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Authors: Mark Walden

Tags: #Infantil y juvenil, #Aventuras, #Ciencia Ficción

El protocolo Overlord (14 page)

BOOK: El protocolo Overlord
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Uno o dos minutos después se acercaron a una fila de lo que parecían ser viejos almacenes abandonados y Raven redujo por fin la velocidad. Se dirigió a una rampa de carga y descarga que conducía a una gran persiana de acero. Sacó una caja muy pequeña de la bolsa que llevaba en el cinturón y pulsó un botón. La persiana se enrolló hacia arriba y Raven pegó de nuevo un acelerón que hizo que la moto subiera volando por la rampa y penetrara en la oscuridad. Una vez dentro, frenó en seco y la rueda trasera dio un patinazo que dejó un semicírculo de goma derretida marcado en el suelo polvoriento. A continuación, Raven apuntó de nuevo a la persiana, que se desenrolló rápidamente y quedó en la misma posición de antes. Apagó la moto y en el silencio repentino solo se oyeron los suaves sonidos del motor al enfriarse.

Raven desmontó y Otto se quitó el casco.

—Bueno, por ahora estamos a salvo —dijo Raven sacando su caja negra. El aparato estaba desconectado desde que comenzó el ataque al piso franco—. Tenemos que ponernos en contacto con HIVE y decirles que seguimos activos.

Acto seguido, se dirigió a una de las oficinas que se alineaban en la pared de enfrente. El almacén parecía estar abandonado desde hacía años. Una capa de polvo lo cubría todo y era evidente que los pocos contenedores que había desparramados por el suelo habían pasado mucho tiempo en la misma posición.

—¿Seguro que estamos a salvo? —dijo Otto siguiéndola hacia las oficinas—. Antes también se suponía que lo estábamos, pero Cypher parecía saber exactamente dónde encontrarnos. ¿Por qué no va a conocer este sitio?

—Porque, Otto, hasta hace exactamente treinta segundos solo había una persona en el mundo que conociera este lugar, y esa persona era yo.

Raven estaba entrenada para asegurarse de tener siempre un plan de retirada, y aquel era uno de los varios lugares en el planeta que había preparado para tal eventualidad. Ni siquiera Nero conocía su existencia.

—Espero que tenga razón —dijo Otto.

Una hora antes la hubiera creído ciegamente, pero cada vez estaba más claro que el enemigo al que se enfrentaban disponía de recursos extraordinarios.

Raven pulsó varios números en un panel que había al lado de una de las puertas de las oficinas, que se abrió produciendo un ruido de una solidez engañosa. Otto la siguió al interior y pronto comprobó que, como solía ocurrir con Raven, aquel lugar no era el sencillo edificio que podía parecer a simple vista. Un extremo de la habitación estaba cubierto por una armería bien surtida: armas de fuego, cuchillos y otros equipos de más difícil identificación colgaban de numerosos soportes montados en la pared. El resto del espacio estaba lleno de muñecos para hacer prácticas de combate, mapas, ordenadores y varios monitores de gran tamaño. Si alguien tuviera la intención de montarse su propia guerra privada, aquel sería el lugar indicado desde donde dirigirla.

Raven empezó a moverse por el cuarto, encendiendo ordenadores y comprobando la red de seguridad del edificio. Después se volvió hacia Otto.

—Bueno, el perímetro está sellado y no parece que nos haya seguido nadie. Tengo que hablar con el doctor Nero, pero antes veamos cómo está usted.

Se acercó a Otto y le alzó la barbilla con una mano. Le examinó los ojos y le movió la cabeza de un lado a otro.

—No hay señales de conmoción cerebral —dijo con la mayor tranquilidad—. Pero esa herida hay que curarla.

Otto se llevó la mano a la frente y contempló la sangre que manchaba las puntas de sus dedos. Ni siquiera se había dado cuenta de que estaba sangrando. Raven le condujo a una silla próxima y luego fue a buscar un botiquín entre los objetos situados al otro lado de la habitación. Se sentó frente a él y dejó caer unas gotas de antiséptico en un pedazo de algodón.

