundo? –preguntó Sma.

–Los hologramas están muy bien, Diziet, pero… –Giró sobre sí mismo y le alargó el rifle de plasma–. Toma, sostenlo un momento, ¿quieres? Gracias. –Hizo algo en los mecanismos revelados por el panel de inspección que acababa de abrir mientras Sma sostenía el arma con las dos manos. El rifle de plasma medía un metro y veinticinco centímetros de longitud, y pesaba mucho–. Los hologramas van muy bien para la calibración y todas esas tonterías, pero si quieres…, si quieres familiarizarte con un arma tienes que…, tienes que destruir algo, ¿comprendes? –La miró–. Tienes que sentir el retroceso y necesitas ver los restos de aquello contra lo que has disparado, y esos restos tienen que ser auténticos… Esa mierda holográfica no sirve de nada. Tienes que disparar contra algo real.

Sma y la unidad intercambiaron una rápida mirada de soslayo.

–Sostén este…, este cañón –dijo Sma volviéndose hacia la máquina.

Los campos de Skaffen-Amtiskaw brillaban con el suave resplandor rosado que indicaba diversión. La unidad la liberó del peso del arma y el hombre siguió hurgando en sus entrañas.

–Zakalwe, creo que un Vehículo General de Sistemas no piensa en términos de basura –dijo Sma. Olisqueó el contenido de la jarrita metálica, puso cara de duda y acabó arrugando la nariz–. Para su forma de pensar sólo existe la materia que está siendo utilizada y la materia susceptible de ser reciclada y convertida en otra clase de materia que podrá volver a ser utilizada. La basura sencillamente no existe, ¿comprendes?

–Claro –murmuró él–. Acabas de repetir el mismo sermón idiota que me soltó hace un rato.

–Y lo que hizo fue proporcionarte un poco de hielo para que jugaras con él, ¿eh? –dijo la unidad.

–No me quedó más remedio que conformarme con ese maldito cubo de hielo. –Asintió con expresión distraída, cerró el panel de inspección haciéndolo encajar en su sitio con un chasquido metálico y cogió el arma que la unidad había estado sosteniendo mediante sus campos–. Todo parece estar en orden, pero no consigo que este maldito trasto funcione.

–Zakalwe… –dijo la unidad emitiendo una especie de suspiro–. No me sorprende que no funcione. Esa arma debería estar en un museo. Tiene ciento diez años de antigüedad, ¿sabes? Ahora fabricamos pistolas mucho más potentes que ese rifle.

Tomó puntería sin hacer caso de lo que había dicho la unidad, tragó aire, chasqueó los labios y dejó el arma en el suelo para tomar otro trago del vaso de cristal tallado. Después se volvió hacia la unidad.

–Pero este rifle es una auténtica preciosidad –replicó alzando el arma y dándole vueltas entre los dedos. Dio unos golpecitos sobre los controles y diales que cubrían la oscura masa de la culata–. Quiero decir que… Anda, échale un vistazo. ¡Tiene un aspecto de lo más mortífero!

Lanzó un gruñido de admiración, volvió a colocarse en posición de disparo y tiró del gatillo.

El disparo salió tan desviado como los anteriores. El hombre suspiró, meneó la cabeza y clavó los ojos en el arma.

–No funciona –dijo con voz quejumbrosa–. Se niega a funcionar y eso es todo… Siento el retroceso, pero no funciona.

–¿Me permites? –preguntó Skaffen-Amtiskaw.

Fue hacia el arma. El hombre le lanzó una mirada teñida de suspicacia y acabó ofreciéndole el arma.

Todas las pantallas del rifle de plasma se activaron de golpe con un ruidoso acompañamiento de chasquidos y zumbidos mientras los paneles de inspección se abrían y volvían a cerrarse en una fracción de segundo. La unidad le devolvió el arma.

–No le ocurre nada –dijo Skaffen-Amtiskaw.

