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Authors: James Becker

Tags: #Thriller, Religión, Historia

El primer apóstol (29 page)

BOOK: El primer apóstol
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Bronson se rió por dentro. La misma Ángela de siempre. En todo momento, preparada para devolver los golpes, pensó.

—Mira, Ángela —dijo él—, siento mucho lo que ha ocurrido. Ha sido culpa mía que entraran en la casa. Tenía que haber comprobado dos veces que todas las puertas y ventanas estuvieran cerradas con llave y pestillo.

—Si hubieras cerrado con llave las puertas, puede que también hubieran también logrado entrar, y si los hubiésemos oído venir, puede que nos hubiéramos visto envueltos en un tiroteo del que ninguno de los dos habría salido con vida. Así que, gracias a ti, seguimos vivos. Pero es una pena lo del pergamino.

—He traído el skyphos o comoquiera que se llame. Por lo menos tenemos un souvenir. Está claro que es antiguo, ¿crees que tiene algún valor?

Ángela se inclinó hacia el asiento de atrás y cogió el recipiente para analizarlo meticulosamente, ya que en la casa apenas había tenido oportunidad de hacerlo.

—Es una falsificación —dijo ella pocos minutos más tarde—, pero se trata de una buena. A primera vista, parece exactamente igual a un skyphos auténtico romano, sin embargo la forma es ligeramente distinta: es demasiado alto para su anchura. El vidriado parece mal hecho, y creo que la composición de la cerámica en sí tampoco era la adecuada en el siglo i. Existen numerosas pruebas que podemos llevar a cabo, pero es probable que no merezca la pena tomarse la molestia.

—Entonces, ¿hemos pasado por todo esto por una falsificación? —preguntó Bronson—. Y por cierto. ¿Qué es exactamente un skyphos?

—El nombre es griego, no romano. Es un tipo de recipiente cuyo origen reside en el extremo este de los países mediterráneos, y se remonta aproximadamente al siglo I d. C. Un skyphos es un recipiente para beber con dos asas. Este se encuentra en excelentes condiciones, y de haberse tratado de un artículo auténtico, su valor habría oscilado entre las cuatro y las cinco mil libras.

—¿Cuándo fue fabricado entonces?

Ángela miró el skyphos detenidamente.

—Sin duda alguna durante el segundo milenio —contestó ella—. Si tuviera que adivinarlo, yo diría que del siglo XIII o puede que el XIV. Probablemente se fabricara al mismo tiempo que se construyó la casa de los Hampton.

Bronson la miró.

—Eso parece interesante —dijo él.

—Yo diría que es más casualidad que otra cosa.

—No necesariamente, si tienes razón y son más o menos contemporáneos. Creo que debe deberse a algo más que a una pura coincidencia que un recipiente del siglo XIV (y encima falso) se hubiera ocultado de forma deliberada en una casa construida durante el mismo siglo.

—¿Por qué?

Bronson se quedó en silencio para ordenar sus pensamientos.

—El rastro que hemos estado siguiendo es oscuro y complicado, y me pregunto si ese verso en occitano es incluso más complejo de lo que pensábamos, y si se nos está pasando algo por alto.

—No te entiendo.

—Mira el verso —dijo Bronson—. Está escrito completamente en occitano, con la excepción de una palabra «calix», que es la palabra latina para «cáliz». Cuando seguimos el resto de las pistas del mensaje en clave, encontramos algo que parece una copa para beber romana, pero que no lo es. De forma que el verso utiliza una palabra romana para «cáliz», y hemos recuperado una copia de un cáliz romano. ¿No te parece extraño? ¿O por lo menos enrevesado?

—Continúa —dijo Ángela, con tono alentador.

—¿Por qué se tomaron la molestia de fabricar un skyphos falso cuando podían simplemente haber enterrado el pergamino en cualquier recipiente de barro? Parece como si quisieran llamar nuestra atención hacia el elemento romano en todo esto, hacia la inscripción en latín del salón.

