Read El Cortejo de la Princesa Leia Online
Authors: Dave Wolverton
En cuanto estuvo un poco más cerca, Luke pudo ver que la nave había sido meticulosamente clausurada. Las entradas no sólo estaban cerradas sino que habían sido soldadas, y muchas de las burbujas de transpariacero de las cúpulas estaban cubiertas de señales y rozaduras bastante profundas, como si algo hubiera intentado abrirse paso por la fuerza a través del material transparente.
La nave estaba inclinada en un ángulo bastante pronunciado, por lo que Luke impulsó la balsa hacia la proa, que se había hundido a mayor profundidad en la ciénaga, y trepó a los restos en cuanto hubo llegado hasta ella. Estaba claro que alguien había intentado entrar en la nave mediante la fuerza. Luke encontró muchas más marcas y arañazos en las cúpulas, así como trozos de hierro doblados que alguien había usado como palancas en un intento de abrir las puertas soldadas y fragmentos de garrotes gigantescos y pedazos de rocas. Había palabras en una lengua desconocida pintadas aquí y allá, y flechas que apuntaban hacia las soldaduras más débiles. Alguien se había esforzado durante años en un intento de abrirse paso hasta el interior de la nave y la había estudiado concienzudamente, pero sus herramientas habían demostrado no ser efectivas.
«Niños», pensó Luke. Pero ningún niño podría haber enarbolado aquellos garrotes colosales.
Algunas cúpulas tenían conexiones de acceso en las que Erredós podría haber establecido un contacto para abrirlas, pero todas estaban demasiado oxidadas. Aparte de eso, toda la nave parecía haberse ido pudriendo por dentro. El transpariacero había sido arañado y raspado por la arena que flotaba en el viento hasta terminar quedando casi empañado. Muchas de las cúpulas parecían contener salas de adiestramiento para llevar a cabo alguna clase de ejercicios gimnásticos, y los suelos estaban llenos de pelotas enormes, como si alguien hubiera estado jugando o practicando un extraño deporte cuando el
Chu'unthor
cayó al planeta. Otra cúpula había sido un restaurante o un club nocturno. Las copas y las comidas sin consumir cubiertas de polvo seguían sobre las mesas oxidadas. Erredós rodaba detrás de Luke, teniendo que hacer continuamente grandes esfuerzos para vencer la inclinación del casco mientras lanzaba suaves silbidos y estudiaba los daños.
—Fueran quienes fuesen los que viajaban en esta nave, parece que salieron a toda prisa en cuanto se posó y que luego no volvieron nunca —le dijo a Erredós.
El androide emitió unos cuantos pitidos y chasquidos recordándole el mensaje de Yoda: «Rechazados por las brujas...» Luke podía sentir las perturbaciones de la Fuerza que había en aquel lugar, como ciclones oscuros que absorbían toda la luz.
—Sí —dijo Luke—. No sé qué encontró Yoda en este planeta, pero sea lo que sea sigue estando aquí.
Erredós dejó escapar un gemido.
Luke se detuvo y echó un vistazo a una burbuja. Había varios bancos de trabajo en el centro, y algunos de ellos contenían piezas mecánicas oxidadas —pilas de energía corroídas, cristales de enfoque, empuñaduras para espadas de luz— y herramientas para fabricar armas que sólo un Jedi podía utilizar.
Luke sintió que se le aceleraba el pulso. «Es una academia Jedi —comprendió, y de repente todo adquirió sentido—. He buscado en cuarenta planetas, y nunca encontré ni una sola señal de una academia porque la academia Jedi estaba en las estrellas.» Necesitaban una academia que pudiera viajar por el espacio, naturalmente. Con tan pocas personas que fueran lo suficientemente fuertes como para llegar a controlar la Fuerza, los antiguos Jedi habrían tenido que recorrer toda la galaxia en una continua búsqueda de reclutas. En cada cúmulo estelar quizá sólo hubieran encontrado uno o dos cadetes dignos de unirse a los Jedi.
