El ídolo perdido (The Relic) (22 page)

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Authors: Douglas y Child Preston

BOOK: El ídolo perdido (The Relic)
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Frock asintió lentamente.

—Ha hablado de ADN.

Pendergast agitó las hojas impresas.

—Los resultados del laboratorio no son concluyentes, por expresarlo de un modo suave. —Hizo una pausa—. No le ocultaré que el análisis de la garra detectó ADN de diversas especies de gecónidos, además de cromosomas humanos. Por eso sospechamos que la muestra estaba degradada.

—¿Gecónidos? —murmuró Frock, algo sorprendido—. Y come el hipotálamo… Qué curioso. Dígame, ¿cómo lo sabe?

—Encontramos rastros de saliva y marcas de dientes.

—¿Marcas de dientes humanos?

—Nadie lo sabe.

—¿Y la saliva?

—Indeterminada.

Frock hundió la cabeza en el pecho. Al cabo de unos minutos, levantó la vista.

—Usted insiste en que la garra es un arma —dijo—. Por lo tanto, debo suponer que considera que el asesino es un humano, ¿verdad?

Pendergast cerró el maletín.

—No se me ocurre otra posibilidad. ¿Cree, doctor Frock, que un animal podría decapitar un cuerpo con precisión quirúrgica, practicar un agujero en el cráneo y localizar una región interna, del tamaño de una nuez, que sólo alguien muy ducho en anatomía humana reconocería? Sin mencionar, además, la impresionante habilidad del asesino para eludir los rastreos llevados a cabo en el subsótano.

Frock volvió a inclinar la cabeza. Al cabo de unos minutos, la alzó.

—Señor Pendergast —espetó con voz tronante. Margo se sobresaltó—. He escuchado su teoría. ¿Le importa escuchar la mía?

Pendergast asintió.

—En absoluto. Adelante.

—Muy bien, ¿conoce los esquistos de Transvaal?

—Me temo que no.

—Fueron descubiertos en 1945 por Alistair van Vrouwenhoek, un paleontólogo de la Universidad Witwatersrand de Sudáfrica. Eran cámbricos, de unos seiscientos millones de años de antigüedad. Revelaban formas de vida extrañas que nunca se habían visto antes, y tampoco después; formas de vida que no mostraban la simetría bilateral propia del reino animal. Surgieron en la época cámbrica de la extinción masiva. Ahora, señor Pendergast, casi todo el mundo cree que los esquistos de Transvaal representan un callejón sin salida de la evolución; como si la vida hubiera experimentado con todas las formas concebibles antes de adoptar la simétrica bilateral.

—Usted discrepa de ese punto de vista —dijo Pendergast.

Frock carraspeó.

—Exacto. En estos esquistos predomina cierta clase de organismo. Poseía aletas poderosas, largos órganos de succión y una enorme boca capaz de triturar, desgarrar y atravesar la roca. Las aletas le permitían avanzar por el agua a una velocidad de treinta y dos kilómetros por hora. No cabe duda de que se trataba de un depredador muy salvaje que dominó a las demás especies; en exceso, diría yo. Acosó a su presa hasta la extinción, y luego desapareció al cabo de muy poco tiempo. Así provocó la extinción masiva menor que ubicamos al final del período cámbrico. Fue eso, no la selección natural, lo que originó la desaparición de las demás formas de vida.

Pendergast parpadeó.

—¿Y?

—He llevado a cabo simulaciones por ordenador de la evolución según la nueva teoría temática de la turbulencia fractal. ¿El resultado? Cada sesenta o setenta millones de años, la vida empieza a adaptarse a su entorno; demasiado bien, tal vez. Se produce una explosión demográfica de las formas de vida que triunfan. Entonces, de repente, de la nada surge una nueva especie, casi siempre un depredador, una máquina de matar. Se abre paso entre la población anfitriona, mata, se alimenta y se multiplica, poco a poco al principio, después con creciente celeridad. —Frock indicó la placa fosilizada que descansaba sobre el escritorio—. Señor Pendergast, permita que le enseñe algo.

