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Authors: Antonio Cabanas

El ladrón de tumbas (18 page)

BOOK: El ladrón de tumbas
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La noche anterior, Nemenhat le comentó su deseo de ser circuncidado, e inmediatamente experimentó un vago sentimiento de culpabilidad. Shepsenuré se preguntó cómo era posible que hubiera olvidado algo tan importante como aquello, e interiormente pidió disculpas por ello. El muchacho había cumplido ya los dieciséis años, habiendo sobrepasado con creces la edad a la que se solía realizar la circuncisión y lamentó que su desvinculación de la mayoría de las viejas costumbres de su tierra pudiera influir negativamente en su hijo. Ni por todos los tesoros ocultos, deseaba que la vida de éste y la suya se parecieran en absoluto. Era por esto que aquella noche le costó conciliar el sueño, mas después de mucho pensar, suspiró aliviado, pues él conocía a la persona que solucionaría el problema.

Seneb paladeaba con fruición el vino mientras mantenía la vista fija en el tablero del
senet.

—Uhm, excelente vino —se decía para sí-. Vino de la octava vez, propio de los viñedos reales. -E inmediatamente dio otro sorbo de aquel elixir saboreando la plenitud de sus matices.

Luego frunció el ceño fugazmente, aquello le quitaba concentración en la partida y le molestaría considerablemente perderla. Pero era tan bueno aquel vino, que le resultaba imposible resistirse a su seducción, así que tomó otro trago y lanzó los cuatro palos
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.

«Dos partes lisas hacia arriba», aquello le permitía avanzar dos casillas, mas tendría que ceder el lanzamiento a su oponente. Si hubiera sacado un uno, un cuatro, o un seis, podría haber seguido tirando; pero había salido un dos y su turno había terminado. Y bien que lo sentía, pues la situación estaba complicada. De sus cinco fichas, cuatro se protegían entre sí al ocupar dos cuadros consecutivos en diferentes zonas del tablero, y la disposición de las piezas del rival no hacía prudente el moverlas por temor a que fueran capturadas. Tendría que mover la quinta ficha y eso no le hacía ninguna gracia, porque iría a parar a la casilla veintisiete, marcada por el signo T, el pozo, que le mandaría automáticamente retroceder a la posición quince; pero no tenía otra opción.

Miró un instante a Shepsenuré antes de mover y se encontró con la sonrisa burlona de éste.

—¡Maldita sea Ammit y los cuarenta y dos genios, Shepsenuré; este vino tuyo me está embotando las entendederas!

—No te quejes, no probarás nada igual en Menfis. Además no pretenderás beberte mi vino y encima ganarme la partida.

—No digo que seas un mal jugador, pero jamás vi tanta suerte —exclamó mientras movía el peón a la casilla veintisiete y retrocedía hasta la quince.

Seneb, como observador de la mayoría de las tradiciones egipcias, era un fanático de sus entretenimientos. Gustaba practicar el antiguo juego de la serpiente, el de perros y chacales, y sobre todo el del
senet;
antigua distracción de faraones, pero que últimamente se había puesto de moda entre las demás clases y del que se consideraba un maestro. Por eso, mientras veía como Shepsenuré frotaba los palos para lanzarlos, sentía cierto fastidio pues la situación no estaba nada clara.

—¡Un cuatro! —exclamó exaltado—. Por Harsiase
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y sus siete escorpiones que nunca vi nada igual; con esto, metes un peón en la casilla treinta
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y encima repites tirada.

Su rival reía abiertamente.

—Tú saliste con las negras, Seneb, así que tenías ventaja.

—No hay ventaja que valga ante esto, siempre sacas los puntos que necesitas.

—Deja de refunfuñar y ríndete a la evidencia. Esta partida la tienes definitivamente perdida —decía Shepsenuré mientras lanzaba de nuevo.

—¡Un seis! —exclamó de nuevo Seneb—. No hay duda de que fuerzas malignas obran sobre estos palos.

—Quizá sea el mismo Set quien los gobierna —contestó Shepsenuré burlón a sabiendas de la animadversión que el embalsamador sentía por esta deidad.

—No digas más, pues su mano se ve en ello; maldito sea mil veces, pues maldito nació al desgarrar el cuerpo de su madre Nut al venir al mundo en la ciudad de Ombos.

—Bueno, algunos de nuestros faraones no lo han visto así, e incluso han sido fervientes devotos suyos
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.

—Bah, modas nefandas y nada más. ¿Qué podemos esperar de alguien que se vale de todo tipo de engaños para perpetrar la muerte de su propio hermano?
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—Eso sólo son mitos del pasado, Seneb —contestó Shepsenuré mientras volvía a frotar los palos para lanzarlos.

—¿Mitos? La esencia de nuestra razón de ser se encuentra en aquellos hechos. Set nació con un espíritu violento que nunca le abandonó.

—No será para tanto —continuó Shepsenuré mientras sacaba un cuatro.

