El Suelo del Ruiseñor (18 page)

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Authors: Lian Hearn

Tags: #Aventura, Fantastico

BOOK: El Suelo del Ruiseñor
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Cuando Shizuka regresó, Kaede insistió en que ya se había recuperado. Lo cierto era que la fiebre había remitido y había sido reemplazada por una energía que hacía que sus ojos brillaran y su cutis se mostrara radiante.

—¡Estás más hermosa que nunca! -exclamó Shizuka, al tiempo que bañaba a Kaede y la vestía con las ropas que habían sido preparadas para el primer encuentro con su futuro esposo.

La señora Maruyama saludó a Kaede con preocupación, se interesó por su salud y se alivió al comprobar que ya se había recuperado. Kaede notó el nerviosismo de la dama mientras la seguía en dirección a la mejor sala de la posada, que había sido preparada para el señor Otori.

Cuando los criados abrieron las puertas correderas, los hombres estaban hablando, pero se callaron en cuanto vieron a Kaede. Ella hizo una reverencia hasta el suelo, consciente de las miradas de todos ellos y sin atreverse a levantar la vista. Notaba cómo el corazón se le aceleraba.

—La señora Shirakawa Kaede -dijo la señora Maruyama. Su voz denotaba frialdad, y Kaede se preguntó de nuevo qué habría hecho ella para ofender tanto a la dama.

—Señora Kaede, te presento al señor Otori Shigeru -continuó la señora Maruyama, con voz tan débil que apenas podía oírse.

Kaede se incorporó.

—Señor Otori -murmuró, mientras elevaba los ojos hasta el rostro del hombre con el que iba a casarse.

—Señora Shirakawa -respondió él, con cortesía-. Nos han contado que os encontrabais indispuesta. ¿Os habéis recuperado?

—Gracias, me encuentro bien.

Kaede pensó que el señor Otori tenía un rostro agradable y que su mirada era bondadosa. "Es digno de su reputación", pensó, "pero ¿cómo puedo casarme con él?". Notó que sus mejillas enrojecían.

—Esas hierbas son infalibles -dijo el hombre sentado a la derecha del señor Otori. Kaede reconoció la voz del anciano que había encargado la infusión, el hombre al que Shizuka había llamado "tío"-. La señora Shirakawa tiene reputación de ser muy hermosa, pero tal reputación no le hace justicia.

La señora Maruyama dijo:

—No seas tan cumplido, Kenji. Si una muchacha no es hermosa a los 15 años, nunca lo será.

Kaede se sonrojó aún más.

—Os hemos traído regalos -dijo el señor Otori-. Palidecen ante vuestra belleza, pero os ruego que los aceptéis como muestra de mi más profunda consideración y de la devoción del clan de los Otori. ¡ Takeo!

Kaede notaba que el señor le hablaba con indiferencia, incluso con frialdad, e imaginó que siempre la trataría de la misma forma.

El chico se levantó y llevó hasta Kaede una bandeja lacada. Sobre ella había paquetes envueltos en seda de color rosa pálido, estampado con el blasón de los Otori. Arrodillado frente a Kaede, Takeo le entregó la bandeja. Ella dio las gracias con una reverencia.

—Te presento al pupilo e hijo adoptivo del señor Otori -dijo la señora Maruyama-, el señor Otori Takeo.

Kaede no se atrevió a mirarle a la cara, tan sólo se permitió observar sus manos. Tenían dedos largos y flexibles, y estaban hermosamente moldeadas. El tono dorado de la piel recordaba al color de la miel, quizá al del té, y las uñas tenían un ligero tinte malva. Kaede percibía la quietud que él transmitía, como si siempre estuviera escuchando, en alerta permanente.

—Señor Takeo -susurró.

