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Authors: Angela Sommer-Bodenburg

Tags: #Infantil

El pequeño vampiro en la granja (9 page)

BOOK: El pequeño vampiro en la granja
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—Buenas noches, Anton —dijo sonriendo.

—Hola, Anna —contestó poniéndose colorado.

—Tenía que verte como fuera —dijo ella poniéndose colorada también.

—¿A… a mí?

No se le ocurrió una respuesta mejor.

—¿Crees acaso que me echaba de menos a
mi
? —graznó el vampiro desde su ataúd.

—Me he traído una cosa —dijo Anna sacando un libro rojo de debajo de su capa de vampiro—. ¡Mi álbum de poesías!

Llena de orgullo se lo enseñó.

—¡Tú vas a ser el primer ser humano que escriba en él!

—Ya hay también dentro una poesía mía —anunció el vampiro—. ¿Quieres oírla?

Y sin esperar la respuesta exclamó con voz enfática:

Sangre dentro, bien me encuentro. Si es champán, me va mal.

Anna le miró de soslayo y dijo con agudeza:

—Yo en tu lugar no presumiría tanto de ello.

—¿Por qué? —exclamó el vampiro con ojos centelleantes.

—Porque no es una poesía correcta. ¡«Champán» no rima bien con «mal»!

—¿Y qué? —gruñó el vampiro—. ¡Para eso riman «dentro» y «encuentro»!

—En una poesía correcta tienen que rimar bien todos los versos —repuso Anna.

El pequeño vampiro se encogió de hombros.

—Entonces cambiaré la poesía:

Sangre dentro, bien me encuentro. Si es champán, me va man.

—¡Bah! —dijo desdeñosa Anna—. ¡Eso no es buen castellano!

El pequeño vampiro contrajo la boca ofendido y se calló.

—¿Me escribes algo? —le dijo Anna a Anton mirándole suplicantemente.

Pero Anton no dio ninguna respuesta. Se había quedado de repente pálido como la tiza.

—¿Te pasa algo? —preguntó ella.

—Fuera hay alguien —dijo con voz temblorosa.

El pequeño vampiro, asustado, se levantó precipitadamente.

—¿Fuera delante de la pocilga?

—Sí. Y también sé quién es: ¡el señor Stöbermann! Ha venido a propósito esta noche para averiguar quién se bebe los huevos del gallinero.

—¿Y por qué no lo has dicho hasta ahora? —gritó el vampiro.

—Porque… —empezó Anton, pero se cortó.

¿Debía admitir que Anna le había dejado confundido por completo? ¿Que se había olvidado de todo lo demás cuando ella le miraba de aquella manera con sus grandes ojos?

Pero el vampiro no parecía esperar ninguna respuesta. Saltó del ataúd y le gritó a su hermana:

—¡Tenemos que huir!

—Tampoco llegaríais muy lejos —repuso sombrío Anton—. ¡El señor Stöbermann tiene un perro, una bestia, tan grande como un ternero!

—¡Entonces tenemos que atrancar la puerta! —gritó el vampiro tirando violentamente de la gran caja que había junto a su ataúd—. ¡Ayudadme!

Anna no se movió. Tranquilamente dijo:

—Tengo una idea mucho mejor…, en caso de que Anton colabore —añadió con una efusiva mirada a Anton.

—¿Qué idea? —preguntó receloso Anton.

—¡Ahora sales fuera y hablas con el tal señor Stöbermann!

—¿Yo? —exclamó Anton—. ¡Pero yo…

«…Tengo miedo de él!», iba a protestar. Pero luego se lo pensó mejor, pues no quería ponerse en ridículo.

—¿Y sobre qué voy a hablar con él? —dijo en lugar de eso con precaución.

—¡Da igual! ¡Sólo tienes que llevarle fuera de aquí!

Anton titubeó. La idea no era mala… y, probablemente, para los vampiros era la única posibilidad de huir. Y a pesar de ello…

—Siempre tengo que hacer yo todo —murmuró.

Anna sonrió dulcemente.

—¡Para eso eres un ser humano! Y vosotros, los seres humanos, lo tenéis casi todo mucho más fácil que nosotros.

—¡Eso sí que es verdad! —corroboró el pequeño vampiro.

Anton suspiró…, resignado a su suerte.

—Está bien —dijo—, iré.

El gran desconocido

Apenas había cerrado la puerta de la pocilga vino directamente hacia él una cosa negra.., que se quedó sentada a un par de pasos de él después de una voz. ¡Era el perro del señor Stobermann!

Anton no se atrevió a moverse. ¡Tenía la sensación de que la bestia iba a destrozarle en cuanto él moviera un solo dedo!

Cuando apareció el señor Stöbermann hasta sintió alivio.

—Es… estaba buscando una cosa —murmuró Anton.

—¿El qué?

—Una…, ejem…, una hoja con un número de teléfono.