Sacó su espada de luz, la activó y empezó a abrirse paso a través del transpariacero con una creciente sensación de desesperación. Aquel viejo naufragio estaba tan oxidado que no podía contener nada de valor, pero tenía que inspeccionarlo. Gotitas azuladas de transpariacero derretido rebotaron en la cubierta del
Chu'unthor,
y Erredós se apresuró a rodar un poco hacia atrás.
Luke estaba tan concentrado en su intento de entrar en la nave que estuvo a punto de no sentir su presencia, pero de repente captó un gran poder a su espalda que se precipitaba sobre él. Se volvió con el tiempo justo de ver a una mujer: larga cabellera castaño rojiza que parecía brillar, pieles leonadas de alguna criatura alienígena por atuendo, fuertes piernas desnudas... La mujer giró sobre sí misma y le pateó con una bota de cuero, y Luke sintió la fuerza y la decisión que había en su ataque, se agachó e hizo girar su espada de luz en un arco atacando a su vez.
Sintió la ondulación en la Fuerza que significaba un ataque, pero antes de que pudiera responder la joven descargó un garrote sobre la mano artificial de Luke con la fuerza suficiente para causar un cortocircuito, y la espada de luz salió despedida de ella girando por los aires. La joven le lanzó una patada al estómago, y Luke se dejó caer y rodó sobre sí mismo mientras usaba la Fuerza para hacer que su espada de luz volviera a su mano derecha.
La joven se detuvo y se quedó boquiabierta de asombro al comprender lo que Luke acababa de hacer. Luke podía sentir su Fuerza. Era poderosa y salvaje, y no se parecía en nada a la de ninguna de las mujeres que había conocido hasta entonces. Sus ojos eran de color castaño con motitas anaranjadas, y se agazapó sobre el casco del
Chu'unthor,
jadeando e intentando decidir qué iba a hacer a continuación. No podía tener más de dieciocho años de edad, veinte quizá como mucho.
—No te haré daño —dijo Luke.
La joven entrecerró los ojos y susurró unas cuantas palabras, y Luke sintió un roce, un dedo de Fuerza que onduló a través de él investigándole y sondeándole.
—¿Cómo puedes hacer la magia no siendo más que un hombre? —preguntó la joven.
—La Fuerza está dentro de todos nosotros, pero sólo quienes son adiestrados pueden convertirse en Maestros de la Fuerza —contestó Luke.
La joven le estudió con evidente escepticismo.
—¿Afirmas dominar la magia?
—Sí —dijo Luke.
—Entonces ¿eres un hechicero varón, un Jai llegado de más allá de las estrellas?
Luke asintió.
—He oído hablar de los Jai —dijo la joven—. La Abuela Rell dice que son guerreros invencibles, pues luchan contra la muerte y en defensa de la vida. Por eso son tan queridos de la naturaleza, y no pueden morir. ¿Eres un guerrero invencible?
La Fuerza de la joven onduló de una manera muy parecida a como si se estuviese preparando para atacar, pero Luke captó una diferencia. Aquella ondulación casi era una manta que pretendía ahogarle y atarle, y mientras intentaba imaginarse lo que presagiaba una imagen apareció en la mente de Luke.
Vio a la joven cazando en el desierto, buscando desesperadamente algo que era vigilado y protegido por otros. Vio una choza hecha de juncos que se alzaba debajo de un risco de piedra rojiza, una hoguera de acampada que ardía al anochecer y cuyas llamas se retorcían impulsadas por el viento, y niños medio desnudos que jugaban junto al fuego. Y la joven estaba buscando y se arrastraba hacia la choza, y anhelaba desesperadamente algo que estaba dentro de ella.
La joven le sonrió y empezó a canturrear, y la expresión que apareció en sus ojos en ese momento dejó bastante sorprendido a Luke. Nunca había visto un deseo tan salvaje y apasionado.
