Read El león, la bruja y el ropero Online
Authors: C.S. Lewis
—No —decía el Enano—. No tiene sentido ahora, oh Reina. A estas alturas tienen que haber llegado a la Mesa de Piedra.
—A lo mejor el Lobo nos encuentra con su olfato y nos trae noticias —dijo la Bruja.
—Si lo hace no serán buenas noticias —replicó el Enano.
—Cuatro tronos en Cair Paravel —dijo la Bruja—. Y, ¿qué tal si se llenaran sólo tres de ellos? Eso no se ajustaría a la profecía.
—¿Qué diferencia puede significar eso, ahora que
él
está aquí? —preguntó el Enano, sin atreverse, ni siquiera ahora, a mencionar el nombre de Aslan ante su ama.
—Puede que él no se quede aquí por mucho tiempo. Entonces podríamos dejarnos caer sobre esos tres en Cair Paravel.
—Aún puede ser mejor —dijo el Enano— mantener a éste (aquí dio un puntapié a Edmundo) y negociar.
—¡Sí!... Para que pronto lo rescaten —dijo la Bruja, desdeñosamente.
—Si es así —dijo el Enano—, será mejor que hagamos de inmediato lo que tenemos que hacer.
—Yo preferiría hacerlo en la Mesa de Piedra —dijo la Bruja—. Ése es el lugar adecuado y donde siempre se ha hecho.
—Pasará mucho tiempo antes que la Mesa de Piedra pueda volver a cumplir sus funciones —dijo el Enano.
—Es cierto —dijo la Bruja. Y agregó—: Bien. Comenzaré.
En ese momento, con gran prisa y en medio de fuertes aullidos, apareció un lobo.
—¡Los he visto! —gritó—. Están todos en la Mesa de Piedra con
él
. Han matado a mi capitán Fenris Ulf. Yo estaba escondido en los arbustos y lo vi todo. Uno de los Hijos de Adán lo mató. ¡Vuelen! ¡Vuelen!
—No —dijo la Bruja—. No hay necesidad de volar. Ve rápido y convoca a toda mi gente para que venga a reunirse aquí, conmigo, tan pronto como pueda. Llama a los gigantes, a los lobos, a los espíritus de los árboles que estén de nuestro lado. Llama a los Demonios, a los Ogros, a los Fantasmas y a los Minotauros. Llama a los Crueles, a los Hechiceros, a los Espectros y a la gente de los Hongos Venenosos. Pelearemos. ¿Acaso no tengo aún mi vara? ¿No se convertirán ellos en piedra en el momento en que se acerquen? Ve rápido. Mientras tanto, yo tengo que terminar algo aquí.
El inmenso bruto agachó su cabeza y partió al galope.
—¡Ahora! —dijo ella—. No tenemos mesa..., déjame ver... Sería mejor colocarlo contra el tronco del árbol.
Edmundo se vio de pronto rudamente obligado a levantarse. Entonces, con la mayor celeridad, el Enano lo hizo apoyarse en el tronco y lo amarró. Él vio que la Bruja se quitaba su manto. Sus brazos estaban desnudos y horriblemente blancos. Y porque eran tan demasiado blancos, él no pudo ver mucho más. Estaba todo tan oscuro en esa llanura, bajo los negros árboles...
—Prepara a la víctima —ordenó la Bruja.
El Enano desabotonó el cuello de la camisa de Edmundo, y lo abrió. Luego agarró al niño del cabello y le echó la cabeza hacia atrás, de manera que tuvo que levantar el mentón. Después, Edmundo oyó un extraño ruido:
güizz-güizz-güizz
. Por un momento no pudo imaginar qué era, pero de repente se dio cuenta: era el sonido de un cuchillo al ser afilado.
En ese preciso momento escuchó fuertes gritos y ruidos que venían de todas direcciones: un tamborileo de pisadas..., un batir de alas..., un grito de la Bruja..., una total confusión alrededor de él.
Entonces sintió que lo desataban y que unos fuertes brazos lo rodeaban. Oyó voces compasivas y cariñosas:
—¡Déjalo recostarse! Denle un poco de vino... —decían—. Beba..., sostenga ahora..., estará bien en un minuto.
Acto seguido escuchó voces que no se dirigían a él, sino a otras personas.
—¿Quién capturó a la Bruja?
—Yo creí que tú la tenías.
—No la vi después de haberle arrebatado el cuchillo de su mano.
—Yo estaba persiguiendo al Enano...
—¡No me digas que ella se nos escapó!
—Un muchacho no puede hacerlo todo al mismo tiempo... Pero, ¿qué es eso?... ¡Oh! Lo siento, es sólo un viejo tronco.
Edmundo se desmayó en ese instante.
Entonces centauros y unicornios, venados y pájaros (eran parte del equipo de rescate enviado por Aslan en el capítulo anterior), todos regresaron a la Mesa de Piedra llevando a Edmundo con ellos. Pero si hubieran visto lo que sucedió en el valle después que se alejaron, yo pienso que su sorpresa habría sido enorme.