—Pero ya le hemos dado más de mil vueltas a eso. No existe ninguna otra pista en esas tres palabras en latín. O, si las hay, están muy bien escondidas, las jodidas.

—Estoy de acuerdo contigo. Entonces puede que el verso en occitano nos esté indicando otra cosa. Algo más que la mera ubicación del pergamino escondido, puede incluso que el propio skyphos, ¿no crees?

—Pero no hay nada más aquí dentro —dijo Ángela, dándole la vuelta al recipiente—. Lo comprobé cuando estaba buscando un sittybos.

Bronson parecía confuso.

—¿Te acuerdas? —dijo Ángela—. Es una especie de etiqueta que se adjunta a un pergamino para identificar su contenido.

—Ah, vale —dijo Bronson—. Bien, puede que no haya nada en su interior, pero ¿qué hay de su parte exterior? ¿Crees que se trata de un patrón al azar lo que aparece a un lado del recipiente?

Ángela miró de cerca el recipiente de cerámica con vidrios verdes y prácticamente de inmediato notó algo. Justo por debajo del borde de uno de los lados del skyphos había tres pequeñas letras separadas por puntos: «H*V*L».

—Esto sí que me parece extraño —murmuró ella—. Hay tres letras inscritas aquí («H, V y L»), y está claro que corresponden a las iniciales de «Hic vanidici latitant».

—«Aquí yacen los mentirosos» —dijo Bronson respirando hondo—. Se trata de un claro vínculo. Entonces, ¿qué es ese dibujo que hay debajo de las letras?

Debajo de las letras inscritas había lo que prácticamente parecía una onda sinusoide: una línea que se ondulaba siguiendo un patrón regular, hacia arriba y hacia abajo, con cortas líneas diagonales que se extendían por debajo, inclinándose desde la parte superior derecha a la inferior izquierda. Debajo de la línea ondulada había un patrón geométrico, con tres líneas entrecruzadas en el centro y con un punto a cada extremo. Junto a las líneas había números latinos, seguidos de las letras «M*P», y luego más números y la letra «A». Junto a cada punto se encontraban otros números, cada uno de ellos seguido de una «p». En el centro del diseño podían verse las letras «PO*LDA», y debajo de ellas «M*A*M».

—No es algo al azar —dijo Ángela con rotundidad—. Sea lo que sea lo que signifiquen estas líneas, está claro que indican algo, parece que formaran un mapa.

Bronson observó detenidamente el skyphos que Ángela tenía en las manos.

—Pero, ¿un mapa de qué?

CAPÍTULO 20
I

Poco después, esa misma tarde, los rayos de la puesta de sol bañaban los tejados irregulares y los antiguos muros del centro histórico de la ciudad de Roma de un brillo dorado. Los peatones iban y venían por las amplias aceras, y un continuo flujo de vehículos pitaban y se disputaban el camino que bordeaba la Piazza di Santa María alie Fornaci. Sin embargo, el cardenal Joseph Vertutti no vio nada de esto.

Tomó asiento junto a Mandino en la misma cafetería en la que se habían encontrado por primera vez. Dado que la operación había finalizado con éxito, pensó que sería más agradable llevar a cabo su último encuentro en el mismo lugar en el que habían quedado la primera vez, sin embargo, esta vez Mandino había insistido en que se reuniesen en una pequeña estancia que se encontraba al fondo de la cafetería.

—¿La tiene? —preguntó Vertutti, con un tono de voz alto, que reflejaba su emoción. Las manos le temblaban ligeramente, y Mandino se dio cuenta.

—Todo a su debido tiempo, cardenal, todo a su debido tiempo. —Un camarero llamó a la puerta y entró con dos tazas de café, las colocó suavemente sobre la mesa, y se retiró, cerrando la puerta—. Antes de que le entregue nada, existe un pequeño asunto administrativo del que debemos ocuparnos. ¿Ha realizado la transferencia del dinero?

