Read El primer apóstol Online

Authors: James Becker

Tags: #Thriller, Religión, Historia

El primer apóstol (31 page)

BOOK: El primer apóstol
2.94Mb size Format: txt, pdf, ePub
ads

»Si el lugar del enterramiento se encontraba fuera de Roma, no habría podido utilizar los edificios como puntos de referencia, dado que las únicas estructuras que vería no serían permanentes. Quiero decir, si hubiera enterrado algo en Roma, habría supuesto que lugares como el Coliseo perdurarían, y los habría utilizado para identificar la ubicación del enterramiento, pero en el campo, incluso una enorme villa podría ser abandonada o destruida en una generación o dos, por lo que la única opción realista habría sido la de utilizar características geográficas muy específicas.

»Creo que Marcelo (o quienquiera que creara esto) eligió objetos permanentes, cosas que, independientemente de lo que ocurriera en Italia, fueran siempre visibles e identificables. No creo que este mapa requiera una escala, porque probablemente haga referencia a un grupo de colinas cercano a Roma. Creo que las líneas muestran las distancias entre ellas y sus respectivas alturas.

Durante unos segundos, Ángela observó el diagrama que aparecía a un lado del skyphos, y luego al dibujo que Bronson había trazado, siguiendo con los dedos las letras y los números que había copiado de la vasija. Más tarde, cogió un libro sobre el Imperio romano, lo hojeó hasta llegar al índice, y abrió la página específica, que contenía una tabla con letras y cifras.

—Eso puede tener sentido —dijo ella, mientras hojeaba la copia del diagrama de Bronson y la tabla del libro—. Si tienes razón y las líneas representan distancias, entonces «p» se traduciría como passus, el ritmo del paso doble de un legionario romano que correspondía a 1,480 metros, «M P» significaría mille passus, mil passus, lo que correspondería a la milla romana equivalente a 1480 metros. Las marcas de la «P» que aparecen junto a los puntos representarían las alturas de las colinas, medidas en pes, pedes en plural, el pie romano de 29,62 centímetros, y «A» el actus, 120 pedes o aproximadamente 116 pies.

—Pero, ¿crees que los romanos eran capaces de utilizar cifras tan exactas? —preguntó Bronson.

Ángela asintió con rotundidad.

—Sin duda. Los romanos disponían de una serie de instrumentos de medición, entre los que se incluía uno denominado groma, que fue utilizado durante siglos, antes del reinado de Nerón, y que permitía realizar mediciones con gran sofisticación. Además, no olvides la cantidad de edificios romanos que continúan en pie en la actualidad, que no habrían sobrevivido si los constructores no hubieran dispuesto de una habilidad para medir bastante avanzada.

Ángela se dirigió al teclado del ordenador portátil, introdujo la palabra «groma» en el motor de búsqueda y pulso la tecla «Intro». Cuando aparecieron los resultados, eligió una página e hizo clic sobre ella.

—Ahí está —dijo ella, señalando a la pantalla—. Eso es una groma.

Bronson observó el diagrama del instrumento durante un momento. Estaba compuesto por dos brazos horizontales que se cruzaban formando un ángulo recto y que reposaban sobre un pivote adjunto a una pértiga vertical, y cada uno de los brazos soportaba en su extremidad una plomada.

—Y también utilizaban un objeto denominado gnomon para ubicar el norte (de forma bastante aproximada), y podían medir distancias y alturas con la ayuda de un dioptre.

—Por lo que lo único que nos queda es averiguar qué colinas utilizó Marcelo como puntos de referencia.

—Eso parece fácil, pero solo si se dice a la ligera —comentó Ángela irónicamente—. ¿Cómo demonios vas a conseguirlo? Debe haber cientos de formaciones montañosas fuera de Roma.