—¿La has perdido precisamente aquí?

—Sí, aquí por alguna parte. .

—¡En el cobertizo de ahí detrás ya has mirado también!

El señor Stobermann señaló la vieja pocilga.

—Es que he oído cómo andabas por allí dentro.

Anton intentó permanecer completamente tranquilo.

—Es cierto —dijo—. Pero allí tampoco estaba la hoja.

—¿Has visto algo sospechoso en el cobertizo?

—¿Algo sospechoso? ¡No, nada en absoluto! —aseguró Anton.

El señor Stobermann miró indeciso hacia la pocilga.

—En este momento iba a mirar qué pasa en el cobertizo —aclaró—. Pero si dices que no has notado nada sospechoso… Allí seguro que no hay más que trastos, ¿no es así?

—¡Sí! ¡Sólo trastos!

—Entonces puedo ahorrarme el viaje.

—¡Eso creo yo! —confirmó Anton teniendo que reprimir la risa.

—Dime. ¿Sabes tú quién es el que se bebe aquí los huevos?

De repente la voz del señor Stobermann sonó confidencial, casi amistosa. ¡Al parecer Anton había logrado ganarse su confianza!

—Puedo imaginarme quién lo hace —dijo Anton.

—¿Sí? ¿Quién?

—Un hombre que llevaba un abrigo negro.

El señor Stobermann escuchó con atención.

—¿Un hombre que llevaba un abrigo negro? ¿El abrigo era muy largo y muy ancho?

Anton intuyó adonde quería ir a parar y disfrutó poniéndoselo delante de la nariz.

—Sí, llegaba hasta el suelo. Tampoco era un auténtico abrigo, sino más bien una capa.

—¿De veras?

El señor Stobermann silbó entre dientes en voz baja.

—¿Y qué aspecto tenía el hombre? :

—Estaba muy pálido y tenía el pelo largo y despeinado.

—¿Olía a moho?

Ahora el señor Stobermann estaba realmente excitado.

—Casi tuve que taparme la nariz —contestó Anton.

—¡Bueno! —dijo el señor Stobermann—. ¿Y dónde has visto a ese hombre?

—En el pajar. Observé por casualidad cómo desaparecía entre las pacas de paja.

Tuvo que contenerse para no echarse a reír: ¡Al parecer el señor Stobermann le creía palabra por palabra!

—¿Y a qué hora del día le has visto?

—Por la noche.

Aquélla era, naturalmente, la única respuesta correcta… ¡si quería hacer creer al señor Stöbermann que lo que él había visto era un vampiro!

—¿Puedes enseñarme el lugar por donde desapareció? —preguntó el señor Stöbermann con excitación mal reprimida.

—¡Naturalmente!

Antes de avanzar Anton volvió la vista otra vez hacia la vieja pocilga.

«¡Si no me tuvieran a mí!», pensó.

Poesía para vampiros

El señor Stöbermann, naturalmente, no encontró ningún hombre en el pajar. Su perro sólo rastreó un par de gatos pequeños que estaban en una caja de cartón maullando quejumbrosos.

Anton estaba ahora en la cama pensando placenteramente en ello cuando alguien llamó suavemente a la ventana.

Corrió hacia la ventana y apartó las cortinas.

¡Fuera estaba Anna!

Abrió asustado la ventana.

—¡No puedes quedarte aquí! —exclamó—. ¡Mi madre va a venir en seguida!

—Sólo quería traerte mi álbum de poesías —repuso ella sonriendo y dándole el libro rojo—. ¿Vas a escribir algo en él?

—Sí—dijo apocado.

Entonces llamaron a la puerta.

Inmediatamente después oyó la voz horrorizada de su madre:

—Anton. ¿Quieres coger una pulmonía?

—Yo…, tenía tanto calor… —balbució Anton metiendo el álbum de poesías en la cintura de su pantalón del pijama.

—¡Tienes calor porque tienes fiebre! —le reprochó su madre cerrando la ventana tan apresuradamente que no se dio cuenta de la pequeña sombra que se apretaba contra una esquina de la ventana.

—¿Te has puesto el termómetro?

—Sí —asintió Anton volviendo lentamente a la cama.

«¡Ojalá no se me caiga el libro de los pantalones!», pensó.

Afortunadamente su madre estaba ocupada con el termómetro.

—¡38,1! —exclamó.

Anton había llegado a su cama y se dejó hundir en el blando colchón.

—¿Eso es mucho? —dijo fingiendo ignorancia.

—Mañana tendrás que quedarte en la cama —declaró ella—. Y ahora apagas la luz y te duermes.

—Sí, mamá —dijo apretando el interruptor de la luz.

—¡Pero no cuando todavía estoy en la habitación! —dijo furiosa tanteando en la oscuridad en dirección a la puerta.

—¿Entonces puedo volver a encender? —preguntó riéndose burlonamente.

Ella, sin decir una palabra, salió dando un portazo.

