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Authors: Iain M. Banks

Tags: #Ciencia Ficción

El uso de las armas (24 page)

BOOK: El uso de las armas
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–E… –logró decir.

No era más que el inicio de un sonido.

–Cheradenine… –dijo la voz. Ahora sonaba mucho más cerca de su oído–. Soy Diziet…, Diziet Sma. ¿Te acuerdas de mí?

–Diz… –logró decir después de un par de fracasos.

–¿Cheradenine?

–Sí… –se oyó jadear.

–Intenta abrir los ojos, ¿quieres?

–Intenta… –dijo.

La luz llegó de la nada, como si el percibirla no tuviese nada que ver con el haber abierto los ojos. Las cosas necesitaron algún tiempo para irse definiendo, pero acabó viendo un techo pintado de un color verde claro iluminado desde los lados mediante el resplandor en forma de abanico creado por las luces ocultas, y el rostro de Diziet Sma inclinado sobre él.

–Bien hecho, Cheradenine. –Sma le sonrió–. ¿Qué tal te encuentras ahora?

Tuvo que pensar unos momentos en lo que acababa de preguntarle antes de poder responder.

–Muy raro –dijo por fin.

Empezó a devanarse los sesos intentando recordar cómo había llegado hasta aquel lugar. ¿Estaba en alguna especie de hospital? ¿Cómo había llegado ahí?

–¿Dónde estoy? –preguntó.

El enfoque directo quizá fuese el mejor. Intentó mover las manos, pero no lo consiguió. Sma se dio cuenta del esfuerzo que estaba haciendo y alzó la mirada para contemplar algo que se hallaba por encima de su cabeza.

–Estás en el VGS
Optimista congénito
. Todo va bien…, te pondrás bien.

Y de repente volvía a estar en el marco de madera y la chica estaba inmóvil delante de él. Abrió los ojos y la vio. Era Sma. Todo estaba envuelto en una especie de neblina luminosa. Luchó con sus ligaduras, pero no cedieron ni un milímetro. No había esperanza. Sintió el tirón en sus cabellos y el impacto de la hoja, y vio a la chica de la túnica roja contemplándole desde algún lugar por encima de su cuerpo decapitado.

Todo empezó a girar velozmente. Cerró los ojos.

El momento pasó tan deprisa como había llegado. Tragó saliva. Aspiró un poco de aire y volvió a abrir los ojos. Por lo menos parecía capaz de hacer aquellas dos cosas sin muchas dificultades… Sma estaba contemplándole con cara de alivio.

–¿Lo has recordado?

–Sí. Acabo de recordarlo.

–¿Y te pondrás bien?

Empleó un tono de voz bastante serio que, aun así, seguía siendo tranquilizador.

–Me pondré bien –dijo él, y añadió–: Sólo ha sido un arañazo.

Sma se rió, apartó la mirada de su rostro durante unos momentos y cuando volvió a mirarle él pudo ver que se estaba mordiendo el labio inferior.

–Eh –dijo–. Esta vez he escapado por muy poco, ¿no?

Sonrió.

Sma asintió.

–Ya puedes decirlo. Unos segundos más y tu cerebro habría empezado a sufrir daños muy serios, unos minutos más y habrías muerto. Si hubieras aceptado que te implantaran un sensor habríamos podido localizarte días antes de que…

–Oh, Sma, vamos… –dijo él en voz baja–. Ya sabes que odio esos artefactos.

–Sí, ya lo sé –dijo ella–. Bueno, tanto da… Tendrás que hacer reposo durante un tiempo. –Sma le alisó el cabello apartándole los mechones que le habían caído sobre la frente–. El nuevo cuerpo tardará unos doscientos días en estar totalmente desarrollado. Quieren que te pregunte si prefieres dormir durante todo el proceso o si deseas mantener el ciclo vigilia/sueño normal…, o cualquier opción intermedia, claro. Es cosa tuya, ¿comprendes? Hagas lo que hagas no tendrá ninguna interferencia en el proceso.

