El retorno de los Dragones (31 page)

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Authors: Margaret Weis & Tracy Hickman

Tags: #Aventuras, Fantastico, Juvenil

BOOK: El retorno de los Dragones
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—Yo saber camino abajo —Bupu movió la mano en señal de protesta—. No preocuparas.

—¿Cómo abriste la puerta, pequeña? —preguntó Raistlin con curiosidad, arrodillándose a su lado.

—Magia —respondió ella tímidamente abriendo la mano. Sobre su sucia palma había una rata muerta que enseñaba los dientes en una mueca eterna. Raistlin arqueó las cejas sorprendido, pero Tasslehoff le tocó el brazo.

—No ha sido magia, Raistlin. Simplemente es una puerta con una clavija escondida.

La vi cuando Bupu señaló la pared, y estaba a punto de comentarlo cuando ella comenzó con esas tonterías sobre magia. Pisa la clavija cuando se acerca a la puerta y agita esa cosa —el kender soltó una risita—. Probablemente tropezó con ella una vez por casualidad, llevando la rata en la mano...

Bupu atravesó al kender con la mirada.

—¡Magia! —declaró acariciando mimosamente a la rata. Metiéndola otra vez en su bolsa dijo:

—¡Vamos!, vosotros ir. —Los guió hacia el norte, cruzando habitaciones destruidas y cubiertas de limo. Finalmente se detuvo en una sala llena de piedras, polvo y escombros. Parte del techo se había derrumbado y la habitación estaba llena de baldosas rotas. La enana gully farfulló unas palabras y señaló algo que había en un rincón de la sala.

—¡Bajar! —dijo.

Tanis y Raistlin se dirigieron hacia allí para investigar. Encontraron un tubo de unos cuatro pies de ancho, que asomaba en medio de aquel suelo destrozado. Aparentemente, había caído a través del techo, hundiéndose en la parte noreste de la habitación. Raistlin introdujo su bastón en el tubo y miró el interior.

—¡Vamos, vosotros ir! —dijo Bupu señalando y tirando con impaciencia de la manga del mago—. Jefes no poder seguir.

—Probablemente sea cierto —dijo Tanis —. Sus alas abultan demasiado.

—Pero no hay espacio suficiente para manejar una espada —dijo Sturm frunciendo el entrecejo—. No me gusta...

De pronto dejaron de hablar .Se oyó el crujido de la rueda y el chirrido de la cadena. Los compañeros se miraron unos a otros.

—¡Yo iré primero! —Tasslehoff hizo una mueca. Introduciendo la cabeza en el tubo, avanzó gateando.

—¿Estáis seguros de que cabré ahí dentro? —preguntó Caramon mirando ansiosamente la abertura.

—No te preocupes —la voz de Tas llegó hasta ellos—. Está tan impregnado de limo que te deslizarás tan fácilmente como un cerdo untado de manteca.

Esta buena noticia no pareció animar a Caramon. Siguió contemplando la tubería apesadumbrado, mientras Raistlin, ayudado por Bupu, se arremangaba la túnica y se deslizaba en el interior iluminando el camino con su bastón. Flint gateó tras él. Le siguió Goldmoon, haciendo muecas de asco cuando sus manos tocaron aquel limo espeso y verdoso. Riverwind se deslizó tras ella.

—Esto es una insensatez, ¡espero que os deis cuenta de ello! —exclamó Sturm enojado.

Tanis no contestó. Le dio unas palmadas a Caramon en la espalda.

—Es tu turno —le dijo.

Caramon gruñó. Arrodillándose, el enorme guerrero trepó por la abertura del tubo. La empuñadura de su espada se le atascó en el borde. Retrocediendo, la desenganchó y lo intentó de nuevo. Esta vez se le atascó el trasero y se arañó la espalda. Tanis le empujó.

—¡Estírate! —le ordenó el semielfo.

Caramon volvió a gruñir, dejándose caer pesadamente. Comenzó a avanzar con el escudo por delante. Su armadura rozaba contra las paredes del tubo metálico produciendo un sonido tan agudo y estridente que hacía rechinar los dientes.

