El misterio de Sittaford (19 page)

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Authors: Agatha Christie

BOOK: El misterio de Sittaford
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Emily pensó, sonriendo para sus adentros, que ésta era tal vez la única casa del pueblo cuyos habitantes no se habían enterado aún de quién era ella y de por qué había venido. La mansión de Sittaford tenía, por lo visto, un régimen estricto entre señores y criados: estos últimos podían saber algo acerca de ella, pero se veía claramente que los primeros no.

—No me hospedo exactamente en su casa —contestó—. Estoy en casa de Mrs. Curtis.

—Ya me hago cargo de que el chalé de su amiga es excesivamente pequeño y que ella tiene ya consigo a su sobrino Ronnie, ¿no es así? Supongo que no habrá otra habitación disponible para usted. Miss Percehouse es muy agradable, ¿verdad? Siempre he pensado que tiene mucho carácter, pero no puedo dejar de sentir lástima por ella.

—Sí, es una mujer avasalladora, ¿no le parece? —afirmó Emily con cierta frialdad—; pero hay que reconocer que cualquiera de nosotras tendría la tentación de serlo, sobre todo si los demás no estuvieran por una.

Miss Willett suspiró.

—A mí me cuesta mucho aguantar a los demás —comentó—. Hemos tenido una mañana espantosamente molesta por los periodistas.

—¡Oh! Es muy natural que hayan venido por aquí —replicó Emily— puesto que esta casa era, en realidad, la verdadera residencia del capitán Trevelyan, de ese hombre que ha sido asesinado en Exhampton... ¿no es así?

Mientras iba diciendo esto, trataba de determinar la causa exacta del nerviosismo de Violet Willett. Por lo que se veía claramente, la muchacha estaba apurada. Había algo que la angustiaba, que la tenía aterrorizada de mala manera. Había mencionado el nombre del capitán Trevelyan a propósito. Violet no reaccionó de un modo perceptible, pero tal vez ya esperaba que se hiciera alguna mención.

—Sí, ¿no ha sido espantoso?

—Dígame, ¿no le molesta seguir hablando de este asunto?

—No, no, claro que no... ¿Por qué había de molestarme?

«A esta muchacha le pasa algo muy grave —pensó Emily—. Apenas se da cuenta de lo que dice. ¿Qué será lo que la ha puesto de tal modo esta mañana?»

—Acerca de esa sesión de espiritismo —continuó diciendo miss Trefusis—, he oído contar por casualidad lo ocurrido y, desde el primer momento, me pareció un caso muy interesante, mejor dicho, horrendo.

«Terrores infantiles —pensó Emily—, esa será mi línea de ataque.»

—¡Oh, aquello fue horrible! —comentó Violet—. Aquella tarde... ¡nunca la olvidaré! Nosotros creíamos, como es natural, que era alguien que quería divertirse, aunque era una especie de broma de gusto deplorable.

—¿De veras?

—Jamás olvidaré la escena cuando se encendieron las luces: todos teníamos un aspecto tan extraño. Los únicos que parecían tranquilos eran Mr. Duke y el comandante Burnaby; ambos son hombres impasibles, de esos a quienes no les gusta nunca admitir que están impresionados por algún fenómeno de ese tipo. Sin embargo, ya sabe que el comandante sentía, en realidad, una intensa preocupación. Yo pienso que precisamente él lo creyó más que ningún otro. De momento, pensé que al pobre Rycroft le iba a dar un ataque al corazón o algo peor, a pesar de que debía estar acostumbrado a esa clase de escenas puesto que se dedica a esas investigaciones psíquicas. En cuanto a Ronnie... me refiero a Ronald Gardfield, como ya sabe, tenía el mismo aspecto asustado que si hubiese visto a un fantasma. Bien mirado, acabábamos de tratar con uno. Hasta mamá estaba completamente trastornada, como nunca la había visto yo hasta entonces.

