El retorno de los Dragones (33 page)

Read El retorno de los Dragones Online

Authors: Margaret Weis & Tracy Hickman

Tags: #Aventuras, Fantastico, Juvenil

BOOK: El retorno de los Dragones
3.21Mb size Format: txt, pdf, ePub

—De acuerdo —musitó Caramon desazonado—. Yo no sabía nada de todo esto.. ¡Maldita sea! ¿quién demonios sabe algo sobre esas criaturas?

—En Solamnia los dragones son parte de la tradición —dijo Sturm en voz baja.

También él quiere luchar contra el dragón, pensó Tanis. Está pensando en Huma, el perfecto caballero, apodado Aniquilador de Dragones.

Bupu tiró de la manga de Raistlin.

—Vamos. Venir. No más jefes. No más dragón. —Ella y los demás enanos gully comenzaron a chapotear por la plaza.

—¿Y bien? —dijo Tanis mirando a ambos guerreros.

—Parece que no hay otra opción —dijo Sturm un poco tenso—. No nos enfrentamos al enemigo, ¡nos escondemos detrás de enanos gully! ¡Llegará un momento, tarde o temprano, en el que nos enfrentaremos a esos monstruos! —Girando sobre sus talones, comenzó a caminar con la espada en alto y los bigotes encrespados. Los demás le siguieron.

—Tal vez nos estemos preocupando sin necesidad —Tanis se atusó la barba, mirando hacia atrás, hacia el palacio ahora obscurecido por la niebla—. Tal vez sea éste el único dragón que quede en Krynn, el único que sobrevivió a la Era de los Sueños.

Raistlin torció la boca.

—Recuerda las estrellas, Tanis —murmuró—. La Reina de la Oscuridad ha regresado. Recuerda las palabras del Cántico: «el enjambre de sus ululantes huestes». De acuerdo con los ancianos, sus ejércitos eran de dragones. ¡Ella ha vuelto y sus huestes han regresado con ella.!

—¡Este ser camino! —Bupu tiró de Raistlin, señalándole : una calle que se ramificaba en dirección norte—. ¡Esto casa!

—Por lo menos no hay agua —refunfuñó Flint. Se dirigieron hacia la derecha, dejando el río tras ellos. La bruma los envolvió justo cuando alcanzaban otro grupo de edificios en ruinas. Esta parte de la ciudad debía haber sido la más pobre, incluso en sus días gloriosos. Los enanos gully comenzaron a gritar y a vociferar mientras corrían por la calle. Sturm, preocupado por el barullo, miró a Tanis.

—¿No puedes intentar que hagan menos ruido? —le preguntó Tanis a Bupu—. Para que los draconianos... er o.. los Jefes, no nos encuentren.

—¡Puf! —Bupu se encogió de hombros— No jefes. Ellos no aquí. Miedo al Gran Bulp.

Tanis tenía sus dudas respecto a esto último pero miró a su alrededor y no encontró rastro alguno de draconianos. Por lo que había observado, los hombres —lagarto parecían llevar una vida ordenada, de tipo militar. Las calles, en esta parte de la ciudad, contrastaban con las otras, pues estaban llenas de basura y suciedad. Los derruidos edificios estaban plagados de enanos gully, varones, mujeres y sucios y andrajosos niños que los observaban con curiosidad mientras caminaban por la calle. Tanto Bupu, como el resto de enanos gully hechizados por Raistlin, hormigueaban alrededor del mago prácticamente transportándole en vilo.

Indudablemente, los draconianos eran listos, pensó Tanis. Dejaban que sus esclavos vivieran en paz mientras no causaran problemas. Una buena idea, considerando que los enanos gully eran más numerosos que los draconianos, en una proporción de diez a uno. A pesar de ser esencialmente cobardes, los enanos gully tenían fama de ser peligrosos luchadores cuando se les ponía entre la espada y la pared.

