Incendios Provocados se reúne los lunes.
Asalto se reúne los martes.
Daños se reúne los miércoles.
Desinformación se reúne los jueves.
Caos organizado. La Burocracia de la Anarquía. Imagínatelo. Grupos de apoyo y similares.
Así, el martes por la noche, el Comité de Asalto propuso distintas misiones para la semana siguiente, y Tyler leyó las propuestas y asignó las tareas del comité.
Antes de siete días, cada miembro del Comité de Asalto tiene que provocar una pelea de la que no saldrá vencedor. Y no será en el club de lucha. Es más difícil de lo que parece. Un hombre de la calle hará lo que sea para no luchar.
La idea consiste en coger a un tío cualquiera que nunca haya peleado y reclutarlo. Dejad que experimente el sabor de la victoria por primera vez en su vida. Dejad que se desahogue. Dejad que os dé una soberana paliza.
Acéptalo. Si ganas, la habrás jodido.
—Lo que debemos hacer —dijo Tyler al comité— es mostrarles a esos tíos la fuerza que todavía tienen.
La clásica arenga de Tyler. A continuación, desdobló una a una las esquinas plegadas de los papeles que había dentro de una caja de cartón sobre la mesa. Así propone cada comité los acontecimientos de la próxima semana. Escribes la propuesta en el bloc de notas del comité. Arrancas la hoja, la doblas y la metes en la caja. Tyler comprueba las propuestas y desestima las ideas malas.
Por cada propuesta que desestima Tyler pone una hoja en blanco en la caja.
Luego, cada miembro del comité extrae una hoja de la caja. Tal como me explicó Tyler, si alguien saca una hoja en blanco, sólo tiene que ejecutar la tarea semanal.
Si extraes una propuesta, entonces irás ese fin de semana a la fiesta de la cerveza importada y derribarás a un tío sobre un retrete portátil. Te harán un favor extra si te dan una paliza por hacer esto. O tendrás que asistir a un desfile de moda en el atrio de unos grandes almacenes y arrojarás desde el entresuelo gelatina de fresa sobre el público.
Si te arrestan, estás fuera del Comité de Asalto. Si te ríes, estás fuera del comité.
Nadie sabe las propuestas que han extraído los demás y, excepto Tyler, nadie conoce el contenido de las propuestas; ni cuáles se aceptan o cuáles van a la basura. Entrada ya la semana, tal vez leas en el periódico que un hombre sin identificar sacó fuera de un Jaguar descapotable a su conductor y empotró el coche en una fuente del centro de la ciudad.
Te preguntas si ésa es una de esas propuestas del comité que habrías podido extraer.
El siguiente martes por la noche, escrutarás el rostro de los miembros del Comité de Asalto bajo la bombilla solitaria del sótano a oscuras del club de lucha y seguirás preguntándote quién conducía el Jaguar que acabó en la fuente.
¿Quién subió al tejado del museo de arte e hizo de francotirador disparando tubos de pintura contra las esculturas de la sala de recepción?
¿Quién pintó la máscara de un demonio en llamas en la fachada de la Hein Tower?
La noche de la misión en la Hein Tower, te imaginas una cuadrilla de secretarios, contables o mensajeros entrando furtivamente en las oficinas donde trabajaban todos los días. Tal vez estuvieran un poco bebidos a pesar de ir contra las reglas del Proyecto Estragos. Emplearon llaves maestras donde fue posible y pulverizadores de freón para romper en pedazos los cilindros de las cerraduras, y salieron por las ventanas, se balancearon en el vacío y rapelaron por la fachada de ladrillo del edificio con cuerdas de escalada, columpiándose y arriesgándose a sufrir una muerte instantánea en oficinas donde cada día, hora tras hora, sus vidas se iban consumiendo.
A la mañana siguiente, esos mismos oficinistas y contables se mezclaron entre la multitud peinados meticulosamente y mirando hacia arriba, ebrios de sueño pero sobrios, vestidos con corbata, y escucharon cómo la multitud se preguntaba quién lo habría hecho y la policía ordenaba a gritos a la gente que por favor se echara atrás mientras el agua caía por el centro humeante de aquellos ojos enormes.
Tyler me confió que nunca había más de cuatro buenas propuestas por reunión, así que las posibilidades de extraer una propuesta y no un papel en blanco eran de cuatro entre diez. Hay veinticinco tíos en el Comité de Asalto incluyendo a Tyler. A todos se les asigna una tarea: perder una pelea en público; y cada miembro extrae una propuesta.
Esta semana Tyler les ha dicho:
—Comprad una pistola.
Tyler le dio a un tío las Páginas amarillas y le ordenó que arrancara un anuncio. A continuación, le pasó el listín a otro tío. Cada uno debía ir a un lugar diferente a comprar la pistola o a hacer uso de ella.
—Aquí tengo una pistola —dijo Tyler sacando una del bolsillo del abrigo—: dentro de dos semanas cada uno de vosotros deberá tener una pistola de un tamaño similar al de ésta y tendrá que traerla a la reunión.