—¡Increíble! —exclamó Seneb dando una patada en el suelo—. No hay duda de que los palos tienen toda suerte de sortilegios. En cuanto a Set, qué quieres que te diga. ¿Qué pensarías de alguien que es capaz de sodomizar a su sobrino?
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Ante este comentario, Min, que estaba cómodamente sentado contemplando la partida mientras apuraba el magnífico vino vaso tras vaso, no pudo evitar soltar una libidinosa risita.

Seneb se volvió furioso.

—Pervertido insaciable. No tienes el menor respeto por nuestros dioses; y la culpa la tengo yo por permitírtelo, pero no consentiré que te burles del mismísimo Horus ante mí.

—No saquemos esto de quicio —intervino Shepsenuré conciliador—, pues estoy seguro que Min no tiene intención de burlarse de Horus, pero has de reconocer que no deja de ser singular que un tío sodomice a su sobrino, Seneb.

—Singular o no, es como poco una aberración, y para colmo cometida en la persona del mismísimo hijo de Osiris.

—Vamos, Seneb; Set tiene también un lado positivo, sin él no existiría, en contraposición, el bien. Además, él ató las plantas simbólicas del Alto y Bajo Egipto junto con Horus, en una ceremonia que representaba la unificación del país.

Nada más pronunciar aquellas palabras, Shepsenuré se arrepintió de haberlas dicho y para evitar su confusión dio un largo trago de su vaso
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.

—En efecto —dijo con calma Seneb mientras clavaba los ojos en su anfitrión—. El
Sema-Tawy,
la unión de las Dos Tierras; pero dime, Shepsenuré, ¿en dónde viste esa representación?

—En Gebtu (Coptos) ciudad de donde soy originario, como ya sabes, en un pequeño quiosco que Sesostris I levantó en honor a Horus —dijo con toda la indiferencia de la que fue capaz.

—Ajá, Gebtu, la capital del nomo V del Alto Egipto, Haruri (Los Dos Halcones). Uhm, no me extraña que se venere en él a Horus, pues aunque la divinidad local es Min —dijo mientras miraba con el rabillo del ojo al gigantesco negro—, la ciudad siempre ha estado asimilada a las dos deidades; aunque francamente, es difícil encontrar dicha representación fuera de los templos.

Shepsenuré se encogió de hombros y volvió a tirar.

¡Otro cuatro! La partida la tenía ya prácticamente ganada, por lo que cambió hábilmente el filo de la conversación.

—Por cierto, Seneb, ¿tienes alguna noticia respecto al muchacho?

Aquél le miró con ese aire de sabio despistado que a menudo tenía.

—Perdona, pero se me había olvidado por completo —dijo golpeándose la frente con la mano—. El juego me ha absorbido de tal forma que me distraje de todo y de todos. De hecho era uno de los motivos de mi visita, pero convendrás conmigo que una buena partida de
senet
y un vino como éste son capaces de hacer relegar a un segundo plano cualquier asunto; incluso uno tan importante como éste. Te pido disculpas y estoy seguro que me las aceptarás, puesto que tengo buenas nuevas al respecto.

Shepsenuré le miró fijamente mientras sorbía de su copa.

—¿Y…?

—Creo que tu hijo tendrá una ceremonia propia de una familia principal. Nemenhat será circuncidado en el templo de Ptah, por un maestro sacerdote; por un
Khery-Heb.

Shepsenuré le miró incrédulo.

—Pensé que el pueblo no tenía acceso al interior del templo.

—Y así es, pero las viejas amistades cuando son auténticas obran milagros. No en vano Kaemwase y yo aprendimos a escribir juntos en la Casa de la Vida, siendo aún muy niños.

—¿Kaemwase? Qué nombre tan extraño.

—Y que lo digas. Ya en la escuela había muchas bromas con ello, pero qué quieres, su familia era un poco estirada y no se les ocurrió otra cosa que llamarle así en honor de uno de los hijos del gran Ramsés.

—¿De veras? Nunca oí hablar de él.

—Bueno, fue un individuo misterioso que pasó su vida en busca de reliquias arqueológicas. Aunque su padre le nombró visir, su pasión era buscar tumbas perdidas.

Shepsenuré no pudo evitar dar un respingo.

—¿Tumbas perdidas?

—Sí, estaba obsesionado con el tema. Se dice que poseía una biblioteca en la que almacenaba todo el saber que un hombre puede poseer. Tenía papiros sobre todo tipo de materias, como medicina, matemáticas, arquitectura… e incluso magia. Cuentan que ésta no tenía secretos para él.

—¿Y qué fue de él?

—Era sucesor al trono, pero murió en extrañas circunstancias y le sucedió su hermano Merenptah. En fin, qué puedo decirte, hay gente para todo, aunque yo jamás hubiera puesto a un hijo semejante nombre.

Shepsenuré asintió en silencio.

—Nombres aparte, te diré que es un reputado médico que trabaja a las órdenes del templo de Sejmet
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, y que operará a tu hijo en ceremonia privada
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; y si no te importa me he tomado la libertad de elegir el día.

Hubo una leve pausa, lo justo para que cruzaran una breve mirada.