—
Waytha ara quetha way. Waytha ara quetha way...
—¡Espera un momento! —exclamó Luke—. No puedes estar pensando en...
Los trozos de peñascos y garrotes empezaron a rodar sobre el casco del
Chu'unthor
creando un retumbar ahogado como el de una tormenta que se aproximara rápidamente. La neblina del río se arremolinó violentamente detrás de la joven. «Rechazados por las brujas...»
—
Waytha ara quetha way. ¡Waytha ara quetha way!
El rayo chisporroteó sobre sus cabezas, y una docena de rocas salieron disparadas de repente hacia Luke hendiendo el aire a gran velocidad. Vader había utilizado trucos similares, pero Luke pensó con preocupación que Vader no era ni la mitad de bueno que aquella joven. Hizo girar su espada de luz en un arco frenético que convirtió en añicos varias rocas, pero una de ellas le acertó en el pecho y le arrojó hacia atrás. «Rechazados por las brujas...»
—¡Espera! —gritó Luke—. ¡No podéis tomar como esclavos a los hombres y aparearos con ellos cuando os plazca!
Las rocas atronaron sobre el casco de la nave, centenares de ellas moviéndose al unísono hacia Luke como una manada de bestias salvajes, y Luke comprendió que aquella mujer podía hacer prácticamente todo lo que quisiera. Alzó un brazo en un gesto desesperado intentando desviar las rocas con la Fuerza, pero su mente se había convertido en un océano tempestuoso y no podía alcanzar la concentración necesaria para conseguirlo. «Rechazados por las brujas...»
Un tronco giró por los aires y fue hacia él, y Luke se agachó, y las piedras saltaron contra él en tal número que apenas si podía ver cómo pasaban silbando junto a su cuerpo, y de repente la joven estaba delante de él y hacía girar su garrote delante de su rostro. Luke ni siquiera había captado su avance, pero el garrote se estrelló en su cráneo y las luces centellearon dentro de su cabeza, y Luke se tambaleó y cayó al suelo.
Oyó como desde muy lejos que la joven le estaba gritando algo, y comprendió que se acababa de sentar a horcajadas sobre su pecho y que le inmovilizaba los brazos con sus fuertes piernas, pero Luke estaba demasiado débil para resistirse o quitársela de encima. La joven le sujetó la mandíbula con una mano.
—¡Soy Teneniel Djo, una hija de Allya, y tú eres mi esclavo! —anunció con voz triunfante.
Había amanecido hacía poco y Han trepaba con bastante dificultad por el traicionero tramo de escalones tallados en el risco. Al igual que en la gran mayoría de planetas de baja gravedad, las montañas de origen volcánico alcanzaban una gran altura y eran muy abruptas, y en aquellos momentos estaban avanzando a lo largo de un acantilado que se alzaba unos doscientos metros por encima de una masa de roca negra. Los escalones tallados en la piedra eran lo suficientemente anchos incluso para un rancor, y miles de pies los habían ido desgastando hasta dejarlos perfectamente lisos. El agua helada que goteaba de la cima durante la noche había ido depositando una delgada capa de hielo sobre los escalones, haciendo que resultaran muy peligrosos.
Los rancors gruñían y avanzaban lentamente detrás de Han, agarrándose a la roca desnuda del risco en busca de puntos de apoyo, aterrorizados ante la posibilidad de caerse pero empujados implacablemente a seguir adelante por sus jinetes. Chewbacca no tenía muy buen aspecto. Se agarraba las costillas, y dejaba escapar débiles gemidos mientras era transportado por el rancor.