Anton esperó hasta que hubiera bajado la escalera. Luego encendió la luz y saco el álbum de poesías. Tenía un forro de tercio pelo rojo que ya estaba bastante gastado en algunos sitios. De la tela salía un olor a moho que le recordó a Anna…

Volvió a echarse en la cama y abrió la primera página lleno de expectación.

Allí ponía, con una redonda letra infantil: ÁLBUM DE POESÍAS DE ANNA VON SCHLOTTERSTEIN, y más abajo:

Al que escriba en este libro le ruego que sea limpio.

Aquel ruego, al parecer, no había servido de mucho, pues ya en la segunda página había un montón de manchas de tinta:

Ay, qué hermosa que es la vida cuando a sangre nos convida. Esto te lo escribe con consideración tu hermano Lumpi.

Anton siguió hojeando:

Si fortuna tener quieres,

búscala entre los demás,

pues la sangre que te dan

al propio corazón viene.

Como recuerdo de tu tía Dorothee.

Anton sintió un estremecimiento agradable. ¡Era divertido leer las sanguinarias sentencias y saber al mismo tiempo que los vampiros que las habían escrito revoloteaban en la noche sin que a él pudieran hacerle nada!

Siguió leyendo:

Instálate donde canten, que aquel que tiene canciones es que también tiene sangre. Este consejo te da tu abuela Sabine la Horrible.

Luego venía la poesía de Rüdiger, que ya conocía Anton, con la firma siguiente:

Como recuerdo de tu hermano Rüdiger el Atroz.

Anton nunca había oído nada antes de aquel sobrenombre y supuso que con él Rüdiger sólo había querido darse importancia…, al fin y al cabo casi todos los vampiros tenían un sobrenombre.

Como, por ejemplo, Wilhelm el Tétrico, cuya sentencia estaba en la página si-guiente:

Ten siempre sangre en los labios aunque truene o aunque nieve, o aunque el cielo con mil nubes de riñas la tierra llene. Como recuerdo de tu abuelo.

En la página siguiente lucía una gran mancha de sangre. Debajo ponía:

Cisne blanco en agua azul, querida Anna, vela tú que esté tu sangre tan pura cual tiene el cisne sus plumas. Esto te lo ha escrito tu tío Theodor.

Tío Theodor… ¡Aquél era el vampiro que había tacado un cuarteto encima de su ataúd y le había visto Geiermeier, el guardián del cementerio! Desde entonces su ataúd estaba vacío en la Cripta Schlotterstein…

¡A Anton, por eso, la mancha de sangre le pareció aún más terrorífica!

Rápidamente pasó la hoja:

Hablar es plata,

sangrar es oro.

Esto te lo ha escrito tu padre

Ludwig el Terrible.

«¡En el álbum de poesías que tengo en casa sólo hay sentencias aburridas, bien educadas o tontas!», pensó Anton lleno de envidia. «¡Entre ellas no hay ni una sola de la que pueda uno asustarse!»

Como la sentencia que había escrito Hildegard la Sedienta con una letra anticuada y llena de arabescos:

Con un diente de vampiro en tu cara

estarás feliz y sana.

Como recuerdo de tu madre.

Las páginas restantes estaban vacías a excepción de la pequeña palabra «Anton» que Anna había escrito arriba en la página siguiente.

¡Si supiera qué iba a escribir! ¡Pero todas las sentencias que se le ocurrían eran tan aburridas como las de su propio álbum de poesías!

Rosa, clavel, margarita; todas ellas se marchitan. Pero hay una que no…

Murmuró para sí esforzándose por encontrar una rima:

—¿«No me comas, por favor»? ¡No es demasiado gracioso!

—¿«No mueras de sed, por favor?» ¡Tampoco es mucho mejor!

—¡«No te desmayes, por favor»? ¡No, eso no pega!

Anton suspiró. ¡Iba a tener que trabajar duro para encontrar la sentencia apro-piada!

Del cajón de su mesilla de noche sacó un bloc y un lápiz.

Una casita de rosas, de claveles la puerta…

Escribió y volvió a tacharlo en seguida.

Escribió:

Sé como la violeta en el musgo, honesta, pura y humilde, no como el vampiro orgulloso, que sólo quiere que le admiren.

Eso sonaba mejor… ¿Pero no se sentirían ofendidos los vampiros? ¡Mejor no correr el riesgo!

Sé obediente, no hagas mal; haz siempre a tus padres caso; aprende a hablar y a callar, sólo en el sitio adecuado…

A Anton se le cerraron los ojos. Para él aquél era ahora el sitio adecuado para dormir después de haber guardado el álbum de poesías de Anna en la maleta.

El descubrimiento de Stöbermann

Cuando Anton se despertó la mañana siguiente había junto a su cama una bandeja con el desayuno. ¿Creería su madre que estaba tan enfermo como para no levantarse a desayunar?

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