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Authors: Laura Gallego

Tags: #Aventuras, #Fantástico

El libro de los portales (48 page)

BOOK: El libro de los portales
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El rector la miró fijamente.

—Es cierto que todo el Consejo conoce el potencial de la bodarita azul —respondió—. Pero ninguno de ellos podría pintar portales para viajar en el tiempo, porque solo maese Saidon, maese Belban y yo sabíamos que la clave para su funcionamiento está en la duodécima coordenada. Y solo maese Belban sabía cómo calcular el viaje a un momento exacto, algo que ni siquiera estábamos seguros de que hubiese conseguido hasta que has venido tú a contarme que el estudiante Tabit posee ese conocimiento también.

»Si corriese la voz de que ambos han desaparecido a través de un portal azul… tendríamos que dar demasiadas explicaciones a demasiadas personas. Sin embargo… —añadió, pensativo—, sí nos vendría bien contar con los apuntes de maese Belban para poder examinar la escala de coordenadas que ha desarrollado.

—Me temo que no hemos encontrado su diario de trabajo —respondió Cali con prudencia—. Probablemente se lo llevó consigo.

—No importa; nos bastará con la información de la que disponéis vosotros, los papeles sueltos o lo que quiera que haya utilizado el estudiante Tabit para reproducir sus cálculos.

—Pero esas notas son casi ilegibles —objetó ella—. A Tabit le costó mucho descifrarlas.

Maese Maltun rió.

—Estoy seguro de que, si el estudiante Tabit logró hacerlo, maese Saidon también podrá.

Cali visualizó los apuntes de maese Belban sobre la mesa de su estudio. También recordaba las pulcras anotaciones del cuaderno de Tabit. Por alguna razón, no le pareció buena idea poner aquellos documentos en manos del rector.

—No sé dónde están esos papeles —mintió—. Quizá se los llevó Tabit —añadió, en un rapto de inspiración—. Si queréis recuperarlos, me temo que habrá que ir a buscarlo al otro lado del portal.

Maese Maltun suspiró y sacudió la cabeza.

—No espero que comprendas, estudiante Caliandra, lo mucho que está en juego. Sé que aprecias a Tabit; yo también, pero soy responsable de la Academia y de todos sus integrantes, y no puedo dejarme llevar por preferencias personales.

Cali se levantó con brusquedad.

—Maese Maltun —replicó, tratando de reprimir su cólera—, os juro que, si no hacéis nada por ayudar a Tabit, yo misma…

De pronto, se oyeron unos golpes en la puerta. Caliandra se volvió, molesta por la interrupción.

—Adelante —dijo maese Maltun; pero, antes de que hubiese terminado de pronunciar aquella única palabra, la puerta se abrió con cierta violencia y el propio Tabit se precipitó al interior.

Cali se quedó tan petrificada como si hubiese visto un fantasma. Tabit, ciertamente, no tenía muy buen aspecto. Pero era él, sin duda, y la joven reaccionó con alivio y alegría.

—¡Tabit! —exclamó, echándose a sus brazos.

Él permaneció un momento quieto, sin comprender del todo lo que estaba pasando. Después, con una breve vacilación, la abrazó a su vez. Cuando inclinó la cabeza, lo único que pensó fue, absurdamente, que el pelo de ella olía muy bien.

Maese Maltun carraspeó.

—Cualquier cosa que estuvieses dispuesta a hacer por recuperar a tu amigo, estudiante Caliandra —dijo, con una media sonrisa—, ya no será necesaria. Afortunadamente. Bienvenido de vuelta, estudiante Tabit —añadió, dirigiéndose al joven.

Cali y Tabit se separaron. Cuando él alzó la cabeza para mirar al rector, su mano aún descansaba en la cintura de su amiga.

—Gracias, maese Maltun —respondió con precaución. No se atrevía a interrogar a Cali con la mirada porque temía revelar demasiadas cosas.

El rector sonrió y despejó sus dudas de un plumazo:

—¿Cómo ha ido tu excursión al pasado, estudiante Tabit? ¿Encontraste a maese Belban?

Tabit dio un respingo y miró a Cali. Ella se encogió de hombros.

Apenas unas semanas atrás, a Tabit no se le habría pasado por la cabeza la idea de mentirle al rector. Sin embargo, en aquel momento, las palabras brotaron de sus labios con facilidad:

—Me temo que no, maese Maltun. Aparecí en la Academia, sí, una noche de hace algunos años, pero no sé exactamente cuántos. Todo el mundo estaba durmiendo y no vi nada de interés. De modo que salí del recinto y busqué un lugar apropiado para pintar un portal de regreso. Y aquí estoy.

—Da la sensación de que has pasado fuera bastante más tiempo —observó maese Maltun.

Tabit sonrió.

