El frente (4 page)

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Authors: Patricia Cornwell

Tags: #Policíaco, #Thriller

BOOK: El frente
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—Cariño mío. —Tiene los ojos radiantes, el largo cabello de color nieve recogido en un moño—. Cuéntame cómo te ha ido el día.

Win abre la nevera, los armarios y, mientras guarda las compras, dice:

—Las hojas de laurel no disuaden a los ladrones. Para eso tienes un sistema de alarma y buenos cerrojos. ¿Cierras y conectas la alarma al menos por la noche?

—Nadie está interesado en una vieja que no tiene nada que merezca la pena robar. Además, tengo toda la protección que necesito.

Win lanza un suspiro, no sirve de nada regañarla, toma asiento en una silla y apoya las manos en el regazo porque no hay espacio en la mesa, ocupada prácticamente hasta el último centímetro por cristales, velas, estatuillas, iconos, talismanes o amuletos. Nana le alcanza dos hojas de laurel laminadas, y al hacerlo tintinean sus joyas de plata, un anillo en cada dedo, pulseras hasta el codo.

—Póntelas en las botas, cariño —le indica—. Una en la izquierda, otra en la derecha. No hagas como la última vez.

—¿Y cuándo fue eso? —Se mete las hojas laminadas en el bolsillo.

—No te las pusiste en los zapatos, ¿y qué hizo la Vaina? —Así se refiere a Lamont: una cascara vacía, sin nada dentro—. Te encargó una misión horrible, una de las peligrosas —le recuerda Nana—. El laurel es la hierba de Apolo. Cuando la llevas en los zapatos, las botas, estás encaramado a la victoria. Asegúrate de que la punta señale hacia el dedo gordo del pie, el tallo hacia el talón.

—Sí, bueno, acaban de encargarme otra de esas misiones horribles.

—Está llena de embustes —le advierte Nana—. Ten cuidado con lo que haces, porque no se trata de lo que esa mujer dice.

—Ya sé de qué se trata, de ambición, egoísmo, hipocresía, vanidad; de acosarme.

Nana corta otra tira de cinta adhesiva.

—Justicia es lo que necesito de pensamiento, palabra y obra. Veo una señal que gira y marcas de neumático en la calzada. Marcas de derrape. ¿De qué va todo eso?

Piensa en el accidente de moto de Stump, y dice:

—No tengo ni idea.

—Ten mucho cuidado, cariño. Sobre todo con la moto. Ojalá no montaras ese trasto —dice mientras sigue laminando otra hoja de laurel.

Cuando la gasolina llegó al precio de tres dólares por galón, vendió el Hummer y se compró la Ducati. Luego, qué coincidencia, cerca de una semana después, Lamont hizo que entrara en vigor una nueva norma: sólo sus investigadores de guardia podían llevarse a casa los vehículos de la policía del estado.

—Al menos esta noche, se te concede tu deseo, porque tengo que llenar el depósito de gasolina de tu viejo acorazado —le dice a Nana—. Te lo traeré de vuelta mañana. Aunque tú no tienes nada que hacer al volante de un coche.

No se lo puede impedir, así que al menos se asegura de que no acabe tirada en la cuneta en alguna parte. Nana tiende a olvidarse de realidades pedestres, como tener el depósito del coche lleno, comprobar el aceite, asegurarse de llevar los papeles en la guantera, cerrar las puertas, comprar comida, pagar las facturas. Cosillas así.

—Tendrás la ropa bien limpita, como siempre, cariño —dice Nana al tiempo que señala la bolsa del gimnasio, en la encimera de la cocina—. Te acaricia la piel y comienza la magia.

Le consiente otro de sus rituales. Insiste en lavarle a mano la ropa del gimnasio con un mejunje especial que le da aroma a finas hierbas, luego envuelve las prendas en papel de seda blanco y se las vuelve a dejar en la bolsa. Un intercambio diario; algo relacionado con un cruce de energía. Le extrae la negatividad mientras suda, a la vez que su cuerpo asimila las hierbas de los dioses. Lo que sea por complacerla. Las cosas que hace y que no cuenta a nadie…

Miss Perra
despierta y le apoya la cabeza en el pie. Nana centra una hoja sobre una tira de adhesivo. Coge una caja de cerillas, le enciende una vela al arcángel san Miguel en un tarro de vistosos colores y dice:

—Alguien está hurgando en alguna parte y pagará por ello, un precio muy elevado.

—Hurgar es lo que Lamont tiene siempre por costumbre —responde.

—La Vaina, no; otro. Algún no humano.

Nana no se refiere a un animal o una piedra. Los «no humanos» son personas peligrosas incapaces de sentir amor o remordimientos. En otras palabras, sociópatas.

—Me viene a la cabeza de inmediato una persona —dice Win.

—No. —Nana niega con la cabeza—. Pero ella está en peligro.

Win alarga la mano por encima de la mesa, coge las llaves del coche de Nana del brazo tendido de una estatuilla egipcia y dice:

—El peligro evita que se aburra.

—No vas a salir de esta casa, cariño, sin ponerte en las botas esas hojas de laurel.

