—¿Qué pasa? ¿Es que no te gusto?
—¿Cómo? ¿Pero no estabas durmiendo? —contestó Thomas mientras la miraba perplejo.
—Pues ya ves que no, te estaba esperando, pero veo que pierdo el tiempo.
—¿Qué dices? ¿Eso es verdad? —le preguntaba sin mover ni un músculo.
Natalie, al ver la reacción tan tímida que Thomas estaba teniendo, comprendió que el problema no era que ella no le gustara, sino que él era muy vergonzoso y no era capaz de dar el primer paso. Como para estas cosas era más valiente, pensó que si no lo daba ella, podrían pasar así toda la noche. Se sentó en el pico de la cama y comenzó a acercarse lentamente hacia él. Su mano comenzó a recorrer la corta distancia que les separaba, hasta llegar a la de Thomas, que continuaba inmóvil. Continuó subiendo por su brazo hasta llegar a su pecho descubierto, y lo comenzó a acariciar con suavidad. Por su parte, Thomas en un acto de valentía, se incorporó y comenzó a tocarle el pelo, introduciendo sus dedos por él, hasta llegar a la nuca, y la comenzó a acariciar. Con la otra mano, pasaba los dedos por sus labios, mientras se miraban fijamente a los ojos. Thomas, se acercó a su cuello y comenzó a besarlo muy despacio, recorriéndolo palmo a palmo. Ella, que estaba muy excitada, apoyó su mano sobre la cara de Thomas, la levantó y mirándolo fijamente lo besó. En ese instante, Thomas le quitó a Natalie la camiseta que le hacía de pijama, dejando al descubierto su bello cuerpo desnudo. Comenzó a acariciar sus pechos con suavidad pero con pasión. Ella le quitó el pantalón a Thomas y se subió encima de él, y ambos se fundieron en una sola persona.
Estuvieron haciendo el amor durante horas, hasta acabar agotados y quedarse dormidos.
El despertador comenzó a sonar, el reloj marcaba las dos de la madrugada y sólo hacía una hora que se habían quedado dormidos. Thomas, que se había despertado al escucharlo, lo apagó y miró a Natalie, que aún dormía. «¿Es un ser humano o un ángel?», pensó. Tras esto, le apartó el pelo que le cubría media cara y la frente, se la besó y se levantó para prepararse.
De repente, unos golpes en la puerta lo alarmaron. Rápidamente y sin hacer ruido, pues nadie sabía que estaban en aquel lugar, despertó a Natalie. Se acercó a la puerta y miró para ver quién era, mientras ella se vestía. Era un desconocido. Se giró hacia Natalie haciéndole un gesto para indicarle que no sabía quién era y se apartó de la puerta. Aquel hombre, cansado de esperar, gritó:
—Abre guapísima, sé que estas ahí. Soy Peter.
Al instante, Natalie corrió a la puerta, la abrió y, al ver quién le esperaba tras ella, lo abrazó y besó en la cara.
—¡Mi amor! ¡Cuánto tiempo! ¿Cómo tú por aquí?
Thomas, que no daba crédito a lo que veía, se preguntaba quién era aquel hombre y por qué tenían tanta confianza los dos. ¿Sería algún antiguo novio?
—Perdona si os he despertado o he interrumpido algo, pero me iba a trabajar y he decidido pasar para verte.
—No pasa nada, nosotros nos íbamos ahora, pero cuéntame, ¿sigues en lo mismo?, ¿cómo has sabido que estaba aquí?
—Sí, sí, continúo trabajando en lo mío y te he encontrado porque, anoche…, ¿te acuerdas de aquel jovencito que tenía de ayudante?
—Sí que me acuerdo.
—Pues anoche te vio entrar en este hotel y me lo comentó. No me podía creer que estuvieras por aquí. Hoy, al pasar, he visto luz en una de las habitaciones y he decidido entrar para asegurarme y ver si la que tenía esa luz eras tú. Al entrar, le he dado tu descripción a la recepcionista y me ha dicho en qué habitación estabas. He subido, he escuchado un despertador y me he imaginado que te estarías levantando.