—Debe de haber sido una cosa espantosa —dijo Emily—. Me hubiese gustado estar presente para verlo.

—En realidad, fue horrible. Todos pretendíamos convencernos de que no era más que una diversión. Pero a nadie le pareció divertido. Y entonces fue cuando el comandante Burnaby nos comunicó repentinamente su propósito de encaminarse hacia Exhampton. Entre todos intentamos disuadirlo, diciéndole que podía verse enterrado en la nieve, pero él se marchó. Y allí nos quedamos sentados los demás, después de la partida del comandante, sintiéndonos todos molestos y preocupados. Luego, ayer por la noche... no, fue ayer por la mañana... nos enteramos de la noticia.

—¿Cree que era el espíritu del capitán Trevelyan quien hablaba? —preguntó miss Trefusis con voz temblorosa—. ¿O piensa que se trataba de un caso de clarividencia o telepatía?

—¡Oh, qué se yo! ¡De todos modos, nunca más volveré a reírme de estas cosas.

La doncella entró con un papelito doblado sobre una bandeja y se lo entregó a Violet.

Mientras la sirvienta se retiraba, Violet desdobló el papel, le echo una ojeada y se lo entregó a Emily.

—Aquí tiene —le dijo—. Puede decir que ha llegado a tiempo para conseguir esta receta. El asesinato ha trastornado a todas las criadas. Piensan que es muy peligroso vivir en un lugar tan apartado. Ayer por la tarde, mi madre perdió la paciencia con ellas y las ha despedido a todas. Se marcharán después del almuerzo. Vamos a sustituirlas por dos hombres: un camarero y una especie de mayordomo chófer. Yo creo que así estaremos mucho mejor.

—Las criadas suelen ser muy necias, ¿verdad? —preguntó Emily.

—Ni que al capitán Trevelyan lo hubiesen matado en esta misma casa.

—¿Cómo se les ocurrió venir a vivir aquí? —preguntó miss Trefusis, procurando que sus palabras resultasen cándidas y naturales.

—Pensamos que sería bastante divertido —contestó Violet.

—¿Y no lo han encontrado más bien aburrido?

—¡Nada de eso! A mí me gusta mucho el campo.

Pero sus ojos evitaron encontrarse con los de Emily. Durante un breve instante, miss Willett pareció sentir desconfianza y temor. Se agitó inquietamente en su silla, hasta que miss Trefusis se levantó no de muy buena gana para despedirse.

—Me tengo que marchar ahora mismo —dijo—. Muchas gracias, miss Willett. Deseo que su madre se restablezca.

—En realidad, está completamente bien. Se trata solo de lo de las criadas y de todas estas preocupaciones.

—Es muy natural.

Con cierta habilidad, sin que la otra joven se diese cuenta, Emily se las arregló para esconder sus guantes detrás de una mesita. Violet Willett la acompañó hasta la puerta, donde se despidieron con algunas afectuosas palabras.

La doncella que le franqueara la entrada a Emily cuando ésta llegó, había descorrido la cerradura, pero cuando la joven Willett cerró la puerta tras su visitante, Emily no percibió ningún ruido de que volvían a utilizar la llave. Tras llegar hasta la cerca exterior, miss Trefusis se detuvo y retrocedió lentamente.

Su visita había servido para confirmar más aún las teorías que venia sosteniendo acerca de la mansión de Sittaford. Allí ocurría algo raro. No pensaba que Violet Willett estuviese complicada de un modo directo, a menos que se tratase de una inteligentísima actriz. Pero allí se encerraba algún misterio, y ese misterio
tenía que estar
relacionado con la tragedia.
Debía haber
algún lazo de unión entre las Willett y el capitán Trevelyan, y en ese lazo era posible que se encontrase la clave del misterio.