»Lo mejor será que la paguéis al contado —dice Tyler—. En la siguiente reunión intercambiaréis las pistolas y denunciaréis el robo de la que comprasteis.
Nadie preguntó nada. No hacer preguntas es la primera regla del Proyecto Estragos.
Tyler hizo circular la pistola. Era muy pesada para ser tan pequeña, como si algo gigantesco, una montaña o una estrella, se hubiera hundido y derretido para dar forma a aquel objeto. Los miembros del Comité la cogían con dos dedos. Todos querían preguntar si estaba cargada, pero la segunda regla del Proyecto Estragos es no hacer preguntas.
Tal vez estuviera cargada, tal vez no. Tal vez no nos quedara otro remedio que asumir lo peor.
—Las pistolas —dijo Tyler— son sencillas y perfectas. Sólo hay que apretar el gatillo.
La tercera regla del Proyecto Estragos es no poner excusas.
—El gatillo —dijo Tyler— libera el martillo y el martillo percute encendiendo la pólvora.
La cuarta regla es no mentir.
—La explosión libera la bala por la apertura del casquillo y el cañón de la pistola encauza la pólvora y el impulso de la bala en una sola dirección —continuó Tyler—, igual que el hombre-cañón, igual que el misil saliendo del mortero, igual que tu esperma.
Cuando Tyler inventó el Proyecto Estragos, Tyler decía que al Proyecto Estragos no le concernía lo que le pasara al resto del mundo. A Tyler no le importaba si alguien resultaba herido o no. El objetivo era enseñar a todos y cada uno de los miembros del proyecto que tenían poder para controlar la historia. Cada uno de nosotros puede hacerse con el control del mundo.
Tyler inventó el Proyecto Estragos en el club de lucha.
Una noche, en el club de lucha, localicé a un novato. Era el primer sábado que aquel jovencito con cara de ángel acudía al club de lucha y decidí luchar con él. Así son las reglas; si es tu primera noche en el club de lucha, tienes que pelear. Quise luchar con él porque había vuelto el insomnio y me apetecía destruir algo hermoso.
Como mi cara nunca tiene oportunidad de curarse, nada tengo que perder en lo que a mi aspecto se refiere. El jefe me preguntó qué hacía para que nunca sanase el agujero de la mejilla. Cuando bebo café, le digo, me tapo el agujero con dos dedos para que no salga por allí.
Existe una llave de estrangulamiento que sólo te deja aire suficiente para no caer inconsciente y aquella noche en el club de lucha, golpeé al novato, y le machaqué su hermosa cara de ángel, primero con mis huesudos nudillos, como un molar triturando comida, y con el costado del puño cuando los nudillos quedaron en carne viva al clavarse sus dientes a través de los labios. El chico cayó al suelo como un fardo.
Tyler me dijo más tarde que nunca me había visto destruir algo hasta ese extremo. Aquella noche Tyler supo que o le daba alguna salida al club o tendría que cerrarlo.
Sentado a la mesa, durante el desayuno, Tyler me dijo:
—Parecías un maníaco, un psicópata. ¿Dónde se te fue la cabeza?
Le contesté que estaba hecho una mierda y que no me había relajado en absoluto. Que no había obtenido ningún placer. Tal vez había desarrollado eso: inmunidad a los combates y quizá necesitaba meterme en algo más fuerte.
Aquella mañana Tyler inventó el Proyecto Estragos.
Tyler me preguntó que contra qué luchaba en realidad.
Tyler hablaba de ser la escoria del mundo, los esclavos de la historia, así me sentía. Quería destruir todas las cosas hermosas que nunca tendría. Incendiar las selvas tropicales del Amazonas. Provocar emisiones de cloro-fluorocarbonos que destruyan el ozono. Abre las válvulas de los contenedores de los superpetroleros y vierte directamente al océano el crudo de los pozos petrolíferos. Quería matar todos los peces que no podía permitirme comer, y empantanar las playas francesas que nunca llegaría a ver.
Deseaba que el mundo entero tocara fondo.
Mientras machacaba a aquel chico, lo que en realidad quería era meterle una bala entre ceja y ceja a todos los osos panda en peligro de extinción que no se decidían a follar para salvar su especie, y a las ballenas y delfines que se dejaban morir embarrancando en las playas.
No pienses en términos de extinción. Considéralo una reducción de plantilla.
Durante miles de años el hombre había jodido el planeta; lo había llenado de basura y mierda, y ahora la historia esperaba de mí que limpiara lo que habían dejado los demás. Es mi deber enjuagar las latas de sopa y reciclarlas. Y dar cuenta de todas y cada una de las gotas del aceite del coche.
También tengo que pagar la factura de los residuos nucleares y los tanques de gasolina enterrados y las tierras llenas de residuos tóxicos acumulados por la generación que me precedió.