Tanis se agarró a la tubería, metiendo sus piernas en primer lugar y deslizándose sobre aquel limo de fétido olor. Volvió la cabeza para mirar a Sturm que era el último en bajar.

—Desde que seguimos a Tika a la cocina de El Último Hogar, ¡todo ha sido una insensatez! Hace sólo 4 días que abandonamos Solace y parece que ha transcurrido una eternidad. Deseo intensamente volver a nuestra ciudad. ¡Ojalá lo consigamos pronto!

—¡Que los dioses te oigan! —asintió el caballero, suspirando.

Tasslehoff, encantado con la nueva experiencia de gatear por el tubo, vio, de pronto, unas sombras en el otro extremo; intentó encontrar algo donde agarrarse y consiguió detenerse.

—Raistlin —susurró el kender—. ¡Alguien sube por la tubería!

—¿Quién? —preguntó el mago comenzando a toser al respirar aquella atmósfera húmeda y fétida. Intentando recuperarse, iluminó la tubería con su bastón para ver quién se aproximaba.

Bupu echó una mirada y pegó un respingo.

—¡Son Gulps! —murmuró. Moviendo una mano de un lado a otro, chilló—: ¡Bajar! ¡Bajar!

—¡No! Ir arriba, al mecanismo. Jefes enojarse —gritó uno.

—Nosotros ir abajo. ¡A ver Gran Bulp! —dijo Bupu dándose importancia.

Al oír esto, los Gulps comenzaron a retroceder, protestando y maldiciendo.

Pero Raistlin no podía moverse. Se llevó las manos al pecho, tosiendo con una tos seca y profunda que resonaba alarmantemente en la estrechez del tubo metálico. Bupu le miró preocupada y, metiendo su pequeña mano en su bolsa, revolvió unos segundos y sacó un objeto que sostuvo bajo la luz. Lo miró, suspiró y negó con la cabeza.

—Esto no ser lo que quería —musitó.

Tasslehoff al ver un reflejo de brillantes colores se acercó a ella.

—¿Qué es eso? —preguntó, aunque conocía la respuesta. Raistlin también observaba el objeto con ojos brillantes.

Bupu se encogió de hombros.

—Piedra bonita —dijo sin interés volviendo a rebuscar en la bolsa.

—¡Una esmeralda! —exclamó Raistlin. Bupu levantó la mirada.

—¿Tú gustar?

—¡Mucho!

—Tú guardar —Bupu depositó la joya en manos del mago y, con un grito de triunfo, sacó lo que había estado buscando. Tas, acercándose a ver la nueva maravilla, se apartó asqueado. Era una lagartija muerta —absolutamente muerta. Alrededor de la cola tiesa de la lagartija había atado un cordón de cuero. Bupu se lo acercó a Raistlin.

—Llevarlo alrededor del cuello —le dijo—. Cura tos.

El mago, acostumbrado a manejar objetos mucho más repugnantes que éste, sonrió a Bupu agradeciéndoselo, pero rehusó el remedio asegurándole que se sentía mucho mejor. Ella le miró poco convencida, aunque por lo que parecía, el mago realmente se encontraba mejor; el espasmo había pasado. Encogiéndose de hombros Bupu guardó la lagartija en la bolsa. Raistlin, examinando la esmeralda con ojos de experto, miró fríamente a Tasslehoff. El kender, suspirando, se volvió y continuó gateando por el tubo. El mago deslizó la piedra en uno de los bolsillos secretos de su túnica.

De pronto la tubería se bifurcó en dos. Tas miró interrogativamente a la enana gully. Bupu, dudosa, le señaló hacia el sur. Tas tomó esa dirección, lentamente.

—Esto es muy empin...—No pudo acabar la frase pues comenzó a deslizarse hacia abajo a gran velocidad. Intentó frenar un poco pero el lodo era demasiado espeso. Al oír una maldición de Caramon resonando a lo largo del tubo, Tasslehoff comprendió que sus compañeros tenían el mismo problema. De pronto vio una luz a cierta distancia. El túnel se estaba acabando, pero, ¿adónde iría a parar? Tas tenía la sensación de caer al vacío desde una altura de quinientos pies. La luz se hizo más brillante y Tasslehoff, dando un gritito, salió despedido de la tubería.

