Read El olor de la magia Online
Authors: Cliff McNish
Tags: #Aventuras, Fantástico, Infantil y juvenil
Unas cuantas niñas de la aldea habían llegado ya al río. Fola las saludó calurosamente mientras mojaba el jabón en el agua y empezaba a frotar la ropa.
Mientras ella trabajaba, Yemi estaba sentado en una especie de montículo. Jugó un rato con la tierra. Espantó unas cuantas moscas diminutas que revoloteaban alrededor de su cabeza rapada y se puso a observar a un halcón negruzco que volaba por los alrededores. Daba largos aleteos una y otra vez.
Fola se aseguró que no estaba demasiado cerca de la orilla del río, y volvió a su habitual chismorreo con el resto de las niñas. Tras un corto espacio de tiempo oyó detrás de sí una respiración entrecortada. Se volvió para encontrar a Yemi todavía sentado.
—¿Qué ha sido eso? —dijo ella—. ¿Qué increíble maravilla has descubierto esta vez?
Era una mosca, y había aterrizado en el antebrazo desnudo de Yemi.
La miró fijamente con un cierto temor, boquiabierto, mientras la mosca se arrastraba hacia su codo.
Entonces, sin siquiera un amistoso adiós, la mosca salió volando.
Yemi empezó a llorar. Se cubrió la carita con las manos y las lágrimas le corrieron por las mejillas.
—Oh, no seas tonto —dijo Fola. Dejó a un lado la falda que estaba escurriendo y lo cogió en brazos—. Solo es una mosca. ¡No puedes hacer que se quede, ya lo sabes!
Mientras Yemi continuaba sorbiéndose los mocos, ella rebuscó entre sus trastos y la ropa su libro especial. Era uno de esos libros con desplegables interiores llenos de ilustraciones de mariposas. Yemi olvidó la mosca de golpe, dejó de llorar y extendió las manos con entusiasmo. Fola se sentó con él durante unos cuantos minutos, ayudándole a pasar las páginas. El la detuvo, como siempre, en la página que contenía su mariposa preferida.
Era una mariposa llamada Manto de Duelo, o también Belleza de Camberwell. Según el libro las había de distintos colores. La ilustración mostraba una encantadora variedad de un color amarillo brillante, con pequeñas motas de luz marrón manchando sus alas.
—Quiero —dijo Yemi.
—¿La quieres? —preguntó Fola con expresión divertida.
Yemi besó la imagen de la Belleza de Camberwell con entusiasmo.
—No tenemos esa variedad en África —le informó ella—. Vive muy, muy lejos. Nunca veremos una por aquí.
Una expresión de profunda tristeza invadió el rostro de Yemi. Parecía tan infeliz que Fola dedicó mucho más tiempo del que debería a leer con él. Cuando volvió a lavar la ropa Yemi pasó las páginas hacia atrás en busca de la Belleza de Camberwell. La observó detenidamente y frunció el entrecejo.
Fola tardó una hora completa en acabar la colada, sacudió las sábanas y las tendió al calor del sol naciente. Cuando la última sábana estaba casi seca, se acercó a Yemi. Él estaba sentado allí al lado, leyendo aún el libro.
Y tenía una nueva compañía: una mariposa amarilla.
Estaba en el antebrazo de Yemi, precisamente donde una hora antes había estado la mosca.
Fola parpadeó. No había duda, era una Belleza de Camberwell.
Yemi sonrió de oreja a oreja. Sopló sobre su brazo y la mariposa empezó a abanicarle. El niño arrugó la nariz y la mariposa se posó en su punta. Después, lentamente, como una bailarina, giró sobre sus largas y delgadas patas negras hasta quedarse frente a Fola, e hizo una reverencia.
Ella dejó caer la colada.
Se sentó en el suelo, aturdida, y se dio cuenta de que a su alrededor había más movimiento. Muchas Bellezas de Camberwell llegaban revoloteando por el cielo desde el norte y se posaban en la hierba y en el suelo alrededor de Yemi. Cuando Fola volvió a mirar, todas ellas se amontonaban sobre el hombro derecho de su hermano. Trepando unas encima de las otras formaron claramente una pirámide. Yemi hojeaba su libro de ilustraciones. Los rayos del sol de la mañana se reflejaban sobre las páginas, dificultando su lectura. Yemi bizqueó, y después sonrió, miró a sus mariposas e inmediatamente sus delicadas alas se abrieron, inundando las páginas de una sombra amarilla.
Las brujas de Heebra estaban hambrientas cuando llegaron a la Tierra. El viaje había sido mucho más largo de lo que esperaban. Exhaustas, sus famélicas serpientes-alma se resecaban contra sus pechos; la avanzadilla solo pudo soportar el tramo final porque fueron guiadas por ellas.
Llegar hasta allí, por fin, era el gran premio: el planeta hogar de Raquel.
