Pero no debemos pensar que el cristianismo fue sólo una religión de proletariado urbano. También se difundió en cierta medida entre la gente culta. Hasta algunos filósofos se convirtieron al cristianismo, como Justino (comúnmente llamado Justino Mártir por haber muerto en el martirio). Nació alrededor del 100 en lo que había sido Judea. Si bien era hijo de padres paganos y había recibido una educación totalmente griega, no pudo por menos de familiarizarse con las escrituras sagradas de los judíos y con la historia de la muerte y resurrección de Jesús. Se convirtió al cristianismo sin abandonar su filosofía. En verdad, usó su capacidad filosófica para argüir en defensa de la verdad del cristianismo y, así, se convirtió en un importante «apologista» (uno que habla en defensa de una causa) cristiano.
Se enzarzó en un debate de folletos con un judío eminente y abrió una escuela en Roma donde enseñaba la doctrina cristiana. Se supone que sus escritos llegaron a Adriano y Antonino, quienes quedaron tan impresionados por ellos que practicaron una política de tolerancia con el cristianismo, tolerancia que Antonino extendió a los judíos, pese a su reciente rebelión.
Aunque Antonino era de mediana edad en el momento de subir al trono, reinó durante veintitrés años, hasta la edad de setenta y cinco años. Su reinado fue de una paz total; fue la culminación de la
Pax Romana,
y tan pocos sucesos tuvieron lugar en dicho reinado que casi se carece de noticias históricas concernientes a él. (Son los desastres, las guerras, plagas, insurrecciones y catástrofes naturales las que aparecen en grandes titulares y llenan las páginas de los libros de historia.)
Antonino no compartía el placer de Adriano por los viajes. Reconoció el hecho de que, si bien Adriano se hizo popular en las provincias al aparecer en ellas, sus visitas eran una sangría para los tesoros provinciales. Además, disgustaban a la misma Roma, que quedaba sin su emperador durante largos períodos. La ausencia imperial parecía una afrenta a la dominación italiana sobre el Imperio. En verdad, después de la muerte de Adriano, el Senado, en una petulante exhibición de vanidad italiana, se resistió a otorgar al emperador muerto los habituales honores divinos. Antonino tuvo que hacer una vigorosa intervención personal antes de que el Senado accediese a ello. Esto fue considerado como una actitud filial y piadosa por parte de Antonino hacia su padre adoptivo, por lo que se lo llamó Antonino Pío, el nombre por el que es más conocido en la historia.
Casi los únicos problemas fronterizos que hubo en su reinado se localizaron en Britania. Las tribus hostiles al norte de la muralla de Adriano hicieron incursiones al sur de ella, pero el gobernador romano las rechazó. Para mantenerlas a raya, construyó otra muralla a través del estrechamiento de lo que es ahora Escocia, desde el estuario de Forth hasta el de Clyde. Se la llamó la «Muralla de Antonino». Sirvió como segundo rompeolas contra los bárbaros.
Antonino murió en 161 (914 A.U.C.), tan pacíficamente como había vivido. En su último día, cuando el capitán de la guardia del palacio llegó para recibir la contraseña del día, Antonino respondió «Ecuanimidad», y murió.
De los dos sucesores que Antonino había adoptado a requerimiento de Adriano, uno fue confirmado poco después de la muerte del viejo Emperador. Era Marco Aurelio (Marcus Aelius Aurelius Antoninus), yerno de Antonino. El otro, Lucio Aurelio Vero, había sido juzgado indigno por Antonino.
Pero Marco Aurelio, que seguía un código de conducta estricto, pensó que lo justo era aceptar a Lucio Vero como su igual en los derechos y deberes del trono. Por primera vez en la historia del Imperio, dos emperadores iban a gobernar simultáneamente, y esto sentó un precedente importante para el futuro.
Lucio Vero no estaba muy interesado en las labores del gobierno, sino sólo en los placeres, a los que se dedicó totalmente. Por ello, es recordado Marco Aurelio, que sobrellevó la carga del Imperio, mientras que Lucio Vero ha sido olvidado.
Marco Aurelio fue un gobernante modelo, que siguió el ejemplo de su padre adoptivo. Platón había dicho quinientos años antes que el mundo sólo marcharía bien cuando los príncipes fueran filósofos o los filósofos príncipes. Así ocurrió con Marco Aurelio, pues fue un gobernante vigoroso y al mismo tiempo un filósofo cuyos escritos aún hoy reciben una elevada consideración.
Marco Aurelio fue, específicamente, un estoico. El estoicismo había recibido creciente favor bajo el bondadoso gobierno de los Antoninos. Su más renombrado exponente en tiempos romanos había sido Epícteto, un griego nacido en la esclavitud alrededor del 60. Tenía mala salud y era cojo (presuntamente a causa del mal trato que recibió de un amo cruel).