Retuve el rostro de Cara de Ángel en el pliegue del codo, como un bebé o un balón de rugby, y le golpeé con los nudillos; le golpeé hasta que los dientes se le rompieron bajo los labios. Después le golpeé con el codo hasta que cayó al suelo como un fardo. Hasta que le perforé la piel de los pómulos y se la dejé amoratada.
Deseaba respirar humo.
Los pájaros y los ciervos son un lujo estúpido; todos los peces deberían flotar muertos.
Deseaba incendiar el Louvre; volver a esculpir las esculturas de Fidias del Partenón con una almádena y limpiarme el culo con la
Mona Lisa
. Así es mi mundo hoy en día.
Mi mundo, el mío, y todos los antepasados están muertos.
Fue aquella mañana, durante el desayuno, cuando Tyler inventó el Proyecto Estragos.
Queríamos arrasar la historia y liberar al mundo de ella.
Mientras desayunábamos en la casa de Paper Street, Tyler me dijo que me imaginara plantando rábanos y patatas sobre el césped del hoyo decimoquinto de un campo de golf abandonado.
Cazarás alces en los bosques húmedos del cañón cercano a las ruinas del Rockefeller Center y encontrarás almejas enterradas junto a los cuarenta y cinco grados de inclinación de la Aguja Espacial. Pintaremos en los rascacielos gigantescas caras totémicas y amuletos antropomórficos con rostros de duendes, y todas las noches, lo que haya quedado de la humanidad se refugiará en los zoos vacíos y se encerrará en las jaulas para protegerse de los osos, pumas y lobos que se pasean de noche mientras les vigilan por entre los barrotes.
—El reciclado y los límites de velocidad son una chorrada —dijo Tyler—. Es como dejar de fumar en el lecho de muerte.
El Proyecto Estragos salvará al mundo. Una glaciación cultural. Una Edad Media provocada. El Proyecto Estragos obligará a la humanidad a hibernar y a entrar en remisión hasta que la Tierra se haya recuperado.
—Justifica la anarquía —dice Tyler—. Imagínatelo.
Igual que el club de lucha hace con oficinistas y leguleyos, el Proyecto Estragos destruirá la civilización para que podamos hacer de la Tierra un mundo mejor.
—Imagínate —dijo Tyler— cazando alces junto a los escaparates de unos grandes almacenes en cuyos pasillos malolientes se pudren en las perchas vestidos y fracs. Llevarás vestiduras de cuero que te durarán toda la vida y escalarás la Sears Tower por enredaderas tan gruesas como tu muñeca. Escalarás la bóveda de un bosque uliginoso donde la atmósfera estará tan limpia que verás figuras diminutas majando maíz y poniendo a secar tiras de carne de venado bajo el sol de agosto en el área de descanso de una autopista abandonada.
Aquél era el objetivo del Proyecto Estragos, dijo Tyler: la destrucción completa e inmediata de la civilización.
El siguiente paso del Proyecto Estragos no lo sabe nadie excepto Tyler. La segunda regla es no hacer preguntas.
—No compréis munición —ordenó Tyler al Comité de Asalto—. Así no os preocuparéis. Sí, mataréis a alguien.
Incendios Provocados. Asaltos. Daños y Desinformación.
Nada de preguntas. Nada de preguntas. Nada de excusas ni mentiras.
La quinta regla del Proyecto Estragos es confiar en Tyler.
El jefe me lleva otro papel a la mesa y lo deja junto a mi codo. Ya no llevo corbata. Como el jefe lleva su corbata azul, tiene que ser jueves. La puerta de su oficina ahora está siempre cerrada; no hemos intercambiado más de dos palabras diarias desde que encontró las reglas del club de lucha en la fotocopiadora. Tal vez le di a entender que lo iba a destripar de un balazo. Siempre haciendo payasadas.
Podría llamar para pedir la conformidad al Departamento de Transporte. El soporte del montaje del asiento delantero no pasó la prueba antichoque antes de ser producido en serie.
Si sabes dónde mirar, hallarás por todas partes cuerpos enterrados.
—Buenas—, le digo.
—Buenas —me contesta.
Junto al codo tengo otro documento importante y privado que Tyler quería que le mecanografiara y fotocopiase. Hace una semana, Tyler midió a pasos el sótano de la casa alquilada en Paper Street. Sesenta y cinco pies de largo y cuarenta de ancho. Tyler pensaba en voz alta. Tyler me preguntó:
—¿Cuánto es seis por siete?
Cuarenta y dos.
—¿Y cuarenta y dos por tres?
Ciento veintiséis.
Tyler me entregó una lista manuscrita con sus notas y dijo que las pasara a máquina e hiciera setenta y dos fotocopias.
¿Por qué tantas?
—Porque es el número de tíos que pueden dormir en el sótano si compramos literas triples en los excedentes del ejército —dijo Tyler.
¿Qué hacemos con sus cosas?
—No traerán nada más que lo que esté en la lista, y debería caber debajo del colchón —dijo Tyler.