A pesar de sus ansias de comida, Heebra contuvo a sus brujas; necesitaba asegurarse de que no había un solo mago. Con cautela, dio una vuelta a la órbita planetaria acompañada de dos de sus brujas exploradoras. El hedor inconfundible de Larpskendya estaba por doquier; pero su olor era viejo, y estaba segura de que no había más magos.
Excelente. Eso significaba que las feroces gridas estaban distrayéndolos bien en algún lugar lejano.
Chillando, las brujas se zambulleron en la mitad del mundo iluminada por el sol. Unos cuantos satélites de defensa se pusieron en marcha, registrando su presencia. Heebra interceptó con facilidad aquellos primitivos mensajes electrónicos y, sin haber sido detectadas, las brujas cruzaron rápidamente la termosfera. Durante un momento su capa caliente las frenó; entonces ajustaron la forma de su cuerpo para que el calor se desprendiera junto con las capas inútiles de piel muerta. Justo después emergieron alegremente en la atmósfera superior estremeciéndose de éxtasis al experimentar el frío contra su nueva carne.
—Y ahora… ¡a comer! ¡Daos un festín! —ordenó Heebra a sus brujas hambrientas.
Como un rayo, atravesaron los remolinos blancos y azules de las nubes, se hundieron en las profundidades del océano Pacífico y devoraron atunes y a los grandes tiburones blancos que los cazan.
De todas maneras, ese océano era demasiado cálido para el gusto de las brujas, así que se encaminaron al norte. Nadando entre los témpanos de hielo del Ártico, devoraron decenas de peces de los inmensos bancos de arenques.
—No tienen armas —se maravilló Calen mientras estudiaba detenidamente el pez—. Al contrario que los de Ool, estos simplemente se reúnen en bancos silenciosos, al parecer esperando ser comidos. ¿Dónde están su blindaje y su veneno? Espero que pronto encontremos algo más interesante para ponernos a prueba.
Pero las criaturas más grandes que encontraron fueron orcas. Y estas huyeron en cuanto las brujas intentaron provocar una lucha. Heebra condujo apresuradamente a las brujas hacia tierra antes de que se aburrieran demasiado. Montaron su base cerca del Polo Norte. Allí, la carne aceitosa de las focas y de los osos polares estaba rica y era abundante, y, además, el camuflaje requería solo el más simple de los hechizos. La temperatura era demasiado suave, pero en ocasiones soplaban ventiscas heladas y cortantes, y eso les traía recuerdos de su hogar. Durante horas, las brujas erosionaron la piedra helada bajo la nieve, construyendo con energía los cimientos de una nueva torre-ojo.
Una vez hubieron terminado, Heebra envió en misión a cinco exploradoras. Las cinco brujas investigaron por todo el globo terráqueo, se camuflaron en muchas y distintas formas, aprendieron la estructura simple de casi todos los idiomas, y estudiaron a los niños por todas partes. Los informes de las exploradoras fascinaron a Heebra.
Calen fue la última en volver. Bastantes horas después de que las demás brujas ya hubiesen llegado, Heebra vio sus negros ropajes en la distancia. Calen volaba a su manera extravagante, con su cabeza pelada cortando el viento, volando a poca altura sobre la nieve. Presionaba fuertemente los brazos a sus costados, utilizando solo las puntas de sus garras para cambiar de dirección.
—¿Y bien? —preguntó Heebra con impaciencia en cuanto Calen descendió.
Calen transformó su cara en la de un muchacho joven que había encontrado recientemente, señalándose los diminutos dientes de leche.
—¡Esos niños no tiene nada con lo que poder asustarnos!
—Eso es obvio —dijo Heebra—. Las otras brujas solo muestran desprecio hacia ellos. Pero… ¿qué opinas tú?
—¿Por dónde empiezo? Ellos son muy débiles. Débiles ojos líquidos, sin visión nocturna ni rayos X. Sangran al más leve corte. —Calen soltó una carcajada—. ¡Y sueltan lágrimas! ¿Puedes creerlo? Y tienen órganos internos blandos, desprotegidos. Eso los hace vulnerables. También son proclives a enfermar y a padecer infecciones. Y son lentos, madre. Lentos de reacción, de pensamiento y movimiento, y tienen poco sentido del peligro. No tienen nada a su favor. —Calen se dio unos golpecitos en el cráneo—. El cerebro lo tienen cubierto solo por una masa fibrosa de cabellos. Se enciende al menor toque; ¡una evolución ridícula!
—¿Te esperabas algo más impresionante? —preguntó Heebra.
—¿Tú no?
Heebra acarició las escamas de Mak.
—Abre los ojos de una vez. Quizá sus cuerpos sean endebles, pero todos los de su especie son asesinos naturales. En este planeta hay centenares de guerras entre ellos. Raramente nos hemos encontrado con una raza tan prometedora. Veo señales de la influencia de Dragwena por todas partes.
—Es una pena que no podamos utilizar a los adultos —suspiró Calen—. La magia que tienen cuando son niños disminuye pronto.
