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Authors: John Harwood

Tags: #Intriga

El misterio de Wraxford Hall (11 page)

BOOK: El misterio de Wraxford Hall
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»"Muy bien: de acuerdo", contesté, "pero seguramente sería más conveniente consultarlo con el señor Montague".

»Cuando dije esto, él dejó escapar un gruñido, con perdón: "No me fío de los abogados y, además, tú tienes más que perder que él. ¿Me das tu palabra de honor? Muy bien. Y ahora debo continuar con mi trabajo. Drayton se ocupará de ti y te servirá el desayuno por la mañana. Estoy seguro de que querrás ponerte en camino tan pronto como te sea posible…".

»Se levantó, recogió sus papeles y abandonó la sala sin mirar atrás.

—Discúlpeme, pero… —le interrumpí, y no pude evitar preguntarle—: ¿Su tío es siempre así de… brusco?

—Así de insultante, más bien, aunque usted sea demasiado educado para decirlo. Bueno… no. Incluso para sus modos habituales, esto fue excepcionalmente descortés, pero en realidad apenas lo noté. Me quedé solo durante algún tiempo más, sentado a la mesa, absorto y meditando su extraña petición, mientras las velas se consumían y la estancia se quedaba aún más fría. ¿Había pasado mi tío de la excentricidad a la locura más absoluta? Tal era la conclusión obvia, y, sin embargo, no me parecía que hubiera estado en presencia de un lunático. ¿O le había estado dando vueltas a la desaparición de su predecesor hasta que…? ¿Hasta dónde? La respuesta debía de estar en la galería, si es que estaba en algún lugar. Pero… ¿cómo entrar? Cuando mi tío se retira por la noche, cierra y echa los cerrojos de todas las puertas de la casa. Hubiera dejado por imposible cualquier averiguación, pero entonces, cuando me retiraba a mi habitación, pensé en el cable.

»La luna estaba en su cuarto creciente; y puesto que el cielo estaba claro, había suficiente luz como para salir fuera y poder ver. Le dije a Drayton que necesitaba tomar el aire, y que no me esperara levantado; ya cerraría yo las puertas cuando volviera a entrar. Desde las sombras de las viejas cocheras estuve observando la casa mientras transcurrían las horas. La medianoche llegó y pasó; era más de la una y media cuando se apagó la luz en el estudio de mi tío. Esperé otra media hora, volví a la fachada de la casa y comencé a escalar la pared.

»Aunque la noche era perfectamente serena, y sólo unos jirones de nubes cruzaban al acaso frente a la luna, lancé más de una mirada aprensiva al cielo cuando saqué un par de guantes y comencé a escalar. El muro estaba lo suficientemente descascarillado como para proporcionar algunos apoyos a mis pies, y a pesar del frío, ya estaba empapado en sudor antes de alcanzar el estrecho parapeto que recorría toscamente el nivel del piso de la galería. Un poco por encima de la cornisa, el cable desaparecía en la pared. El antepecho de la ventana al menos estaba a siete pies por encima del parapeto; para alcanzar la siguiente sección del cable, tendría que elevar todo mi peso mientras mantenía el equilibrio en la cornisa, agarrar el cable con la mano izquierda y balancearme hasta alcanzar la ventana entreabierta con la mano derecha.

»En cuclillas sobre el parapeto, apenas me atrevía a mirar hacia abajo. Aquellos versos sobre el hombre que recogía hinojo marino en los terribles acantilados acudieron a mi memoria y estuvieron a punto de paralizarme
[26]
. Hice la última parte de la escalada con un último esfuerzo desesperado y alcancé jadeante el alféizar de la ventana.

»La luz de la luna iluminaba el bulto oscuro de la armadura, que se encontraba prácticamente debajo de mí. Las puertas de la biblioteca estaban cerradas, para mi alivio, y no se veía ninguna luz por las rendijas. Descendí junto a aquella figura con yelmo y esperé hasta que mi respiración se calmó y recobró su ritmo normal.

