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Authors: Frank Schätzing

Tags: #ciencia ficción

El quinto día (140 page)

BOOK: El quinto día
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—Eso es otra cosa, ¡y usted lo sabe perfectamente! Hay una gran diferencia entre...

Llegaron a la escalera. Se acercaba alguien. Venía corriendo hacia ellos con la cabeza gacha.

—¡León!

Anawak alzó la vista, los reconoció y se detuvo abruptamente. Estaban muy cerca, sólo la escalera se interponía.

—Jude. Sal. —Anawak se quedó mirándolos—. ¿Qué tal?

¿Qué tal? ¡Ridículo! El tipo era un desastre disimulando. Con sólo mirarlo una vez a los ojos, Li supo que Anawak estaba informado de todo.

—¿De dónde viene? —preguntó.

—Yo... quería buscar a los demás y...

Daba igual cuánto sabía. No podían perder tiempo. Tal vez realmente sólo buscaba a sus amigos, tal vez tenía un plan. No tenía importancia. Anawak era un obstáculo.

Li sacó el arma.

Cubierta de aterrizaje

Cuando salieron a la cubierta principal Crowe iba directamente detrás de Shankar, pero la detuvieron.

—Espere —le dijo alguien de uniforme.

—Pero yo...

—En el próximo grupo.

Entretanto ya habían abandonado la cubierta dos de los enormes Super Stallion. Otros dos esperaban frente a la isla. Estaban estacionados uno detrás del otro. Shankar se dio la vuelta mientras corría con soldados y civiles hacia uno de los helicópteros. La inmensa pista se inclinaba cada vez más. Era tan grande que daba la impresión de que no era el barco, sino el mar revuelto y cubierto de espuma lo que se había inclinado.

—¡Nos vemos luego! —Le gritó Shankar—. Sales con el próximo helicóptero.

Crowe vio cómo subía la rampa, situada bajo la cola, que llevaba al interior del Super Stallion. Un viento helado le azotó la cara. La evacuación parecía transcurrir de forma bastante ordenada. Estaba bien. Sólo había que tener paciencia.

Su mirada recorrió el entorno. ¿Y dónde estaban los demás? León, Sigur, Karen...

¿Ya habían sido evacuados?

Un pensamiento tranquilizador. La puerta se cerró tras Shankar. Los rotores giraron con más rapidez.

Casco

Casi treinta metros por debajo de la cubierta de aterrizaje el agua de mar que había penetrado ejercía presión contra las compuertas de las bodegas de carga situadas en dirección a proa y de los alojamientos de la tripulación.

Las compuertas resistieron.

Un único torpedo flotaba en el agua. Durante la explosión del batiscafo había sido eyectado sin llegar a detonar. Ocurría rara vez, pero sucedía. En una de las bodegas inundadas, el torpedo había caído sobre una pasarela que, medio arrancada de su anclaje, se retorcía en la oscuridad. El torpedo rodaba de aquí para allá lentamente sobre la pasarela. Y se iba deslizando centímetro a centímetro hacia adelante, siguiendo la inclinación del barco.

Las compuertas resistían, pero la pasarela rechinaba y crujía por la presión. Donde aún estaba fija, los puntales se doblaron por la tensión. En el acero de la pared se formaron unas finas grietas. Uno de los gruesos pernos de sujeción se desprendió lentamente de su anclaje y arrancó la rosca...

Salió con un estampido.

La tensión se descargó. La pasarela se disparó hacia arriba, saltaron más pernos, la pared se rompió. El torpedo recibió un golpe que lo catapultó hacia arriba, directamente a un sitio que lindaba con las bodegas de proa, y sobre ellas las inmensas salas de estar de los marines en una dirección, y en la otra la cubierta de vehículos fuera de servicio, que quedaba bajo el laboratorio.

Era uno de los puntos de convergencia más sensibles del barco.

La carga explosiva hizo lo suyo.

Nivel 03

—No —dijo Peak. Dejó caer el torpedo y apuntó a Li con su pistola—. No lo hará.

Li estaba inmóvil, su arma apuntando a Anawak.

—Sal, ya me estoy hartando de su reticencia —masculló—. Haga el favor de no comportarse como un idiota.

—Baje el arma.

—¡Maldita sea, Sal! Lo voy a llevar ante un consejo de guerra, lo...

—Cuando cuente hasta tres la mato, Jude. Se lo juro. No matará a nadie más. Baje el arma. Uno... dos...

Li lanzó un profundo suspiro y bajó el brazo con el arma.

—Está bien, Sal. Está bien.

—Tírela.

—¿Por qué no hablamos y...?

—¡Tírela!

En los ojos de Li apareció una expresión de odio indescriptible. El arma cayó al suelo con estrépito.

Anawak miró brevemente a Peak.

—Gracias —dijo. De un solo salto llegó a la escalera y desapareció. Li oyó cómo seguía caminando hacia abajo. Los pasos se alejaron. Li maldijo.

—Comandante general Judith Li —dijo Peak formalmente—.