–Ya –murmuró él aceptando el rifle que le ofrecía.

Sostuvo el arma con una mano delante de su cabeza, dio una palmada en la culata con la otra mano e hizo girar el rifle tan deprisa que se movió como la hélice de un avión delante de su rostro y su pecho sin apartar los ojos ni un segundo de la unidad mientras hacía todo aquello. Tensó la muñeca haciendo que el arma se quedara inmóvil con el cañón apuntando hacia el lejano cubo de hielo negro y tiró del gatillo, todo eso en un solo gesto lleno de fluidez sin que sus ojos hubieran dejado de observar a la unidad ni un instante. El arma pareció volver a disparar, pero el cubo de hielo siguió intacto.

–Así que funciona, ¿eh? Y una mierda… –dijo.

–¿Cuáles fueron los términos exactos de tu conversación con la nave cuando pediste tu «basura» para hacer prácticas? –preguntó la unidad.

–No me acuerdo –replicó él en un tono de voz bastante alto e irritado–. Le dije que sólo una perfecta cretina podía carecer de algo de basura contra la que disparar, y la nave me dijo que cuando la gente quería disparar contra un poquito de mierda auténticamente inútil utilizaba hielo y yo dije: «De acuerdo, cohete gilipollas, pues proporcióname un poco de hielo», o algo parecido. –Extendió las manos hacia la unidad–. Creo que eso fue todo.

Abrió los dedos y dejó que el rifle cayera de su mano.

La unidad lo cogió al vuelo con un campo antes de que hubiera chocado contra el suelo.

–¿Por qué no pruebas a pedirle que despeje la bodega para hacer prácticas de tiro? –le sugirió–. No, mejor aún… Sé más preciso y pídele que despeje un espacio en su zona de protección de la trampilla.

Volvió a ofrecerle el arma y el hombre la cogió.

–De acuerdo –dijo muy despacio con una mueca desdeñosa.

Miró a su alrededor como si se dispusiera a entablar conversación con el aire y puso cara de vacilación. Se rascó la cabeza, miró a la unidad, dio la impresión de que iba a decirle algo y acabó desviando la mirada mientras señalaba a Skaffen-Amtiskaw con un dedo.

–Tú… Será mejor que se lo pidas tú. Ese montón de estupideces sonará un poco menos ridículo si lo dice otra máquina.

–Muy bien. Ya está –replicó la unidad–. Bastaba con pedírselo, ¿entiendes?

–Hmmmm –murmuró él.

Su mirada de suspicacia fue de la unidad al cubo de hielo negro colocado en el otro extremo de la bodega. Alzó el arma y apuntó hacia la masa de agua en estado sólido.

Disparó.

La culata del arma volvió a estrellarse contra su hombro y el cegador destello luminoso proyectó la sombra de su cuerpo detrás de él. El sonido que acompañó al disparo fue tan estrepitoso como el de una granada al detonar. Un haz de claridad blanca tan delgado como un lápiz atravesó toda la longitud de la minibodega y unió el arma al cubo de quince metros de arista convirtiéndolo en un millón de fragmentos que se esparcieron entre un estallido de luz y vapor creando una nube de vapor negro que se fue hinchando rápidamente y empezó a subir hacia el techo del recinto.

Sma siguió inmóvil con las manos a la espalda mientras observaba el chorro de fragmentos de cincuenta metros de altura que chocó con el techo de la minibodega rebotando en todas direcciones. La metralla negra recorrió la misma distancia y se estrelló contra las paredes laterales del recinto, y una marea de relucientes proyectiles negros se deslizó por el suelo yendo hacia donde estaban. La mayoría de ellos acabaron quedando atrapados en alguno de los obstáculos que cubrían el suelo de la mini-bodega, aunque unos cuantos recorrieron una considerable distancia por el aire antes de caer al suelo y lograron dejar atrás a los dos humanos y la unidad para repiquetear contra la pared del fondo. Skaffen-Amtiskaw extendió un campo hacia el suelo y cogió un trozo de hielo que tendría el tamaño de un puño y que había caído junto a los pies de Sma. Los ecos de la explosión resonaron unas cuantas veces en las paredes y acabaron desvaneciéndose.