Win se quita las botas de motorista e introduce las hojas de laurel asegurándose de que señalen en la dirección adecuada, según las instrucciones del fabricante.

Nana le explica:

—Hoy es el día de la diosa Diana, y rige plata y cobre. Ahora bien, el cobre es el viejo metal de la luna. Conduce la energía espiritual, igual que el calor y la electricidad. Pero ándate con tiento. También lo utiliza gente muy mala para canalizar engaños. Por eso lo están robando a espuertas hoy en día, porque la falsedad es lo que domina. El espíritu oscuro del odio y las mentiras se ha adueñado del planeta en estos momentos.

—Me parece que ves más de la cuenta el programa ese de Lou Dobbs.

—¡Ese hombre me encanta! La verdad es tu armadura, cariño mío. —Mete la mano en un bolsillo de su larga falda, saca un saquito de cuero y se lo pone en la mano a Win—. Y ésta es tu espada.

Win desata el cordel. En el interior hay un lustroso penique nuevo y un cristalillo.

—Tenlos a mano en todo momento —le aconseja—. Cuando están juntos, forman una varita de cristal.

—Estupendo —le dice—. Igual puedo convertir a Lamont en sapo.

* * *

No mucho después de irse Win, Nana sube una bolsa de sal
kosher
al cuarto de baño en la planta superior, donde unos espejos octogonales que cuelgan en los rincones devuelven la negatividad a la persona que la envía.

¡Mal hacia aquí inclinado, vuelve por dónde has llegado
!

Nunca se acuesta sin asearse, no vaya a ser que los disgustos del día se prolonguen en sus sueños. Desestabilización. Nota la presencia del no humano. Un ser infantil colmado de travesuras y mezquindad, resentimiento y orgullo. Vierte la sal en el suelo de la ducha, abre el grifo y entona otro hechizo.

Sol poniente y luna nueva, nunca acaba mi sagrada tarea
.

Aliento y luz para mí se confunden
.

¡Guerrero de la justicia, acude
!

La sal bajo sus pies la limpia de la energía negativa, que se va por el desagüe, y termina la ducha con una infusión herbal de perejil, salvia, romero y tomillo que ha hervido en un recipiente de hierro esa misma mañana. Vierte el agua aromática sobre su cabeza para purificarse el aura, porque su trabajo le hace entrar en contacto con muchas personalidades, no todas ellas buenas, en especial ésta: el no humano, alguien joven que merodea. Ahora está cerca y quiere algo de Nana, algo que le es muy querido.

—Mi instrumento mágico más poderoso es mi propio ser —dice en voz alta—. ¡Te atraparé entre mis dos dedos! —le advierte.

En su dormitorio, abre un cajón, saca una bolsita de seda roja llena de clavos de hierro y se la guarda en el bolsillo izquierdo del albornoz, blanco y limpio. Se sienta junto a
Miss Perra
en la cama y escribe en su diario a la luz de unas velas blancas. Anota sus habituales meditaciones sobre
Magia
y
Hechizos
y el
Trabajo del Mago
. El diario es voluminoso, encuadernado en cuero italiano, y ha llenado sus páginas, las páginas de numerosos diarios a lo largo de muchos años, con su caligrafía grande y serpenteante. Luego le sobreviene una intensa fatiga y apaga las velas, y ya tiene un pie en la tierra de los sueños cuando se incorpora de súbito en la oscuridad. Saca la bolsa de clavos del albornoz y la agita para que emita un sonoro tintineo.

Miss Perra
, sorda entre sus ronquidos, ni se inmuta.

Pasos en la planta baja por el pasillo de madera entre la cocina y la sala de estar.

Nana se levanta de un salto y vuelve a agitar la bolsa de clavos mientras sale apresuradamente por la puerta del dormitorio.

—¡Te castigaré según la regla del tres por tres! —vocifera.

Los pasos avanzan con rapidez. «Pum pum pum pum pum». La puerta de la cocina se cierra de golpe. Nana mira por la ventana y ve una sombra que corre cargada con algo. Se apresura escaleras abajo y sale de la casa para adentrarse en el jardín lleno de hierbas de toda clase mientras los móviles de campanillas entrechocan y resuenan, agitados, furiosos. Nota el vacío de lo qué hace un momento estaba allí. Entonces oye un coche, y un trecho calle abajo, las luces traseras se convierten en los ojos de color rojo intenso del diablo.

Capítulo
3

En el interior del laboratorio criminalístico ambulante del Frente, Stump examina la nota del atraco a un banco de ese día, en busca de algo, lo que sea, una vez más frustrada.

Obtener huellas latentes de un papel no es pan comido como se ve en todas esas pelis de policías, y en la realidad, este atracador de bancos aún está por dejar una pista útil. Interrumpe lo que está haciendo al oír que se acerca un coche. Entonces suena su teléfono móvil.

—Soy yo. —La irresistible voz de barítono de Win—. ¿Ofreces visitas guiadas? Estoy delante de ese pedazo de camión que tienes.