Todo estaba muy quieto cuando asomó una brillante luna. Si ustedes hubieran estado allí, habrían podido ver que la luz de la luna iluminaba un viejo tronco de árbol y una enorme roca blanca. Pero si ustedes hubieran mirado detenidamente poco a poco, habrían comenzado a pensar que había algo muy extraño en ambos, en la roca y en el tronco. Y en seguida habrían advertido que el tronco se parecía de manera notable a un hombre pequeño y gordo, agachado sobre la tierra. Y si hubieran permanecido ahí durante más tiempo todavía, habrían visto que el tronco caminaba hacia la roca, ésta se sentaba y ambos comenzaban a hablar, porque, en realidad, el tronco y la roca eran simplemente el Enano y la Bruja. Parte de la magia de ella consistía en que podía hacer que las cosas parecieran lo que no eran y tuvo la presencia de ánimo para recordar esa magia y aplicarla en el preciso momento en que le arrebataron el cuchillo de la mano. Ella también había logrado mantener su vara firmemente, de modo que ahora la guardaba a salvo.
Cuando los tres niños despertaron a la mañana siguiente (habían dormido sobre un montón de cojines en el pabellón), lo primero que oyeron —la señora Castora se los dijo— fue la noticia respecto a que su hermano había sido rescatado y conducido al campamento durante la noche. En ese momento estaba con Aslan.
Inmediatamente después de tomar su desayuno, los tres niños salieron. Vieron a Aslan y a Edmundo que caminaban juntos sobre el pasto lleno de rocío. Estaban separados del resto de la corte. No hay necesidad de contarles a ustedes qué le dijo Aslan a Edmundo (y nadie lo supo nunca), pero ésta fue una conversación que el niño jamás olvidó. Cuando los tres hermanos se acercaron, Aslan se dirigió hacia ellos llevando a Edmundo con él.
—Aquí está su hermano —les dijo—, y..., no es necesario hablarle sobre lo que ha pasado.
Edmundo estrechó las manos de cada uno y les dijo:
—Lo siento mucho...
—Todo está bien —respondieron. Y los tres quisieron entonces decir algo más para demostrar a Edmundo que volvían a ser amigos, algo sencillo y natural, pero a ninguno se le ocurrió nada.
Antes que tuvieran tiempo de sentirse incómodos, uno de los leopardos se acercó a Aslan y le dijo:
—
Señor
, un mensajero del enemigo suplica le des una audiencia.
—Deja que se aproxime —dijo Aslan.
El leopardo se alejó y volvió al instante conduciendo al Enano de la Bruja.
—¿Cuál es tu mensaje, Hijo de la Tierra? —preguntó Aslan.
—La Reina de Narnia, Emperatriz de las Islas Solitarias, desea un salvoconducto para venir a hablar contigo —dijo el Enano—. Se trata de un asunto de conveniencia tanto para ti como para ella.
—¡Reina de Narnia! ¡Seguro! —exclamó el Castor—. ¡Qué descaro!
—Paz, Castor —dijo Aslan—. Todos los nombres serán devueltos muy pronto a sus verdaderos dueños. Entretanto no queremos disputas... Dile a tu ama, Hijo de la Tierra, que le garantizo su salvoconducto, con la condición que deje su vara tras ella, junto al gran roble.
El Enano aceptó. Dos leopardos lo acompañaron en su regreso para asegurarse del cumplimiento del compromiso.
—Pero, ¿y si ella transforma a los leopardos en estatuas? —susurró Lucía al oído de Pedro.
Creo que la misma idea se les había ocurrido a los leopardos; mientras se alejaban, en todo momento la piel de sus lomos permaneció erizada, como también su cola..., igual que cuando un gato ve un perro extraño.
—Todo irá bien —murmuró Pedro—. Aslan no los hubiera enviado si no fuera así.
Pocos minutos más tarde la Bruja en persona subió a la cima de la colina. Se dirigió derechamente a Aslan y se quedó frente a él. Los tres niños, que nunca la habían visto, sintieron que un escalofrío les recorría la espalda cuando miraron su rostro. Se produjo un sordo gruñido entre los animales. Y, a pesar que el sol resplandecía, repentinamente todos se helaron.
Los dos únicos que parecían estar tranquilos y cómodos eran Aslan y la Bruja. Resultaba muy curioso ver esas dos caras —una dorada y otra pálida como la muerte— tan cerca una de otra. Pero la Bruja no miraba a Aslan exactamente a los ojos. La señora Castora puso especial atención en ello.
—Tienes un traidor aquí, Aslan —dijo la Bruja.
Por supuesto, todos comprendieron que ella se refería a Edmundo. Pero éste, después de todo lo que le había pasado y especialmente después de la conversación de la mañana, había dejado de preocuparse de sí mismo. Sólo miró a Aslan sin que pareciera importarle lo que la Bruja dijera.
—Bueno —dijo Aslan—, su ofensa no fue contra ti.