Thomas, que se había quedado en la habitación y veía que hablaban en el pasillo como si él no existiera, tosió disimuladamente. Natalie, al escuchar tan disimulada acción, reaccionó.
—Perdón, ven aquí, te presento a Peter.
—Mira Peter, este es mi amigo Thomas.
—Hola buenas, yo soy Peter, un viejo amigo de Natalie —le dijo mientras se daban un apretón de manos.
Thomas, muy cortésmente, le invitó a entrar, pero Peter respondió que no podía, pues le esperaban en la entrada, pero que si querían podían quedar por la tarde en la terraza de enfrente del hotel, y así podrían hablar sin ninguna prisa.
Tras quedar a las seis de la tarde con el amigo de Natalie y despedirse de él, se volvieron a meter en la habitación para prepararse para la excursión. Mientras acababan de arreglarse, Thomas le preguntó que de qué lo conocía, y Natalie le dijo que si lo preguntaba porque estaba celoso no tenía por qué preocuparse, pues sólo era un buen amigo al que conocía desde hacía mucho tiempo. Continuó explicándole que habían estudiado juntos Historia en la universidad, pero que a él siempre le habían gustado los animales, concretamente los que viven en el agua, así que dejó la carrera de Historia y comenzó la de Biología. Le comentó que durante los últimos años habían coincidido un par de veces y también le dijo, para tranquilizarlo, que nunca había habido nada entre ellos salvo una buena amistad.
De repente, el teléfono interrumpió la conversación. Natalie lo cogió y preguntó quién era. Se trataba de la recepcionista, que quería saber si estaban interesados aún en la excursión, ya que el autobús estaba a punto de salir y si no se daban prisa lo perderían. Tras agradecerle el aviso, cogieron las cosas que se iban a llevar y sin perder más tiempo salieron corriendo de la habitación, bajaron las escaleras y subieron al autobús, que ya estaba lleno de turistas.
Acomodados dentro, escucharon al guía decir que el viaje duraría un par o tres de horas, así que se pusieron a dormir, pues estaban muy cansados.
Tras casi tres horas de viaje, el autobús llegó a su destino, y un murmullo despertó a Thomas y a Natalie, que continuaban durmiendo. Aquel murmullo era de la gente que había en el interior del vehículo al ver aquella inmensa, majestuosa y fascinante construcción, realizada miles de años atrás, y que se levantaba imponente ante ellos. Habían llegado a Abu Simbel.
Tras las indicaciones del guía de que ya podían bajar, comenzó a explicarles a todos los turistas la historia de aquella construcción, pero Thomas y Natalie no lo escuchaban, pues estaban absortos ante tanta majestuosidad y muy nerviosos por entrar e intentar buscar algo que les arrojara algo de luz o, quien sabía si una pista, para seguir con su búsqueda.
Apartados de los demás, miraban las cuatro imponentes estatuas de unos veinte metros que había en la fachada y las pequeñas figuras de parientes que tenían entre las piernas. No sabían por dónde empezar, pues eran enormes y no podían examinarlas como ellos quisieran. Tras separarse, comenzaron a revisarlas palmo a palmo, observaban hasta las grietas de la roca por si en ellas se escondiera alguna cosa que hubiera pasado desapercibida ante los ojos de los arqueólogos o, quizás, no la hubieran encontrado relevante. Natalie revisó también todas las citas que había grabadas en las esculturas de Ramsés, y Thomas, por su parte, revisó la que había en la pared norte de la entrada escrita por Siptah, que alababa a los dioses. Después de tres cuartos de hora y sin haber encontrado nada, decidieron entrar. Mientras subían las escaleras que daban acceso al interior, hablaban de que era demasiado obvio dejar algo tan a la vista de cualquier intruso y que, seguramente, si tenían que encontrar alguna cosa, la encontrarían dentro. Thomas, que iba unos pasos más adelantado que ella, alzó su brazo deteniendo a Natalie justo en la entrada y mirándola le dijo:
—Creo que nos va a ser más difícil de lo que nos imaginábamos.
