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Authors: James Becker

Tags: #Thriller, Religión, Historia

El primer apóstol (19 page)

BOOK: El primer apóstol
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Salió del coche, se dirigió al teléfono público, comprobó que seguía llevando los guantes, levantó el auricular y marcó el 999. La llamada fue atendida en cuestión de segundos.

—Emergencias. ¿Qué servicio necesita?

—La policía —contestó Mandino, hablando rápido, con la esperanza de que su tono de voz pareciese de pánico.

—Ha tenido lugar una horrible pelea —dijo cuando el oficial se puso al teléfono. Le dio la dirección del apartamento de Mark, y colgó en cuanto el oficial empezó a pedirle datos personales.

—Sube por la carretera. Hay una calle lateral que no está lejos del bloque de apartamentos. Toma ese giro.

Rogan aparcó el coche donde Mandino le indicó, de frente a la calle principal. El edificio de Mark solo se veía desde el lado opuesto.

—¿Ahora qué? —preguntó Rogan.

—Ahora a esperar —le dijo Mandino.

Veinte minutos más tarde oyeron el inconfundible ruido de una sirena, y vieron pasar a toda velocidad por el final de la carretera un coche de policía que avanzaba con las ruedas chirriando y se detenía frente al bloque de apartamentos. Dos oficiales se dirigieron corriendo al edificio.

—¿Podemos irnos ya? —preguntó Rogan.

—Todavía no —contestó Mandino.

Transcurridos aproximadamente quince minutos, llegaron más coches de policía, que con aullidos de las sirenas, avanzaban a toda velocidad por la calle. Mandino asintió con satisfacción. Hasta el momento, no había encontrado a Bronson, pero no tenía la más mínima duda de que los cuerpos de policía británicos lo localizarían de inmediato, ya que tendrían pruebas suficientes para detenerlo como sospechoso del asesinato de Mark Hampton.

Enfrentado a la posibilidad de un cargo por asesinato, descifrar una inscripción occitana sería lo último en lo que pensaría Bronson. La organización de Mandino tenía muy buenos contactos en la Policía Metropolitana, y estaba seguro de que podría averiguar dónde retenían a Bronson, y lo más importante, cuándo y dónde lo iban a soltar.

III

Bronson abrió con llave la puerta principal de su casa y entró. Había tomado uno de los trenes rápidos que salían de Charing Cross, y había llegado a casa bastante antes de lo que esperaba. Entró en la cocina y encendió la tetera; luego se sentó en la mesa para examinar de nuevo la traducción de la inscripción, pero seguía sin encontrarle sentido alguno.

Miró el reloj y decidió llamar a Mark. Quería enseñarle la traducción, y proponerle que quedaran para cenar. Sabía que su amigo se encontraba en un estado emocional muy delicado. Se sentiría más tranquilo si Mark no se quedaba solo su primera noche de vuelta en Gran Bretaña inmediatamente después del funeral de su esposa.

Bronson cogió el teléfono fijo y marcó el número del móvil de Mark, pero estaba desconectado, así que lo llamó al apartamento. Descolgaron después de unos seis tonos.

—¿Sí?

—¿Mark?

—¿Quién llama, por favor?

Inmediatamente, Bronson imaginó que algo iba mal.

—¿Quién es? —preguntó la voz de nuevo.

—Soy un amigo de Mark Hampton, y me gustaría hablar con él.

—Me temo que eso no será posible, señor. Ha habido un accidente.

El desconocido «señor» de inmediato dejó claro que era un oficial de policía.

—Mi nombre es Chris Bronson, y soy oficial de policía en el cuerpo de Kent. Dígame qué demonios ha ocurrido, ¿de acuerdo?

—¿Ha dicho «Bronson», señor?

—Sí.

—Un momento.

Tras un silencio, cogió el teléfono otro hombre.

—Siento tener que comunicarle que el señor Hampton ha muerto, oficial.

—¿Muerto? No puede ser. He estado con él hace solo unas horas.

—No puedo hablar de las circunstancias por teléfono, pero su muerte nos parece sospechosa. Ha dicho que era un amigo del fallecido. ¿Estaría dispuesto a venir a Ilford a colaborar con nosotros? Hay varios asuntos en los que creemos que nos podría servir de ayuda.

Bronson había sufrido un duro golpe, pero aún podía pensar con claridad. No se trataba de un procedimiento habitual pedir a un oficial de otro cuerpo que acudiera a la escena de una muerte sospechosa.

—¿Por qué? —preguntó.

—Estamos intentando averiguar los últimos movimientos del fallecido, y esperamos que pueda ayudarnos. Sabemos que conocía al señor Hampton, porque hemos encontrado su Filofax aquí en su apartamento, y las últimas entradas indican que volvió de Italia con él. Sé que no se trata de un procedimiento rutinario habitual, pero podría servirnos de gran ayuda.

—Sí, por supuesto, iré. Tengo un par de cosas que hacer aquí, pero llegaré dentro de aproximadamente hora y media, digamos dos horas como máximo.

—Gracias, oficial Bronson. Se lo agradezco muchísimo.