Bupu les indicó que se detuviesen frente a uno de los más oscuros, sórdidos y sucios callejones que Tanis hubiese visto nunca, del que manaba una fétida bruma. Los edificios estaban inclinados, sosteniéndose unos contra otros como un grupo de borrachos tambaleantes al salir de una taberna. El semielfo observó que unas pequeñas y oscuras criaturas se deslizaban fuera del callejón y algunos niños gully comenzaban a perseguirlas.

—Comida —chilló uno relamiéndose los labios.

—¡Son ratas! —gritó Goldmoon horrorizada.

—¿Tenemos que entrar ahí? —gruñó Sturm observando los tambaleantes edificios.

—Sólo el olor ya es suficiente para tumbar un troll —añadió Caramon—. Además, preferiría morir bajo las garras de un dragón a que me cayera encima la choza de un enano gully.

Bupu señaló hacia el callejón.

—¡Gran Bulp! —dijo indicándoles el edificio más ruinoso del bloque.

—Si os parece, quedaos aquí y esperad —les dijo Tanis —. Yo entraré a hablar con el Gran Bulp.

—No —el caballero frunció el entrecejo——. En esto estamos metidos todos.

La calleja se dirigía en dirección este unos cientos de pies, luego viraba hacia el norte terminando bruscamente. Frente a ellos se alzaba una pared de ladrillos medio derruida. El camino por el que habían entrado quedó bloqueado por los enanos gully que los habían seguido.

—¡Emboscada! —exclamó Sturm desenvainando la espada. Caramon comenzó a rugir ruidosamente. Los gully, al ver el frío destello del acero, se atemorizaron. Cayendo unos sobre otros, dieron la vuelta rápidamente y salieron de allí volando.

Bupu miró a Sturm y a Caramon con expresión enojada. Se volvió hacia Raistlin.

—¡Tú hacer que se detengan! —ordenó señalando a los guerreros—. O no llevar ante Gran Bulp.

—Enfunda tu espada, caballero —susurró Raistlin—, a menos que consideres haber encontrado un adversario que merezca tu atención.

Sturm miró a Raistlin con el rostro encendido. Por un momento, Tanis creyó que iba a atacar al mago, pero el caballero enfundó la espada.

—Ojalá supiera cuál es tu juego, mago —dijo Sturm con frialdad—. Tenías muchos deseos de venir a esta ciudad, incluso antes de que supiéramos lo de los Discos. ¿Por qué? ¿Qué es lo que buscas?

Raistlin no respondió. Miró malévolamente al caballero con sus extraños ojos dorados y después se volvió hacia Bupu.

—No te molestarán más, pequeña.

Bupu miró a su alrededor para asegurarse de que se hubiesen amilanado lo suficiente, después se acercó a la pared y la golpeó dos veces con su sucio puño.

—Puerta secreta —dijo dándose importancia.

Dos golpes contestaron a los de Bupu.

—Esta es la señal, tres golpes. Ahora dejar entrar.

—Pero si sólo han golpeado dos veces... —Tas comenzó a reírse.

Bupu le miró fijamente.

—¡Shhh...! —Tanis reprendió al kender.

No sucedió nada. Bupu, frunciendo el ceño, llamó dos veces más. Se oyeron dos golpes de respuesta. La enana esperó. Caramon, vigilando el callejón, comenzó a moverse, ansioso, balanceándose sobre los pies. Bupu volvió a golpear dos veces. Se oyeron dos golpes de respuesta.

Al final, Bupu le chilló a la pared.

—¡Golpeo código secreto, dejar entrar!

—Código secreto cinco golpes —contestó una voz ahogada.

—¡Golpeo cinco golpes! ¡Dejar entrar!

—Haber golpeado seis veces.

—Yo cuento ocho golpes —arguyó otra voz.

Bupu, de pronto, empujó la pared con ambas manos. Se abrió con facilidad y metió la cabeza asomándose al interior.

—Golpeo cuatro veces. ¡Dejar entrar! —dijo alzando un puño.

—De acuerdo —gruñó la voz.

Bupu cerró la puerta y llamó dos veces. Tanis, esperando evitar más retrasos e incidentes, miró fijamente al kender, quien se retorcía de risa.

La puerta se abrió de nuevo.

