El complot de la media luna (30 page)

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Authors: Clive Cussler,Dirk Cussler

Tags: #Aventuras, #Ciencia Ficción

BOOK: El complot de la media luna
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La auxiliar aún reducía la velocidad cuando Pitt se dejó caer por la borda. Nadó deprisa hasta la boya y luego descendió a lo largo de la cuerda. Esperaba encontrar a los dos hombres sujetos al cabo a tres o seis metros de la superficie, haciendo la parada de descompresión, pero no los veía por ninguna parte. Pitt se destapó los oídos cuando llegó a quince metros y movió las piernas con fuerza para seguir hasta el fondo. En las profundidades, veía débilmente la cuadrícula de aluminio amarilla clavada en el fondo de arena. Cuando se aproximó al final del cabo, donde la visibilidad no era más que una oscuridad verdosa, encendió una linterna submarina.

Inspeccionó brevemente el perímetro alrededor del cabo anclado y luego nadó por la cuadrícula siguiendo el pecio a lo largo. Al cruzar al cuarto cuadrante se detuvo: donde había estado el amado monolito de Gunn había un hueco profundo en la arena. Miró al frente y vio un objeto azul cerca de la montaña de lastre. Movió las aletas y avanzó deprisa hacia la figura acurrucada de uno de los buceadores.

El cuerpo estaba sujeto debajo de la cuadrícula de aluminio, con varias piedras de lastre sobre el pecho. Una mirada a los ojos inmóviles detrás de la máscara le dijo que el científico de la NUMA llamado Iverson estaba muerto. Pitt le revisó el equipo y vio que faltaba el regulador. Un par de metros más allá, lo vio en el fondo del mar; un corte limpio en el tubo indicaba que lo habían seccionado.

Pitt vio una luz por encima de él y dio gracias al ver la figura rechoncha de Giordino que bajaba. Giordino se acercó un par de metros y señaló el cuerpo de Iverson. Pitt respondió con una sacudida de cabeza y levantó en alto el tubo del regulador para mostrarle que lo habían cortado. Giordino asintió; a continuación apuntó hacia la popa del pecio y ambos fueron en esa dirección.

El cuerpo de Tang flotaba por encima del fondo con una aleta enganchada en la tablilla que lo mantenía sujeto. Se había ahogado, como Iverson, aunque al parecer Tang se había resistido más en los últimos momentos de su vida. La máscara, el cinturón de lastre, una de las aletas y el regulador cortado estaban desparramados en la arena. Pitt apuntó la linterna hacia el rostro del hombre y vio un gran morado en la mejilla derecha. El científico sin duda había visto lo que le había pasado a Iverson y había intentado defenderse, pensó Pitt. Solo que los atacantes habían sido muy fuertes o numerosos. Pitt movió la luz hacia las profundidades, pero allí no había nadie. Los atacantes ya habían regresado al yate italiano.

Tiró del chaleco de flotación de Tang y empujó el cadáver hacia arriba mientras Giordino le indicaba que recuperaría el cadáver de Iverson. Pitt subió poco a poco con su compañero muerto y fue hacia el cabo de la boya. Cerca de la superficie, oyó el rumor sordo de unos motores que se ponían en marcha. A medida que la intensidad del sonido aumentaba, dedujo con acierto que el yate aceleraba para huir de la escena.

Si bien la deducción de Pitt era correcta, nunca imaginó el rumbo del yate. Al acercarse, comprendió demasiado tarde que el rugido de los motores había aumentado mucho y que una sombra en la superficie se acercaba deprisa. Salió del agua junto a la Zodiac y la neumática auxiliar y se encontró a solo seis metros de distancia del imponente casco que avanzaba hacia él a toda máquina El gran casco azul golpeaba la superficie al tiempo que un surtidor de agua blanca se alzaba de las hélices a popa.