Takeo no era todavía un hombre, como aquellos a los que Kaede temía y odiaba. Era de su misma edad, y su cabello y su piel tenían la misma textura propia de la juventud. La intensa curiosidad que antes había sentido regresó. Deseaba conocerlo todo acerca de él. ¿Por qué le había adoptado el señor Otori? ¿Quién era en realidad? ¿Qué había sucedido para que mostrase una tristeza tan profunda? ¿Y por qué sentía Kaede que él podía oír los pensamientos de su corazón?

—Señora Shirakawa -la voz de Takeo era grave, con un ligero acento del este.

Kaede tuvo que mirarle. Levantó los ojos, y sus miradas se encontraron. Él la observó fijamente, como aturdido, y Kaede notó que algo surgió entre ellos, como si alguien hubiera tocado el espacio que los separaba.

La lluvia había cesado un rato antes, pero de nuevo empezó a caer con tanta fuerza que ahogaba sus voces. El viento también comenzó a soplar, haciendo bailar las llamas de las lámparas que, a su vez, proyectaban sombras en las paredes.

"Desearía quedarme aquí para siempre", pensó Kaede.

La señora Maruyama dijo con voz cortante:

—Te conoce, pero no os han presentado. Éste es Mulo Kenji, viejo amigo del señor Otori y preceptor de Takeo. Él ayudará a Shizuka en tu instrucción.

—Señor -dijo Kaede, mirando a Kenji por debajo de sus pestañas. Él la miraba con franca admiración y movía la cabeza como con incredulidad.

"Parece un anciano agradable", pensó Kaede. "Aunque, pensándolo bien, ¡no es tan viejo!". La cara de Kenji parecía cambiar frente a los ojos de Kaede.

La muchacha notó que el suelo temblaba ligeramente debajo de ella. Nadie habló, pero desde fuera alguien lanzó un grito de sorpresa. De nuevo, el viento y la lluvia. Un escalofrío estremeció su cuerpo. No debía mostrar sus sentimientos. Nada era lo que parecía.

7

Una vez que el clan me había adoptado legalmente, empecé a relacionarme con jóvenes de mi edad que pertenecían a familias de guerreros. Ichiro estaba muy solicitado como preceptor, y dado que me instruía en historia, religión y en los clásicos, aceptó admitir también a otros alumnos en nuestras clases. Entre éstos se encontraba Miyoshi Gemba quien, junto a su hermano mayor, Kahei, iba a convertirse en uno de mis mejores amigos y aliados. Gemba era un año mayor que yo; Kahei pasaba de los 20 y era demasiado mayor para que Ichiro le aleccionase, pero ayudaba a éste a introducir a los más jóvenes en las artes de la guerra.

Por este motivo me reunía yo con los hombres del clan en el enorme pabellón situado frente al castillo, donde luchábamos con los palos y estudiábamos otras artes marciales. Al abrigo del extremo derecho del pabellón había un campo muy extenso donde practicábamos el tiro con arco y la equitación. Mi destreza con el arco seguía siendo deficiente, pero quedaba compensada por el buen manejo que hacía del palo y la espada. Cada mañana, tras dos horas de práctica de caligrafía con Ichiro, cabalgaba con uno o dos hombres a través de las tortuosas calles de la ciudad, y dedicaba cuatro o cinco horas seguidas al entrenamiento.

A la caída de la tarde volvía a recibir las clases de Ichiro, junto a los demás alumnos, y todos nosotros nos esforzábamos por mantener los ojos abiertos mientras el maestro intentaba enseñarnos los principios del
Kung Tzu
y la historia de las Ocho Islas. Rasó el solsticio de verano, así como el Festival de la Estrella Tejedora, y comenzaron los días de intenso calor. La época de lluvias había terminado, pero el aire seguía siendo húmedo y amenazaban fuertes tormentas. Los campesinos, pesimistas, predecían una estación de tifones peor de lo habitual.

Mis lecciones con Kenji también continuaron, aunque al anochecer. Él nunca se acercaba al pabellón de entrenamiento del clan, y continuamente me advertía que no podía dejar al descubierto mis habilidades heredadas de la Tribu.