El agente se levantó y avanzó.

—Esto es un conjunto de huellas dejadas por un ser que vivió durante el cretácico superior —explicó el doctor—, justo en la frontera K-T, para ser exacto. Es el único fósil de su especie que hemos encontrado. No existe ninguno más.

—¿K-T? —preguntó Pendergast.

—Cretácico terciario. Es la frontera que delimita la extinción masiva de los dinosaurios.

El agente asintió con expresión de perplejidad.

—Existe una relación que hasta el momento ha pasado desapercibida —continuó Frock— entre la estatuilla de Mbwun, las impresiones de garra dejadas por el asesino y estos rastros fósiles.

Pendergast bajó la vista.

—¿Mbwun? ¿La estatuilla que el doctor Cuthbert sacó de las cajas para incluirla en la exposición?

Frock asintió.

—Mmm. ¿Cuál es la antigüedad de esas huellas?

—Unos sesenta y cinco millones de años, aproximadamente. Procedían de una formación donde fueron descubiertos los últimos rastros de dinosaurios. Antes de la extinción masiva, quiero decir.

Se produjo un largo silencio.

—Ah. ¿Y la relación…? —preguntó Pendergast al cabo de un momento.

—He mencionado que no hay nada en la colección de antropología que coincida con las marcas de garras, pero no he afirmado que no existieran representaciones o esculturas de dicha garra. Las extremidades delanteras de la estatuilla de Mbwun tienen tres garras, con un grueso dedo central. Ahora, observe estas huellas. —Frock señaló el fósil—. Recuerde la reconstrucción de la garra y las marcas halladas en la víctima.

—Por tanto, usted considera que el asesino podría ser el mismo animal que dejó estas huellas —dijo Pendergast—. ¿Un dinosaurio tal vez?

Margo creyó percibir cierta ironía en la voz del agente. Frock lo miró y sacudió la cabeza vigorosamente.

—No, señor Pendergast. No se trata de algo tan vulgar como un dinosaurio, sino de la prueba de mi teoría de la evolución aberrante. Usted conoce mi obra. Éste es el ser que, en mi opinión, acabó con los dinosaurios.

Pendergast guardó silencio. Frock se acercó más al agente del FBI.

—Creo que esta criatura, esta aberración de la naturaleza, fue la causa de la extinción de los dinosaurios. No fue un meteorito, ni un cambio climático, sino un terrible depredador; el ser que imprimió las huellas en este fósil, la encarnación del Efecto Calisto. No era grande, pero sí muy poderoso y veloz. Probablemente cazaba en manadas y era inteligente. Sin embargo, como los superdepredadores son de vida corta, no están bien representados en los fósiles conservados, excepto en los esquistos del Transvaal. Y en estas otras huellas, procedentes de las Tierras de Baldío de Tzun-je-jin. ¿Me sigue?

—Sí.

—Nosotros vivimos una explosión demográfica en la actualidad. ¡Seres humanos, señor Pendergast! —exclamó Frock—. Hace cinco mil años, la población humana era de diez millones. ¡Hoy somos seis mil millones! ¡Somos la forma de vida que más se ha multiplicado! —Dio unos golpecitos sobre los ejemplares de
Evolución fractal
que descansaban sobre el escritorio—. Ayer me preguntó por mi siguiente libro. En él desarrollaré una extensión de mi teoría sobre el Efecto Calisto aplicada a la vida moderna. Mi teoría vaticina que en cualquier momento se producirá una mutación grotesca, un ser que acosará a la población humana. No me atrevo a afirmar que se trate de la misma criatura que exterminó a los dinosaurios, pero sí de un ser similar… Bien, eche otro vistazo a estas huellas. ¡Recuerdan a Mbwun! Podríamos denominarlo «evolución convergente»; dos seres se parecen, no porque estén necesariamente relacionados, sino porque han evolucionado para desempeñar la misma función. Seres que han evolucionado para matar. Demasiadas similitudes, señor Pendergast.