En un instante el yate alcanzó a las dos lanchas. La embestida y las hélices destrozaron la Zodiac, y la auxiliar salió volando sobre las olas como un insecto. La Zodiac se hundió de inmediato mientras el yate se alejaba hacia el horizonte como un rayo.

En la estela del yate, la boya volvió a la superficie después de verse arrastrada a las profundidades. Suelta del cabo, cabeceaba suavemente en el mar espumeante teñido de rojo de sangre humana.

33

Giordino vio pasar la sombra del yate por encima de su cabeza y salió a la superficie, arrastrando el cadáver de Iverson, a unos metros de la boya. Infló a mano el chaleco de flotación del muerto mientras observaba cómo se hundían los restos destrozados de la Zodiac. A lo lejos vio la otra neumática, medio deshinchada, alejarse deprisa empujada por una ligera brisa. Miró las aguas a su alrededor y no vio a Pitt por ninguna parte. Entonces divisó una mancha oscura cerca de la boya.

Temiéndose lo peor, Giordino soltó a Iverson y nadó hacia la boya con la intención de sumergirse y buscar a Pitt bajo el agua. Al llegar a la boya, sintió un nudo en el estómago: una mancha roja y brillante de sangre humana oscurecía el agua. De pronto en el centro de la mancha irrumpió un cuerpo con un traje de neopreno. El cuerpo flotaba boca abajo; la cabeza y las extremidades sumergidas ocultaban su identidad. El tronco mostraba con claridad la fuente de la sangre derramada en el agua. Cortado y destrozado como si lo hubiese arrollado una máquina corta- césped, la espalda era una mezcla de carne y neopreno mutilada por las hélices del yate.

Giordino contuvo el asco y nadó deprisa hasta el cuerpo. Aterrorizado por lo que podía encontrar, agarró el torso y sacó la cabeza fuera del agua.

No era Pitt.

Casi se quedó helado cuando sintió un golpe firme en el hombro. Se dio la vuelta y se encontró cara a cara con Pitt, que había salido a la superficie detrás de él. Vio un débil rastro de pintura blanca en la capucha y el hombro de Pitt.

Giordino escupió el regulador.

—¿Estás bien? —preguntó.

—Sí, estoy bien —respondió Pitt.

Giordino vio furia en los ojos de su amigo.

—¿Tang y tú estabais en el camino de ese tren expreso? —preguntó Giordino.

Pitt asintió.

—Tang me salvó la vida.

Cuando había salido a la superficie y se había encontrado en la trayectoria del yate, solo había tenido unos segundos para reaccionar. Se apresuró a pasar un brazo por el chaleco de Tang, tiró del muerto para colocarlo sobre su pecho, y luego se echó hacia atrás e intentó sumergirse. Para entonces, el yate ya se les había echado encima y golpeó a Tang con fuerza. Pitt estaba debajo. Juntos se vieron arrastrados por debajo del casco hasta que pasaron junto a las hélices, que giraban enloquecidas. Pitt logró a duras penas mantener a Tang en posición, y el cuerpo de su amigo recibió todo el impacto de las hélices.

Pitt sentía asco y furia por haber tenido que utilizar el cuerpo del científico como escudo humano, pero sabía que de lo contrario habría acabado hecho jirones.

—Han matado a Tang dos veces —dijo Giordino con aire sombrío.

—Ellos... —murmuró Pitt con la mirada puesta en la silueta del yate que se alejaba hacia el horizonte. Su mente ya estaba dándole vueltas a la pregunta de quién cometería un crimen por un viejo pecio y por qué.

—Más vale que lo saquemos de aquí antes de que todos los tiburones del Mediterráneo se presenten a comer —propuso Giordino, al tiempo que aferraba un brazo de Tang.

El
Aegean Explorer
ya había levado el ancla y se acercaba a ellos. Un grupo de tripulantes bajó el cabo de una grúa, alzaron a los dos muertos a bordo y luego ayudaron a subir a Giordino y Pitt. El capitán
y
el médico del barco corrieron hacia allí, seguidos de cerca por Gunn. El director delegado de la NUMA parecía aturdido y se apretaba una bolsa de hielo en la cabeza.

