Read El primer apóstol Online

Authors: James Becker

Tags: #Thriller, Religión, Historia

El primer apóstol (24 page)

BOOK: El primer apóstol
11.83Mb size Format: txt, pdf, ePub
ads

»Vale, este asedio mantuvo a un significativo número de hombres alzados en armas durante meses, e implicó enormes costes a los cruzados. A parte de esto, el papa había iniciado la Cruzada Albigense con el particular objetivo de destruir por completo la herejía cátara, y se sabía que alrededor de doscientos parfaits habían buscado refugio en la fortaleza. En la mayoría del resto de los casos, los defensores de las ciudades y de los castillos saqueados por los cruzados eran asesinados sin clemencia. Así que, ¿qué condiciones crees que ofrecieron los cruzados?

—Probablemente que pudieran elegir entre ser decapitados, colgados o quemados en la hoguera, ¿no?

—Exactamente —dijo Ángela—. Eso es más o menos lo que cualquier observador imparcial habría imaginado. ¿Quieres saber qué condiciones ofrecieron en realidad?

—¿Peores que esas?

Ángela negó con la cabeza, y volvió a hacer referencia a su pequeño cuaderno.

—Escucha esto. En primer lugar, a los hombres alzados en armas, es decir los soldados mercenarios y otros contratados como el grueso de la guarnición de Montségur, se les permitió marchar con todas sus pertenencias y equipos, y fueron indultados por su participación en la defensa de la fortaleza.

—Bien —dijo Bronson lentamente—, supongo que en realidad no formaban parte del grupo de herejes. Quiero decir, no eran cátaros, eran solo personas contratadas por ellos, ¿no?

—Estoy de acuerdo —dijo Ángela—. ¿Has oído hablar alguna vez de un lugar llamado Bram?

—No.

—Era otro bastión cátaro que cayó en el año 1210 después de un asedio que se prolongó durante tres días, y en el que no ocurrió nada digno de mención. Sin embargo, poco después, cuando los cruzados al mando de Simón de Montfort intentaron...

—¿Simón de qué? —preguntó Bronson.

—Simón de Montfort. En aquella época era el comandante de los cruzados, e intentó capturar los cuatro castillos de Lastours, situados al norte de Carcassonne, pero se topó con una brutal resistencia. Para persuadir a sus defensores de que abandonaran la lucha, los hombres de Simón tomaron a cien de los prisioneros que habían capturado en Bram y les cortaron los labios, las narices y las orejas. Luego los dejaron ciegos a todos, con la excepción de un hombre al que solo le dejaron un ojo colgando, para poder así servir de guía a sus compañeros durante un sangriento desfile enfrente de los castillos.

—Dios mío —murmuró Bronson—. ¿Les funcionó la táctica?

—Por supuesto que no. Solo lograron que los defensores se sintieran aun más ávidos de lucha, aunque solo fuese por evitar un destino similar. Los castillos cayeron, pero un año más tarde. Eso es lo que se entendía por «misericordia de Dios» durante la Cruzada Albigense.

»Piensa en la masacre de Beziérs, en la que alrededor de veinte mil personas, incluidos mujeres y niños, fueron asesinadas en el nombre de Dios y de la caridad cristiana. Antes del ataque, los cruzados preguntaron al obispo Arnaud Armaury, el legado papal y representante personal del papa, cómo podrían identificar a los herejes, ya que se creía que solo había alrededor de quinientos cátaros en la ciudad. Su respuesta en latín fue: «Caedite eos. Novit enim Dominus qui sunt eius», que se traduce como, «Matadlos a todos. Dios no tendrá dudas». Y eso es exactamente lo que hicieron.

—No sabía nada de eso —dijo Bronson—. Parece increíble. Bueno, volvamos a Montségur. Los cruzados eran indulgentes con los soldados, aunque supongo que no con los cátaros, ¿no?