—Entrar. Pero eso no cuatro golpes —le dijo el guardia a Bupu en voz alta. Ella lo desdeñó y pasó ante él despreciativa, arrastrando su bolsa por el suelo.

—Nosotros ver Gran Bulp —anunció.

—¿Llevar todos estos a Gran Bulp?—uno de los guardias pegó un respingo cuando vio al gigantesco Caramon y a Sturm. Sus compañeros retrocedieron.

—Ver Gran Bulp —insistió Bupu con orgullo.

El enano gully, sin apartar la mirada de aquel extraño grupo, retrocedió hacia un sucio y maloliente recibidor y empezó a correr, chillando a todo pulmón.

—¡Un ejército! ¡Entrar un ejército! —Desde el recibidor se oía el eco de sus gritos.

—¡Bah! —resolló Bupu—. Venir. Ver Gran Bulp.

Comenzó a caminar por la estancia, sosteniendo su bolsa a la altura del pecho. Los compañeros aún podían oír el eco de los gritos del enano gully resonando en los pasillos.

—¡Un ejército! ¡Un ejército de gigantes! ¡Salvar al Gran Bulp!

El Gran Bulp Fudge I, el Grande, era todo un enano gully. Era casi inteligente, se rumoreaba que era muy sano y un notable cobarde. Los Bulps eran desde hacía tiempo la élite de los clanes de Xak Tsaroth, o «Th» como la llamaban ellos, desde que una noche, Nuef Bulp, estando ebrio, cayó por un pasadizo y descubrió la ciudad. A la mañana siguiente, ya sereno, la reclamó para su clan. Los Bulps se trasladaron a ella al poco tiempo y, años después, permitieron amablemente a los clanes Slud y Gulp que vivieran con ellos.

En la ciudad en ruinas, la vida no estaba mal —sobre todo para la escala de valores de los enanos gully. El mundo exterior les dejaba tranquilos, pues nadie sabía que estaban allí, y aunque lo hubiesen sabido, a nadie le hubiese importado. Para los Bulp, mantener su dominio sobre los otros clanes había sido fácil, fundamentalmente porque había sido un Bulp con mentalidad científica (Glunguu, de quien algunos celosos miembros del clan Slud rumoreaban que su madre había sido una gnoma), el que había inventado el mecanismo, que les permitía desarrollar sus actividades de recogida de basuras en los restantes niveles de la ciudad enterrada, ya que hasta entonces sólo las practicaban en el nivel superior de la misma. Para este trabajo utilizaron las dos inmensas marmitas de hierro negro que anteriormente usaban los ciudadanos para cocinar. Este hecho mejoró ostensiblemente el nivel de vida de los Bulp. Glunguu Bulp se convirtió en un héroe y fue proclamado por unanimidad Gran Bulp. Desde entonces, la jefatura de los clanes había pertenecido a la familia Bulp.

Pasaron los años y, súbitamente, el mundo exterior se interesó por Xak Tsaroth. La llegada del dragón y de los draconianos constituyó un triste acontecimiento para los enanos gully. Al principio, la intención de los draconianos había sido deshacerse de esas sucias y molestas criaturas, pero los Aghar —dirigidos por el Gran Fudge—, gimieron, los adularon, se arrastraron y se postraron ante ellos tan abyectamente, que los draconianos acabaron por ablandarse y los tomaron como esclavos.

Así fue como los gully, por primera vez tras cientos de años de vivir en Xak Tsaroth, se vieron obligados a trabajar. Los draconianos reconstruyeron edificios, organizaron las cosas con rigor militar y, en general, les hicieron la vida imposible a los enanos gully, quienes tuvieron que cocinar, limpiar y reparar un montón de cosas.