—Ah, es que aproveché para visitar la ciudad. No todo el mundo tiene la oportunidad de ver cómo era el mundo años antes de que naciera. Pero, aun así, mi viaje en el tiempo ha sido bastante decepcionante, sobre todo porque los cálculos de maese Belban no eran correctos, y no me llevaron al momento apropiado.

Maese Maltun frunció el ceño.

—Comprendo —asintió, dirigiéndole una mirada suspicaz—. Bien, estudiante Tabit, no te entretengo más. Imagino que necesitarás asearte y descansar.

—Sí, maese Maltun. Muchas gracias —respondió Tabit con fervor.

Tabit y Cali estaban deseando ponerse al día de todo lo que habían averiguado, pero el joven propuso que lo dejaran para más tarde, para no despertar las sospechas del rector. Además, si Tash y Rodak tenían razón, y había alguien de la Academia implicado en el contrabando de bodarita, no era prudente que hablaran allí. Acordaron, por tanto, seguir con su rutina habitual, al menos el resto del día, y quedaron en encontrarse por la noche, después del toque de queda, en el estudio de maese Belban. Luego, Tabit se despidió de Cali y fue a asearse, feliz por estar en casa de nuevo.

Aquella tarde tenía clase de Teoría de Portales, pero decidió que se regalaría a sí mismo una buena siesta. Después de todo, pensó, se lo había ganado. Como Unven aún no había regresado de Esmira, seguía disponiendo de una habitación para él solo. Se recordó a sí mismo, antes de caer rendido, que debía preguntarle a Cali si sabía algo de Relia.

Cuando despertó, era ya noche cerrada y todo estaba en silencio. Se asombró al comprobar que había dormido profundamente muchas horas seguidas, y se levantó de un salto: tenía muchas cosas que hacer.

Se deslizó por los oscuros pasillos de la Academia sin llevar ni siquiera un candil para alumbrarse por miedo a que alguien pudiera descubrirlo. Aquella excursión nocturna se parecía demasiado a la que había realizado hacía dos días… o cinco días… o veintitrés años, no podía estar seguro. Sin embargo, cuando abrió la puerta del estudio de maese Belban, un cálido resplandor bañó su rostro, y vio que la chimenea estaba encendida y que Cali lo aguardaba allí, junto al fuego, envuelta en una manta y medio adormilada. Pero se despejó en cuanto lo vio, y lo saludó con una sonrisa.

Tabit se sentó a su lado, y Cali, en susurros apresurados, le contó todo lo que había descubierto. El rostro de Tabit se ensombreció a medida que ella le iba relatando su conversación con el rector.

—Me resulta difícil de creer que el Consejo ya estuviera al corriente de todo lo que hemos averiguado —murmuró—. Tanto tiempo perdido, tantas horas en la biblioteca…

—Pero no lo saben todo —le recordó Cali—. No conocen los cálculos que hizo maese Belban, ni tampoco el hecho de que tú los descifraste… ni que, con esa nueva escala de coordenadas, se puede viajar de verdad en el tiempo, al momento que uno desee. —Lo miró largamente—. Porque la escala funciona, ¿verdad? ¿Apareciste en la Academia en el momento preciso?

Tabit le dirigió una sonrisa cansada pero triunfante. Cali reprimió un grito de emoción.

—¡Lo sabía! —susurró, jubilosa—. ¡Sabía que lo que le dijiste a maese Maltun no era verdad! Tabit, ¡has mentido al rector! —añadió, con un brillo travieso en los ojos.

Tabit se removió, incómodo.

—Tenía buenas razones, Caliandra. Pero escucha: hay muchas cosas que debo contarte.

Respiró hondo mientras trataba de poner en orden sus ideas. Decidió comenzar desde el principio: el momento en que había atravesado el portal azul.

Cali lo escuchó sobrecogida, aferrada a su manta y con los ojos muy abiertos. Estuvo a punto de interrumpirlo en dos ocasiones: cuando él le relató el momento en el que había descubierto el cadáver en el almacén y cuando le describió su encuentro con maese Belban al pie de la escalinata.

—Finalmente, conseguí llegar al patio de portales y escapar de la Academia —concluyó—. Aparecí en Vanicia. Allí descansé aquella noche y parte del día siguiente y después dibujé un portal azul sencillo en un muro semiderruido de las afueras de la ciudad. Medí las coordenadas espaciales y añadí la coordenada temporal que había calculado para regresar al presente. Y, cuando las escribí todas en el círculo exterior… el portal se activó. Al atravesarlo, me encontré en el mismo lugar, en Vanicia, pero veintitrés años adelante… esta misma mañana. Dos días después de lo que había previsto en un principio.

—Aun así, resultó bastante exacto —comentó Cali—. ¿Y qué pasó con el portal? ¿Cuánto tiempo permaneció activo?

Tabit arrugó el ceño, pensativo.