Éste colocó el maletín sobre su regazo.

—Temo que me he perdido, doctor Frock.

—¿No lo entiende? Algo que vino en esa caja desde Sudamérica anda suelto por el museo y es un depredador muy eficaz. Esa estatuilla de Mbwun es la prueba. Las tribus indígenas conocían la existencia del ser y crearon una religión en su honor. Sin quererlo, Whittlesey lo envió a la civilización.

—¿Ha visto usted la estatuilla? —preguntó Pendergast—. El doctor Cuthbert se mostró reacio a enseñármela.

—No —admitió Frock—. La examinaré en cuanto se presente la menor oportunidad.

—Doctor Frock, ya hablamos ayer del tema de las cajas, y el doctor Cuthbert aseguró que no contenían nada de valor. Carezco de motivos para dudar de él. —El agente se puso en pie, impasible—. Le agradezco su ayuda y el tiempo que me ha dedicado. Su teoría es muy interesante, y me gustaría suscribirla. —Se encogió de hombros—. Sin embargo, mi opinión respecto al caso no ha cambiado. Perdone mi rudeza, doctor, pero confío en que sea capaz de separar sus conjeturas de los fríos datos de la investigación con el fin de ayudarnos en todo lo posible. —Se encaminó hacia la puerta—. Ahora, le ruego que me disculpe. Si se le ocurre algo, póngase en contacto conmigo. —Y se marchó.

Frock meneó la cabeza.

—Qué pena —murmuró—. Esperaba que colaborara con nosotros, pero parece que es igual que los demás.

Margo desvió la vista hacia la mesa.

—Mire —dijo—, se ha dejado el informe del ADN.

Frock lanzó una risita.

—Supongo que se refería a eso cuando se despidió. —Hizo una pausa—. Tal vez no sea igual que los demás, a fin de cuentas. Bien, no le denunciaremos por su descuido, ¿verdad, Margo? —Descolgó el auricular del teléfono—. Soy el doctor Frock. Deseo hablar con el doctor Cuthbert. —Una pausa—. Hola, Ian. Sí, estoy bien, gracias. No, es que me gustaría visitar ahora la exposición «Supersticiones». ¿Qué? Sí, ya sé que está cerrada, pero… No, he aceptado por completo la idea de la exposición, es que… Entiendo.

Margo observó que el rostro del profesor enrojecía.

—En ese caso, Ian, me gustaría examinar de nuevo las cajas de la expedición Whittlesey. Sí, las que se guardan en la zona de seguridad. Sé que las vimos ayer, Ian.

Siguió un largo silencio. Margo oyó gritos amortiguados procedentes del auricular.

—Escucha, Ian —dijo Frock—. Soy el jefe de este departamento, y tengo derecho a… No me hables en ese tono, Ian. Ni te atrevas.

Frock temblaba de rabia. Margo nunca lo había visto tan irritado.

—Señor, usted carece de autoridad en esta institución. Presentaré una protesta formal al director.

El doctor colgó lentamente el auricular con mano trémula. Se volvió hacia Margo, manoseando un pañuelo.

—Le ruego que me disculpe.

—Estoy sorprendida —reconoció Margo—. Pensaba que como jefe… —No pudo terminar la frase.

—Hasta ahora tenía un control absoluto sobre las exposiciones. —Frock sonrió, recobrada ya la serenidad—. Esta nueva exposición y los asesinatos han despertado sentimientos en la gente que no me esperaba. De hecho, Cuthbert es mi superior. No sé muy bien por qué actúa así. Comprendería su actitud si se tratara de algo muy embarazoso, algo que pudiera aplazar o suspender la inauguración de su preciosa exposición. —Reflexionó unos segundos—. Tal vez conozca la existencia de ese ser. Al fin y al cabo, fue él quien ordenó el traslado de las cajas. Tal vez encontró los huevos rotos, sumó dos y dos, y los escondió. ¡Y ahora pretende negar mi derecho a examinarlos! —Se inclinó y apretó los puños.