»Debería decir que mi tío siempre se había mostrado reacio a dejarme entrar en la galería. Desde luego, no podía negarme el derecho a ver los retratos de mis ancestros, pero nunca me dejó allí solo con ellos; así pues, yo había visto aquella armadura sólo en la distancia. Está colocada sobre una especie de pedestal metálico; su mano derecha, embutida en cota de malla, descansa sobre el pomo de una espada desenvainada que apunta hacia abajo, hacia el suelo, tal y como se encuentra ahora. Pero a mí sólo me importaban las dos partes del cable que se metían en la galería desde el exterior: una estaba conectada con la parte trasera del yelmo, y la otra, al pedestal metálico; así pues, si un rayo cayera en la mansión, toda la fuerza de la corriente pasaría directamente a través de la armadura.

»Necesitaba más luz y decidí arriesgarme a encender una vela que había llevado conmigo. Con aquel dubitativo resplandor, la armadura parecía inquietantemente vigilante. La espada brillaba bajo su mano derecha envuelta en la cota de malla, y la punta de la hoja, pude verlo, encajaba en una ranura que había en el pedestal metálico. Impulsivamente, quise coger la espada por la empuñadura.

»La espada se movió como una palanca cuando la cogí, y la mano metálica se desplazaba también con ella. Cuando tiré suavemente hacia mí, un temblor recorrió toda la armadura. Yo retrocedí aterrado, pero mi manga se prendió en la empuñadura y la espada se arqueó todo lo que daba de sí. Pareció que la armadura repentinamente cobraba vida: las láminas ennegrecidas del pecho se abrieron de pronto, como si un monstruoso ocupante estuviera forzándolas para salir.

»Pero estaba completamente vacía. Acerqué un poco más la luz y vi que las láminas de metal habían sido engarzadas con bisagras por ambos extremos, de modo que toda la parte de la mitad delantera (exceptuando los brazos) se podía abrir hacia fuera. Cuando volví a empujar la espada hacia su posición inicial, las láminas del pecho se volvieron a cerrar casi sin hacer ruido. Las junturas y articulaciones eran apenas visibles: seguramente hubo un experto armador que empleó meses de laborioso trabajo.

»Había descubierto el secreto de mi tío, pero… ¿qué significaba? ¿Qué creía él que podía ocurrir cuando, tarde o temprano, un rayo cayera sobre la mansión? ¿Tendría la intención de comprar o engañar a alguna persona inocente para que ocupara la armadura (o ataúd) durante una tormenta? ¿Pretendería observar el resultado de semejante experimento? "Si pareciera que yo hubiera desaparecido", había dicho, "nadie deberá entrar en mis aposentos hasta que hayan transcurrido tres días y tres noches". ¿Era ése el tiempo que precisaba para huir si su víctima moría?

»¿O esperaba que algo… apareciera? Confieso que se me pusieron los pelos de punta cuando pensé en ello… y esa perspectiva plantea dudas sobre el estado mental de mi tío. Pero ahora ya estaba decidido a descubrir sus intenciones, y comencé a mirar por allí para buscar pistas. Había pensado que no había nada interesante en la gran mesa, pero entre las sombras, en un extremo, descubrí un delgado volumen en folio, encuadernado en piel.

»No era un libro impreso, sino un manuscrito, redactado con una retorcida caligrafía gótica. En la página del título sólo decía: "Trithemius.
El poder de los rayos
. 1697". Algunas tiras de papel se habían insertado entre las páginas, en varios lugares. Éste era, seguramente, el misterioso trabajo alquímico que tanto había excitado a mi tío. El verdadero Tritemio, como usted sabrá (yo lo tuve que buscar en el British Museum cuando volví a Londres), fue abad de Sponheim a finales del siglo
XV
, un supuesto mago acusado de haber compuesto "obras diabólicas"; se dice de él que inventó el "fuego eterno". Pero nuestro Tritemio, el autor del manuscrito, no aparece en ningún catálogo, lo cual sugiere que mi tío posee la única copia… o una de las pocas que haya
[27]
.