La luz de la mañana permitió que Han pudiese ver con claridad a las tres mujeres. Debajo de sus capas llevaban túnicas hechas con pieles de reptil de varios colores. Cada túnica de piel parecía brillar emitiendo destellos verdes, azul ahumado o amarillo ocre. Encima de ellas llevaban gruesas capas tejidas o de fibra, intrincadamente adornadas con tallos amarillos o grandes cuentas oscuras hechas con vainas de semillas. Lo que al principio había tomado por astas en la oscuridad, vio no eran más que yelmos y cascos de metal ennegrecído que se curvaban hacia arriba como el ala de un extraño insecto. Los cascos estaban llenos de agujeros hechos con un taladro, y de cada uno colgaban abalorios más que suficientes para enloquecer a un niño que se balanceaban de un lado a otro con cada paso que daban los rancors. Como adornos Han vio lo que parecían trozos de ágata y azurita azul pulimentada, los cráneos pintados de pequeños reptiles carnívoros, un diminuto puño petrificado de alguna criatura salvaje, trocitos de tela coloreada, cuentas de cristal, un trozo de plata labrada y un globo azul blanquecino que quizá fuera un ojo seco. Ninguna de las mujeres utilizaba el mismo estilo de casco, y Han sabía lo suficiente sobre distintas culturas como para que eso le inspirara una cierta cautela. En cualquier sociedad, los miembros más poderosos de ella siempre tendían a llevar los atuendos más complicados.
Han intentaba mantenerse lo más cerca posible de Leia y Cetrespeó porque le preocupaba el que la caída de uno pudiera significar que todos acabaran precipitándose acantilado abajo. Su respiración se había vuelto entrecortada, y el aliento brotaba de su boca en forma de nubéculas. Doblaron una última y traicionera esquina y pudieron contemplar un valle de forma ovalada escondido entre los repliegues de los riscos de las montañas. El valle estaba tachonado por cabañas de juncos y palos con techos de paja, y un damero de color verde y marrón indicaba el lugar en el que crecían las cosechas. Hombres, mujeres y niños trabajaban los campos y alimentaban a enormes reptiles de cuatro patas encerrados en sus apriscos. Un arroyo bastante caudaloso atravesaba los campos hasta llegar a un laguito, y luego se precipitaba por un acantilado desplomándose hacia las tierras sin cultivar que se extendían debajo de él.
Bajaron por la escalera y se cruzaron con una falange de diez mujeres, todas ellas montadas en rancors. Todas las mujeres llevaban ropas de estilos similares, túnicas hechas de grueso cuero de lagarto con capas adecuadas para las frías montañas y cascos adornados con astas. La gran mayoría iban armadas con rifles desintegradores, aunque otras sólo llevaban lanzas o hachas arrojadizas con el mango pasado por debajo de sus cinturones. Ninguna de ellas parecía tener menos de veinticinco años, y sin que supiera muy bien por qué, los sucios rostros de las mujeres dejaron más helado a Han que el frío aire de las montañas. Sus rostros no sonreían y no mostraban pena o preocupación. Eran gélidos y duros, y tan brutalmente impasibles como los rostros de guerreros que han soportado demasiados bombardeos y ataques.
Por encima del angosto valle había fortificaciones talladas en el basalto, un sinfín de torretas, parapetos y ventanas. Las mujeres habían colocado láminas de plastiacero sacadas de los cascos de las naves espaciales estrelladas encima de la roca, formando una especie de mosaico con ellas. Dos cañones desintegradores, cada uno de un modelo distinto, asomaban de la fortaleza de la montaña. Las quemaduras negras y los agujeros y señales en la roca indicaban que aquellas mujeres estaban en guerra. Pero ¿con quién?
El grupo llegó a una terraza de piedra, y una vez allí un rancor obedeció las órdenes de una mujer y se encargó de transportar cautelosamente a Chewbacca, precediendo a Leia en el camino hacia la fortaleza mientras otros rancors llevaban a Han y Cetrespeó hacia el valle de abajo por un sendero fangoso. Dejaron atrás apriscos llenos de rebaños de gigantescos reptiles cubiertos de suciedad que estaban sentados tranquilamente masticando forraje y que contemplaron pasar a Han con ojos inexpresivos y opacos.