—Tengo un arma secreta—dijo él, con una sonrisa—. Se llama Google Earth, y lo puedo utilizar para comprobar la elevación de cualquier punto de la superficie del planeta. Existen seis puntos de referencia en ese diagrama, así que, lo único que tengo que hacer es convertir las cifras en unidades de medida modernas, y luego encontrar seis colinas que coincidan con dichos criterios.

»Entonces encontraremos a los mentirosos.

II

Durante el camino de vuelta de Ponticelli a Roma, Gregori Mandino telefoneó a Pierro y le ordenó que esperara en un restaurante de la Via delle Botteghe Oscure. Debido a la naturaleza de su trabajo, Mandino no disponía de despacho y solía celebrar todas sus reuniones en cafeterías y restaurantes. Le dijo también a Pierro que buscara mapas detallados de la ciudad y de los alrededores, así como de las estructuras construidas en la antigua Roma, y que se los llevara, junto con un ordenador portátil.

Se encontraron en un pequeño comedor privado situado al fondo del restaurante.

—¿Ha encontrado la Exomologesis? —preguntó Pierro, después de que Mandino y Rogan se sentaran y pidieran algo de beber.

—Sí —contestó Mandino—, y creí de verdad que eso acabaría con el asunto, pero cuando Vertutti desenrolló el pergamino completamente, había una posdata que no esperábamos.

—¿Una posdata?

—Una breve nota en latín acompañada del sello imperial de Nerón Claudio César Druso, que alarmó bastante a Vertutti, ya que implicaba que el pergamino era solo una parte de lo que Marcelo había enterrado bajo las órdenes de Nerón, y que ni siquiera se trataba de la más importante.

—Entonces, ¿qué otra cosa enterró?

Mandino le contó lo que Vertutti había traducido del latín.

—¿Habla en serio? —preguntó Pierro, con un ligero pero perceptible temblor en su tono de voz—. No puedo creerlo. ¿Los dos?

—Eso es lo que afirma el texto en latín.

El académico palideció a pesar de la cálida luz de la habitación.

—Pero yo no... Quiero decir... ay, Dios. ¿De verdad lo cree?

Mandino se encogió de hombros.

—Mis opiniones carecen de relevancia, y sinceramente, no me importa si lo que aparece escrito en el pergamino es verdad o no.

—Pero ¿Es posible que esas reliquias se hayan conservado realmente durante dos mil años?

—Vertutti no está dispuesto a arriesgarse. La cuestión es, Pierro, que estamos obligados contractualmente a resolver esto, por lo que estoy esperando a que descifre lo que aparece en la piedra.

—¿Dónde está ahora?

—La hemos dejado en el coche. Rogan ha realizado fotografías de la inscripción, con las que podrá trabajar.

Rogan le entregó la tarjeta de datos de la cámara.

Pierro la introdujo en un bolsillo de la funda de su ordenador.

—Me gustaría ver la piedra por mí mismo.

Mandino asintió con la cabeza.

—El coche está a la vuelta de la esquina. Iremos a echar un vistazo en unos minutos.

—¿Y qué es la inscripción exactamente? ¿Un mapa? ¿Instrucciones?

—No estamos seguros. Definitivamente es el fragmento inferior de la inscripción en latín (hemos colocado las dos piezas juntas y coinciden) pero parecen ser solo tres líneas rectas, seis puntos y algunos números y letras. Es más probable que se trate de un diagrama que de un mapa, pero debe indicar el lugar en el que se ocultaron las reliquias, de no ser así no habría tenido sentido, en primer lugar, tallarla, y en segundo lugar, que alguien ocultara la piedra.

—¿Líneas? —masculló Pierro—. Ha dicho letras y números. ¿Podría recordar qué letras? ¿Es posible que sean las letras «PO» y «MP»?

—Si, y creo que también la letra «A». ¿Por qué? ¿Sabe lo que significan?

—Bueno, es posible que signifiquen pedes o passus, mille passus y actus. Son unidades romanas para medir distancias.

Quienquiera que preparase el diagrama pudo haber elegido algunos edificios o monumentos históricos prominentes como puntos de referencia.