»Intenté leerlo desde el principio, pero aunque la obra está en inglés, me resultó del todo impenetrable, así que volví una de las páginas que había marcado mi tío. La ilustración que encontré allí me puso la piel de gallina de nuevo. Consistía en cuatro recuadros alargados, el primero aparentaba una armadura (no podría decir si estaba ocupada o vacía) con un palo largo o una vara proyectándose verticalmente desde el yelmo. En el segundo se veía un rayo luminoso y dentado golpeando el extremo de la vara; en el tercero, la armadura aparecía rodeada de un halo de luz. Y en el último se podía ver (aunque la habilidad del artista era bastante deficiente) una figura deslumbrante que comenzaba a separarse de la armadura, o quizá los dos estaban fundidos, no podría asegurarlo.

»Regresé a los primeros pasajes marcados, pensando que haría mejor leyéndolo por orden, y supe de pronto que debía anotarlo. Ésta es una copia ajustada de lo que encontré».

Y diciéndome estas palabras, me tendió una hoja de papel.

Como la piedra imán debe buscar el Septentrión, así hube yo de hallar por experimental probatura que un fulgoroso rayo puede ser atrapado por una vara de hierro asentada en la cima de una colina. Y así, a la pregunta que el Señor Todopoderoso hizo a Job, me atrevo a contestar en modo afirmativo
:

«¿
Parten los rayos a tus órdenes

diciéndote: "Aquí estamos"

[28]

Por eso se halla escrito en el Libro del Juicio
:

Y el Ángel cogió el incensario y lo llenó con fuego del altar, y lo arrojó sobre la tierra. Y hubo truenos y voces y relámpagos y
…»
[29]
.

Y así, el hombre que poder tuviera para domeñar la fuerza de los rayos sería el Ángel vengador del Día del Juicio… —la oscuridad como la luz, y en esto reconocemos a los gnósticos— y tendría dominio y poder sobre las almas de los vivos y los muertos: poder para atar y desatar, alzarse y abajarse, si fuera un adepto verdadero, podrá llevar a buen fin el rito del cual he escrito en otro lugar. Porque así un árbol joven puede injertarse en uno viejo, así

—Me temo que eso es todo —dijo Magnus cuando le miré expectante—. Ya había girado la página cuando oí un ruido proveniente de la parte de la biblioteca: era el ruido de una llave girando en una cerradura. Apagué con un soplido la vela, cerré el libro y me dirigí tan rápidamente como fui capaz a la entrada principal. Pero los pasos se estaban ya acercando a la puerta de la biblioteca y sabía que las puertas de la casa no se podían abrir y cerrar a toda prisa sin hacer mucho ruido. Y tampoco tenía tiempo para salir por la ventana, encaramarme en el alféizar y cerrar la hoja de la ventana tras de mí. Podría haberme agazapado bajo la mesa grande, pero la idea de ser descubierto y tener que arrastrarme ignominiosamente delante de mi tío… No: sólo había un lugar donde esconderme. Cogí el pomo de la espada, tiré hacia mí y me metí en la armadura, deslizando mi brazo derecho en el lugar metálico que le correspondía y tirando de la espada. La armadura se cerró en torno a mí, y me sumí en la más absoluta oscuridad.

»Tenía muy poco aire, incluso al principio, y pronto me resultó un lugar ardiente y asfixiante. Cuando mis ojos se acostumbraron a la oscuridad, pude observar un débil resplandor, y descubrí que si me elevaba sobre mis punteras podía ver, a través de las ranuras de la celada, la luz de la vela de mi tío —finalmente, supuse que era mi tío— andando por la sala. Cuando la luz se detuvo frente a mí —incluso de puntillas sólo podía ver el techo—, esperé durante un tiempo que me pareció eterno que las láminas metálicas frontales se abrieran de repente. Al final, la luz se apartó y se desvaneció en un amortiguado tableteo de cerraduras y cerrojos. Pero no me atreví a moverme enseguida. Cuando todo volvió a quedar en silencio, me vi atrapado por un terror mortal que fue invadiéndome y enredándome en las palabras que acababa de copiar: "Porque así un árbol joven puede injertarse en uno viejo…". E imaginé negras nubes cerniéndose sobre la mansión…