–Hmmmm. –Pensó en lo que acababa de decirle–. Supongo que podré disponer de unas cuantas diversiones, ¿no? Escuchar música, ver películas o lo que sea, leer…

–Si te apetece… –dijo Sma encogiéndose de hombros–. Si quieres incluso puedes atracarte con un montón de fantasías mentales grabadas en cinta.

–¿Y bebida?

–¿Bebida?

–Sí. ¿Puedo emborracharme?

–No lo sé –dijo Sma alzando la cabeza y desviando la mirada a un lado.

Una voz que parecía estar más lejos murmuró algo que no logró entender.

–¿Quién es ése? –preguntó.

–Stod Perice.

La cabeza de un joven entró en el campo visual de Zakalwe. Estaba invertida, pero logró captar su asentimiento.

–Soy médico. Hola, señor Zakalwe. Cuidaré de usted sea cual sea la decisión que tome en lo que respecta al tiempo de espera.

–Si opto por que me duerman…, ¿soñaré? –preguntó él mirando fijamente al médico.

–Depende del grado de profundidad que escoja. Podemos sumirle en un sopor tan profundo que esos doscientos días le parecerán un segundo, y también puede pasar cada segundo de esos doscientos días teniendo sueños lúcidos. Lo que usted quiera.

–¿Qué hace la mayoría de la gente?

–Prefieren la desconexión y despertar con un cuerpo nuevo sin haberse dado cuenta del tiempo transcurrido.

–Ya me lo imaginaba. ¿Puedo emborracharme mientras esté conectado con el maldito como-se-llame al que estoy conectado?

Stod Perice sonrió.

–Estoy seguro de que podemos arreglarlo. Si quiere incluso podemos administrarle drogas glandulares. Es la ocasión ideal para…

–No, gracias. –Cerró los ojos durante un momento e intentó menear la cabeza–. Me conformaré con pillar alguna borrachera de vez en cuando.

Stod Perice asintió.

–Bueno, creo que podremos proporcionárselas.

–Estupendo. ¿Sma? –La miró fijamente y Sma enarcó las cejas–. Quiero seguir despierto –dijo.

Los labios de Sma se fueron curvando en una lenta sonrisa.

–Lo presentía.

–¿Estarás por aquí?

–Podría hacerlo –dijo la mujer–. ¿Te gustaría que viniera a verte de vez en cuando?

–Sería un gran detalle por tu parte.

–Creo que me gustará. –Asintió y puso cara pensativa–. De acuerdo. Iré viniendo para ver cómo aumentas de peso.

–Gracias. Y gracias por no haber traído contigo a esa maldita unidad… Ya me imagino la clase de pésimos chistes de mal gusto que habría hecho.

–Sí… –replicó Sma con voz algo vacilante.

Su tono de voz hizo que volviera a alzar los ojos hacia ella.

–Sma…, ¿qué ocurre?–le preguntó.

–Bueno…

Sma parecía sentirse bastante incómoda.

–Cuéntamelo.

–Skaffen-Amtiskaw… –dijo con voz entrecortada–. Te ha enviado un regalo. –Metió la mano en un bolsillo y sacó de él un paquetito que sostuvo ante sus ojos con expresión algo avergonzada–. Yo… No sé qué es, pero…

–Bueno, no tengo manos para abrirlo, ¿verdad? Adelante, Sma.

Sma desenvolvió el paquetito y examinó el regalo. Stod Perice se inclinó sobre su hombro para echarle un vistazo y se apresuró a girar sobre sí mismo mientras se llevaba una mano a la boca y emitía una tosecilla ahogada.

Sma frunció los labios.

–Puede que decida solicitar otra unidad de escolta.

Había cerrado los ojos cuando Sma empezó a desenvolver el paquetito y aún no los había abierto.

–¿Qué es? –preguntó.

–Un sombrero.

Se echó a reír. Sma necesitó un poco más de tiempo, pero también acabó riendo (aunque cuando volvió a casa la unidad tuvo que esquivar unos cuantos objetos). Stod Perice dijo que con el tiempo sería un regalo muy útil.