—Vuelves a estar equivocado —dijo Ángela—. A los parfaits les decían que si renunciaban a sus creencias y confesaban sus pecados ante la Inquisición podrían quedar en libertad, pero despojándolos de todas sus posesiones.

—En otra palabras —agregó Bronson—, tanto los cátaros como sus soldados quedaban en libertad. Pero, ¿por qué?

—Todavía no has escuchado lo mejor. La primera anomalía fue la indulgencia de las condiciones de la capitulación. Los defensores pidieron una tregua de dos semanas para considerar dichas condiciones, condiciones que, si eran aceptadas, permitían que la guarnición al completo se marchara de Montségur sana y salva, y esa es la segunda anomalía: no es lógico pensar que necesitaran más de dos minutos para considerar sus opciones, y no las dos semanas concedidas. Bueno, pues sorprendentemente, los cruzados aceptaron dicha tregua. —Ángela se quedó callada un momento.

—Y aquí es donde empieza lo realmente peculiar. Cuando la tregua finalizó, el día 15 de marzo, no solo todos los parfaits rechazaron rotundamente las condiciones de la capitulación, sino que al menos veinte de los defensores que no eran cátaros aceptaron la máxima promesa cátara (la consolamentum perfecti) condenándose así a una muerte segura y horriblemente dolorosa.

—¿Y eligieron morir, cuando podían haber salido impunes?

—Exactamente. Durante el amanecer del 16 de marzo de 1244, más de doscientos parfaits fueron sacados de la fortaleza y escoltados hasta los pies de la montaña, donde fueron empujados hacia el interior de un recinto cerrado lleno de madera que habían construido a toda prisa, y quemados vivos. Ninguno de ellos se retractó de su herejía, a pesar de contar con todas las oportunidades para hacerlo.

Durante un momento Bronson permaneció en silencio.

—Eso sí que no tiene ningún sentido. ¿Por qué rechazaron las condiciones de la capitulación después de pedir dos semanas para considerarlas? Y, sobre todo, ¿por qué los cátaros y, por lo que dices, los veinte soldados que no eran cátaros, decidieron que la mejor opción era morir gritando entre las llamas, en lugar de marcharse de allí?

—Esa es la parte más interesante. Merece la pena observar que incluso cuando estaban encadenados a la hoguera, contaban siempre con una última oportunidad para retractarse.

—Y si lo hacían podían marchar libremente, ¿no? —preguntó Bronson.

—No, no a esas alturas. Pero como he mencionado antes, eran asesinados con el garrote como un acto de misericordia, en lugar de ser quemados vivos. Así que, ¿qué hacía que los cátaros estuvieran tan seguros de su fe como para estar dispuestos a perecer de la forma más dolorosa posible en lugar de repudiarla?

Bronson se frotó la barbilla.

—Debían tener un motivo muy poderoso.

—Existe una historia recurrente, de la que he encontrado referencias en Internet y en los libros, que sugiere que existía una razón clara que explica el retraso de la decisión de los cátaros para aceptar o rechazar las condiciones de la capitulación, y también su voluntad de perecer en la hoguera. Estaban protegiendo su tesoro.

Bronson miró a Ángela para ver si estaba bromeando, pero la expresión de su rostro era completamente seria.

—¿Tesoro? Pero, ¿de qué forma podía servir la muerte entre llamas de doscientos cátaros para proteger dicho tesoro?

—Creo, y en realidad esto es una conjetura, que los cátaros estaban preparados para sacrificarse a modo de distracción. Pensaban que una vez que murieran entre las llamas, los cruzados descuidarían la vigilancia de Montségur, lo que permitiría a algunos de ellos escapar con las posesiones más valiosas.