—Espero que esté en lo cierto —dijo Mandino—. Vamos a echar ahora un vistazo a la piedra, y luego puede ponerse manos a la obra. —Se levantó y salió del restaurante.

III

Bronson llevaba intentando encontrar coincidencias entre las alturas que aparecían en el diagrama del skyphos y las de Google Earth más de una hora.

—Esto podría no acabar nunca —masculló, mientras se reclinaba en la silla y se estiraba para aliviar el agarrotamiento de sus articulaciones—. Este maldito país está plagado de colinas, y solo Dios sabe cuáles eligió Marcelo, y eso suponiendo que utilizara colinas.

—¿No hay ninguna coincidencia? —preguntó Ángela.

—Ninguna. He utilizado tus conversiones de los números romanos y he partido de un margen de error de un diez por ciento, pero incluso así, me está resultando difícil encontrar colinas en Google que se aproximen a dichas medidas.

—¿Cuántas?

—Puede que ocho o diez colinas que se ajusten a los criterios, eso es todo, y todas se encuentran cercanas a la costa y bastante alejadas de Roma.

Durante unos segundos, Ángela no respondió, simplemente permaneció mirando la pantalla del ordenador portátil, entonces esbozó una ligera sonrisa.

—¿Y tú te consideras un detective? —preguntó ella—. ¿Significan algo para ti las iniciales «ENM» y «ENMM»?

—Por supuesto. «Encima del nivel del mar» y «Encima del nivel medio del mar». Yo... , ah, ya veo a lo que te refieres.

—Exacto. Google Earth mide las alturas de los objetos situados por encima del nivel del mar (lo que proporciona su altitud) pero Marcelo no habría sido capaz de calcular algo así. Se habría colocado en el suelo cercano al enterramiento, desde donde lo único que pudo medir con un dioptre serían las alturas de las colinas con respecto a su posición, y no con respecto al nivel del mar.

—Tienes razón —dijo Bronson, con un tono de voz que dejaba ver su desesperación—, y como no sabemos a qué grado de elevación se encontraba, estamos jodidos.

—No, no lo estamos. El grado de elevación no importa. Marcelo nos ha proporcionado las medidas de las alturas de seis colinas, calculadas a partir de un único punto de referencia. Si la cima de una montaña era de ochocientos pies por encima de él y otra era de quinientos, existe una diferencia de trescientos pies. Así que, lo que tienes que tener en cuenta en Google Earth son las diferencias de altura entre las dos colinas.

—Sí, de acuerdo, ya te entiendo —dijo Bronson—. Ya te lo había dicho antes, Ángela, pero te lo vuelvo a repetir, estoy muy contento de que estés aquí.

Cogió una hoja de papel y rápidamente eligió dos de los puntos del diagrama. Convirtió los números romanos a pies, mediante una tabla de conversión que Ángela había encontrado en uno de sus libros, y luego calculó la diferencia entre ellos.

—Vale, vamos a ver —masculló, mientras volvía al ordenador portátil.

Pero seguía sin encontrar dos colinas cuya diferencia de altura coincidiera. Transcurrida otra hora, Ángela lo relevó durante media hora más, pero no tuvo más suerte que él.

—Esto es frustrante, ¿no crees? —preguntó Bronson, mientras Ángela empujaba la silla hacia atrás y se ponía de pie.

—Necesito una copa —dijo ella—. Vamos a bajar al bar para ahogar nuestras penas en ingentes cantidades de alcohol.

—Puede que no se trate de la mejor idea que hayas tenido nunca, pero es sin duda tentadora —contestó Bronson—. Voy a coger mi cartera.

Encontraron una mesa libre en un rincón del bar, y Bronson compró una botella de vino tinto decente y sirvió dos copas.

—¿Quieres cenar en el hotel esta noche? —preguntó.

—Sí, ¿por qué no?