Fue llevado a Roma a temprana edad y allí logró asistir a clases de filósofos estoicos, cuyas enseñanzas asimiló. Cuando finalmente fue liberado de la esclavitud, se estableció a su vez como maestro. Pero en el reinado de Domiciano, cuando los filósofos fueron expulsados de Roma, Epícteto fue uno de los que tuvieron que abandonar la ciudad. Esto ocurrió en el 89. Se retiró a Nicópolis, ciudad fundada por Augusto después de su victoria final sobre Marco Antonio cerca de Accio. En Nicópolis, Epícteto enseñó durante el resto de su vida.
El mismo Epícteto no escribió nada, pero sus enseñanzas fueron asimiladas por su más famoso discípulo, Arriano (el biógrafo de Alejandro Magno), quien las recogió en dos libros, de los que sobrevive una parte solamente de uno de ellos. La filosofía de Epícteto era bondadosa y humanitaria: «vivir y dejar vivir», «soportar y refrenarse».
De joven, Marco Aurelio se sintió atraído por las enseñanzas del estoicismo y se convirtió en el más famoso de los estoicos, puesto que era el Emperador. Marco Aurelio no creía en la felicidad, sino en la tranquilidad, creía en la sabiduría, la justicia, la resistencia y la templanza; no eludió ninguna penuria a que lo obligase el cumplimiento de su deber. A lo largo de toda su afanosa vida, llena de marchas y batallas, registró sus pensamientos en un pequeño libro que sobrevive con el nombre de «Meditaciones». Es valorado aún hoy como el testimonio de un hombre que vivió según un bondadoso y admirable modo de vida en las más duras condiciones.
Pues Marco Aurelio no iba a tener la vida pacífica que merecía. La profunda calma del reinado de Antonino parece haberse quebrado con su muerte, y en todas partes surgieron enemigos contra Roma.
En el Este, los viejos enemigos, los partos, se levantaron repentinamente y una vez más trataron de colocar a Armenia bajo un títere parto. Además, hicieron inevitable la guerra al invadir Siria. Las legiones romanas, bajo el co-emperador Lucio Vero, se lanzaron hacia el Este.
Los partos fueron derrotados y los romanos les devolvieron el golpe invadiendo y saqueando la Mesopotámia y quemando Ctesifonte, su capital. En 166, la paz fue restaurada, y tres años más tarde Lucio Vero murió dejando a Marco Aurelio como único emperador.
La guerra con Partía podía haber sido considerada como un triunfo para Roma, de no haber tenido una consecuencia totalmente inesperada...
Los enjambres humanos del Lejano Oriente, India y China, han sido desde hace muchos siglos víctimas de enfermedades como el cólera o la peste bubónica. En esas regiones, las enfermedades son endémicas; es decir, están siempre presentes en un grado moderado. Pero de tanto en tanto, el germen de una enfermedad desarrolla una nueva cepa de excepcional virulencia y, entonces, una enfermedad determinada aumenta vertiginosamente su intensidad y se expande en todas direcciones, llevada por viajeros, soldados y refugiados atemorizados... De tanto en tanto, la «peste» avanza hacia el Oeste e inunda Europa.
Una peste semejante devastó Atenas casi seis siglos antes de Marco Aurelio, al comienzo de su larga guerra con Esparta. La peste mató a Pericles y probablemente contribuyó mucho a que Atenas perdiese la guerra. Indirectamente, acabó con la gloria de Atenas y contribuyó a la decadencia de Grecia. Otra peste (la famosa «Peste Negra») barrió Europa doce siglos después de la época de Marco Aurelio y dio muerte a un tercio de la población europea.
Entre esas dos pestes, apareció otra no menos importante en tiempo de Marco Aurelio. Quizá se trató de la viruela. Los soldados que combatían en Partia se contagiaron y los estragos que causó debilitaron mucho su potencia. La llevaron con ellos a Roma y también a las provincias.
La peste diezmó ferozmente la población del Imperio, despojándolo de soldados y labradores, y debilitándolo en forma permanente. La población de la ciudad de Roma empezó a decaer, y sólo en el siglo XX volvió a alcanzar el número que había tenido bajo Augusto y Trajano.
La despoblación dio origen a otros desastres, pues Marco Aurelio trató de poblar nuevamente las tierras estimulando la inmigración de los bárbaros del Norte. Esta fue la primera oscilación del péndulo de la romanización del Norte a la germanización del Imperio.
La gente atemorizada, sintiendo la necesidad de acusar a alguien de la peste, acusó a los cristianos, y se inició un período de persecuciones. Entre los que murieron en la caza de brujas estaba Justino Mártir. Sin duda, Marco Aurelio desaprobó tal persecución en principio, pero había poco que pudiera hacer contra el poder de una muchedumbre enloquecida.