Llegó hasta la puerta, hizo girar con sumo cuidado el pomo y atravesó el umbral. Encontró el vestíbulo desierto. La joven se detuvo un momento, dudando de lo que debía hacer. No le faltaba su excusa: los guantes olvidados intencionadamente en el salón. Permaneció inmóvil, escuchando. Hasta ella no llegaba ningún ruido, excepto un levísimo murmullo de palabras que procedía del piso superior. Con el mayor sigilo posible, Emily se acercó al pie de la escalera y miró hacia arriba. Luego, muy cautelosamente, subió escalón tras escalón. Su atrevimiento era un poco arriesgado. Le hubiera sido difícil pretender que sus guantes se habían trasladado, por iniciativa propia, al piso superior, pero le quemaba el deseo de escuchar algo de la conversación que tenía lugar en la parte alta de la

casa. Los constructores modernos nunca hacen que las puertas encajen bien. Emily pensaba que si uno se acerca hasta la misma puerta, puede enterarse por completo de lo que se dice en el interior de la habitación. La joven subió otro escalón, y otro más... Cada vez se oían más claramente las voces de dos mujeres: Violet y su madre, sin duda alguna.

De repente, la conversación se interrumpió y se oyeron unos pasos rápidos. Emily retrocedió tan de prisa como pudo.

Cuando Violet Willett abrió la puerta de la habitación de su madre y bajó la escalera, se sorprendió al encontrar a su reciente visitante, de pie en el vestíbulo, mirando a un lado y a otro como un perro perdido.

—Mis guantes —explicó—. Debo de haberlos dejado por aquí. He vuelto a buscarlos.

—Supongo que estarán en el salón —dijo Violet.

Ambas entraron en dicha habitación y allí, cómo no, aparecieron los guantes extraviados sobre una mesita cercana a donde Emily se había sentado.

—¡Oh, muchas gracias! —exclamó miss Trefusis—. ¡Qué tonta soy! Siempre me dejo alguna cosa.

—Y con este tiempo, los guantes son muy necesarios —dijo Violet—. Hace muchísimo frío.

De nuevo salieron juntas hasta la puerta del vestíbulo, pero esta vez Emily pudo oír que la llave giraba dentro de la cerradura.

La atrevida joven se alejó por el camino, con no pocas cosas en que pensar, pues antes de abrirse aquella puerta del piso superior, había oído claramente una frase pronunciada por una displicente y quejosa voz de mujer.

—¡Dios mío! —sollozaba aquella voz—. ¡No puedo resistir más! ¿Es que no llegará nunca esta noche?

Capítulo XIX
 
-
Teorías

Al llegar Emily al chalé donde se alojaba, se encontró con que su joven amigo estaba ausente. Mrs. Curtis le explicó que había salido con varios jóvenes de su misma edad, y le entregó dos telegramas que se habían recibido para ella. La muchacha los abrió y, después de leerlos, se los guardó en el pequeño bolsillo de su jersey, mientras Mrs. Curtis hacía todo lo posible para intentar enterarse de su contenido.

—Espero que no sean malas noticias —le dijo a la joven.

—¡Oh, no! —contestó Emily.

—Un telegrama siempre me trastorna.

—Tiene razón —asintió miss Trefusis—. Siempre perturba.

Por el momento, Emily no deseaba otra cosa que estar sola. Necesitaba clasificar y ordenar sus propias ideas. Por consiguiente, subió a su dormitorio y, tomando un lápiz y varias hojas de papel, se puso a trabajar siguiendo con un sistema personal. A los veinte minutos de este ejercicio, se vio interrumpida por Mr. Enderby.

—¡Hola, hola, hola! ¡Gracias a Dios que te encuentro! La prensa entera ha seguido tu pista durante toda la mañana, pero no han conseguido encontrarte en ninguna parte. De todos modos, han averiguado por mí que no querías que nadie te molestase. Como puedes ver, no pierdo ocasión de aumentar tu ya enorme fama.

Se dejó caer en la silla, mientras Emily se sentaba en la cama, dejando oír un cloqueo.