—Los guerreros consideran que esos poderes son producto de la brujería -solía decir- y te despreciarían por ello.

Salíamos muchas noches y yo aprendía a moverme de manera invisible por la ciudad dormida. Kenji y yo manteníamos una relación algo paradójica. Durante el día, yo no confiaba en él en absoluto, pues los Otori me habían adoptado y yo les había entregado mi corazón, y no deseaba que Kenji me recordase que era un forastero, incluso un fenómeno extraño. Pero todo cambiaba por la noche: las habilidades de Kenji no tenían parangón. Él quería compartirlas conmigo y yo ansiaba aprenderlas, en parte porque saciaban la oscura necesidad que había nacido en mí, y también porque yo era consciente de lo mucho que me quedaba por aprender para alcanzar el objetivo que el señor Shigeru me había marcado. Aunque todavía no me había hablado de su plan, no se me ocurría otra razón por la que me hubiera rescatado en Mino. Yo era el hijo de un asesino, un miembro de la Tribu que se había convertido en su hijo adoptivo. Me iba a llevar a Inuyama con él. ¿Qué otro propósito podría haber, salvo el de que yo matase a Iida?

La mayor parte de los chicos me aceptaban por ser el hijo del señor Shigeru, lo que me hacía caer en la cuenta de lo mucho que ellos y sus padres le estimaban. Sin embargo, los hijos de Masahiro y Shoichi me hacían la vida imposible, sobre todo el hijo mayor de Masahiro/ Yoshitomi. Llegué a odiarlos con tanta intensidad como odiaba a sus padres, y también los despreciaba por su arrogancia y su terquedad. A menudo luchábamos con los palos. Yo sabía que los dos guardaban intenciones asesinas contra mí, y una vez Yoshitomi habría llegado a matarme si yo no me hubiese desdoblado para distraerle. Nunca me lo perdonó, y a menudo me insultaba sin que nadie más le oyera: "Hechicero. Tramposo". Lo cierto era que yo no temía tanto que él pudiera matarme como que yo le matara en defensa propia o por accidente. Cierto es que esta situación mejoró en gran medida mi habilidad con la espada, pero cuando llegó el momento de nuestra partida sentí un gran alivio, porque la sangre no había llegado a derramarse.

Corrían los días más calurosos del verano y no era un buen momento para viajar, pero teníamos que llegar a Inuyama antes de que comenzara el Festival de los Muertos. No tomamos el camino directo que atravesaba Yamagata, sino que nos dirigimos hacia el sur, hasta el pueblo de Tsuwano. Era el puesto de avanzada del feudo Otori y estaba situado en la carretera que conducía al oeste. Allí nos encontraríamos con la comitiva nupcial y se celebraría la ceremonia de compromiso. Desde Tsuwano cruzaríamos el territorio Tohan, para tomar a continuación el camino de postas en Yamagata.

En nuestro viaje hasta Tsuwano no tuvimos ningún contratiempo y, a pesar del intenso calor, lo pasamos bien. Yo me había liberado de las clases de Ichiro y de las presiones del entrenamiento. Tenía la sensación de estar de vacaciones mientras cabalgaba junto al señor Shigeru y Kenji, y por unos días los tres logramos dejar a un lado nuestros recelos sobre lo que nos aguardaba. La lluvia se resistía a caer, aunque los relámpagos iluminaban las cordilleras durante toda la noche. Las nubes adquirían entonces un tinte azulado y el follaje de los bosques, con la densidad propia del verano, nos rodeaba como si fuera un inmenso océano de color verde.