—De acuerdo, voy a reservar una mesa.

Cuando volvió al bar, Ángela se encontraba observando la copia de la inscripción que Bronson había realizado, y cuando se sentó, Ángela le pasó la hoja de papel por encima de la mesa.

—Aquí hay otra pista —dijo ella—. Algo a lo que ni siquiera le hemos prestado atención.

—¿Cuál? —preguntó Bronson.

Ángela señalo la línea ondulada que a Bronson le había parecido una onda sinusoide.

—Esto es meramente una inscripción funcional, ¿no es así? Sin decoración de ninguna clase. Entonces, ¿qué demonios se supone que es?

—No lo sé. ¿Podría ser el mar? ¿Es posible que sea la costa noroeste de Italia?

Ángela asintió con la cabeza.

—Puede que tengas razón, pero lo que enterrara Marcelo tuvo que ser realmente importante, de no ser así, ¿para qué molestarse con la piedra y todo lo demás? Y si era importante, Nerón no habría deseado que se enterrara en un agujero al otro lado del país, sino que habría preferido que se encontrara cerca de Roma. Creo que esa forma puede que represente una hilera de colinas, y que Marcelo la incluyera para que la persona que buscara el lugar en un futuro dispusiera de alguna pista que ayudara a identificar la zona de búsqueda. Creo que esa línea es un indicador deliberado.

—De acuerdo —dijo Bronson—. Termínate la copa y subamos arriba.

Inmediatamente después de sentarse en el ordenador portátil, encontró algo que podía ajustarse.

—Mira esto —dijo Bronson, señalando a la pantalla del ordenador.

Solo a unos cincuenta kilómetros al este de Roma, entre las comunas de Roiate y Piglio, se encontraba una larga cadena montañosa, cuyo nivel de mayor altura alcanzaba los mil trescientos setenta metros, o cuatro mil cuatrocientos pies. La característica más distintiva de la cadena montañosa era su ladera del noreste, que se encontraba surcada por un patrón regular.

—Ya sé a qué te refieres. Se parece bastante al dibujo del lateral del skyphos.

—Eso es lo primero —dijo él—. Comprueba esto ahora. —Bronson pasó el cursor por encima de la cadena montañosa y anotó la elevación que Google proporcionó. Luego colocó el cursor en el extremo de otra cadena que se encontraba exactamente al Este, y anotó también la cifra.

Ángela cogió un lápiz, realizó la resta a toda velocidad, y luego la comparó con la que derivaba del diagrama del skyphos.

—Bien —dijo ella—, no es exacta, pero se aproxima bastante. Existe un margen de error de alrededor de un ocho por ciento en los números latinos, eso es todo.

—Sí, y estamos utilizando fotografía satélite y tecnología GPS, mientras que Marcelo solo disponía de un dioptre y de los utensilios de medición que se encontraran disponibles hace dos mil años. En tales circunstancias, reconozco que definitivamente se aproxima bastante.

—¿Qué hay de las otras cuatro ubicaciones?

—Sí, creo que también las he encontrado. Observa.

Bronson movió el cursor rápidamente por encima de las cuatro ubicaciones adicionales en Google Earth y anotó sus alturas, y una vez más, le pasó el papel a Ángela para que realizara los cálculos.

Cuando hubo terminado, levantó la mirada con una sonrisa.

—Una vez más, no es exacto, pero sin duda se encuentra dentro de los límites que cabría esperar de alguien que utilizara utensilios de medición del siglo I. Creo que es posible que lo hayas encontrado, Chris.

BOOK: El primer apóstol
2.94Mb size Format: txt, pdf, ePub
ads

Other books

April Queen by Douglas Boyd
Shadows of Asphodel by Kincy, Karen
Breve historia del mundo by Ernst H. Gombrich
Love and Demotion by Logan Belle
Broken Vows by Tom Bower
Christmas With Her Ex by Fiona McArthur
Welcome to Newtonberg by David Emprimo