En el momento en que Bronson colgó el teléfono, marcó otro número. Estuvo sonando mucho tiempo hasta que lo cogieron.

—¿Qué quieres, Chris? Creí que te había dicho que no me llamaras.

—Ángela, no cuelgues. Escucha, por favor. Por favor, no hagas preguntas, solo escucha. Mark ha muerto, y es probable que lo hayan asesinado.

—¿Mark? Ay, Dios mío. ¿Cómo ha...?

—Ángela. Por favor, escucha y haz lo que te diga. Sé que estás enfadada y que no quieres tener nada que ver conmigo, pero tu vida corre peligro, tienes que salir de tu apartamento ahora mismo. Te explicaré por qué cuando te vea. Coge lo mínimo posible, lo suficiente para tres o cuatro días, pero no olvides traer el pasaporte y el carné de conducir, y luego sal, y espérame en esa cafetería de Shepherd's Bush en la que solíamos encontrarnos. No digas el nombre, puede que el teléfono esté pinchado.

—Sí, pero...

—Por favor, te lo explicaré todo cuando te vea. Por favor, confía en mí y haz lo que te pido. ¿De acuerdo? Ah, y mantén tu móvil encendido.

—Yo... todavía no puedo creerlo. Pobre Mark. Pero, ¿quién crees que lo ha asesinado?

—Ni me imagino quién puede haber sido, pero la policía tiene en mente a un sospechoso completamente diferente.

—¿Quién?

—Yo.

CAPÍTULO 14
I

A pesar de que estaba acostumbrado al tráfico de Roma, a Mandino le seguía sorprendiendo la cantidad de coches que circulaban por las calles de Londres. Y con el ritmo de tortuga al que avanzaba el tráfico y los atascos causados por las obras, el semáforo no hacía otra cosa que ponerse en rojo una y otra vez.

La distancia entre el apartamento en Ilford y el piso de Ángela Lewis en Ealing era solo de unos veinticinco kilómetros, aproximadamente quince minutos en coche si la carretera estaba despejada, y sin embargo ya llevaban más de una hora. Rogan avanzaba lentamente por la calle Clerkenwell Road, quejándose en voz baja del tráfico, y del navegador satélite, por haberles llevado por ese camino.

—Estamos llegando a la calle Gray's Inn Road —dijo Mandino, mientras consultaba un callejero de Londres en formato grande que había comprado en un quiosco quince minutos antes, mientras permanecían parados más tiempo del habitual—. Cuando lleguemos al cruce, ignora lo que diga ese trasto electrónico y gira a la derecha, si está permitido.

—¿A la derecha?

—Sí. Eso nos llevará a King's Cross, y si giramos a la izquierda desde allí, llegaremos a la calle Euston Road, que nos conducirá hacia la autopista en línea recta. Es un camino un poco más largo, pero tiene que ser más rápido que quedarnos aquí. —Mandino señaló el prácticamente inmóvil tráfico que tenían alrededor.

Solo diez minutos más tarde, Rogan puso el Ford a ochenta kilómetros en la A40.

—Si no encontramos otro atasco —dijo Mandino, calculando las distancias en el mapa—, deberíamos llegar al edificio de la señora Lewis en menos de veinte minutos.

En su piso al norte de Ealing, Ángela colgó el teléfono y se quedó de pie en el salón durante algunos segundos, irresoluta. La llamada de Chris la había asustado, pero durante un momento se preguntó si debía ignorar lo que le había pedido que hiciera, cerrar las puertas con cerrojo y quedarse en el interior del piso.

Chris tenía razón, ella seguía enfadada con él, porque pensaba que la ruptura de su matrimonio había sido por culpa de Chris, debido completamente al hecho de él que siempre había estado enamorado de la esposa de su mejor amigo. Él no había hablado nunca acerca de sus sentimientos hacia Jackie, pues la verdad es que a Chris nunca le había gustado hablar de sus sentimientos en general, pero bastaba con observar su reacción cuando Jackie aparecía, se le iluminaba el rostro. La triste realidad era que en su matrimonio con Chris siempre había habido tres personas.

¡Y ahora Mark estaba muerto! Esta impactante noticia, habiendo pasado tan poco tiempo desde el fatal accidente de Jackie en Italia, resultaba prácticamente increíble. En solo unos días, dos personas que conocía desde hacía años habían muerto.

Ángela sintió como los ojos se le llenaban de lágrimas, entonces agitó la cabeza con gesto de enfado. No iba a quedarse hecha una ruina y sabía lo que tenía que hacer. Chris tenía muchos defectos de los que ella podía hablar, de hecho habló de ellos largo y tendido durante su breve matrimonio, pero nunca había sido dado a la paranoia. Si había dicho que su vida corría peligro, estaba totalmente dispuesta a creerlo.

Se dirigió con decisión al dormitorio, sacó su bolsa de viaje preferida de debajo de la cama (una imitación de Gucci que había comprado en un mercado de una calle de París hacía algunos años) y metió ropa y maquillaje. Cogió otra bolsa de menor tamaño y metió una selección de sus zapatos favoritos, comprobó que llevaba el móvil en su bolso, desenchufó el cargador del enchufe situado junto a la cama y lo metió también en la bolsa de viaje, y luego eligió un abrigo de su armario ropero.