—Ambos murieron en el agua —dijo Pitt cuando el doctor se arrodilló para un examen rápido de los cadáveres—. Ahogados.

—¿Un accidente? —preguntó el capitán.

—No —respondió Pitt mientras se quitaba el traje de neopreno. Señaló el tubo cortado que salía de la botella de aire de Iverson—. Alguien les cortó el aire.

—Los mismos que intentaron matarnos con la quilla de su lujoso barco italiano —añadió Giordino.

—Cuando vinieron a bordo, supe que mentían —dijo el capitán Kenfield, y sacudió la cabeza—. Pero nunca sospeché que recurrirían al asesinato.

Pitt se fijó en el chichón que Gunn tenía en la cabeza y que se frotaba con la bolsa de hielo.

—¿A ti qué te ha pasado?

Gunn hizo una mueca cuando apartó la bolsa.

—Mientras vosotros estabais abajo, el yate envió una neumática con matones armados. Afirmaron que eran del Ministerio de Cultura turco.

—¿Patrullaban el mar en un yate de lujo? —preguntó Giordino, escéptico.

—Les pedí que se identificasen, pero lo que recibí fue un culetazo —contestó Gunn, que volvió a ponerse la bolsa de hielo en el chichón.

—Nos dijeron en términos muy claros que no teníamos ninguna autoridad para explorar un barco naufragado del Imperio otomano —dijo el capitán.

—Resulta interesante que supiesen dónde estaba el pecio —señaló Giordino.

—¿Qué más querían? —preguntó Pitt.

—Exigieron que les diéramos todos los objetos que habíamos sacado del pecio —contestó Kenfield—. Les dije que se fueran de mi barco, y eso no les sentó bien. Nos llevaron a Gunn y a mí al puente y amenazaron con matarnos. La tripulación no tuvo más remedio que obedecer.

—¿Se lo llevaron todo? —preguntó Giordino.

Gunn asintió.

—Vaciaron el laboratorio y volvieron a su yate justo antes de que vosotros salieseis a la superficie.

—Pero antes nos ordenaron que abandonásemos el lugar y nos advirtieron que no hiciéramos contacto por radio —añadió Kenfield.

—Rudi, lamento decirte que no solo se llevaron lo que teníamos aquí —dijo Pitt—. También desenterraron tu monolito.

—Esa es la menor de nuestras pérdidas —afirmó Gunn con voz grave—. Se llevaron a Zeibig.

—Preguntaron quién estaba a cargo de la excavación del pecio —intervino el capitán—. El doctor Zeibig se encontraba en el laboratorio, y se lo llevaron a punta de pistola.

—Después de lo que les hicieron a Iverson y a Tang, sabemos que no vacilarán en matarlo —dijo Giordino en voz baja.

—¿Has intentado ponerte en contacto con alguien? —preguntó Pitt al capitán.

—Acabo de hablar con el Ministerio de Cultura turco. Confirmaron que no tienen ningún yate ni ninguna vigilancia asignada a esta región. También hablé con la guardia costera turca. Por desgracia, no cuentan con ninguna embarcación en esta zona. Nos dijeron que llamásemos a su base en Izmir para presentar la denuncia.

—Mientras tanto los malos se llevan a Zeibig —dijo Pitt.

—Me temo que no podemos hacer mucho más —dijo el capitán—. El yate es por lo menos dos veces más rápido que el
Aegean Explorer
. No podríamos alcanzarlos. Una vez en el puerto, también podemos alertar a nuestro gobierno.

Giordino carraspeó con fuerza y se abrió paso.

—Sé de algo que puede correr tanto como ese yate.

Miró a Pitt y le hizo un guiño lleno de complicidad.