Y horas después, cuando Sma bailaba lentamente en los brazos de una nueva conquista y Stod Perice se hallaba cenando con unos amigos y les contaba la anécdota del sombrero y la vida continuaba como de costumbre en todos los recintos de la gran nave, él seguía despierto y contemplaba la tenue claridad rojiza que iluminaba el techo de aquella parte del hospital, recordando que unos cuantos años antes y a muchísima distancia de allí Shias Engin había acariciado las heridas de su cuerpo y pensar en ello hizo que volviera a sentir el frescor de aquellos dedos esbeltos y ágiles moviéndose sobre la carne nueva y las cicatrices, y pudo captar el olor de su piel y el cosquilleo de su cabellera deslizándose sobre él.

Y dentro de doscientos días tendría un cuerpo nuevo. Y («¿Y ésta? Lo siento… Aún te duele, ¿verdad?») la cicatriz que tenía encima del corazón habría desaparecido para siempre, y el corazón que latiría debajo del pecho ya no sería el mismo de antes.

Y entonces comprendió que la había perdido.

No había perdido a Shias Engin, a quien había amado o había creído amar y a la que no cabía duda perdió años antes, sino a ella, a la otra, a la mujer real, la que había vivido dentro de él durante un siglo de sueño helado.

Siempre había estado convencido de que no la perdería hasta el momento de su muerte.

Ahora sabía que no era así, y el conocimiento y el peso de aquella pérdida hicieron que sintiera una tristeza abrumadora.

Movió los labios y murmuró su nombre en el silencio de la noche rojiza.

La unidad de vigilancia médica que observaba continuamente todas sus reacciones vio las gotitas de fluido que brotaban de los conductos lacrimales truncados del hombre y se preguntó sin demasiado interés qué le estaría ocurriendo.

–Bueno, ¿y cuántos años tiene ahora el viejo Tsoldrin?

–Ochenta años relativos –dijo la unidad.

–¿Y crees que estará dispuesto a volver a la vida activa sólo porque yo se lo pido? –preguntó él contemplando a Skaffen-Amtiskaw con cierto escepticismo.

–Eres la única solución que se nos ha ocurrido –dijo Sma.

–Oye, ¿no podíais permitir que el pobre viejo siguiera envejeciendo en paz?

–Hay muchas cosas en juego, Zakalwe, y tienen mucha más importancia que la tranquilidad espiritual de un político de edad avanzada.

–¿A qué cosas te refieres? ¿El universo? ¿La vida tal y como la conocemos?

–Sí. Decenas, puede que centenares de millones de veces…

–Muy filosófica.

–Tú tampoco permitiste que el Etnarca Kerian envejeciera en paz, ¿verdad?

–Tienes toda la razón –dijo él, y reanudó sus paseos por la armería–. Ese viejo cabrón se merecía haber muerto un millón de veces.

El recinto de la minibodega reconvertida alojaba un asombroso despliegue de armamento procedente de la Cultura y de otras muchas sociedades. Sma pensó que Zakalwe parecía un niño en una juguetería. Estaba seleccionando equipo y lo iba cargando en una plataforma que Skaffen-Amtiskaw se encargaba de guiar con sus campos siguiéndole mientras él iba y venía por los pasillos examinando el contenido de los estantes y cajones repletos de armas que disparaban proyectiles, rifles láser, proyectores de plasma, granadas de todos los tamaños posibles, efectores, cargadores de plano, armaduras pasivas y activas, artefactos de vigilancia y detección, trajes de combate, proyectiles más o menos autónomos y por lo menos una docena de clases de ingenios ofensivos o defensivos más que no había logrado identificar.

–Zakalwe, nunca podrás cargar con tantos trastos…

–Oh, esto no es más que la lista inicial –dijo él. Alargó la mano hacia un estante y cogió un arma bastante rechoncha que parecía no tener cañón–. ¿Qué es esto?

