Casi se le escapó un grito estridente al ver el terrible estado en que se hallaba la señora Griffin. Ella le miró con ojos aturdidos. Su pelo le había sido arrancado a zarpazos y su cara estaba morada por los golpes recibidos. Un trapo sucio amordazaba su boca. Harvey se lo quitó cuidadosamente y ella empezó a hablar. Su voz era
apagada y
ronca.
—Gracias, querido, gracias —susurró—. Pero no debiste volver. Es demasiado peligroso este lugar.
—¿Quién le hizo esto?
—Jive y Rictus.
—Pero él lo ordenó, ¿verdad? —afirmó Harvey mientras la ayudaba a incorporarse—. No me diga que está muerto, porque sé que esto no cambia las cosas. Hood está aquí, en la casa, ¿no es verdad?
—Sí —respondió ella, agarrándose a él para levantarse y salir de la caja—. Sí, está aquí. Pero no en la forma que tú piensas...
—Perfecto —dijo Harvey—. Todo va a salir perfecto.
—Creí... creí que nunca más volvería a llorar —dijo, con una mano en la cara para tocarse sus lágrimas—. ¡Mira lo que has hecho!
—Lo siento —respondió Harvey.
—Oh, no, no lo sientas, cielo. Es maravilloso. —La señora Griffin sonrió a través de sus lágrimas—. Tú has roto la maldición que me echó.
—¿Qué maldición?
—Oh, es una larga historia.
—Me gustaría escucharla.
—Yo fui la primera criatura que vino a la casa de Hood —dijo—. De esto hace muchos, muchos años. Tenía nueve años cuando subí por primera vez los escalones de la entrada. Me había escapado de casa, ¿sabes?
—¿Por qué?
—Mi gato había muerto y mi padre no quiso comprarme otro. ¿Y qué crees que Rictus me dio el día de mi llegada?
—¿Tres gatos?
—Ya sabes cómo trabaja esta casa, ¿no?
Harvey asintió y dijo:
—Te da cualquier cosa que pienses que deseas.
—Y yo quería gatos, un hogar y...
—¿Qué?
—Otro padre. —El horror de aquel recuerdo le produjo un temblor—. Conocí a Hood aquella noche. Al menos, oí su voz.
El gato
Stew
se acercó a sus pies y ella hizo una pausa para agacharse y cogerlo en brazos.
—¿Dónde lo oyó? —preguntó Harvey.
—En el ático. La planta más alta de la casa. Y él me dijo: «Si te quedas aquí para siempre, nunca morirás. Te harás vieja pero vivirás hasta el final de los tiempos, y nunca volverás a llorar».
—¿Y eso es lo que usted quería?
—Era una estúpida; pero sí, era lo que quería. Yo tenía miedo. Miedo a ser puesta en un hoyo y cubierta de tierra como mi gato. —Una nueva racha de lágrimas invadió sus pálidas mejillas—. Huía desesperadamente de la muerte...
—... para meterse en su misma casa —dijo Harvey.
—¡Oh, no, hijo! —aclaró la señora Griffin—. Hood no está muerto. —Se quitó las lágrimas de los ojos para ver mejor a Harvey—. La muerte es una cosa natural. Hood no lo es. Ahora, yo acogería a la muerte como a una amiga a la que antes hubiera echado de casa. He visto demasiado, querido. Demasiadas estaciones, demasiados niños...
—¿Por qué no ha tratado usted nunca de detenerle?
—No tengo ningún poder sobre él. Todo cuanto podía hacer era proporcionar a los niños y niñas que pasaban por aquí cuanta felicidad pudiera darles.
—Entonces, ¿qué edad tiene usted? —preguntó Harvey.
—¡Quién sabe! —respondió, acercando su cara al pelo del gato
Stew
—. Crecí y me hice vieja en cuestión de días, pero luego el tiempo ya no pasó para mí. A veces he tenido la tentación de preguntar a alguno de los niños: «¿Qué año es en el mundo de fuera?».