—Es consciente de que no pudo hacer nada más, ¿verdad? —dijo Raven mientras daba golpecitos con sumo cuidado en el corte con el trozo de algodón.

Otto hizo un leve gesto de dolor al sentir el ardor del antiséptico sobre la herida.

—Me habría resultado difícil hacer menos —repuso en voz baja—. Permití que matara a Wing delante de mis ojos.

—No podía impedirlo, Otto, yo tampoco hubiera podido en esa situación, así que no se eche la culpa —siguió diciendo Raven mientras sacaba una pequeña tirita y se la ponía en la frente al muchacho—. Bueno, a ver qué tal.

Raven se reclinó sobre el respaldo. También ella estaba cubierta de arañazos y quemaduras, pero parecía estar mucho más preocupada por Otto.

—¿Quién era? —preguntó el muchacho, mirando a Raven a los ojos.

—¿Quién era quién? —repuso ella cautelosamente, metiendo las tiritas de nuevo en el botiquín.

—Ya sabe. Cypher. ¿Quién es? ¿Por qué lo hizo? —se apresuró a replicar Otto.

—Sé que pensará que me estoy mostrando muy enigmática, pero mi respuesta sincera a sus dos preguntas es que no lo sé —dijo sentándose frente a él.

Algo en su expresión hizo pensar a Otto que le estaba diciendo la verdad.

—¿Qué sabe de él?

—Por desgracia, no mucho —parecía sentirse incómoda, como si no estuviera segura de que debieran hablar de ese tema—. Él y Nero se detestan, eso sí que lo sé. En parte porque Cypher no hace más que presionar al Número Uno para que cierre HIVE, pero yo creo que hay algo más.

—¿Como qué?

—Pues verá, el doctor Nero es uno de los miembros más antiguos del SICO. Cree de verdad en el sindicato y considera que su función es vital. Piensa que sin el SICO todos sus miembros andarían cometiendo fechorías por ahí sin nada que los frenara. El SICO no es ni mucho menos una ONG, pero sirve para controlar los excesos más violentos y demenciales de sus miembros. Nero cree que, si el SICO no existiera, reinaría la anarquía… o algo peor. Un día me explicó que algunos crean armas capaces de destruir el mundo, pero que el SICO se asegura de que jamás se usen. Después de todo, ¿de qué serviría apoderarse del mundo si no fuera más que una bola chamuscada?

—Y supongo que Cypher no está de acuerdo con eso —respondió Otto.

Sabía que Raven le estaba contando todo aquello para que se distrajera y no pensara en lo que acababa de ocurrir, pero, de todos modos, Otto necesitaba esa información. Su primera regla era conocer a su enemigo.

—Todos los planes que se le han ocurrido a Cypher desde que ingresó en el SICO han tenido una sola cosa en común… Ha habido muertes, a veces muchas muertes. Le importa un rábano actuar con estilo o sutileza, es un artista de la violencia.

—Todo lo contrario que Nero —observó Otto.

—Exacto, pero lo malo es que ha tenido un éxito espectacular. Aunque Nero no aprobara sus métodos, mientras siguiera llenando las arcas del SICO, sus acciones se toleraban.

—Hasta hoy —dijo Otto en voz baja, mirando el suelo.

—Hasta hoy. Independientemente de lo que haya hecho en el pasado, nunca había actuado abiertamente contra otra operación del SICO. El Número Uno no lo va a tolerar. Es hombre muerto —la frialdad que contenía la voz de Raven era inconfundible. Estaba claro que pensaba asegurarse de ello personalmente.

—¿Y nadie sabe quién es en realidad?