—Sí—dijo Vertutti con brusquedad—. He enviado cien mil euros a la cuenta que especificó.

—Puede que crea que su palabra es prueba suficiente, eminencia, pero sé de primera mano que el Vaticano puede ser tan hipócrita como cualquiera. Si no me entrega un justificante de la transferencia, esta conversación habrá concluido.

Vertutti se sacó la cartera del bolsillo de la chaqueta, la abrió y extrajo un recibo de papel, que le pasó por encima de la mesa.

Mandino lo miró, y se lo guardó en su propia cartera. El importe era el correcto y en el apartado de «referencia» Vertutti había escrito «Compra de artefactos religiosos», lo que correspondía a una descripción muy exacta de la transacción.

—Excelente —dijo Mandino—. Ahora le complacerá oír que hemos logrado recuperar la reliquia. Observé como Bronson (el amigo de Mark Hampton) recuperaba el pergamino, y lo interceptamos de inmediato. Ni Bronson ni su esposa, quien se encontraba presente también en la casa, tienen un conocimiento significativo acerca del contenido de la Exomologesis, por lo que no ha sido necesario eliminarlos.

Mandino no le contó nada a Vertutti de lo que les había contado acerca del pergamino, ni del hecho vergonzoso de que el inglés lo había hecho escapar corriendo para salvar su vida, y que le había disparado a uno de sus guardaespaldas.

—Muy generoso por su parte —dijo Vertutti en tono irónico—. ¿Dónde se encuentran ahora?

—Probablemente se dirijan de vuelta a Gran Bretaña. Ahora que hemos recuperado la reliquia, ya no les queda nada por hacer aquí.

Una vez más, Mandino había disfrazado ligeramente la verdad. Había dado órdenes a Antonio Carlotti para que avisara a uno de sus contactos en los Carabinieri de que Bronson (un hombre que la Policía Metropolitana buscaba para un interrogatorio relacionado con un asesinato en Gran Bretaña) campaba a sus anchas por Italia. También había proporcionado información detallada sobre la Renault Espace que había visto aparcada en el exterior de la casa, y estaba completamente convencido de que les darían caza mucho antes de que pudieran llegar a la frontera italiana.

—Entonces, ¿dónde está la reliquia? —preguntó Vertutti con impaciencia.

Mandino abrió su maletín, sacó un recipiente de plástico lleno de una sustancia blanca y esponjosa, y se lo pasó por encima de la mesa.

Vertutti retiró con sumo cuidado las distintas capas de algodón y encontró el pequeño pergamino. Con los dedos temblorosos, cogió el antiguo papiro, lo levantó (la expresión de su rostro reflejaba que conocía su antigüedad y su terrible poder destructor) y, con sumo cuidado, lo desenrolló encima de la mesa que tenía delante. Asintió con la cabeza con enorme seriedad, casi de manera reverencial, cuando leyó el breve fragmento de texto.

—Aunque aún no estuviera seguro de quién lo escribió —dijo él—, la forma en que está escrito es un indicador de la identidad del autor.

—¿Qué quiere decir? —preguntó Mandino.

—La escritura es llamativa y las letras de gran tamaño —dijo Vertutti—. No era sabido por muchos, pero el hombre que escribió esto padecía una enfermedad denominada ophthalmia neonatorum, la cual era bastante común por aquella época. La dolencia provocaba una pérdida paulatina de la vista y una debilidad en los ojos muy dolorosa, que, en su caso, lo dejó prácticamente ciego. Escribir le resultaba muy difícil, y es probable que por lo general le ayudara un amanuense, un escriba profesional. Sin embargo, era evidente que en Judea no se disponía de ninguno, lugar en el que fue obligado a escribir el documento.

Vertutti continuó analizando la reliquia durante un momento, luego levantó la mirada.