»Pero… ya es suficiente. Lo menciono sólo para explicar por qué, cuando al final salí de aquel sofocante ataúd, sólo pensé en huir de allí. Baste decir que el descenso resultó ser aún más peligroso que la subida, y que alcancé el suelo firme con un buen número de arañazos y heridas. Para mi alivio, mi tío no vino a buscarme a la mañana siguiente. Pensé decirle a Drayton lo que sabía, pero dudé de su capacidad para ocultarle nada a su señor, así que me limité a comentar que estaba preocupado por la salud de mi tío. Drayton me ha prometido enviarme un telegrama a Londres si sucede algo raro.

»Y esto, finalmente, me conduce directamente al propósito de mi visita. Como usted sabrá, tengo un interés particular en las afecciones del corazón y a menudo me veo obligado a abandonar la ciudad cuando se requiere mi opinión en otros lugares. Así que no siempre se me puede encontrar con la premura necesaria, en cuyo caso Drayton vendría directamente aquí. Pero más allá de ponerle al corriente de la situación, me gustaría preguntarle si usted podría sugerir algún medio legal por el cual pudiéramos prevenir un desastre, en vez de esperar a que estalle la tormenta… y nunca mejor dicho. Aunque, como representante legal de mi tío, tal vez considere usted que es impropio ofrecerme algún consejo.

El fuego prácticamente se había consumido; recordaba vagamente haber oído que Josiah se había ido ya hacía algún tiempo.

—Dadas las extraordinarias circunstancias del caso, no creo que sea impropio aconsejarle, en absoluto —le dije mientras rellenaba nuestras copas—. Pero el único camino que se sigue de todo lo que me ha dicho es uno muy drástico: el confinamiento en un manicomio. Y, por supuesto, por lo que le atañe a usted, el riesgo es que si no prospera ese intento, su tío podría muy bien vengarse y desheredarle. ¿Cree usted que dos colegas suyos podrían firmar un certificado…? Como presumible heredero, usted no podría firmarlo, desde luego.

—No estoy seguro de que pudiera conseguir dos firmas —contestó—. No podemos probar que pretenda usar la armadura para algún propósito siniestro; probablemente argumentaría que está embarcado en una investigación científica sobre los efectos de los rayos. Y respecto a su exigencia de que nadie entre en sus dominios durante los tres días posteriores a que (presumiblemente) no conteste tras la puerta, y suponiendo que él pusiera por escrito todo esto, ¿estoy legalmente obligado a acatar sus exigencias? ¿Perdería la propiedad si no lo hiciera?

—Si me trajera una provisión semejante a mí —dije, después de pensar en ello durante unos momentos—, me negaría a escribirlo en el testamento, porque semejante disposición resulta contradictoria. Un testamento no obliga hasta que no se sustancia, y no puede sustanciarse hasta que el testador ha muerto. Usted no puede saber si él ha muerto o no hasta que no entre en la galería, lo cual él le ha prohibido hacer; pero si usted cree que él está enfermo o moribundo, tiene el deber moral de prestarle asistencia, y esto se lo reconocería sin duda la ley. El riesgo que afronta usted, desde luego, es que si entra y no está muerto, bien podría llevar a cabo la amenaza de desheredarle. De hecho… suponiendo que Drayton viniera a verme, y dijera que está preocupado por su tío, sería mejor que fuera
yo
el que entrara en la galería. Lo peor que podría hacerme sería prescindir de mis servicios, suponiendo que estuviera vivo; y si estuviera muerto, bueno… ello evitaría ciertas complicaciones…

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