—¿Te has olvidado de la Magia Profunda? —preguntó la Bruja.
—Digamos que la he olvidado —contestó Aslan gravemente—. Cuéntanos acerca de esta Magia Profunda.
—¿Contarte a ti? —gritó la Bruja, con un acento que repentinamente se hizo más y más chillón—. ¿Contarte lo que está escrito en la Mesa de Piedra que está a tu lado? ¿Contarte lo que, con una lanza, quedó grabado en el tronco del Fresno del Mundo? ¿Contarte lo que se lee en el cetro del Emperador-Más-Allá-del-Mar? Al menos tú conoces la magia que el Emperador estableció en Narnia desde el comienzo mismo. Tú sabes que todo traidor me pertenece; que, por ley, es mi presa, y que por cada traición tengo derecho a matar.
—¡Oh! —dijo el Castor—, así es que eso fue lo que la llevó a imaginarse que era Reina..., porque usted era el verdugo del Emperador. Ya veo...
—Paz, Castor —dijo Aslan, con un gruñido muy suave.
—Por lo tanto —continuó la Bruja—, esa criatura humana es mía. Su vida está en prenda y me pertenece. Su sangre es mía.
—¡Ven y llévatela, entonces! —dijo el Toro con cabeza de hombre, en un gran bramido.
—¡Tonto! —dijo la Bruja, con una sonrisa salvaje, que casi parecía un gruñido—. ¿Crees realmente que tu amo puede despojarme de mis derechos por la sola fuerza? Él conoce la Magia Profunda mejor que eso. Sabe que, a menos que yo tenga esa sangre, como dice la Ley, toda Narnia será destruida y perecerá en fuego y agua.
—Es muy cierto —dijo Aslan—. No lo niego.
—¡Ay, Aslan! —susurró Susana al oído del León—. ¿No podemos?... Quiero decir, usted no lo haría, ¿verdad? ¿Podríamos hacer algo con la Magia Profunda? ¿No hay algo que usted pueda hacer contra esa Magia?
—¿Trabajar contra la magia del Emperador? —dijo Aslan, dándose vuelta hacia ella con el ceño fruncido.
Nadie volvió a sugerir nada semejante.
Edmundo se encontraba al otro lado de Aslan y le miraba siempre a la cara. Se sentía sofocado y se preguntaba si debía decir algo. Pero un instante después estuvo seguro que no debía hacer nada, excepto esperar y actuar de acuerdo con lo que le habían dicho.
—Vayan atrás, todos ustedes —dijo Aslan—. Quiero hablar con la Bruja a solas.
Todos obedecieron. Fueron momentos terribles..., esperaban y, a la vez, tenían ansias de saber qué estaba pasando. Mientras tanto, la Bruja y el León hablaban con gran seriedad y en voz muy baja.
—¡Oh, Edmundo! —exclamó Lucía y empezó a llorar.
Pedro se quedó de pie dando la espalda a los demás y mirando el mar en la lejanía. Los castores permanecieron apoyados en sus garras, con sus cabezas gachas. Los centauros, inquietos, rascaban el suelo con sus pezuñas. Al fin todos se quedaron tan inmóviles que podían escucharse aun los sonidos más leves, como el zumbido de una abeja que pasó volando, o los pájaros allá abajo, en el bosque, o el viento que movía suavemente las hojas. La conversación entre Aslan y la Bruja continuaba todavía...
Por fin se escuchó la voz de Aslan.
—Pueden volver —dijo—. He arreglado este asunto. Ella renuncia a reclamar la sangre de Edmundo.
En la cumbre de la colina se escuchó un ruido como si todos hubieran estado con la respiración contenida y ahora comenzaran a respirar nuevamente, y luego el murmullo de una conversación. Los presentes empezaron a acercarse al trono de Aslan.
La Bruja ya se daba vuelta para alejarse de allí con una expresión de feroz alegría en el rostro, cuando de pronto se detuvo y dijo:
—¿Cómo sabré que la promesa será cumplida?
—
¡Grrrr!
—gruñó Aslan, levantándose de su trono. Su boca se abrió más y más grande y el gruñido creció y creció.
La Bruja, después de mirarlo por un instante con sus labios entreabiertos, recogió sus largas faldas y corrió para salvar su vida.
En cuanto la Bruja se alejó, Aslan dijo:
—Debemos dejar este lugar de inmediato porque será ocupado en otros asuntos. Esta noche tendremos que acampar en los Vados de Beruna.
Por supuesto todos se morían por preguntarle cómo había arreglado las cosas con la Bruja; pero el rostro de Aslan se veía muy severo y en todos los oídos aún resonaba su rugido, de manera que nadie se atrevió a preguntar nada.
Después de un almuerzo al aire libre, en la cumbre de la colina (el sol era ya muy fuerte y secaba el pasto), bajaron la bandera y se preocuparon de empacar sus cosas. Antes de las dos ya marchaban en dirección noroeste. Iban a paso lento, pues no tenían que llegar muy lejos.