Cuando Raistlin hizo lo propio, casi cayó encima de Bupu. El mago, mirando a su alrededor, pensó por un instante que se había precipitado en una hoguera. En la habitación flotaban unas nubes blancas, grandes y ondeantes. Comenzó a toser y a jadear, pues le costaba respirar.

—¿Qué es...? —Flint salió volando del tubo, cayendo de cabeza. Intentó distinguir algo a través de la nube—. ¿Es venenosa? —preguntó deslizándose hasta Raistlin. Este negó con la cabeza pero no pudo responderle. Bupu arrastró al mago hacia la puerta. Goldmoon salió del tubo tendida sobre su estómago, casi sin respiración. Ahora le tocaba el turno a Riverwind, que se precipitó fuera de la tubería con el cuerpo encogido para evitar golpear a Goldmoon. Segundos más tarde, salía despedido el escudo de Caramon, produciendo un ruido estruendoso. La cota de mallas del guerrero, guarnecida de puntas de hierro, y su amplia cintura, le frenaron lo suficiente para que pudiera deslizarse tranquilamente fuera de la tubería, aunque magullado y cubierto de lodo verde. El mismo aspecto ofrecía Sturm cuando consiguió alcanzar a sus compañeros. Finalmente, cuando Tanis aterrizó, todos tosían y se sentían mareados debido a la polvorienta atmósfera.

—¿Qué es esto? ¡En nombre del Abismo! —exclamó Tanis atónito. Al inhalar la blanca sustancia se atragantó—. ¡Salgamos de aquí! —graznó—. ¿Dónde está la enana gully?

Bupu apareció por la puerta. Había sacado a Raistlin de la habitación y regresaba a buscar a los demás. Salieron agradecidos y se derrumbaron en el suelo, entre las ruinas de una calle, para descansar. Tanis esperaba que no fueran sorprendidos por un ejército de draconianos. De pronto miró a su alrededor.

—¿Dónde está Tas? —preguntó alarmado, poniéndose en pie.

—Aquí estoy —respondió una voz ahogada y lastimosa. Tanis se giró bruscamente.

Tasslehoff —o al menos Tanis creyó que aquella cosa debía ser Tasslehoff— estaba ante él. El kender estaba cubierto de pies a cabeza con una espesa sustancia blanca y pastosa. Lo único que Tanis podía ver de él era un par de ojos castaños que parpadeaban tras una máscara blanca.

—¿Qué te ha ocurrido? —le preguntó el semielfo. Nunca había visto a nadie en un estado tan lamentable.

Tasslehoff no respondió, solo señaló hacia el interior de la habitación.

Tanis, temiendo que hubiese sucedido algo desastroso, corrió hacia allá y miró cautelosamente a través de la puerta destruida. La nube blanca se había despejado, dejando ver la sala. En una esquina había apilados varios sacos abultados. Dos de ellos estaban reventados y una masa blanquecina se esparcía por el suelo.

Tanis comprendió lo sucedido. Se llevó la mano al rostro para ocultar una sonrisa.

—¡Pero si es harina! —murmuró.

19

La ciudad destruida.

El Gran Bulp Fudge I, el Grande.

La noche del Cataclismo había sido una noche de verdadero terror en la ciudad de Xak Tsaroth. Cuando la montaña de fuego asoló Krynn, la tierra se resquebrajó. La bella y antigua ciudad de Xak Tsaroth se derrumbó por el acantilado cayendo en una inmensa grieta. Al quedar sepultada dentro de una enorme gruta, los hombres creyeron que la ciudad había desaparecido por completo devorada por el Nuevo Mar. Varios edificios en ruinas quedaron sostenidos por las toscas paredes de la gruta, distribuidos en diferentes niveles.

El edificio al que había ido a parar el grupo —Tanis opinó que debió haber sido una panadería—, estaba en el nivel medio. Proveniente de corrientes subterráneas, un arroyuelo bañaba la calle, arremolinándose entre las ruinas.

