Kit le propinó un codazo en las costillas, al tiempo que siseaba entre dientes.
—¿No tomarás en serio la proposición de este pequeño lunático, verdad?
—Conozco a los gnomos —susurró a su vez Sturm—. Sus inventos funcionan con sorprendente regularidad.
—Pero yo no...
Tartajo los interrumpió poniéndose de pie.
—Imagino que desearán c...cambiar impresiones sobre este asunto. ¿Puedo sugerirles que primero tomen un baño s...seguido de una buena cena, y después decidan? Disponemos de una estación limpiadora a bordo que no se p...parece a nada de lo que hayan visto hasta ahora.
—De eso estoy segura —refunfuñó Kit.
Con todo, aceptaron la sugerencia del gnomo. Tartajo tiró de una fina cadena que pendía del techo, próxima al timón y un ronco «¡AH-OO-GAH!» resonó y levantó ecos a todo lo largo y ancho de la nave voladora. Al momento, apareció un joven gnomo de espesas cejas rojizas que vestía un mono grasiento.
—C...conduce a nuestros invitados a la estación limpiadora —le indicó Tartajo. Como respuesta, el recién llegado silbó una secuencia de notas—. No, uno a uno —contestó el otro. El joven silbó de nuevo.
—¿Siempre habla así? —inquirió sorprendida Kitiara.
—Sí. Mi c...colega (y entonces recitó durante casi cinco minutos un nombre gnomo), ha desarrollado la t...teoría de que el lenguaje hablado deriva del c...canto de los pájaros. Pueden llamarlo... —Tartajo miró al joven cejijunto que pió y gorjeó—. P...pueden llamarlo Trinos.
Trinos llevó a Sturm y Kitiara hasta la popa a través de la cubierta inferior. Allí, por medio de silbidos y gestos, les señaló dos cubículos situados a ambos lados del corredor. En las puertas aparecían idénticos letreros:
Estación Limpiadora Rápida e Higiénica Perfeccionada y Cedida a la Nave Voladora
El Señor de las Nubes
por los Maestros, Obreros y Aprendices del Gremio de Hidrodinámica del Monte Noimporta Nivel Doce, Sancrist, Ansalon, Krynn.
Sturm miró con recelo la puerta y luego a Kitiara.
—¿Crees que funcionará? —preguntó.
—Sólo hay un modo de averiguarlo. —Kit se arrancó de un tirón la pringosa toalla y la arrojó al suelo. Luego cruzó la puerta y la cerró tras de sí con un suave chasquido.
Las paredes embaldosadas de la estación limpiadora se hallaban saturadas de escritos, algunos de los cuales corrían de izquierda a derecha y otros de arriba abajo. La mayoría se referían al procedimiento más adecuado y científico para bañarse; otras eran incongruencias sin sentido; por ejemplo, una de las líneas decía:
«El valor absoluto de la densidad de los aclarados en una pasta es de dieciséis»;
había incluso algunas frases groseras:
«El inventor de esta estación limpiadora tiene una boñiga por cerebro».
Kit se despojó de sus ropas y las arrojó a un cesto de mimbre destinado a ese uso. Luego subió a una plataforma de madera elevada de la que provenía un fantasmagórico sonido siseante; de pronto, un chorro de agua salió de una cañería que se encontraba sobre su cabeza. Cogida por sorpresa, Kit cubrió con la mano el pitorro del extremo, pero, tan pronto hubo parado el primer surtidor, empezó a funcionar otro en la pared de la izquierda; lo taponó con un dedo. Entonces, comenzó la verdadera contienda.
A su espalda, se escuchó un traqueteo chirriante y Kitiara giró sobre sí misma, sin soltar los surtidores que mantenía tapados. Una de las baldosas de la pared se había desplazado y dejaba al descubierto una barra metálica articulada que se extendía hacia ella. En la punta de la barra había una almohadilla redonda hecha de guedejas de lana que giraba a una velocidad realmente vertiginosa. Las ruedas y poleas acopladas a lo largo de la barra articulada provocaban los rápidos giros del pedazo de lana de carnero.
—¡Si tuviera mi espada...! —dijo la enérgica mujer en voz alta. La almohadilla oscilante seguía acercándose. Tenía que tomar una decisión sin más pérdida de tiempo. Aceptó el reto y soltó los surtidores; se enfrentó a la rodante piel de carnero y la asió con ambas manos, retorciéndola, mientras los chorros de agua caían sobre su cuerpo y arrastraban el barro y la suciedad. Las poleas gimieron; los cables emitieron un sonido vibrante.
Por fin, tuvo éxito y arrancó la almohadilla de la primera articulación de la barra. Los surtidores de agua se detuvieron. Kit se quedó de pie, jadeante, en tanto el agua desaparecía por unas aberturas practicadas en el suelo. Alguien llamó a la puerta.
—¿Kit? —llamó Sturm—. ¿Has terminado?
Sin darle tiempo a responder, un pesado trozo de tela se desprendió del techo y le cayó sobre la cabeza. La mujer lanzó un alarido y empezó a dar puñetazos ciegos a su invisible atacante, pero los golpes se perdieron en el aire. Kitiara se quitó de un tirón la tela que la cubría: era una toalla. Tras secarse y envolverse en ella, la joven salió al corredor. Sturm la esperaba, cubierto a su vez con una manta seca.