—Sé que hemos tenido diferentes puntos de vista, Mandino —dijo él, con una especie de sonrisa tensa—, pero a pesar de sus opiniones acerca de la Iglesia y del Vaticano, me gustaría darle las gracias por recuperar esto. El santo padre se sentirá especialmente complacido de que hayamos logrado hacerlo.

Mandino inclinó la cabeza en señal de agradecimiento, y preguntó:

—¿Qué harán ahora? ¿Destruirla?

Vertutti negó con la cabeza.

—Espero que no —dijo él—. Creo que se debería guardar en secreto en la Penitenciaria Apostólica junto con el Códice Vitaliano. Destruir un objeto de tal antigüedad e importancia no es una posibilidad que el Vaticano deba contemplar, independientemente de su contexto.

Vertutti desenrolló los últimos centímetros del pergamino, y se inclinó hacia delante para analizar algo que aparecía al final del documento, debajo de la firma «SQVET».

—¿Ha visto esto? —preguntó, con cierto nerviosismo en el tono de su voz.

—No —respondió Mandino—. Solo he comprobado el principio, simplemente para asegurarme de que se trataba del documento correcto.

—Ah, es el documento correcto, sí. Pero esto, esto lo cambia todo —dijo Vertutti, señalando el final del pergamino.

Mandino observó el documento detenidamente. En él, había unos pocos renglones escritos con una letra diferente y de menor tamaño justo por encima del sello imperial de Nerón.

Vertutti tradujo el latín en voz alta, y luego dirigió su mirada a Mandino.

—Ya sabe lo que tiene que hacer —dijo él.

II

Bronson y Ángela encontraron un hotel pequeño y familiar a las afueras de Santa Marinella, en la costa italiana del noroeste de Roma, que proporcionaba aparcamiento en un patio bastante alejado de la carretera, y que parecía bastante anónimo. Bronson realizó la reserva de la última habitación doble que quedaba libre, y llevó las bolsas a la planta de arriba.

La habitación estaba orientada al sur, era luminosa y espaciosa, y la ventana tenía vistas al patio. Ángela abrió su bolsa, sacó un voluminoso montón de ropa y lo colocó sobre la cama.

—Necesitamos buena luz —dijo Bronson, mientras movía una de las mesillas para colocarla enfrente de la ventana.

Detrás de él, Ángela fue quitando cuidadosamente las prendas de ropa, una a una, y después de aparecer el skyphos apoyado en el centro del montón, lo colocó cuidadosamente sobre la mesilla que Bronson había cambiado de sitio.

Bronson sacó la cámara digital de su bolsa de viaje, se colocó en cuclillas entre la mesa y la ventana para que toda la luz del sol de la tarde iluminara el skyphos, haciendo así que brillara el antiguo vidriado de color verde del recipiente de barro. Realizó dos docenas de fotografías de la vasija, una desde cada uno de sus lados y ángulos, y por fin cogió un lápiz y realizó el dibujo más fiel que pudo de los renglones escritos y de las cifras de los laterales.

—Así que, lo único que tenemos que hacer ahora —dijo Ángela, mientras Bronson copiaba las fotografías en su ordenador portátil—, es averiguar qué significa el diagrama, o lo que sea.

—Exactamente.

Observaron las líneas, las letras y los números.

—Sigo pensando que debe de tratarse de una especie de mapa —sugirió Ángela con tono de duda.

—Es posible que tengas razón. Pero de ser así, no tengo ni idea de cómo descifrarlo. Quiero decir, son solo tres líneas y un grupo de números. Quizá debamos ignorarlo por el momento y volver a mirar páginas de Marco Asinio Marcelo y Nerón. Hemos imaginado el significado literal de «MAM» y de «PO LDA», pero en realidad no hemos deducido por qué aparecen en esa piedra. Si lo logramos, puede que contemos con otro dato.

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