—No creo que sea una posibilidad real, doctor Frock —le animó Margo. Su intención de mencionarle la desaparición del diario de Whittlesey se había evaporado. Frock se relajó.

—Tiene razón, por supuesto. Esto no es el final, puede estar segura. En cualquier caso, confío en sus observaciones de Mbwun. Margo, hemos de echar un vistazo a esas cajas.

—¿Cómo? —preguntó ella.

Frock abrió un cajón del escritorio y hurgó en él un momento. A continuación extrajo un formulario que Margo reconoció al instante: una petición de acceso 10-14.

—Cometí el error de preguntar —dijo el profesor, mientras empezaba a rellenar el formulario.

—¿No ha de ser autorizado por procesamiento central? —inquirió Margo.

—Desde luego —contestó Frock—. Enviaré el formulario a procesamiento central por el procedimiento habitual. Llevaré la copia sin firmar a la zona de seguridad y entraré por la cara. No me cabe la menor duda de que la petición será denegada, pero cuando eso ocurra, ya habré tenido tiempo de examinar las cajas. Y de encontrar las respuestas.

—¡No puede hacer eso, doctor Frock! —advirtió la joven, estupefacta.

—¿Por qué no? —El hombre esbozó una sonrisa irónica—. ¿Frock, un pilar del museo, actuando de manera poco ortodoxa? Esto es demasiado importante para pararse en barras.

—No me refiero a eso —continuó Margo. Su mirada descendió hasta la silla de ruedas.

Frock comprendió.

—Ah, sí —dijo despacio, con el rostro desencajado—. Entiendo a qué se refiere.

Apartó las manos del papel, abatido.

—Doctor Frock —dijo Margo—, déme el formulario. Yo lo bajaré a la zona de seguridad.

El científico la miró con aire pensativo.

—Le pedí que fuera mis ojos y mis oídos, no que caminara sobre brasas ardientes en mi lugar. Soy un conservador respetado, una figura de relativo prestigio. No se atreverían a echarme. En cambio, a usted… —Exhaló un profundo suspiro y arqueó las cejas—. Podrían imponerle un castigo ejemplar, expulsarla del programa de doctorado. Y yo no podría impedirlo.

Margo meditó un momento.

—Tengo un amigo que es muy experto en esta clase de situaciones. Creo que es capaz de casi cualquier cosa.

Frock permaneció inmóvil un momento. Después arrancó la copia y se la tendió.

—Ordenaré que entreguen la copia arriba. He de hacerlo para mantener las formas. Tal vez el guardia llame a procesamiento central para verificar la recepción. No dispondrá de mucho tiempo. En cuanto entre, se pondrán ojo avizor. —Sacó papel amarillo y una llave del cajón y los mostró a Margo—. El papel contiene la combinación de las cámaras de la zona de seguridad —explicó—. Y ésta es la llave de la cámara. Todos los jefes de departamento tenemos una. Con suerte, a Cuthbert no se le habrá ocurrido cambiar las combinaciones. —Entregó todo a Margo—. Con esto se le abrirán las puertas. La única dificultad residirá en los guardias. —Hablaba más deprisa, con la vista clavada en la joven—. Ya sabe qué debe buscar en las cajas; cualquier rastro de huevos, organismos vivientes, incluso objetos de culto relacionados con el ser, cualquier elemento que pueda demostrar mi teoría. Busque primero en la caja más pequeña, la que envió Whittlesey; es la que contenía la estatuilla de Mbwun. Mire en las otras si tiene tiempo, pero, por el amor de Dios, procure no correr riesgos innecesarios. Váyase ya, querida, y buena suerte.

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