»Pero no creo que estemos hablando de un tesoro normal, ni oro, ni joyas, ni nada de eso, creo que su tesoro era una especie de reliquia religiosa, un objeto de procedencia innegable que sin lugar a dudas demostraba la veracidad de la fe cátara. Eso podría ser razón suficiente, no solo para que los miembros del comité de la orden aceptaran morir a manos de los cruzados, sino también para que se unieran a ellos los veinte soldados que no eran cátaros.

—Entonces el tesoro no era en realidad un tesoro en el sentido estricto de la palabra, ¿no? —agregó Bronson—. Probablemente no tuviera ningún valor intrínseco, igual se trataba de un pergamino o algo así, pero de incalculable valor por lo que demostraba, ¿no es así?

—Exactamente.

—Pero, ¿qué podría ser?

—Eso es imposible saberlo con seguridad, pero podemos deducir ciertas cosas acerca de ello a partir de lo que ya sabemos. Si las fuentes que he consultado no se equivocan, en algún momento durante la última noche en Montségur, mientras las llamas de la descomunal pira situada a los pies de la montaña se extinguían y tornaban a un rojo pálido, los últimos cuatro parfaits lograron escapar. Se habían escondido en la fortaleza junto a la guarnición, y optaron por una ruta extremadamente peligrosa, pero prácticamente imperceptible, y con cuerdas descendieron la escarpada pared oeste de la montaña.

»Se arriesgaron porque transportaban el tesoro de los cátaros. Llegaron al pie de la montaña y desparecieron en la noche y de los anales de la historia. Nadie sabe qué llevaban, adonde fueron, ni que les ocurrió.

»Si hay algo de verdad en esa historia, entonces merece la pena mencionar dos aspectos. En primer lugar, contuviese lo que contuviese el «tesoro», debía ser bastante pequeño y no demasiado pesado, porque de no ser así los cuatro hombres no hubieran podido transportarlo durante su arriesgado descenso. En segundo lugar, tenía que tratarse de un objeto físico, y no de simple conocimiento, porque los cuatro parfaits podrían haberse disfrazado de soldados o esclavos y abandonar la fortaleza con los alzados en armas al día siguiente.

»Bueno, esto son solo conjeturas, que no están respaldadas por la más mínima prueba verificable, aunque proporcionan una explicación plausible para lo que ocurrió cuando concluyó el asedio de Montségur. Pero lo que ocurrió después en las montañas se encuentra recogido en documentos históricos.

»Una vez que la fortaleza quedó desierta, los cruzados, siguiendo las órdenes específicas del papa, la destrozaron en busca de algún objeto, algún «tesoro». Pero buscaran lo que buscaran, está claro que no lo encontraron, porque desmantelaron el castillo, prácticamente piedra a piedra. No es sabido por muchos, pero la ciudadela que se encuentra actualmente en Montségur fue en realidad erigida a principios del siglo XVII, y en el lugar no se ha conservado parte alguna del castillo cátaro original.

»Durante los siguientes cincuenta años, Roma ordenó eliminar del paisaje toda huella de la herejía cátara, así como ejecutar a todo parfait al que le pudieran poner las manos encima, los cruzados continuaron su búsqueda del tesoro escondido en Montségur, pero no lograron encontrarlo. Finalmente, el recuerdo del «tesoro de los cátaros» pasó a formar parte de la leyenda. Y esa es la historia de Montségur como lo conocemos ahora: una mezcla de hechos históricos, rumores y conjeturas.

—Pero, ¿qué demonios tiene eso que ver con una antigua casa de labranza con seiscientos años de antigüedad situada en la ladera de una colina de Italia? —preguntó Bronson, moviendo el brazo para mostrar su frustración.

—Está todo en la inscripción —explicó Ángela—. El primer poema del verso en occitano se puede interpretar como una referencia específica al final del asedio.

Leyó la traducción de Goldman del verso que tenía en su cuaderno:

De la segura montaña la verdad descendió abandonada por todos salvo ¡os bondadosos las llamas purificadoras acallan solo carne y los espíritus puros vuelan alto por encima de la pira la verdad como las piedras siempre perdurará.