Delante de ellos estaba la gran sala hipóstila, de dieciséis metros de longitud y dieciocho de anchura. El techo se sostenía por ocho pilares osiríacos y, apoyado en cada uno de ellos, había un coloso que representaba a Osiris, pero que tenía los rasgos de Ramsés II. Los de la izquierda llevaban la corona del Alto Egipto y los de la derecha la corona Pschent (la doble corona símbolo de la unificación de las dos Tierras). Cada uno de los colosos medía aproximadamente diez metros de altura. El techo de la sala estaba decorado con pinturas que representan a la diosa Nejbet con las alas desplegadas y textos reales. La decoración de las paredes mostraba, de izquierda a derecha desde la entrada: inmolación de prisioneros y cortejo de príncipes, escenas de batallas en Siria, Libia y Nubia junto a ofrendas, presentación de prisioneros a Ra-Harmajis y Ramsés II divinizado, la batalla de Qadesh e inmolación de prisioneros y princesas con el sistro.
—Madre mía Thomas, sí que va a ser difícil —le decía asintiendo con la cabeza—, pero bueno, aquí parados no vamos a hacer nada. Tú ve por la izquierda que yo iré por la derecha. Te espero para entrar en las cámaras que hay por mi lado.
Tras separarse, comenzaron a buscar concienzudamente, sorteaban todo tipo de trabas, turistas despistados, guardias. Hasta que se volvieron a encontrar.
—¿Has encontrado algo? —preguntó Thomas.
—No, nada de nada. ¿Y tú?
—Nada, incluso he entrado a las dos salas inacabadas donde se guardaban los objetos y ahí tampoco.
—No pasa nada, entremos a las cámaras que hay en este lado. Yo entraré a estas dos y tú ve por aquel pasadizo que hay en la esquina a las otras dos.
Cuando se volvieron a unir, las preguntas fueron las mismas y las contestaciones también. En aquellas salas no había nada que les interesara, tan sólo vieron techos estrellados y paredes con diferentes grabados.
—Se acaba el templo y no encontramos nada —dijo Thomas.
—¿Puede ser que se nos haya escapado algo?
—No creo, lo he mirado todo con mucho detenimiento y no he visto nada raro.
Tras decir esto, pasaron a la segunda sala hipóstila, que tenía cuatro pilares cuadrados con escenas del rey abrazado por diferentes divinidades. Revisaron los once metros de longitud y los siete metros y setenta centímetros de anchura que tenía. Después, se encontraron con las tres puertas que daban paso a la sala de ofrendas, tras atravesar una de ellas, revisaron los tres metros y treinta centímetros de longitud decorados con escenas de ofrendas y adoración, pero de igual modo que hasta entonces, no encontraron nada.
—Bueno Thomas, sólo nos quedan estas tres puertas. Como aquí no encontremos nada se nos acabó el camino —dijo Natalie desanimada.
—No puede ser, es imposible que el acertijo se equivocara.
—No has pensado que quizás fuéramos nosotros los que nos hemos equivocado, quizás no fuera ésa la traducción, quizás nos dejamos llevar por el entusiasmo, que nos hizo ver lo que no era y provocó que nos equivocáramos.
—Me niego a pensar eso, seguro que es este sitio. Pero no adelantemos acontecimientos, nos quedan tres estancias aún.
—Es cierto, quizás esté en una de ellas —dijo Natalie mientras miraba las puertas.
—Bueno, dejaremos la central, que es la más importante, para la última, y primero entraremos cada uno a una de las otras dos. ¿Cuál quieres? —bromeó.
—Anda tonto, entra tú a ésa —le dijo señalándole la de la izquierda.