—Esto puedo decírselo.
—No —negó, llevándose el dedo a los labios—. No quiero saber cómo han volado los años. Todavía me haría más daño.
—¿Qué quiere entonces?
—Morir —dijo con una leve sonrisa—. Salir de esta piel y volar hacia las estrellas.
—¿Es esto lo que pasa?
—Es lo que yo creo —aseguró—. Pero Hood no me dejará morir. Nunca. Ésta será su venganza por haberte ayudado a escapar. Ya mandó asesinar al gato
Blue por
mostrarte a ti el camino.
—Hood la dejará salir —dijo Harvey—. Lo prometo. Haré que lo haga.
Ella movió la cabeza, diciendo:
—Eres muy valiente, Harvey; pero no nos dejará ir a ninguno de nosotros. Hay un terrible vacío en su interior. Quiere llenarlo con almas, pero es un pozo. Un pozo sin fondo...
—... y ambos estáis abocados a él —se oyó una oleosa voz. La voz era de Marr. Se deslizaba escalera abajo—. Te hemos estado buscando por arriba y por abajo —continuó diciendo, dirigiéndose a Harvey—. Deberías venir conmigo, niño.
Marr extendió los brazos en la dirección de Harvey; pero él recordaba muy bien aquellos toques de transformación.
—¡Ven! ¡Ven! —llamó Marr—. Aún puedo quitarte los problemas si me dejas que haga de ti algo humilde. Al señor Hood le gustan las cosas humildes, como pulgas, lombrices o perros sarnosos. ¡Ven, guapo! ¡Corre!
Harvey dio una mirada a la bodega. No había otra salida. Si quería llevar a la señora Griffin arriba, donde le diera el sol, debía hacerlo por la escalera, y Marr estaba delante de ella.
Dio un paso en aquella dirección. Ella le mostró una sonrisa desdentada.
—Buen muchacho.
—¡No vayas! —gritó la señora Griffin—. Te va a hacer mucho daño.
—¡Cállate, mujer! —chilló Marr—. ¡La próxima vez vamos a tener que clavar la tapa! —Sus grasientos ojos verdes giraron hacia Harvey—. El muchacho sabe lo que es bueno para él. ¿No es verdad, chico?
Harvey no respondió. Simplemente siguió avanzando hacia Marr, cuyos dedos parecían crecer como cuernos de caracol, extendiéndose para fijarse en su cara.
—Has sido un niño tan obediente —prosiguió Marr—, que a lo mejor te convierto en una lombriz. ¿Te gustaría? Dime. Dime qué te pide tu corazón.
—No te preocupes por mi corazón —dijo Harvey, tendiendo, a su vez, los brazos hacia Marr—. ¿Qué hay del tuyo?
Marr miró con expresión confusa.
—¿El mío?
—Sí —dijo Harvey—. ¿Sueñas con ser algo especial?
—Yo nunca sueño —respondió ella en tono desafiante.
—Pues deberías probarlo —continuó diciéndole Harvey a Marr—. Si tú puedes convertirme en una lombriz o en un murciélago, ¿qué podrías hacer para ti misma?
El desafío en la cara de Marr se convirtió en frustración, y la frustración en pánico. Sus dedos extendidos empezaron a doblarse. Harvey, en cambio, le tendió los suyos a la velocidad de un relámpago, entrelazándolos con los de ella.
—¿En qué quieres convertirte? —insistió Harvey—. ¡Piénsalo!
Ella empezó a esforzarse y él sintió que la magia que fluía de los dedos de Marr pasaba a los suyos, intentando operar algún cambio en él. Pero él ya no quería ser más un murciélago vampiro y, naturalmente, no quería ser una lombriz. Estaba muy contento de ser él mismo. La magia, por tanto, no prendía en él. Contrariamente, fluía en dirección opuesta, introduciéndose en el cuerpo de Marr, quien empezó a temblar como si fuera sumergida en agua helada.