—¿Qué piensas de su tecnología?
—No representa un peligro para nosotras —se burló Calen—. Un pobre sustituto de la magia. Nunca podrán detectar nuestra presencia.
—Estoy de acuerdo. Debemos concentrarnos en los niños. Evaluemos su magia.
—Larpskendya ha interferido claramente; los está protegiendo —dijo Calen—. Su influencia ha dejado algunos rastros peculiares, como la instrucción de los niños. En lugar de ser libres de practicar sus hechizos, los jóvenes se sientan en pupitres y obedecen a los adultos. ¡Qué despilfarro!
—Larpskendya nunca suele influir en el desarrollo de la magia en ningún mundo —murmuró Heebra—. Dime por qué este planeta es diferente. —Le lanzó una mirada amenazadora a Nylo, que, recordando la última vez que estuvo en sus manos, metió su cabeza achatada entre las ropas de Calen.
—Esos pequeños necesitan un poco de disciplina —replicó Calen con cautela—. Los más jóvenes se comportan de manera instintiva, tomando cuanto pueden, claramente como nosotras mismas. Larpskendya debe de temer que si libera su magia los niños podrían empezar a dar los primeros pasos por un camino muy destructivo.
—Empezando por la eliminación de los adultos inferiores —añadió Heebra.
—Siguiendo por una batalla entre los mismos niños para conseguir el dominio del resto.
Calen sonrió.
—¿Por qué Larpskendya temía que eso ocurriese? A mí me gustaría mucho verlo.
—¿Podemos usar a los niños contra los magos?
—Sí, lucharán por nosotras —respondió Calen en tono confidencial—. Están llenos de magia hasta los topes, y para liberarla solo es necesario el más simple de los hechizos. Podemos entrenarlos cómo si lo hiciéramos con nuestras propias alumnas de bruja. —Soltó una carcajada—. Pronto los tendremos atacando a los adultos. Larpskendya tiene a los niños tan confundidos… ¿Puedes creer que cuando hieren a un contrincante a menudo se sienten culpables?
—No importa lo bien entrenados que estén, ningún niño puede derrotar a un mago —dijo Heebra.
—Eso es cierto, pero a esos niños les gusta unirse, madre. Podemos formarlos en grandes legiones e infundirles un propósito. Eso les gustaría. Un centenar, quizá, podría distraer a un mago durante el tiempo suficiente para que nosotras pudiéramos acabar con él. Y hay un montón de esas cositas. ¡Podríamos utilizar a millones de niños y no se acabarían!
—Me pregunto… —dijo Heebra pensativa—. He estudiado a esos niños. Son contradictorios, a menudo testarudos, y menos predecibles de lo que piensas. Unos cuantos resistirán con fuerza contra nosotras; a otros será imposible enseñarles nada. Esa tal Raquel es prueba suficiente. Obviamente, Dragwena intentó adiestrarla, pero de alguna manera la niña se resistió. Extraordinario: resistirse a una Bruja Superior. Ninguna criatura excepto los magos ha hecho nunca algo así.
Calen se encogió de hombros.
—Probablemente Raquel sea única. Una niña inigualable y extraordinaria.
—Es posible —dijo Heebra—. Pero lo dudo. En un planeta tan grande debe de haber más niños extraordinarios. Y en este mundo la magia es salvaje. ¿Quién sabe cómo puede evolucionar?
Calen dijo desafiante:
—En toda nuestra historia de conquistas esta es la primera vez que hemos descubierto una especie así. ¿Qué nos ha quedado para luchar contra los magos? Año tras año Larpskendya nos ha humillado y nos ha hecho retroceder hacia Ool. ¿Eso es lo que quieres, madre? Una muerte indigna defendiendo tu torre-ojo de los ataques de Larpskendya? ¿Su nombre tendrá que ser susurrado por siempre jamás entre nosotras?
—Yo decidiré qué es lo que haremos —gruñó Heebra.
Levantando sus musculosos brazos desnudos se deslizó entre las nubes altas. Durante un rato Heebra simplemente vagó entre los vientos polares, buscando su placentero roce helado. Un grupo de arañas se arrastró hasta la punta de sus quijadas para sentir el frío y contemplar las recién terminadas torres-ojo de las brujas. El paisaje familiar exaltó a las arañas, y Heebra las lamió indulgentemente.
—Aquí están mis instrucciones —dijo Heebra volando de vuelta hasta donde estaba Calen—. Enfoca tu adiestramiento en los más jóvenes. Ellos son los más fáciles de persuadir. Ignóralos a todos excepto a los mejores dotados y a los más despiadados. Allí donde puedas enfrentar a niños contra adultos, padres, maestros, entrenadores, hazlo. Lo más importante es trabajar con rapidez. Descubre líderes, Calen. Nosotras solas no podemos entrenar a todos los niños. Encuéntrame a aquellos que presionarán y castigarán a su propia especie.