La relevo de su comandancia por irresponsabilidad. A partir de este momento queda bajo mis órdenes. Puede...

Hubo un golpe terrible. De las profundidades ascendieron unos ruidos espantosos. El barco se fue hacia adelante como un ascensor en caída libre y Peak perdió pie. Cayó con un golpe duro, rodó y volvió a ponerse de pie.

¿Dónde estaba su arma? ¿Dónde estaba Li?

—¡Sal!

Se dio la vuelta. Li estaba arrodillada ante él. Lo apuntaba con el arma. Peak se quedó paralizado.

—Jude. —Sacudió la cabeza—. Entienda...

—Idiota —dijo Li, y disparó.

Cubierta de aterrizaje

Crowe se tambaleó. La cubierta se inclinó aún más. El Super Stallion se deslizó con los rotores en movimiento hacia el helicóptero que estaba estacionado ante él. Despegó con un bramido, trató de ganar altura y de separarse del otro aparato.

Crowe contuvo la respiración.

«No —pensó—. Es imposible. No puede ser. No tan cerca de la salvación».

Oyó gritos a su alrededor. Personas que caían, otras que salían corriendo. La arrastraron y se cayó. Desde el suelo vio que el Super Stallion ascendía por encima del helicóptero estacionado y que uno de los cañones laterales rozaba el estabilizador del otro aparato, quedando enganchado el coloso, que empezaba a girar en pleno vuelo.

El Stallion se descontroló.

Crowe se levantó de un salto. Empezó a correr presa del pánico.

Puente

Buchanan no daba crédito a sus ojos.

Súbitamente había sido arrojado contra su silla. Contra esa maravillosa silla de capitán con sus cómodos apoyabrazos y su reposapiés que todos le envidiaban. Una mezcla de taburete de bar, sillón de escritorio y sillón de comandante del capitán Kirk; pero ahora sólo sirvió para que su cráneo se golpeara con ella y empezara a sangrar. En el puente todo voló por los aires. Buchanan se levantó agarrándose de la silla y se precipitó hacia las ventanas laterales, justo para ver el Super Stallion que giraba y se ponía lentamente de lado.

¡Se había quedado enganchado!

—¡Afuera! —gritó.

La máquina siguió girando. A su alrededor, el personal del puente huyó en un intento desesperado de ponerse a salvo, mientras Buchanan no podía sino seguir mirando cómo el helicóptero enganchado se ladeaba cada vez más.

De pronto se desprendió y subió.

Buchanan respiró. Por un momento dio la impresión de que el piloto había recuperado el control. Luego se dio cuenta de que su inclinación era muy acentuada. El helicóptero medía treinta metros y su cola se puso vertical, los motores aullaron aún más y a continuación el Super Stallion se le vino encima a toda velocidad con los rotores por delante.

Buchanan se protegió el rostro con las manos y retrocedió.

Era ridículo. También hubiera podido abrir los brazos y dar la bienvenida a su final.

Las más de treinta y tres toneladas del helicóptero de combate cargado con nueve mil litros de combustible se estrellaron en el puente y al instante convirtieron la parte delantera de la isla en un infierno en llamas. Todas las ventanas estallaron. Una bola de fuego cruzó rauda la superestructura, abrasó el mobiliario y reventó las pantallas, hizo saltar las compuertas de sus anclajes, alcanzó a los fugitivos en las escaleras, los redujo a cenizas y se introdujo por los corredores del interior de la isla.

Cubierta de aterrizaje

Crowe corrió para salvar la vida.

A su lado iban cayendo escombros en llamas. Corrió en dirección a la popa del
Independence
. El barco estaba ya tan hundido que tuvo que correr cuesta arriba, lo que le produjo un jadeo intenso: en los últimos años sus pulmones habían recibido más nicotina que aire puro.

En realidad siempre había supuesto que algún día moriría de cáncer de pulmón.

Tropezó y resbaló por el asfalto. Al incorporarse vio la parte delantera de la isla completamente en llamas. El segundo helicóptero también estaba ardiendo. Había personas que corrían por la cubierta como antorchas vivientes y luego se desplomaban. La visión era espantosa, y la seguridad consiguiente de que apenas tenía oportunidades de sobrevivir al hundimiento del
Independence
era más espantosa todavía.

Unas intensas detonaciones lanzaron bolas incandescentes sobre la isla. El fuego rugía enfurecido. Se produjo un estampido intenso y muy cerca de sus pies cayó una lluvia de chispas.

Shankar había perdido la vida en aquel infierno.

Ella no quería morir así.

Se levantó de un salto y siguió corriendo hacia popa sin la menor idea de qué haría una vez allí.

Nivel 03

Li maldijo.

Llevaba apretado bajo el brazo el primer torpedo, pero el segundo había salido rodando. O se había caído por la escalera o había seguido rodando por el corredor en dirección a proa.

¡Peak, qué maldito hijo de puta!

Pasó por encima de su cadáver mientras pensaba si un torpedo lleno de veneno sería suficiente. Pero entonces sólo le quedaba una oportunidad. Era posible que uno fallara, podía ser que no se abriera para largar el veneno al agua. Siempre era mejor tener dos.