Ciertamente, Marco Aurelio creía mucho en el valor de la religión del Estado como principio unificador de los pueblos del Imperio, los cuales, por lo demás, diferían tanto en lenguaje y cultura. Los cristianos deben de haberle parecido una peligrosa fuerza destructiva. Los peligros para Roma fueron tanto mayores en su reinado, con respecto a los reinados que lo precedieron inmediatamente, que bien pudo haber pensado que no podía permitirse la tolerancia de posibles rebeldes, y de este modo disculparse ante sí mismo por una persecución que sabía equivocada en principio.
La principal amenaza externa para Roma estaba en una coalición de tribus germánicas formada bajo el liderato de los marcomanos, quienes vivían en lo que es ahora la Baviera septentrional y se unieron a otras tribus situadas al norte del Danubio. Aprovechando el enfrentamiento de Roma con Partia, atacaron la frontera norte de Roma. Durante unos quince años, Marco Aurelio se agotó en esta guerra con los marcomanos, marchando de un punto amenazado a otro, derrotando a los germanos para luego verlos levantarse nuevamente.
En conjunto, puede considerarse que Roma ganó la guerra, pero mientras que en siglos anteriores había conquistado y absorbido territorios bárbaros, ahora se contentó con rechazarlos y mantenerse intacta. Si continuaba esa situación, en el siglo siguiente se iban a contemplar desastres, como efectivamente ocurrió.
Marco Aurelio murió en 180 (933 A. U. C.), después de un reinado de diecinueve años, mientras estaba en campaña, combatiendo aún con los germanos. El lugar de su muerte estaba cerca de la moderna Viena.
Desde el ascenso de Nerva, en 96, hasta la muerte de Marco Aurelio, en 180, el Imperio pasó por ochenta y cuatro años que fueron principalmente pacíficos y se señalaron por gobiernos austeros y responsables. Hubo guerras exteriores, con los partos, los dacios y los britanos pero se desarrollaron lejos, principalmente en territorio enemigo y no dejaron huellas dolorosas serias en las provincias romanas. Hubo también rebeliones, particularmente la de los judíos bajo Adriano, y algún ocasional levantamiento de un general, como en el caso del capaz jefe de las legiones sirias, quien, en 175, fue engañado por un falso informe de la muerte de Marco Aurelio por los marcómanos. Pero todas estas rebeliones lograron ser aplastadas, y sólo fueron alfilerazos dentro de la paz general.
De hecho, el historiador del siglo XVIII Edward Gibbon, en una famosa afirmación, dijo que en toda la historia de la raza humana nunca existió un período tan largo en el que tantas personas fuesen tan felices como en el Imperio Romano bajo los Antoninos.
En cierto modo, tenía razón. Si pensamos sólo en la región mediterránea, sin duda ésta estuvo mejor bajo los Antoninos que durante los siglos en los que se libraron guerras continuas, región contra región. También estuvo mejor que en los siglos siguientes, cuando se halló dividida en gobiernos en discordia. Hasta podríamos decir que estuvo mejor que ahora, cuando (junto con el resto del mundo) vive bajo la amenaza de la bomba atómica.
Sin embargo, aunque la época de los Antoninos fue un período de paz y calma, era la paz y la calma del agotamiento. El mundo mediterráneo se había desgastado en las grandes guerras de los griegos y los romanos y cuando luego el Imperio —aparentemente tan grande y fuerte— se vio obligado a soportar el impacto de los desastres luchó virilmente y con esfuerzos casi sobrehumanos, pero estaba demasiado agotado para triunfar.
La peste de 166 quizá fue el último golpe, que acabó con la vitalidad que le restaba a la población.
El intento de los emperadores de hacer de la ciudad de Roma un grandioso espectáculo debilitó aún más la economía. Cientos de miles de ciudadanos romanos recibían alimento gratuito en el tiempo de los Antonios, un día de cada tres era una fiesta que se celebraba con espectáculos, carreras de carros, combates de gladiadores y extravagantes juegos con animales. Todo esto era tremendamente costoso y la breve diversión que brindaba no compensaba el precio a largo plazo pagado con el debilitamiento de la economía. (Presumiblemente, muchos de los romanos de las generaciones que gozaron del beneficio de la diversión se preocupaban poco de lo que ello significaría para sus descendientes, si es que se preocupaban algo. Nuestra propia generación, que contamina y destruye sin cesar los recursos del mundo es igualmente criminal en su indiferencia, y no tenemos ningún derecho a despreciar a los romanos.)
La fatiga de la época de los Antoninos se refleja en la lenta decadencia de la literatura. Casi la única figura literaria de importancia en el período antonino tardío fue Lucio Apuleyo, nacido en Numidia por el 124. Estudió en Atenas y vivió en Roma durante un tiempo, pero pasó la mayor parte de su vida en Cartago.
Es más conocido por un libro llamado comúnmente
El asno de oro,
una fantasía sobre un hombre que se convierte en asno y sobre las aventuras que experimenta en su forma animal. En él figura el cuento de «Cupido y Psique», ciertamente uno de los más atractivos de los cuentos relatados a la manera de los antiguos mitos.