No es necesario decir que el Gran Fudge no estaba satisfecho con esta nueva forma de vida. Se pasaba largas horas meditando una forma de deshacerse del dragón. Desde luego conocía la situación exacta de su cubil, incluso había descubierto una ruta secreta que conducía directamente al lugar. En realidad, una vez se había deslizado hasta allí cuando el dragón se hallaba fuera y se había sentido sobrecogido por la gran cantidad de piedras preciosas y relucientes monedas que había amontonadas en aquella inmensa sala del nivel subterráneo. En su juventud, el Gran Bulp había viajado bastante y sabía que en el mundo exterior había muchos paisanos que codiciaban aquellas piedras y que hubieran dado por ellas grandes cantidades de telas ostentosas de brillantes colores (Fudge sentía una gran debilidad por los tejidos hermosos). Aprovechando su hallazgo, el Gran Bulp había dibujado un mapa para no olvidarse de cómo llegar al tesoro. Incluso había tenido la suficiente presencia de ánimo como para llevarse algunas de las piedras más pequeñas.

Fudge soñó con esas riquezas durante mucho tiempo, pero nunca encontró otra oportunidad para regresar. Esto se debía a dos factores: uno, que el dragón nunca volvió a marcharse y, dos, a que Fudge no podía descifrar el mapa que había dibujado.

Si el dragón se fuese para siempre, pensaba, o si algún héroe viniera y le asestara al dragón una buena estocada... Estos eran los profundos deseos del Gran Bulp cuando oyó gritar a uno de sus guardias anunciando que estaban siendo invadidos por un ejército.

Por lo tanto, cuando Bupu consiguió finalmente hacerle salir de debajo de la cama y convencerlo de que no estaban a punto de ser atacados por un ejército de gigantes, el Gran Bulp comenzó a creer que sus sueños podían hacerse realidad.

—Así que estáis aquí para matar al dragón —le dijo el Gran Bulp Fudge I, el Grande, a Tanis semielfo.

—No —respondió Tanis pacientemente—, no es por eso. Los compañeros se hallaban en el salón del trono de la Corte de los Aghar, ante el Gran Bulp. Al entrar, Bupu no dejó de observar la expresión de los compañeros, que podría muy bien describirse como de asombro total.

Los primeros Bulps habían arrancado todos los adornos de la ciudad de Xak Tsaroth para decorar el salón del trono. Según su filosofía, si una yarda de tela de oro era algo maravilloso, cuarenta yardas lo eran todavía más. Totalmente carentes de sentido estético, los enanos gully habían convertido el salón del trono del Gran Bulp en una obra maestra del mal gusto. Pesadas telas de oro deshilachadas cubrían todas las paredes de la habitación, no quedaba ni una sola pulgada al descubierto. Los tapices, que debían haber sido bellísimos y bordados en delicados colores, mostraban escenas de la vida de la ciudad y describían historias y leyendas del pasado. Pero los enanos gully, queriendo reavivarlos, los habían pintado de chillones y llamativos colores. A Sturm se le partió el alma cuando vio a Huma pintado de un rojo brillante, batallando contra un dragón de topos morados bajo un cielo verde esmeralda.

La habitación también estaba adornada con gráciles estatuas desnudas, todas ellas mal colocadas. Los enanos también habían realzado las estatuas, pues consideraban al mármol blanco demasiado monótono y depresivo. Las habían pintado con tal realismo y minuciosidad, que Caramon —después de una embarazosa mirada a Goldmoon—, enrojeció y no levantó los ojos del suelo.

La verdad es que a los compañeros les fue muy difícil mantener serio el semblante cuando fueron conducidos a esa galería de horrores artísticos. A uno le fue totalmente imposible: a Tasslehoff le sobrevino tal ataque de risa que Tanis se vio obligado a enviarlo a la sala de espera para que intentase contenerse. Los demás hicieron una solemne reverencia ante el Gran Fudge a excepción de Flint, que se mantuvo erguido y repiqueteando con los dedos sobre el hacha de guerra, sin que en su anciano rostro apareciera la más leve señal de una sonrisa.

Antes de entrar, el enano había posado su mano sobre el brazo de Tanis.

Other books

Belzhar by Meg Wolitzer
Fall of Angels by L. E. Modesitt
Enemy Spy by Wendelin van Draanen
The Black Tower by P. D. James
Hidden Man by Charles Cumming
Ceri's Valentine by Nicole Draylock