—¡Vaya sitio, ¿eh?! —dijo el caballero, con la sonrisa más abierta que jamás viera en él Kitiara.
—¡Me parece que voy a cruzar unas palabras con ese Tartajo! —exclamó la mujer.
—¿Ocurre algo?
—¡Me han atacado ahí dentro!
En aquel momento Tartajo hizo acto de presencia.
—¿Algún p...problema?
Kitiara iba a dar rienda suelta a su indignación, pero se dio cuenta de que no era a ella a quien el gnomo había dirigido la pregunta. El hombrecillo pasó a su lado a toda velocidad y abrió un panel de la pared. En el interior, caído y enredado en una banqueta de tres patas, se encontraba otro gnomo que exhibía una expresión de animal acosado. A la altura de su cintura, aparecía una manivela manual con un letrero en el que se leía: Estación Limpiadora Número 2-Sistema Rotatorio de Lavado.
—¿Era eso contra lo que luchaba? —se sorprendió la mujer.
—Así parece —respondió jovial Sturm—. El pobre hombre se limitaba a realizar su trabajo. La almohadilla hace las veces de esponja, sólo que es él quien frota el cuerpo.
—No hace falta que nadie haga ese trabajo por mí, muchas gracias. —La voz de la mujer sonó cortante.
—Esta situación es muy v...violenta. Debo rogarle, Kitiara, que p...procure no causar más estropicios en la m...maquinaria. Ahora tendré que redactar un informe por q...quintuplicado para el Gremio de Aeroestática —se quejó Tartajo mientras se enjugaba el sudor con la manga.
—Yo la vigilaré —ofreció el caballero—. Kit tiene propensión a machacar lo que no comprende.
Trinos apareció corriendo por el pasillo al tiempo que silbaba con vehemencia.
—Oh, f...fantástico. Es hora de cenar. —Y el rostro de Tartajo se iluminó.
* * *
La mesa a la que estaban sentados los gnomos era una tabla larga que pendía del techo en la parte delantera de la cabina, al estilo de los buques que surcaban el océano. Sin embargo, los gnomos habían «mejorado» el diseño de los marinos y habían colgado del mismo modo los asientos del techo, y se balanceaban contentos, hacia atrás y hacia adelante. Sturm y Kitiara tuvieron que meterse en aquella especie de columpios estrechos para unirse a sus anfitriones en la mesa. La cena resultó bastante normal: judías, jamón, col, pastas y sidra dulce. Tartajo se disculpó alegando que no contaban a bordo con un cocinero científicamente cualificado, de lo que, con total sinceridad, se alegraron ambos guerreros.
Los gnomos comían con rapidez, sin conversar (porque era lo más eficiente), y el espectáculo de aquellas diez cabezas calvas inclinadas y sumidas en un silencio, aliviado sólo por el sonido de las cucharas que arañaban los platos, resultaba algo enervante.
—Quizá deberíamos presentarnos... —carraspeó el caballero.
—Todos saben ya qu...quiénes son ustedes —interrumpió Tartajo, sin levantar la vista del plato—. He repartido un m...memorándum mientras se bañaban.
—Entonces, no estaría de más que nos presentara a su tripulación —replicó mordaz Kitiara.
La cabeza del gnomo se levantó como impulsada por un resorte.
—No son mi t...tripulación, sino mis c...colegas.
—¡Le pido disculpas! —dijo con ironía y puso los ojos en blanco.
—Aceptadas. —El gnomo se metió deprisa en la boca la última cucharada de judías—. Pero si insiste, se los presentaré. —Tartajo se bajó del columpio y empezó a recorrer la hilera de gnomos, que prosiguieron impasibles con sus cenas, mientras desarrollaba un soporífero y elaborado perfil descriptivo de cada uno de sus colegas, incluido el nombre por el que «los que no pertenecían a la raza gnoma» podían llamarlos. Sturm resumió en su mente la extensa información en un corto listado:
Trinos:
mecánico-jefe, encargado del motor.
Alerón:
brazo derecho y gnomo de confianza de Tartajo; encargado de pilotar la nave.
Argos:
astrónomo y navegante celeste.
Bramante:
experto en cuerdas, cordones, cables, tejidos, etc., etc.
Remiendos:
aprendiz y ayudante de Bramante.
Chispa
: recolector y almacenista de rayos y relámpagos.
Crisol
: metalúrgico-jefe y químico.
Carcoma:
encargado de carpintería, ebanistería y de todas las piezas que no fuesen metálicas.
Pluvio:
pronosticador del tiempo y médico por designación.
—¿Cómo llegaron a construir esta... ummm... máquina? —preguntó Sturm.
—Forma parte de mi Misión en la Vida —intervino Alerón, un gnomo de nariz aguileña que superaba la talla media de su raza—. Una navegación aérea completa, llevada a cabo con éxito: ésa es mi meta. Tras largos años de experimentos con cometas, conocí a nuestro amigo Crisol que había descubierto un gas muy enrarecido, el cual, una vez introducido de manera adecuada en una bolsa especial para tal propósito, flotaría y sustentaría otros objetos pesados.