—Ya que estamos en el primer mes de la estación de Akhet (la inundación), aprovecharemos que el día diecinueve es el más favorable, para realizar la intervención; puesto que la Eneada
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estará en fiestas ante Ra y será una fecha muy propicia. La circuncisión tendrá lugar en una pequeña capilla dedicada a Sejmet, situada en la primera sala hipóstila del templo. Sería conveniente que el muchacho ayunara el día antes.

—Nos haces un gran honor, Seneb. Haremos escrupulosamente cuanto nos pidas.

—Bien —dijo levantándose de la silla—, no vale la pena que continuemos jugando; la partida la tengo perdida. Espero poder resarcirme la próxima vez.

—Prometo ofrecerte un vino más joven —contestó Shepsenuré con ironía.

Seneb le dio unas palmaditas en la espalda mientras se encaminaba a la puerta en compañía de su inseparable Min.

—Queda con los dioses —dijo mientras salía—, y que Atum te proteja, amigo.

Hacía ya un buen rato que la luz de la mañana bañaba Menfis, cuando llegaron al recinto del templo. A Nemenhat le impresionó vivamente, pues aunque había pasado algunas veces por allí, nunca se había parado junto a las enormes murallas que lo circunvalaban. El templo de Ptah era la representación de un poder que se extendía mucho más allá de lo estrictamente religioso. No en vano el templo representaba, aproximadamente, un tres por ciento del control económico del país. Esto, qué duda cabe, no era nada comparado con el omnímodo dominio que el clero de Amón ejercía sobre Egipto y que, amén de las innumerables tierras, era poseedor de más de cuatrocientas cabezas de ganado y unos ochenta mil servidores. Mas para el templo de Ptah, esta diferencia en el poder económico no representaba un gran problema. Eran, junto con el clero del dios Ra, el culto más antiguo; instaurados en los remotos tiempos en que Narmer unificó las Dos Tierras
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y fundó la ciudad de Menfis. A través de aquellos dos mil años, los sacerdotes de Ptah habían socavado poco a poco el poder que los primeros faraones habían ejercido sobre el país, llegando a controlar con el tiempo, los hilos de la Administración.

Es indudable que durante tan largo período hubo fases en las que perdió claramente su influencia, alcanzando ésta su punto más bajo durante la XVIII dinastía, en favor del templo de Amón. Mas a comienzos de la XIX dinastía, los primeros ramésidas construyeron en el Delta la ciudad de Pi-Ramsés (Avaris), y Ramsés II decidió abandonar Tebas para trasladarse allí y declararla nueva capital en un intento claro por alejarse del ascendiente que los sacerdotes de Amón tenían sobre él. Esto potenció de nuevo el clero de Ptah, que volvió a infiltrarse en la Administración política, haciendo un esfuerzo por salvaguardar sus intereses frente al poder descomunal que el dios de Tebas había acumulado.

Menfis era por aquel tiempo una ciudad muy floreciente, que poseía un puerto fluvial de primer orden. Peru-Nefer (el buen viaje), que así se llamaba, era lugar de referencia para innumerables naves que, desde distintos puntos del Mediterráneo, traían todo tipo de mercancías con las que comerciar. Todas las transacciones realizadas eran escrupulosamente anotadas por toda una legión de escribas, casi todos adscritos al templo de Ptah, que daban fe de que los negocios se habían realizado con arreglo a la ley y se habían pagado los impuestos correspondientes.

Este aumento de la burocracia redundó lógicamente en favor del templo de Ptah, pues mantenía un control de primer orden sobre todas las operaciones de compra venta que se hacían en la ciudad. Las arcas del templo subieron rápidamente y con ello, un incremento en los nombramientos de personas afines al templo para los puestos de responsabilidad en la Administración; hasta el visir del Bajo Egipto estuvo, en ocasiones, estrechamente ligado al dios Ptah
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. Todo ello contribuyó al fortalecimiento de la posición del clero del dios. Posición que pudo mantener posteriormente, en los difíciles tiempos en los que el país se desmembró, al acabar los sacerdotes de Amón con el poder de los faraones de la XX dinastía y fundar una nueva; la de los sumos sacerdotes tebanos, uno de los cuales llegó a ser coronado como rey
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.

Al margen de las anteriores consideraciones, Ptah gozaba de una gran devoción en Egipto, no solamente en Menfis donde era considerado demiurgo, sino también en otras ciudades como Tebas o la sagrada Abydos. Además, la gran antigüedad que tenía, era motivo de orgullo para todo aquel que le reverenciaba. Era garante de las más profundas tradiciones del país y su clero tenía a gala el que un miembro de la misma familia, se hubiera mantenido al frente del templo como Gran Artesano
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, generación tras generación desde los tiempos de Imhotep
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.

Cuando Nemenhat volvió a mirar aquel augusto santuario, pareció sentir todo lo anterior, y por un instante se quedó sobrecogido. Aquello, más que un templo era una ciudadela. Miraba una y otra vez las altas murallas almenadas con torres incrustadas en ellas en todo su perímetro. No era un templo lo que allí veía, sino una fortaleza; la fortaleza del dios.

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