—Es extraño —comentó—, porque, al darme la vuelta después de cruzarlo, lo vi ahí, encendido… Borré la coordenada temporal y se apagó. Pero la pintura seguía ahí, el mismo portal que yo había dibujado veintitrés años atrás, solo que más estropeado, claro, y desvaído por el paso del tiempo. Y me pregunté lo mismo que tú: si había permanecido veintitrés años encendido, desde el momento en que lo pinté hasta esta mañana, cuando borré la coordenada… o solo estuvo activo unos minutos, el tiempo que tardé en atravesarlo y «apagarlo» en el día de hoy.

»En cualquier caso —concluyó—, no quise dejarlo ahí, de modo que terminé por borrarlo del todo, por si acaso. —Sonrió—. Debo decir que se me da mucho peor que a nuestros traficantes de bodarita. He descubierto que no es tan fácil eliminar toda la pintura sin dejar rastro, ¿sabes?

—Me consuela saber que, al menos, no la desperdician —comentó Cali con sorna.

La mención a los borradores de portales recordó a Tabit la historia que Tash le había contado, y se la relató a su amiga tal y como él la había escuchado en la taberna. Cali se llevó las manos a la cabeza.

—Esto no tiene ningún sentido —dijo—. Si la Academia compra bodarita a los traficantes, ¿por qué razón enviarían a alguien a una mina para hacer tratos con el capataz?

—Quizá precisamente por eso —apuntó Tabit—: para que los mineros no vendan bodarita de contrabando a la gente del Invisible. ¿Cómo era eso que te dijo el rector sobre lo de controlar el suministro?

—Pagando más que nadie en el mercado negro. Así, a los propios traficantes les compensa más vender material a la Academia que a cualquier otra persona.

Tabit negó con la cabeza.

—Pero eso, a la larga, es una ruina. Aunque, si el Consejo ha llegado al extremo de tratar con contrabandistas de bodarita, no me extraña que hasta viajar al pasado para conseguir más les parezca una buena idea.

Cali calló un momento, pensativa. Después, preguntó:

—¿Tú crees que maese Belban tuvo intención de viajar a la época prebodariana en algún momento?

Tabit frunció el ceño al comprender el significado de aquella pregunta.

—¿Quieres decir que se ofreció voluntario para estudiar la bodarita azul solo para tener la posibilidad de evitar la muerte de su ayudante? ¿Y que hizo creer al Consejo que en realidad estaba tratando de abrir un portal a la época prebodariana? Sí; ahora que lo dices, seguro que es exactamente lo que ha pasado. Una vez descifradas, sus notas están muy claras: todo el tiempo estuvo buscando la forma de regresar a la noche del asesinato, y ni siquiera he encontrado indicios de que estuviese llevando a cabo una investigación paralela.

—Hay muchas cosas que todavía no comprendo —murmuró Cali. Recostó la cabeza sobre sus rodillas, y sus cabellos negros resbalaron sobre la manta—. Parece claro que sí logró su objetivo: volvió a la Academia de hace veintitrés años, tú mismo lo viste. En tal caso, ¿por qué no impidió el asesinato? Además, si regresó al presente por el portal azul, ¿dónde está ahora?

Tabit la miró largamente, preguntándose si debía decirle lo que pensaba. Finalmente, se aclaró la garganta y respondió:

—Ya sé que esto no te va a gustar, pero… ¿y si fue él quien mató a su propio ayudante?

Cali dejó escapar una breve carcajada de incredulidad.

—Estás de broma, ¿no? Maesa Inantra ya nos dijo que maese Belban no salió de su habitación en toda la noche…

—No me refiero a
ese
maese Belban, Caliandra, sino al nuestro. Al que desapareció a través del portal azul. Piénsalo —añadió antes de que ella pudiese replicar—. El asesinato acababa de producirse, el cuerpo estaba allí… y maese Belban también, farfullando incoherencias y mirándose las manos llenas de sangre. No digo que lo hiciera premeditadamente. Tal vez… tal vez simplemente se asustó, o estaba trastornado…

—¿Me estás diciendo que hace veintitrés años se produjo en la Academia un crimen cometido por alguien que llegó desde el futuro? Pero… ¿cómo podría haber pasado, si el futuro no había sucedido aún?

A Tabit le daba vueltas la cabeza.

—No lo sé. No entiendo nada, pero sé lo que vi, y es la única explicación en la que todas las piezas encajan.

—No todas las piezas encajan —hizo notar ella—. En primer lugar, si maese Belban entró en el almacén en algún momento… ¿cuándo lo hizo? Si su portal azul se abrió en su propio estudio, igual que el tuyo… no pudo haber llegado antes que tú, porque tú no lo viste al llegar, pero seguía activo cuando se marchó. Así que tuvo que llegar después. Por tanto, no pudo ser el asesino.

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