—No. Algunos ejecutivos del SICO tienen identidades secretas, normalmente para mantenerse fuera del alcance del radar de las autoridades. Pero lo de Cypher es distinto. Nero sospecha que ni siquiera el Número Uno sabe quién es. Hemos pasado mucho tiempo intentando descubrir más cosas sobre él, pero todas nuestras pistas nos han llevado siempre a un callejón sin salida. Créame, he seguido tantas de ellas que soy quien mejor sabe hasta qué punto puede mostrarse esquivo.

—Entonces, ¿por qué iba a arriesgarse a perder todo eso? —preguntó Otto con perplejidad.

—Pues no lo sé —dijo Raven poniéndose en pie y acercándose a uno de los ordenadores—. Tiene que saber que un ataque como este incurrirá en la furia del Número Uno, así que lo que esté tramando tiene que ser algo que haga que valga la pena correr ese riesgo.

Otto había aprendido ya lo bastante del SICO para saber que probablemente las represalias por un ataque como aquel serían rápidas y brutales.

—No tiene lógica —dijo Otto con frustración—. ¿Qué pensaba conseguir con esto? ¿Odia tanto a Nero y a HIVE como para tirarlo todo por la borda solo para asesinarla a usted y a un par de estudiantes? ¿Por qué se llevó el cuerpo de Wing? ¿Qué razón puede haber para todo esto?

—No lo sé, Otto, pero no se preocupe, pienso descubrirlo. Lo que ha ocurrido hoy al menos prueba una cosa —dijo Raven pulsando unas cuantas teclas del ordenador.

—¿El qué? —preguntó Otto ya en pie y avanzando hacia donde estaba Raven.

—En realidad, no debería decírselo, pero hace unas semanas alguien intentó asesinar al doctor Nero. Baste decir que no lo consiguió, pero que los asesinos se autodestruyeron de una forma parecida, aunque no tan espectacular, a la de nuestros amigos de la terraza. Yo sospechaba que Cypher estaba involucrado en ello, pero esto lo confirma.

—Así que todo forma parte de un plan más ambicioso —dijo Otto con gesto pensativo.

—Eso debe ser. No se ofenda, Otto, pero Cypher no se arriesgaría tanto si todo el beneficio que fuera a obtener se limitara a la desaparición de dos alumnos de HIVE. La escuela ya tiene una tasa anual de bajas más alta que esa…

Algo se movió dentro de la cabeza de Otto. En toda aquella situación había algo que no encajaba completamente, pero, fuera lo que fuera, no conseguía llegar a identificarlo. Sin embargo, sabía que lo mejor era no hacer caso. Con el tiempo lo lograría, siempre ocurría así, de modo que era inútil intentar acelerar el proceso.

Raven dejó la terminal y se volvió para mirar a Otto.

—Tengo que llamar a Nero para decirle que hemos salido con bien e informarle de quién fue el responsable —le dijo.

Se puso de pie y cruzó la habitación para llegar a una terminal de comunicaciones. Tecleó una serie de comandos y la máquina comenzó a trabajar, no solo conectándola con HIVE, sino haciéndolo de tal modo que sería casi imposible determinar su localización rastreando la transmisión. Contempló cómo la señal luminosa saltaba de país en país, creando una red de telarañas de pruebas digitales que sería imposible desentrañar. Por fin apareció la palabra «conectado» y, tras unos segundos, la sustituyó la cara de Nero. Parecía cansado y furioso, pero, al ver quién estaba al otro extremo de la línea, la tensión y la fatiga se extinguieron.

—Natalia —dijo sonriendo—. No es la primera vez que los rumores de su desaparición son infundados.

—Hace falta un hombre mejor que Cypher para mandarme bajo tierra —replicó ella. La leve sonrisa de sus labios contrastaba vivamente con la frialdad de su voz.

—Sí, ya hemos visto lo que ha pasado. ¿Se ha salvado alguien más?

—Malpense está aquí conmigo. Se encuentra bien. Un poco magullado, pero entero.

—¿Y Fanchú? —Nero había visto lo ocurrido, pero quería cerciorarse.