Sma sintió la lenta relajación de los músculos de sus oídos.

–¿Contento, Zakalwe? –preguntó.

El hombre parpadeó, desactivó el arma y se volvió hacia la unidad.

–Parece que ahora ya funciona –gritó.

Sma asintió con la cabeza.

–Sí.

–Tomemos un trago –dijo él mientras le hacía una seña con la cabeza.

Cogió el vaso de cristal tallado y se lo llevó a los labios mientras iba hacia la escotilla del tubo.

–¿Un trago? –repitió Sma poniéndose junto a él y señalando con la cabeza el vaso del que estaba bebiendo–. ¿Y qué estás haciendo ahora?

–Apurar la última gota, eso es lo que estoy haciendo –replicó él casi gritando.

Cogió la jarrita metálica y echó los restos de su contenido en el vaso de cristal tallado.

–¿Hielo? –preguntó la unidad sosteniendo ante ella el goteante trozo de materia negra.

–No, gracias.

Algo se movió increíblemente deprisa dentro del tubo y una cápsula pareció materializarse de la nada abriendo la puerta para que subieran a ella.

–¿Qué es eso de la…, la zona de protección de la que hablabas antes? –preguntó el hombre volviéndose hacia Skaffen-Amtiskaw.

–La protección contra explosiones internas del Vehículo General de Sistemas –explicó la unidad apartándose para permitir que los humanos subieran primero a la cápsula–. Elimina los efectos de cualquier detonación más potente que la de un pedo trasladándola al hiperespacio. La onda expansiva, la radiación…, todo va a parar allí.

–Mierda –dijo él poniendo cara de disgusto–. ¿Quieres decir que puedes hacer estallar una bomba atómica dentro de estas cabronas y que ni se enterarían?

La unidad osciló de un lado a otro.

–Oh, te aseguro que la Mente del VGS se enteraría, pero lo más probable es que nadie más se diera cuenta de lo ocurrido.

El hombre se había quedado inmóvil después de entrar en la cápsula con los ojos clavados en la puerta que ya estaba empezando a cerrarse. La unidad y Sma se dieron cuenta de que le costaba un poco mantener el equilibrio.

–Vosotros… La Cultura no tiene ni la más mínima idea de lo que es el juego limpio, ¿verdad? –preguntó meneando la cabeza con expresión apenada.

Su última estancia a bordo de un VGS había tenido lugar diez años antes, poco después de que estuviera a punto de morir en Fohls.

–¿Cheradenine…? ¿Cheradenine?

Oyó la voz, pero no estaba muy seguro de si la mujer hablaba con él. Tenía una voz muy hermosa. Quería contestarle, pero no tenía ni idea de cómo hacerlo. Todo estaba muy oscuro.

–¿Cheradenine?

La voz estaba impregnada de paciencia. También había un poco de preocupación, pero estaba acompañada por una considerable esperanza. El tono de voz era afable, incluso cariñoso. Intentó acordarse de su madre.

–¿Cheradenine? –repitió la voz.

Estaba intentando despertarle, pero ya estaba despierto. Trató de mover los labios.

–Cheradenine…, ¿puedes oírme?

Consiguió mover los labios y dejó escapar el aire. Le pareció que había logrado producir un sonido. Intentó abrir los ojos. La oscuridad bailoteó delante de él.

–¿Cheradenine…? Sintió el contacto de una mano sobre su rostro. Unos dedos muy suaves le acariciaron la mejilla. «¡Shias!», pensó, pero expulsó rápidamente ese recuerdo encerrándolo en el lugar de su mente donde guardaba todos los demás.

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