»El segundo renglón podría describir la capitulación de la guarnición de Montségur, y el tercero y el cuarto la ejecución en masa, cuando los cátaros fueron quemados vivos. Pero creo que las expresiones «la verdad descendió» y «la verdad como las piedras siempre perdurará» hacen referencia a la huida de los cuatro parfaits que permanecieron con vida, llevándose con ellos algún documento o reliquia en la que se basaba el núcleo de su fe (su «verdad» indiscutible). Fuera lo que fuera el objeto, tenía implicaciones tan persuasivas que los cátaros preferían morir en la hoguera que renunciar a sus creencias.

—¿Y el segundo verso? —preguntó Bronson.

—Resulta igual de interesante, y una vez más algunos de sus renglones parecen hacer referencia a los cátaros.

Y Ángela volvió a leer el verso en voz alta:

Aquí roble y olmo divisan la huella sea arriba como abajo la palabra alcanza la perfección dentro del cáliz todo es la nada y resulta atroz de contemplar.

»La expresión del segundo renglón era utilizada comúnmente por los cátaros, y la «palabra» que aparece en el tercero podría corresponder a la «verdad» que guiaba las creencias de los parfaits. El primer renglón no tiene nada que ver con los cátaros, pero creo que la referencia a los dos tipos de árboles indica un lugar escondido.

—¿Qué hay del último par de renglones? ¿Qué piensas del cáliz?

—Supongo, y aunque llevo todo el rato haciendo suposiciones esta es una suposición en toda regla, que se referían a que el objeto estaba escondido en una especie de vasija (un cáliz) y que era peligroso.

Bronson comenzó a reducir la velocidad. Se acercaba a Vierzon, donde la autopista se dividía, y giró hacia el sudeste en dirección a Clermont-Ferrand.

—Entonces, ¿estás insinuando —dijo Bronson— que los cátaros disponían de alguna reliquia, algo que confirmaba sus creencias, y que con bastante probabilidad era considerado peligroso por otras religiones, y que el papa inició una cruzada para recuperarla y destruirla?

—Exactamente. La Cruzada Albigense fue provocada por el papa Inocencio III en 1209, uno de los papas que menos honor hacía a su nombre.

—Vale. ¿Crees entonces que el papa conocía la existencia de la reliquia y creía que estaba oculta en algún lugar de Montségur?, ¿y que por eso aplicó un trato diferente a los cátaros y a la guarnición allí presentes?, ¿y que también por eso, después de la masacre, sus cruzados demolieron la fortaleza?

—Sí, y si mi interpretación de los versos es la correcta, ¡creo que cabe la posibilidad de que encontremos el tesoro de los cátaros en la casa de Mark en Italia!

II

De vuelta en el hotel, que se encontraba situado junto a Gatwick, Mandino y Rogan habían invertido varias horas con sus portátiles en analizar las cadenas de búsqueda que el sistema de intercepción había recuperado de los cibercafés de Cambridge.

Parecían haber agotado todas las opciones. Habían estado esperando frente al edificio de Ángela Lewis, pero las luces de su apartamento habían permanecido apagadas, y tampoco había contestado al teléfono ni al timbre de la puerta. La casa de Bronson estaba, como era evidente, desierta, y Mandino entonces cayó en la cuenta de que ambos habían desaparecido, y que el sistema de intercepción era todo lo que les quedaba.

BOOK: El primer apóstol
11.83Mb size Format: txt, pdf, ePub
ads

Other books

Sea of Fire by Carol Caldwell
Raistlin, mago guerrero by Margaret Weis
Travesuras de la niña mala by Mario Vargas Llosa
Trapped by Laurie Halse Anderson
Mary Connealy by Montana Marriages Trilogy
Back to You by Bates, Natalie-Nicole
Commando by Lindsay McKenna
Secret Light by Z. A. Maxfield