Stump se quita los guantes de látex y abre las puertas traseras. Win sube por los peldaños y entorna los ojos ante las intensas luces cuando ella le deja entrar y cierra las pesadas puertas, lanza los guantes usados a la basura y saca un par nuevo de una caja.

—¿Cómo sabías que estaba aquí? —le pregunta.

—Hoy han atracado un banco, ¿lo recuerdas? —Se acerca a la encimera donde está trabajando Stump—. Y vamos a ver. No estabas en la tienda, así que he llamado a comisaría y he preguntado dónde podía encontrarte.

—Eres desagradable y presuntuoso, y no me hace ninguna gracia. —Se pone los guantes de látex, no sin cierta dificultad.

—¿Qué tienes ahí?

Si hay algo que Stump deteste es un tipo tan perfecto, tiene la misma pinta que un maldito anuncio de ropa interior Calvin Klein y, por si eso no fuera lo bastante molesto, da por sentado que es capaz de hechizar incluso a los pajarillos sirviéndose de sus encantos. Bueno, pues con esta pájara dura y vieja no tiene nada que hacer. Además, si lo espanta, le hace un favor.

—Lo que tengo es nada —dice, irritable—. Es como si ese tipo llevara guantes, sólo que no los lleva.

—¿Seguro? ¿Del todo? —Se acerca.

Stump puede olerlo, la insinuación de una colonia sazonada, masculina, probablemente cara, como todo lo demás que lleva.

—Seguro que te sorprende saberlo —le dice Stump—, pero reconozco los guantes cuando los veo. —Rebobina la cinta de vigilancia y le dice—: Tú mismo.

Se abre la puerta de cristal del banco. Un tipo blanco —aunque podría ser hispano—, que se comporta con normalidad, perfectamente tranquilo, con pantalones de chándal azules, gafas de sol, pelo moreno, un gorra de béisbol de los Red Sox bien calada, lo bastante listo como para saber dónde están las cámaras y apartar de ellas la cara. No hay más clientes. Tres ventanillas, una ocupada por una joven. Le sonríe al acercarse y le pasa la nota. Ella se queda mirándola, no la toca, el terror le cambia la cara. Abre con torpeza el cajón de la pasta, llena una bolsa de la entidad. El tipo sale del banco a la carrera.

—Echa otra mirada a sus manos.

Win se inclina hacia la pantalla.

Stump rebobina el vídeo y lo deja en pausa de manera que pueda echar un buen vistazo a las manos del atracador cuando desliza la nota por la ventanilla. Nota la cercanía de Win, como si caldeara el aire.

—No lleva guantes —coincide—. ¿Lo mismo en los otros robos?

—Hasta el momento.

—Eso es un tanto raro.

La nota del caso de esta mañana está sobre el papel de envolver barato que cubre la encimera, y Win se queda mirándola un buen rato, como si leyera toda una página de escritura, y no sólo las mismas diez palabras sencillas que el atracador escribe en todas las notas.

VACÍA EL CAJÓN DEL DINERO EN LA BOLSA.

¡AHORA! TENGO UN ARMA.

—Pulcramente escrito a lápiz en una hoja de papel blanco de diez por quince, arrancada de un cuaderno, igual que en los otros tres casos.

—Watertown, Somerville, ahora Belmont —dice Win—. Todas ellas miembros del Frente, a diferencia de Cambridge, que aún está por unirse a vuestro club privado y…

—¿Y por qué crees que es eso? —le interrumpe ella—. El cuartel general de Lamont está en Cambridge, y cuenta con su propio club privado llamado Harvard, que más o menos es propietaria de Cambridge. De modo que, ¿no podría tener eso algo que ver con que Cambridge no se haya sumado al Frente y probablemente no se sume nunca?

—Iba a añadir que tu atracador tampoco ha actuado en Boston —dice Win—. Lo que me viene a la cabeza es que Watertown, Somerville y Belmont limitan con Cambridge. Y Boston también está cerca. Desde luego hay cantidad de bancos en Cambridge, por no hablar de Boston, y, sin embargo, tu atracador ha evitado ambas ciudades. ¿Una coincidencia?

—Quizá robe allí a continuación. —Stump no tiene ni idea de adonde quiere llegar Win por ese camino—. En ese caso, supongo que una servidora no arrimará el hombro, porque los polis de Cambridge y Boston llevan a cabo su propia investigación del escenario del crimen y se ocupan de sus propias pruebas.

—Eso intento decirte —asegura Win—. La Policía de Boston tiene sus propios laboratorios, y a decir verdad, Cambridge tiene prioridad con la policía del estado gracias a Lamont.

—Y porque Cambridge no se ha sumado al Frente, y «a decir verdad» las agencias policiales que se suman a nosotros son castigadas por ello. Nos tratan como si fuéramos traidores —añade con rudeza. No sabe por qué Win hace que aflore lo peor que lleva dentro.

—Si yo fuera un atracador de bancos inteligente —continúa él—, sin duda elegiría objetivos donde los recursos policiales sean limitados y el análisis de pruebas vaya a llevar una eternidad, suponiendo que se lleve a cabo.

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