Nerviosa, buscó por el corredor.

De repente oyó un rugido enorme procedente de arriba. Esta vez el barco trepidó todavía más. Se cayó y resbaló de espaldas pasillo abajo. ¿Y ahora qué pasaba? ¡El barco volaba por los aires! Tenía que salir. Ya no se trataba sólo de la misión, el
Deepflight
también tendría que salvar su vida.

El torpedo se le cayó.

—¡Mierda!

Trató de agarrarlo, pero pasó a su lado dando saltos. De haber estado llenos de explosivos, en ese momento hubieran estallado. Pero en su interior sólo había líquido. No había explosivos sino líquido en cantidad suficiente para extinguir a toda una raza inteligente.

Estiró los brazos y las piernas y trató de afirmarse en algún lado. Unos segundos después se detuvo en su caída. Le dolía todo el cuerpo como si le hubieran dado una paliza con una vara de hierro. Tal vez no se notara que estaba llegando a los cincuenta, pero en ese momento se sentía con cien años. Se levantó sosteniéndose en la pared y miró a su alrededor.

El segundo torpedo también había desaparecido.

Era para ponerse a gritar.

Los ruidos del subsuelo causados por la entrada del agua sonaban alarmantemente cerca. Aquello no duraría mucho más. De arriba llegaba un ruido efervescente.

Y calor.

Se detuvo. Efectivamente. Hacía más calor. Tenía que encontrar los torpedos.

Con una determinación salvaje se apartó de la pared y se puso a buscarlos.

Laboratorio

El soldado MacMillan los seguía pegado a ellos, el arma preparada, cuando el golpe hizo temblar el laboratorio. Todos cayeron al agua. Cuando Weaver se levantó, arriba se produjo un terrible estallido, como si algo grande hubiera volado por los aires.

Luego se cortó la luz.

Repentinamente, Weaver se encontró en la más absoluta oscuridad.

—¿Sigur? —llamó.

No hubo respuesta.

—¿MacMillan?

—Aquí estoy.

Sintió el suelo bajo sus pies. El agua le llegaba al pecho. ¡Maldita sea, encima eso! Ya casi estaban llegando a uno de los soldados muertos.

Algo le golpeó débilmente el hombro. Estiró la mano. Una bota. Tenía una bota en la mano, y en la caña había una pierna.

—¿Karen?

Oyó la voz de Johanson muy cerca. Poco a poco sus ojos se acostumbraron a la oscuridad. En seguida se encendió la luz roja de emergencia, que confirió al laboratorio el ambiente en penumbra de una antesala del infierno. A su lado vio vagamente que salían del agua la cabeza y los hombros de Johanson.

—Ven —le dijo—. Ayúdame.

Los rugidos y estruendos sordos ahora no venían sólo de abajo sino también de las alturas. ¿Qué estaba pasando? De pronto tuvo la sensación de que hacía más calor en el laboratorio. Johanson apareció a su lado.

—¿Quién es?

—Da igual. Ayúdame.

—Tenemos que salir —jadeó MacMillan—. Rápido.

—Sí, en seguida...

—¡Rápido!

La mirada de Weaver recayó en un sitio más alejado en el agua.

Una luz débil, azul. Un resplandor.

Aferró el pie del muerto y se abrió paso por el agua hacia la puerta. Johanson había agarrado el brazo del hombre. ¿O era una mujer? ¿Al final habían pescado a Oliviera? Weaver deseó fervientemente que no fuera la pobre Sue la que estaban arrastrando. Avanzó, chocó con algo que se deslizó hacia el costado y cayó de cabeza al agua.

Con los ojos abiertos, miró fijamente la negrura.

Algo serpenteó hacia ella.

Se acercaba muy rápido y parecía una anguila larga y luminosa. No, una anguila no. Más bien un gusano gigante y sin cabeza. Y había más.

Emergió.

—Salgamos.

Johanson tiraba del otro lado. Bajo la superficie se veían unos tentáculos luminosos que se entrecruzaban; ahora eran por lo menos una docena. MacMillan alzó el arma. Weaver sintió que algo se deslizaba por sus tobillos y empezaba a tirar de ella.

Al instante varias cosas la abrazaron y subieron por su cuerpo. Trató de arrancar la sustancia. Johanson se acercó de un salto y hundió los dedos entre los tentáculos y su cuerpo, pero era como si la abrazara una anaconda.

La criatura tiraba de ella.

¿La criatura? Luchaba contra miles de millones de criaturas. Miles y miles de millones de seres unicelulares.

—No puedo separarla —jadeó Johanson.

La gelatina le reptó por el pecho y por el cuello. Weaver volvió a caer al agua, cada vez más iluminada. Detrás de los tentáculos se acercaba algo más grande. La masa principal del organismo.

Luchó con todas sus fuerzas para salir a la superficie.

—MacMillan —dijo, casi sin aire.

El soldado alzó el arma.

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