–Un arma capaz de emitir radiación coherente…, un rifle de asalto, para ser más exactos –dijo Skaffen-Amtiskaw–. Cuenta con siete baterías de potencia equivalente a catorce toneladas de almacenamiento convencional y siete posibilidades de disparo distintas, desde el disparo individual hasta un máximo de cuarenta y cuatro coma ocho kiloproyectiles por segundo en posición de ráfaga. Ah…, el tiempo mínimo de duración de la ráfaga es de ocho coma setenta y cinco segundos, y el peso del arma varía en función de las baterías que utilice, yendo desde un mínimo de dos kilos y medio hasta un máximo de siete veces esa cifra. La frecuencia de radiación que emite va desde la luz semivisible hasta los rayos X.

–No está muy bien equilibrada –dijo él mientras la sopesaba en sus manos.

–El arma se encuentra en la configuración usada para el almacenamiento. Echa toda la parte superior hacia atrás.

–Hmmm. –Siguió las instrucciones de la unidad y fingió que tomaba puntería con el arma–. Veamos, ¿qué te impide poner la mano con que sostienes el arma en el punto de donde sale el haz?

–¿El sentido común, quizá? –sugirió la unidad.

–Ya. Creo que seguiré fiel a mi anticuado rifle de plasma… –Dejó el arma sobre el estante del que la había cogido–. Bueno, Sma, el que los ancianos estén dispuestos a abandonar su apacible retiro por ti debería complacerte mucho, ¿no? Maldición, a veces pienso que debería estar consagrando mis horas libres a la jardinería o cualquier ocupación parecida en vez de viajar hasta los confines de la galaxia metiéndome en montones de líos para hacer vuestros trabajitos sucios…

–Oh, claro –dijo Sma–. Aún recuerdo lo mucho que me costó convencerte de que renunciaras a cuidar de tu «jardín» para venir con nosotros. Mierda, Zakalwe, pero si ya tenías hecho el equipaje…

–Debí de captar lo apremiante de la situación gracias a mi asombroso sentido telepático. –Cogió una gigantesca arma negra de un estante y la alzó con las dos manos gruñendo a causa del esfuerzo que se vio obligado a hacer–. Mierda santa… ¿Hay que dispararla o basta con utilizarla como ariete?

–Es un cañón manual idirano. –Skaffen-Amtiskaw suspiró–. No lo menees tanto. Es una antigüedad de muchísimo valor.

–No me extraña. –Logró volver a dejar el arma sobre el estante sin que se le cayera y siguió caminando por el pasillo–. Sma, ahora que lo pienso… Soy tan viejo que el tiempo que me queda debería valer el triple que el de un hombre joven. Creo que esta ridícula excursión en la que me habéis embarcado debería saliros mucho más cara.

–Bueno, si quieres ver las cosas bajo el prisma económico, creo que nosotros deberíamos cobrarte por… ¿Qué te parece si te imponemos una multa por infringir la legislación sobre patentes? Devolviste la juventud a esos vejestorios utilizando nuestra tecnología.

–Olvídalo. No tienes ni idea de lo que se siente cuando llegas a ser tan viejo tan pronto.

–Oh, claro, pero supongo que eso se aplica a todo el mundo, ¿no? Tú sólo hiciste tratos con los bastardos más peligrosos y hambrientos de poder del planeta.

–¡Estamos hablando de sociedades terriblemente jerarquizadas! ¿Qué esperabas? Además, si hubiera permitido que el tratamiento fuese accesible a toda la población… ¡Piensa en la explosión demográfica que se habría producido!

–Zakalwe, ya pensé en todo eso cuando tenía quince años. Los habitantes de la Cultura aprendemos ese tipo de cosas en la escuela. Es una parte de nuestra historia y del entorno en el que crecemos, ¿comprendes? Todas las cosas de las que me estás hablando son agua pasada… Ésa es la razón de que hasta un colegial se encuentre en condiciones de comprender que cometiste una estupidez. Para nosotros tú eres un colegial. Ni tan siquiera quieres envejecer… No existe ninguna actitud más inmadura.

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