Tanis siguió el recorrido del agua con la mirada. Fluía en medio de la resquebrajada calle de guijarros, pasando entre pequeñas tiendas y casas donde la gente había vivido e instalado sus negocios. Cuando la ciudad se derrumbó, los altos edificios alineados en la calle se habían ladeado, apoyándose unos contra otros, formando sobre el empedrado de guijarros un pasaje abovedado de losas de mármol resquebrajadas. Había trozos de puertas y vidrieras esparcidos por doquier. A excepción del rumor del agua, reinaba un silencio absoluto. Se respiraba una atmósfera rancia y pesada, y a pesar de que el aire era más cálido en aquel nivel que en el superior, todo era tan lúgubre que helaba la sangre. Nadie habló. Aprovecharon el agua para lavarse lo mejor que pudieron y luego llenaron sus cantimploras. Sturm y Caramon examinaron la zona y afortunadamente no encontraron draconianos. Tras un rato de descanso, los compañeros se pusieron en marcha.

Bupu los guió por una calle en dirección al sur, bajo la bóveda de edificios destruidos. La calle desembocaba en una plaza donde el arroyuelo se convertía en un río que fluía hacia el oeste.

—Seguir río —señaló Bupu.

Tanis frunció el ceño; además del sonido del río, oía el estruendo de una gran cascada. Pero ante la insistencia de Bupu, los compañeros siguieron adelante, rodeando la plaza y chapoteando en el agua. Cuando llegaron al final de la calle encontraron la catarata. La calle desaparecía bruscamente y el río, fluyendo entre despedazadas columnas, caía al fondo de la gruta desde una altura de unos quinientos pies. Allá abajo descansaba la destrozada ciudad de Xak Tsaroth.

Gracias a la débil luz que se filtraba por las grietas del techo de la caverna, a bastante altura, pudieron ver que el corazón de la vieja ciudad yacía en el fondo de la gruta. Algunos edificios estaban intactos mientras otros, en cambio, no eran más que miserables ruinas. Sobre la ciudad flotaba una fría neblina originada por los diversos saltos de agua que bajaban al fondo de la gruta. La mayoría de las calles se habían convertido en ríos que confluían en un profundo abismo de la parte norte. A unos cientos de pies de distancia, también en dirección norte, los compañeros divisaron a través de la neblina la inmensa cadena que sostenía las marmitas. Al verla comprendieron que el mecanismo subía y bajaba a gullys y a draconianos, cubriendo un salto de unos mil pies de altura.

—¿Dónde vive el Gran Bulp? —preguntó Tanis mirando hacia la ciudad muerta.

—Bupu dice que vive por allí —señaló Raistlin—, en esos edificios que hay en la parte oeste de la gruta.

—¿Y quién habita esos edificios reconstruidos?

—Jefes —contestó Bupu con expresión ceñuda.

—¿Cuántos jefes?

—Uno, y uno, y uno —Bupu siguió contando hasta que hubo utilizado todos los dedos de sus dos manos—. Dos —dijo—. No más de dos.

—Lo cual quiere decir cualquier número desde doscientos a dos mil —rezongó Sturm—. ¿Cómo vamos a llegar hasta el Gran Jup?

—¡Gran Bulp! —Bupu le miró fijamente—. Gran Bulp Fudge 1, el Grande.

—¿Cómo vamos a llegar hasta él sin que nos sorprendan los jefes?

Como respuesta, Bupu señaló hacia arriba, hacia la marmita repleta de draconianos. Tanis, palideciendo, miró a Sturm, quien se encogió de hombros, enojado. Bupu suspiró exasperada, volviéndose hacia Raistlin, pues sin duda alguna consideraba al resto del grupo incapaces de comprenderla.

—Jefes ir arriba. Nosotros ir abajo.

Raistlin miró el mecanismo a través de la niebla y asintió.

—Probablemente los draconianos piensen que nos hemos quedado atrapados arriba y que nos es imposible llegar hasta la ciudad. Si la mayoría de ellos ha subido, podremos movernos con cierta seguridad aquí abajo.

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