—¿Estás seguro de que está preparado? —preguntó Pitt.

—Tan preparado como un cocodrilo hambriento en un estanque lleno de patos —respondió Giordino.

Preparados para el lanzamiento, tardaron unos minutos en comprobar que todos los sistemas funcionaban y bajaron al agua el nuevo sumergible de Giordino. Sentados uno al lado del otro, Giordino hizo una rápida comprobación de seguridad mientras Pitt se comunicaba con el puente del
Aegean Explorer
.

—Explorer, deme la actual posición de nuestro objetivo —pidió.

—El radar muestra que mantiene un rumbo estable de 0-1-2 grados —respondió la voz de Rudi Gunn—. Ahora está a unas diez millas al norte de nosotros.

—Recibido,
Explorer
. Por favor, síganos a toda marcha mientras intentamos alcanzar al zorro.
Bala
fuera.

Pitt tenía sus dudas respecto a la persecución en un sumergible. Dado que por lo general los sumergibles de investigación dependían de la propulsión eléctrica, eran vehículos lentos, diseñados para corto alcance. Pero el
Bala
había roto las reglas del desarrollo de sumergibles.

Su velocidad, más que su forma, era lo que había dado nombre al
Bala
, basado en un diseño de Marión Hyper-Subs. El prototipo de la NUMA consistía en una cabina de acero sumergible unida al casco de una lancha rápida. Como sumergible, el
Bala
podía alcanzar profundidades de hasta trescientos treinta metros. En la superficie, los motores, instalados en un compartimiento presurizado junto con un tanque de combustible de dos mil cincuenta litros, permitían viajar a grandes distancias a gran velocidad. Gracias a su diseño, el
Bala
podía llegar a lugares de inmersión remotos sin la necesidad de contar con una nave de apoyo.

—Preparado para conectar la impulsión de superficie —anunció Giordino, y apretó los botones de arranque de los motores turbo diésel.

Un profundo rugido se oyó detrás de ellos cuando los dos motores, de quinientos caballos cada uno, se pusieron en marcha. Giordino observó los indicadores del panel de mandos y se volvió hacia Pitt.

—Listos para rodar.

—Veamos de qué es capaz —replicó Pitt, y movió con cuidado los mandos del acelerador.

De inmediato se vieron aplastados contra los asientos cuando los potentes motores diésel empujaron el sumergible hacia delante. En cuestión de segundos, la esbelta nave de color blanco volaba sobre las olas. Pitt notaba el cabeceo y la guiñada del sumergible sobre el mar encrespado, pero a medida que iba ganando confianza en la estabilidad fue añadiendo más potencia. Al estar la cabina cerca de la proa, le parecía que volaban por encima del agua.

—Treinta y cuatro nudos —anunció, con la mirada puesta en la pantalla de navegación—. No está mal.

Giordino asintió con una gran sonrisa.

—Creo que con el mar en calma puede superar los cuarenta.

Avanzaron hacia el norte, brincando por el mar Egeo durante casi veinte minutos, cuando vieron una mancha en el horizonte. Persiguieron al yate durante otra hora y redujeron la velocidad a medida que pasaban al norte de los Dardanelos y esquivaban un par de supertanques petroleros procedentes del mar Negro. La gran isla turca de Gókçeada apareció muy pronto ante ellos, y el yate cambió de rumbo hacia el este de la isla.

Pitt avanzó en zigzag para no dar la impresión de que seguían al yate, y aminoró la velocidad cuando se hallaban a unas pocas millas. El yate se apartó poco a poco de Gókçeada y se dirigió hacia el litoral turco, manteniéndose cerca de la costa a medida que reducía la velocidad. Pitt viró para seguir un rumbo paralelo mar adentro, aunque siempre a la vista del yate de lujo. Desde la distancia, el
Bala
, al ser tan bajo, parecía una pequeña embarcación de placer que realizaba un crucero por la tarde.

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