Llegamos a Tsuwano al mediodía, tras habernos levantado al amanecer para acometer el último trecho del viaje. Yo lamentaba que éste hubiera terminado, pues había llegado el final de la inocente diversión que el trayecto nos había deparado. Jamás hubiera imaginado los acontecimientos que allí iban a tener lugar. En Tsuwano se escuchaba la sinfonía del agua, pues las calles estaban bordeadas de canales en los que se agolpaban orondas carpas de tonos rojo y oro. Estábamos ya cerca de la posada cuando, de repente, por encima de los sonidos del agua y del bullicioso pueblo, oí claramente que una mujer pronunciaba mi nombre. La voz procedía de un edificio alargado de una sola planta, con muros blancos y celosías en las ventanas. Parecía un pabellón de lucha. Yo sabía que en su interior había dos mujeres, aunque no podía verlas, y por un instante me pregunté por qué estaban allí y por qué una de ellas había dicho mi nombre.

Cuando llegamos a la posada escuché a la misma mujer hablar en el patio. Me di cuenta de que era la doncella de la señora Shirakawa, y entonces nos enteramos de que la dama no se encontraba bien. Kenji acudió a verla y regresó con la intención de describirnos con detalle la belleza de la joven, pero la tormenta comenzó y yo temí que los truenos asustaran a los caballos, por lo que corrí hacia los establos sin prestarle más atención. No quería enterarme de la belleza de la señora Shirakawa. Si alguna vez pensaba en ella, era con disgusto, pues sabía el papel que iba a jugar en la trampa tendida al señor Shigeru.

Pasó un rato y Kenji vino a reunirse conmigo en los establos, acompañado por la doncella. Parecía ésta una chica atractiva, campechana y algo alocada; pero antes de que tuviera tiempo de sonreírme -de manera poco respetuosa- y me saludara con un: "¡Primo!", yo me había dado cuenta de que era miembro de la Tribu.

La muchacha tomó mis manos entre las suyas.

—Soy también Kikuta por parte de mi madre, pero soy Muto por parte paterna. Kenji es mi tío.

Nuestras manos tenían la misma forma, los mismos dedos alargados y la misma línea que cruzaba la palma.

—Éste es el único rasgo que he heredado -dijo ella con tristeza-. Todo lo demás corresponde a los Muto.

Al igual que Kenji, ella tenía la facultad de cambiar de apariencia, de forma que uno nunca estaba seguro de reconocerla. Al principio pensé que era muy joven; pero lo cierto era que rondaba los 30 años y tenía dos hijos.

—La señora Kaede se encuentra mejor -le dijo a Kenji-. Tu infusión la hizo dormir y ahora insiste en levantarse.

—Hiciste que trabajara demasiado -dijo Kenji, con una sonrisa-. ¿No te diste cuenta de que hace demasiado calor? -Kenji se volvió hacia mí, y añadió-: Shizuka está enseñando a la señora Shirakawa el manejo de la espada. También puede entrenarte a ti. Tendremos que pasar varios días en este pueblo a causa de la lluvia.

—Tal vez puedas enseñarle un poco de fiereza -le dijo Kenji-: es lo único que le falta.

—Eso es algo difícil de enseñar -respondió Shizuka-. Se tiene o no se tiene.

—Shizuka la tiene -dijo Kenji, mirándome-. ¡ Te conviene no apartarte de su lado!

Yo no respondí. Estaba irritado porque Kenji hubiera hablado a Shizuka de mi debilidad tan pronto como ésta me conoció. Seguimos de pie bajo el alero de los establos. La lluvia repiqueteaba sobre los adoquines que teníamos ante nuestros pies y los caballos se mostraban inquietos a nuestras espaldas.

—¿Suele padecer estas fiebres la señora Shirakawa? -preguntó Kenji.

—La verdad es que no. Ésta es la primera vez que lo veo. Pero no es una mujer fuerte; apenas come y duerme mal. Está preocupada por su matrimonio y por su familia. Su madre se está muriendo, y ella no la ha visto desde que tenía siete años.

—Le has tomado cariño -dijo Kenji, con una sonrisa.

—Sí, la verdad, aunque llegué a su lado sólo porque Arai me lo pidió.

—Nunca he visto una muchacha más hermosa -admitió Kenji.

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