Ángela comprobó por última vez que lo tenía todo, cogió las bolsas, cerró la puerta con llave y bajó los dos pisos de escaleras que conducían a la calle.

Solo había recorrido cien metros de la calle Castlebar cuando encontró un taxi negro libre en dirección norte. Agitó la mano y silbó, y el taxista cambió de sentido y detuvo el vehículo junto a ella.

—¿Adonde vamos, guapa? —preguntó.

—A Shepherd's Bush. A la vuelta de la esquina del teatro Bush, por favor.

Mientras el taxi aceleraba por la calle Castlebar en dirección a la Uxbridge Road, un coche Ford tomó la curva en dirección a la calle Argyle desde la avenida Western, y se detuvo en el exterior del bloque de apartamentos de Ángela Lewis.

II

Bronson colgó el teléfono, subió corriendo a la planta de arriba, sacó una bolsa de viaje, cogió ropa limpia del armario y de la cómoda y la metió en la bolsa. Se aseguró de dejar un objeto en particular en la mesilla y volvió a bajar las escaleras.

La funda de su ordenador estaba en el salón; la cogió, comprobó que llevaba la tarjeta de memoria en el bolsillo de la chaqueta, cogió la traducción de Jeremy Goldman de la inscripción de la mesa de la cocina y se la metió en el bolsillo. Por último, abrió un cajón cerrado con llave del escritorio del salón y cogió todo el dinero en metálico, además de la Browning que había encontrado en Italia, y metió la pistola en la funda del ordenador, por si acaso.

Durante el tiempo que tardó en hacer esto, no dejó de mirar por las ventanas de la casa, por si aparecían los asesinos de Mark o la policía. La Policía Metropolitana sabía que era un oficial del cuerpo de policía de Kent, y con unas simples llamadas averiguarían su dirección. No tenía ni idea de si el haber aceptado acudir al apartamento de Ilford habría servido para disipar sus sospechas, pero no estaba dispuesto a arriesgarse.

Transcurridos menos de cuatro minutos, llamó por teléfono a Ángela, cerró la puerta principal y recorrió la acera a buen paso en dirección a su Mini. Introdujo las bolsas en el maletero y se alejó hacia Londres, en dirección al norte.

A unos doscientos metros de su casa, oyó el ruido de unas sirenas que se aproximaban en sentido contrario, y tomó la siguiente curva a la izquierda. Bajó la carretera, tomó otro giro a la izquierda al final, y otra curva a la izquierda, de forma que su coche quedó mirando hacia la carretera principal. Mientras observaba, dos coches de policía pasaban a toda velocidad por el cruce que tenía enfrente, e imaginó que había logrado salir de la casa por los pelos.

Una hora después, Bronson aparcó el coche en una calle próxima a Shepherd's Bush y recorrió la corta distancia que había hasta la cafetería. Ángela estaba sentada sola en una mesa del fondo, bien alejada de las ventanas.

Mientras Bronson avanzaba por entre las mesas en dirección a su ex mujer, sintió un enorme alivio al comprobar que se encontraba a salvo, mezclado con el temor ante sus posibles sentimientos. Y, como siempre que la veía, quedó impresionado por su aspecto. Ángela no era una belleza en el sentido literal de la palabra, pero su pelo rubio, sus ojos color avellana y sus labios a lo Michelle Pfeiffer le otorgaban un aspecto innegablemente atractivo.

Cuando se quitó el pelo de la cara y se levantó para saludarlo, atrajo las miradas del puñado de hombres que se encontraban en la cafetería.

—¿Qué demonios está pasando? —preguntó Ángela—, ¿Es verdad que Mark ha muerto?

—Sí. —Bronson sintió una dolorosa puñalada, pero la ignoró sin decir nada. No podía perder el control, por el bien de ambos.

Pidió un café y otro té para Ángela. Sabía que tenía que comer algo, pero pensar en comida le producía nauseas.

—Llamé al apartamento de Mark —dijo—, y un hombre contestó el teléfono. No se identificó, pero me pareció que era un oficial de policía.

—¿Cómo suena la voz de un policía? —preguntó Ángela—. Bueno, supongo que lo sabes.

Bronson se encogió de hombros.

—Se trata de la forma en que nos hacen utilizar el «señor» y «señora» cuando hablamos con el público en general. Prácticamente nadie más utiliza ese tipo de tratamiento hoy en día, ni siquiera los camareros. Bueno, cuando le dije mi nombre, me informó de que Mark había muerto y que consideraban la muerte como sospechosa. Luego otro tipo, sin duda miembro de la policía (y probablemente un comisario) me preguntó si podía acudir a Ilford a fin de poder explicar algunos asuntos.

Bronson se cubrió la cabeza con las manos.

—Aún no puedo creer que esté muerto. Hoy mismo he estado con él, pero nunca debí permitir que se quedara solo.

Ángela intentó cogerle la mano por encima de la mesa.

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