—¿Qué... estás... haciendo?—preguntó.
—Dime qué desea tu corazón —respondió Harvey, devolviéndole su invitación.
—¡No voy a decírtelo a ti! —dijo, aún tratando de liberarse de los dedos de él.
Pero ella no estaba acostumbrada a que sus víctimas se resistieran de aquella forma. Sus músculos eran débiles y fláccidos. Tiraba y tiraba, pero no podía deshacerse de él.
—¡Déjame! —imploró casi—. Si me haces algún daño, el señor Hood tendrá tu cabeza.
—No te hago daño —respondió Harvey—. Sólo te dejo realizar tus sueños, al igual que tú me dejas realizar los míos.
—¡No los quiero! —gritó, intensificando su esfuerzo.
Él no quiso soltarla. Por el contrario, se le acercó más y más, como si quisiera envolverla con sus brazos. Ella empezó a escupirle —grandes bocanadas de cieno— pero él se las quitaba de la cara y continuaba acosándola.
—No... —empezó a murmurar Marr— No...
Pero ella no pudo evitar que la magia que intentaba transmitir a él trabajara ahora en su propia piel y en sus propios huesos. Su gorda cara empezó a ablandarse y a derretirse como cera; su cuerpo se hundió dentro de su roído vestido y una sustancia verdosa empezó a caer sobre el suelo.
—¡Oh...! —exclamó en sollozos—. ¡Condenado niño...!
Harvey no sabía cuál era aquel sueño que hacía a Marr convertirse en gachas. Cada vez era más pequeña, su ropa se caía a medida que se iba encogiendo y su voz se hacía más aguda. Era cuestión de segundos su total desaparición.
—¿Con qué sueñas? —repitió Harvey, mientras los dedos de Marr se derretían entre los suyos, convirtiéndose en agua nauseabunda.
—Yo sueño en nada... —respondió Marr. Sus ojos se hundieron en el cráneo que ya empezaba a desintegrarse— y en nada es en lo que me convierto... nada —dijo otra vez. Ahora ya no era más que un charco de agua sucia, un charco con una voz agonizante—. Nada.
Y desapareció, devorada por su propia magia.
—¡Lo hiciste! —gritó la señora Griffin—. ¡Lo hiciste, muchacho!
—Uno eliminado. Faltan tres —dijo Harvey.
—¿Tres?
—Rictus, Jive y el mismo Hood.
—Te olvidas de Carna.
—¿Todavía está vivo?
La señora Griffin asintió.
—Temo que he oído sus chillidos cada noche. Quiere venganza.
—Y yo quiero que me devuelvan mi vida —respondió Harvey, cogiéndola del brazo (aún llevaba el gato) para acompañarla hasta la escalera—. Voy a recuperarla, señora Griffin. No importa lo que tarde, pero voy a recuperarla.
La señora Griffin dio una mirada al montón de ropa que marcaba el lugar donde Marr se había convertido en nada.
—Quizá puedas hacerlo —dijo ella con asombro en su voz—. De todos los chicos que han pasado por aquí, seguramente tú eres el único que puede vencer a Hood con su propio juego.
Rictus esperaba arriba, al final de la escalera. Su sonrisa era dulce. Sus palabras no. —Ahora eres un asesino, hombrecito —dijo—. ¿Te ha gustado sentir la sangre de Marr en tus manos?
—Él no la mató —protestó la señora Griffin—. Nunca estuvo viva. Ninguno de vosotros sois seres vivientes.
—¿Qué somos entonces?
—Ilusiones —dijo Harvey, mientras pasaba por delante de Rictus acompañando a la señora Griffin hacia la puerta principal—. Todo son ilusiones.
Rictus les siguió, riéndose convulsivamente.
—¿Qué es eso tan divertido? —preguntó Harvey, mientras abría la puerta para que la señora Griffin saliera a tomar el sol.