—Esos chicos tienen más envidia y picardía de lo que parece, ¿verdad? —dijo el periodista—. Los he estado apartando de cualquier sitio donde pudieran pescar algo. Conozco bien el paño y sé lo que me hago. No conviene decir toda la verdad. Me he pasado la mañana pellizcándome para estar bien despierto. Hablando de otra cosa, ¿has visto qué niebla?

—No creo que me impida ir a Exeter esta tarde, ¿no crees? —contestó Emily.

—¿Quieres ir a Exeter?

—Sí, he de ver allí a Mr. Dacres. Es mi abogado, como ya debes saber, el que se ha encargado de preparar la defensa de Jim. Quiere verme. Y me parece que debo hacer una visita a Jennifer, la tía de Jim, aprovechando mi estancia allí. Después de todo, se llega a Exeter en media hora.

—Eso significa que te parece posible que ella pudiera haber hecho una escapada en tren, golpear en la nuca a su hermano y regresar sin que nadie notase su ausencia.

—Oh, ya sé que suena muy improbable, pero hay que considerar cualquier posibilidad. No es que pretenda acusar a tía Jennifer, nada de eso. Es más probable que el criminal sea Martin Dering. Odio a esos hombres que presumen de que van a ser buenos cuñados y se comportan en público de manera que no les puedes reprochar nada.

—¿Es de esa clase?

—¡Vaya si lo es! Es la persona ideal para convertirse en asesino, siempre recibiendo telegramas de los agentes de apuestas y perdiendo dinero con los caballos. Es una lástima que disponga de una
coartada
tan buena. Mr. Dacres me lo contó. ¡Una cena literaria y editorial es una cosa muy indiscutible y respetable!

—Una cena literaria... —comento Enderby—. Y eso era el viernes por la noche; y él se llama Martin Dering... Espera que piense un poco. Martin Dering... ¡Caramba, sí! Estoy casi seguro. Estoy muy seguro de que puedo confirmarlo telegrafiando a Carruthers.

—¿De qué estás hablando? —preguntó Emily.

—Escucha. Ya sabes que yo llegué a Exhampton el viernes por la tarde. Bien, pues ese día tenía que conseguir una información de un compañero mío, otro periodista que se llama Carruthers. Tenía que venir a verme hacia las seis y media de la tarde si le daba tiempo, antes de ir a una cena literaria. Como es un hombre muy persistente, dijo que si no me encontraba que me escribiría a Exhampton. Bueno, pues como no logró encontrarme, me envió una carta.

—¿Y qué tiene que ver todo esto con nuestro asunto? —dijo la joven.

—No seas tan impaciente, ya estoy llegando al punto crucial. El buen tipo se enrolló bastante cuando me escribió, y después de darme un dato que le había pedido, se extendió en una sustanciosa descripción. Ya sabes: los discursos, las murmuraciones, los nombres de los asistentes, que vio allí a este famoso novelista y a este otro celebrado comediógrafo... Bien, contó que le habían colocado en un sitio pésimo en la mesa: a su derecha quedaba vacío un asiento destinado a Ruby McAmott, esa horrible novelista de bestsellers, y a su izquierda había otro hueco, donde debía haberse sentado Martin Dering, el especialista en temas sexuales; pero él se trasladó junto a un poeta muy conocido en Blackheart, donde intentó pasárselo lo mejor posible. Y ahora, ¿qué me dices?

—¡Charles! ¡Querido amigo! —exclamó la joven con el entusiasmo de su excitación—. ¡Esto es maravilloso! Entonces es evidente que nuestro nombre no estuvo en el banquete.

—Exactamente.

—¿Estás seguro de recordar ese nombre correctamente?

—Estoy seguro. Rompí la carta, ¡qué mala suerte!, pero siempre puedo telegrafiar a Carruthers para estar más seguro. Aunque me consta de un modo absoluto que no me equivoco.

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