—Muerto, Max, como los Agentes Uno y Cero. Cypher mató al chico sin titubear y yo no pude evitarlo. Los dos agentes dieron la vida para proteger a sus alumnos, pero nos cogieron totalmente por sorpresa. No pudimos hacer nada.

—Estoy seguro de que hizo todo lo que pudo, Natalia —repuso Nero, furioso de nuevo—. Quiero que localice a Cypher y le pare los pies como sea.

—Entendido. ¿Actúo con un mandato ejecutivo?

—Hablaré enseguida con el Número Uno. Espero que dadas las circunstancias nos conceda un mandato ejecutivo pleno. En cuanto obtenga su autorización la volveré a llamar. También quiero que Malpense sea devuelto a HIVE inmediatamente.

A Nero no le hacía ninguna gracia tener que explicar al Número Uno que una vez más Otto había rozado la muerte. Cuanto antes volviera a la escuela sano y salvo, mejor.

—En tal caso, necesitaremos un transporte —repuso Raven—.
El Sudario
estaba en el hangar cuando explotó el piso franco. Tendrá que mandar otro.

—Por supuesto. Lo enviaré lo antes que pueda. ¿Tiene ya un punto de recogida?

—Todavía no, pero estoy en ello —dijo Raven mirando el monitor más próximo—. En cuanto lo tenga, le llamaré.

—Muy bien, téngame al tanto. Y… Natalia…

—¿Sí?

—Ponga fin a todo esto —dijo Nero fríamente.

Laura estaba en la enfermería sentada al lado de la cama de Shelby. Su amiga seguía inconsciente por el disparo del coronel Francisco, pero los médicos le habían asegurado que todo iba bien y que solo era cuestión de tiempo que se despertara. Laura pensó en la noticia que tenía que darle y se esforzó por no echarse a llorar otra vez. Wing había muerto por la brutal acción de un demente. Tenía que decírselo. Se mordió los labios, sorprendida de que aún le quedaran lágrimas, pero al recordar la sonrisa de Wing, algo excepcional y maravilloso que no volvería a ver, la pena la inundó y nuevas lágrimas calientes resbalaron por sus mejillas.

—Caramba, Brand —la voz de Shelby sonaba rota y cansada—. No sabía que me quisieras tanto.

Laura levantó la vista, sorprendida, y vio que Shelby la miraba con un leve gesto de diversión.

—¿Qué tal estás? —preguntó Laura limpiándose las lágrimas mientras esbozaba una sonrisa.

—Yo bien, ¿pero a ti qué te pasa? —repuso Shelby, intuyendo que algo más grave le ocurría a Laura.

—Ha pasado algo terrible. El mensaje… Llegamos tarde… Se trata de Wing… Ha muerto…

La sonrisa se borró instantáneamente de la cara de Shelby, sustituida por una mirada de horror.

Laura se lo contó todo. El ataque al piso franco, la llegada de Cypher y, por último, el asesinato de Wing en la terraza. Habló deprisa y en voz baja por miedo a que hablar despacio o hacer pausas la llevara a sucumbir de nuevo al torbellino de dolor que tenía alojado en la boca del estómago. Cuando terminó, miró a Shelby y leyó en sus ojos la misma horrorizada incredulidad que habían reflejado los suyos cuando Nero se lo contó a ella. Los labios de Shelby se movieron como intentando encontrar las palabras, pero no acudió ninguna y se puso a llorar.

Laura la atrajo hacia sí y se fundió en un abrazo con su amiga, cuyos sollozos convulsivos eran tan desgarradores como los suyos.

Capítulo 9

—D
espierte —susurró la condesa al oído del coronel Francisco.

El militar abrió lentamente los ojos, pareció desconcertado por un instante y de pronto lanzó un alarido brutal de ira. Intentó enderezarse y sacudió con furia las ligaduras que le tenían firmemente sujeto a la cama de la enfermería en que se hallaba tendido.

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