Tras diez minutos, salieron de las capillas desilusionados, se volvieron a reunir en el centro y dijeron al unísono:
—Ésta debe ser.
Atravesaron la puerta central que conducía al propio sanctasanctórum, que como ya sabían, contenía las cuatro estatuas talladas en la roca, que representaban de izquierda a derecha a Ptah, Amón-Ra, Ramsés II divinizado y Ra-Horajti.
Apoyados en la barandilla que había justo enfrente de las estatuas, Thomas dijo:
—Desde aquí no veo nada.
—Tienes razón, yo tampoco. ¿Qué hacemos? —preguntó Natalie.
—Déjame que piense… Hay demasiada gente y, para ponerlo más difícil, está el guardia ahí plantado.
—Tengo una idea. Me voy a acercar al guardia y cuando llegue a su altura fingiré que he sufrido un desmayo. Entonces captaré la atención de él y también la de la gente. Así ganarás algo de tiempo.
Dicho y hecho. Natalie realizó su plan, dejándose caer y acaparando toda la atención del guardia y de los turistas que allí se encontraban, mientras que Thomas sorteaba la barandilla y se acercaba para observar aquellas estatuas más de cerca.
Muy desilusionado porque no vio nada, volvió a sortear la barandilla y se acercó al tumulto de gente que rodeaba a Natalie. La tenía cogida uno de los guardias, que daba la impresión de ser demasiado cariñoso. Thomas comenzó a apartar a la gente diciendo que era su mujer y que él era médico. Al lograr llegar a ella, la cogió y, tras apartar los tentáculos, más que manos, del guardia, comenzó a hacerle una reanimación rarísima. La gente seguía murmurando, pues decían que era la primera vez que veían tratar un desmayo de esa forma. Tras unos minutos de comedia, Natalie recobró el sentido, se levantó, cogió del brazo a Thomas y, agradeciendo a la gente su ayuda, se encaminó a la salida.
Sentados en las escaleras del exterior y tras haberse enterado de que no había logrado encontrar nada, Natalie miraba con tristeza a Thomas, que tenía la cara completamente tapada con sus manos. Estaba destrozado, desilusionado, no reaccionaba ni decía nada.
—No te preocupes Thomas, volveremos a leer el acertijo, como ya te dije, quizás nos hayamos equivocado —le decía para consolarle.
Thomas abrió los dedos dejando entrever su ojo que la miraba y le dijo:
—Eso que me estás diciendo no te lo crees ni tú. Sabes que se refería a este sitio.
Natalie se colocó de cuclillas frente a él, le cogió las manos y se las apartó de la cara, le besó en los labios y le dijo:
—Por favor, no te rindas, ya verás cómo todo se solucionará.
Tras decir esto, Natalie miró por encima del hombro de Thomas y claramente asustada se levantó. Thomas, al ver su reacción, se dispuso a dar media vuelta para ver lo que pasaba, cuando una mano le cogió del hombro. Era uno de los guardias, que no dejaba de repetirle unas palabras.
—No le entiendo, no hablo su lengua —le decía Thomas una y otra vez.
—Te está diciendo que te levantes, Thomas. ¿Te ha visto alguien pasar la barandilla? —preguntó Natalie preocupada.
—No, nadie —le respondió mientras se levantaba.
Cuando estuvo completamente levantado, otro guardia, con cara de pocos amigos se les unió, habló con su compañero, miró a Thomas fijamente y se acercó a él. Thomas, asustado por lo que le podía pasar, dio un paso atrás. El guardia cogió a Thomas del brazo y lo sentó nuevamente. Las caras de Thomas y Natalie cambiaron cuando vieron que agarraba el fusil que llevaba, pero para su suerte lo cogió para colocárselo en la espalda. Justo después se agachó y le acercó su pie descubierto, que más que un pie era una venganza de lo estropeado que lo tenía. Tras esto, le dijo unas palabras que al escucharlas Natalie se puso a reír.