—¡Ridículo! —interrumpió Argos—. ¡Este supuesto gas volátil es una filfa!
—¡Ya tuvo que hablar el astrónomo! —se mofó el rechoncho Crisol—. ¿Cómo explicas entonces que hayamos volado hasta aquí desde Caergoth, eh? ¿Con magia?
—Fueron las alas las que nos mantuvieron a flote. —Argos estaba indignado—. Los cálculos de relación de despegue demuestran sin lugar a dudas...
—¡Fue el gas volátil! —replicó Pluvio, sentado junto a Crisol.
—¡Las alas! —gritaron los ocupantes del lado de la mesa donde se encontraba Argos.
—¡C...colegas! ¡Colegas! —intervino Tartajo, y levantó las manos para restablecer el orden—. El p...propósito de nuestra expedición es dejar establecida con precisión científica la c...capacidad potencial de
El Señor de las Nubes.
No discutamos en vano sobre teorías hasta que t...tengamos a nuestra disposición todos los datos.
Los gnomos se encerraron en un mutismo hostil, sólo roto por el tableteo de la lluvia en el tragaluz situado sobre la mesa. El hosco silencio se prolongó durante un largo rato; la situación resultaba embarazosa.
Después, Pluvio levantó los ojos hacia la claraboya.
—La lluvia está amainando —declaró. A los pocos segundos, el constante repiqueteo cesó por completo.
—¿Cómo lo supo? —se sorprendió Kitiara.
—Existen diferentes teorías —explicó Alerón—. En estos momentos se encuentra reunido un comité en la Isla de Sancrist, encargado de estudiar esta aptitud de nuestro colega.
—¿Y cómo pueden estudiarlo si él se encuentra aquí? —La pregunta del desconcertado Sturm fue ignorada por todos.
—Es por su nariz —opinó Carcoma.
—¿Su nariz? —Kitiara no salía de su asombro.
—A causa del tamaño y el ángulo respectivo de las ventanas de su apéndice nasal, Pluvio es capaz de detectar los cambios en la presión relativa del aire y su humedad con sólo ventear.
—¡Bazofia! —exclamó despectivo Bramante.
—¡Bazofia! —repitió como un eco Remiendos, el gnomo más joven y diminuto, que estaba sentado codo con codo al lado de su maestro.
—Es por sus orejas —prosiguió Bramante, con la intención exponer su teoría—. Detecta en las nubes que la lluvia ha parado antes de que las gotas dejen de caer en el suelo.
—¡Redomado bobalicón! —De nuevo fue Argos el que habló—. Hasta un tonto puede ver que la causa es su vello; observa cómo se le eriza en la raíz cuando baja la humedad del aire... —Crisol, sentado frente a Argos, echó mano a una de las pastas que aún quedaban sobre la mesa, se la arrojó a su rival, e hizo blanco en su mejilla. Chispa y Remiendos se abalanzaron sobre el pastelillo, lucharon por apoderarse de él y acabaron por hacerlo migajas.
—Doce, trece, catorce... —contó Chispa.
—¿Qué hace ahora? —preguntó perplejo Sturm.
—C...cuenta las pasas —fue la respuesta de Tartajo—. Este es su p...proyecto actual: determinar la densidad media mundial de las pasas c...contenidas en los pastelillos.
Kitiara enterró el rostro en las manos y lanzó un gemido exasperado.
* * *
Concluido el jaleo de la cena, los gnomos abandonaron la nave para desmantelar el equipo esparcido por el prado. Entretanto, Kitiara y Sturm, ya secos y equipados con ropas apropiadas, se preparaban para volver a pie hasta su campamento en el huerto poblado de higueras. La tormenta se había alejado y entre los huecos abiertos en las nubes se percibía el fulgor de las estrellas.
—¿Crees que estamos haciendo lo correcto? Estos gnomos tienen algún tornillo flojo, no lo olvides.
Sturm volvió la mirada hacia la estrafalaria máquina incrustada en el terreno fangoso.
—No tienen una pizca de sentido común, es cierto; pero son incansables y creativos. Y si existe la más remota posibilidad de que nos lleven a las Llanuras de Solamnia en el plazo de un día, en lo que a mí respecta, no me importaría ayudarlos a sacar ese artefacto del barro —sostuvo con firmeza.
—No creo que esa cosa pueda volar —dijo Kitiara—. No hemos visto que lo haga. En mi opinión, la tormenta los arrastró hasta aquí.
Cuando llegaron a los empapados despojos de lo que fuera su campamento, reunieron sus pertenencias diseminadas por los alrededores y la mujer se echó al hombro la silla de montar.
—Maldita yegua —farfulló—. Criarla desde potranca, eso es lo que he hecho durante todo este tiempo, y la ingrata ni siquiera se volvió a mirar atrás al verse libre. Apuesto a que está ya a medio camino de Garnet.
—Me temo que la culpa fue de
Zorro Alto.
Era una mala influencia. Tinen me advirtió de su carácter tornadizo y voluntarioso.